Escuchar las voces del pasado
La formación de la nación no fue solo el producto de una obra expeditiva de unos cuantos vasallos españoles, sino el resultado de un proceso largo y contradictorio que duró siglos, y cuya esencia radica en una lucha del Paraguay por emanciparse del sistema colonial español.
¿Cuál es el punto en el que todo se origina? ¿En qué momento, realmente, nace Asunción? La ciudad de las paredes en ruinas, de las plazas silenciosas, de las calles heridas. La de los perros suicidas, piedras expuestas y árboles devorados por el sol. Abajo, vías cubiertas de pavimento; arriba, una catedral ausente, un susurro de estremecimiento colectivo.
El microcentro, en algún momento, fue testigo de una vida muy distinta a la que hoy conocemos. ¿Qué tanto sabemos de la “Madre de Ciudades”? En 1894 se produjo una discusión histórica entre el colorado Blas Garay, estudiante de Derecho y redactor del diario La Unión, y el jurista Alejandro Audibert, fuerte militante del Partido Liberal, sobre su fundación. En ocho artículos publicados entre el 4 y el 17 de setiembre, Garay argumenta que existen errores en la fecha de establecimiento del fuerte de Asunción y critica especialmente a Audibert en su metodología para definirla.
En ese entonces, el joven tenía 21 años y expresó, con información bibliográfica a disposición, que la fundación se realizó en 1537 y no en 1536, como lo afirmaban Audibert y otros historiadores. El objeto de la crítica de Garay era el libro que el liberal había publicado en 1892, Los límites de la antigua provincia del Paraguay, sobre la defensa de los territorios del Chaco. A esto, el doctor Audibert respondió una única vez a través de una columna en el diario El Pueblo.
Mantuvo su postura y aclaró que no discutiría con alguien que se posicionaba como “maestro de historia”. El debate marcó un hito por tratarse de uno de los primeros estudios específicos elaborados por paraguayos sobre la fundación del fuerte que sería la base de la ciudad. La historia que nos contaron y nos hicieron memorizar hasta el hartazgo fue que el 15 de agosto de 1537, el capitán Juan de Salazar llegó a estas tierras con el primer adelantado del Río de la Plata, Pedro de Mendoza; fue la primera ciudad en consolidarse en el Río de la Plata, y por eso se la conoce como Madre de Ciudades.
Entonces comenzó la conquista en toda la región. De aquí salieron las expediciones que fundaron Santa Cruz de la Sierra, Corrientes, entre otras. Bárbara Gómez, miembro del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH) e investigadora del Programa Nacional de Incentivos a los Investigadores (Pronii) del Conacyt, considera que hoy ya no se pone en cuestión la fecha en que se fundó la ciudad, cuando en realidad existe evidencia de que esto estuvo en crisis en varios momentos de la historia.
“Uno en realidad lo que siente es que hay cuestiones políticas de por medio. Audibert hizo un escándalo y no alcanzó mucho éxito. La gente no lo siguió porque no tenía tanta importancia. Pedro de Mendoza zarpó de España y vino acá, pero es difícil calcular cuánto duró el viaje entre la fundación de un fuerte y otro. Todo eso es reconstruido con documentos de gente que se quedó y escribió, pero son memorias”, narra la especialista en historiografía del siglo XIX.
Lo relevante de la discusión entre estas figuras históricas es la documentación que permite poner en cuestión datos que se asumen como ciertos y se transmiten así a través de los años. Otro documento importante sobre el origen de la capital del país fue el libro La ciudad de la Asunción, de Fulgencio R. Moreno.
En un apartado del texto, Moreno habla de la nacionalidad paraguaya: «Esa población formada de una noble estirpe guerrera y conquistadora, engendrada con amor y con violencia, entre los azares del campamento y las rudas faenas del campo; que conoció desde su infancia los rigores de la vida y no se doblegó jamás a la adversidad, era el elemento básico, indestructible, de aquel lejano centro de pobres apariencias, germen de una nacionalidad que surgía en medio de las selvas».
En Antología del pensamiento crítico paraguayo contemporáneo –un texto escrito en colaboración por importantes figuras del ámbito académico local como Milda Rivarola, Ticio Escobar, Bartomeu Melià, José L. Caravias sj, Dionisio Borda y Guido Rodríguez Alcalá– se critica la teoría estadounidense elaborada por los antropólogos Julián H. Steward y Elman R. y Helen S. Service, según la cual las bases de la nación paraguaya fueron establecidas ya en los primeros decenios de la colonización española por la acción de los encomenderos sobre los indígenas.
Según dicen en el libro, estas bases habrían sido “débiles comparadas con la mayoría de las demás naciones latinoamericanas”, porque la economía siguió siendo de subsistencia en vez de desarrollarse como latifundista y monocultora para la exportación. En consecuencia, la paraguayidad se formó como “cultura hispana de clase rural baja”, en vez de “hispana de clase alta”.
No habría recogido nada de las costumbres guaraníes, con la sola excepción del uso del idioma. Todo lo demás resultó puramente español, en virtud de la perfecta obra “aculturadora” de los encomenderos. Los autores de la antología señalan que en esta teoría se niega la capacidad de nuestra nación para el progreso. Más aún, niega su razón de ser.
“Se trata de una parte integrante de la labor de colonización ideológica que el imperialismo norteamericano viene realizando en los países de América Latina. Algunos historiadores paraguayos se encargaron de dar difusión a esta teoría, sin la menor observación crítica. El curso de la historia real está en contradicción con la tesis de Steward y Service”, escriben.
En su lugar, proponen la formación de la nación paraguaya a través de cuatro etapas: la gestación de la nacionalidad en lucha contra la dominación colonial (1537 a 1811), la primera revolución nacional (1811 a 1870), la recolonización y desnacionalización del Paraguay sobre la base de la dominación del imperialismo (desde el fin de la guerra nacional en 1870) y la revolución de la liberación nacional, que abarca tres periodos desde el fin de la Guerra del Chaco, en 1935, hasta hoy.
Héroe, patria y familia
Existen algunos conceptos que se anclaron en nuestras prácticas sociales y culturales a lo largo del tiempo, hasta formar parte de nuestra memoria colectiva. Las metáforas bélicas son algunas de ellas, como la figura del “héroe” (que hoy aparece en los medios cuando se menciona la labor de los médicos y médicas durante la pandemia, por ejemplo) o las “luchas” (cuando se habla del coronavirus como “un enemigo invisible”).
Ana Barreto Valinotti considera que estas expresiones son pulsaciones de las sociedades que van determinando las asignaciones de importancia. “Un héroe del Paraguay en 1610 quizás era aquel que entendía que debía morir por y en nombre de su ‘rey’ o por la ‘cruz’; sin embargo, uno de 1868 entendía que lo hacía por su ‘patria, el Paraguay’; es decir, son las sociedades las que se moldean a sí mismas y, al hacerlo, perfilan el pasado que sea posible y funcional a esas intencionalidades”, señala.
Aunque cada época en esta tierra tuvo momentos fuertemente vinculados con distintas narraciones históricas de su pasado, la más fuerte y cercana es definitivamente el gobierno del dictador Alfredo Stroessner. Barreto Valinotti dice que ese periodo fue el momento en que el «pasado» tomó tal fuerza que fue capaz de sostener al gobierno direccionándolo directamente a personas y hechos que la ciudadanía terminó por aceptarlos sin asumir (se entiende el alto costo de hacerlo) una posición crítica.
Entre las formas más fuertes de bajar línea discursiva sobre lo “heroico” estaban las escuelas, los libros y los actos culturales, apunta el historiador Herib Caballero. “Hay toda una discusión sobre quiénes son los héroes de la Independencia, por eso nunca se termina de construir el monumento. Ahora, el que ganó mucha preponderancia por su lobby, por la conferencia y por todo lo que hizo a favor de la reivindicación de Solano López frente a un discurso oficial, fue Juan de O’leary”, reflexiona Caballero.
“La ciudad de Asunción como hojas de libros de historia ‘oficiales’ ha repetido ese patrón prohombres políticos/batallas y guerras ‘heroicas’. No es clara ni resaltante, por ejemplo, la presencia no-guaraní (payaguá) vinculada con tanta fuerza; la urbe no tiene igualmente marcas visibles de haber sido escenario de grandes logros ciudadanos”, sigue Barreto Valinotti, y lo ejemplifica con conquistas civiles como la abolición de la esclavitud, el sufragio universal, las manifestaciones estudiantiles y obreras.
Tampoco existen rastros de enfrentamiento fratricida: revoluciones que cercaron a la ciudad y enfrentaron a muerte a sus pobladores en los años 1902, 1904, 1908, 1909, 1910, 1911, la Guerra Civil de 1947 y los últimos enfrentamientos político-ciudadanos. “Ante tantas ausencias, ¿quién creería que estamos hablando con una ‘señora’ de más de cuatro siglos?”, se pregunta.
Prácticas sociales y culturales
De acuerdo con la historiadora Ana Barreto Valinotti, tanto el momento de la fundación del fuerte de Santa María de la Asunción, como cuando adquirió estatus de ciudad, fueron extremadamente violentos. “Si como puesta de pieza podría considerarse la manera en que rancherías fueron arrasadas; en que las mujeres eran raptadas, violadas, vendidas; de muertes por enfermedades desconocidas; que una cultura y formas de vida (y relaciones con otras naciones indígenas) eran avasalladas e impuestas, probablemente esta haya sido una obra de inimaginable dramatismo”, apunta.
Las relaciones fueron impuestas. La práctica social predominante era española, con algunas pautas convenientemente adaptadas de los guaraníes; quizás la más extendida: el pacto de intercambio de mujeres y lealtades familiares de los varones. La exdirectora del Museo Casa de la Independencia cuenta que Asunción comenzó como un rancherío de paredes de barro y techos de paja. Al principio, allí se pretendía desenvolver la vida que permitían las constantes incursiones para seguir allanando el camino a Perú.
Se trataba de una vida marcada por la rudeza de la violencia, los enfrentamientos constantes y «reinterpretaciones» de un cotidiano que habían dejado atrás. “Con pobreza solemne, los españoles y las pocas españolas se las ingeniaban para reproducir ese otro mundo que habitaba sus recuerdos”, recupera la historiadora. La música y las pequeñas representaciones teatrales estaban dominadas por fechas e intencionalidades del calendario católico y eran representadas en los espacios políticos (salas del cabildo) o religiosos (interiores y plazas de las iglesias).
Luego de que Perú fuera conquistado por otros europeos desde el Pacífico, Asunción dejó de tener importancia y a partir de 1548 comenzó la llamada “larga siesta colonial asuncena”. El arquitecto Jorge Rubiani sostiene que en el siglo XVII, la ciudad todavía vivía penosamente las consecuencias de ese momento.
La provincia del Paraguay quedó relegada de todo interés de la Corona para asistir a estos territorios. Los colonos que fueron beneficiados por el reparto de solares y mano de obra proveniente de las encomiendas tenían que labrar la tierra y prodigarse en la cría de ganado para sobrevivir. El comercio era escaso, interferido por la mediterraneidad y la competencia de los enclaves jesuíticos, ya consolidados y prósperos.
Gómez explica que el 90% de la gente leía y hablaba en guaraní, pero el 90% de los libros no estaban en ese idioma. Si uno no pertenecía a la clase alta, era muy difícil que pudiera leer y escribir en español. “Ese es un gran diferencial y se va a seguir debatiendo a fines del siglo XIX, década de 1890. Ahí todavía la población mayoritaria hablaba guaraní y el español era su segundo idioma, pero todas las decisiones del gobierno, de los libros, las actas, el libro-escuela, están hechas en español”, continúa.
La ciudad era muy pequeña. Hasta 1870 tuvo una extensión equivalente a las 6 x 13 cuadras del microcentro (entre las actuales calles México y Colón y desde la ribera hasta Eduardo V. Haedo). La estación del ferrocarril se encontraba en las afueras de la ciudad y llegaba aproximadamente hasta la calle Jejuí y República de Colombia.
Desde los inicios las calles más importantes eran las que estaban próximas a la bahía. Y en la medida que la ciudad crecía y se alejaba de la costa, las menos cercanas fueron ganando importancia. Los edificios del Estado y de las familias más antiguas se ubicaron sobre De la Asunción, hoy El Paraguayo Independiente. Esta última era la más transitada porque recogía a los carros, carretas o jinetes que convergían en esta vía desde los antiguos caminos reales que llevan hacia el interior.
“En el pasado y prácticamente en todo el mundo conocido, las relaciones fueron siempre las que se pautaron por el cerco social limitado, la inmovilidad vertical, y el peso de las tradiciones y prácticas comunes, especialmente en cuanto a las creencias religiosas. Esto sucedió –con pequeñas diferencias de matices– hasta la Revolución Industrial de mediados del siglo XIX. En el Paraguay hasta después de la Triple Alianza y, especialmente, con el advenimiento del siglo XX”, refuerza el arquitecto.
Del verbo palmear y la modernización del centro
La vida social asuncena se fue levantando lentamente de la Guerra contra la Triple Alianza pero siempre tuvo como epicentro nuestro centro histórico: el ex Club Nacional (sobre Chile y Palma). Algunos edificios que se crearon como Unión Club (hoy sobre Palma y O’Leary) y otros que tienen que ver con migraciones como la italiana y la española, que crearon sus propios centros de entretenimiento para confraternizar.
“Si tenemos que elegir un lugar donde se movió la sociedad asuncena, es el centro histórico de Asunción, que iba desde Independencia Nacional hasta Colón y desde El Paraguayo Independiente hasta Estrella”, comenta el historiador Fabián Chamorro. «La calle Palma, desvinculada de la supremacía del eje colonial, representa (su nombre además es alusivo a uno de los escudos) una ruptura con lo antiguo y la representación de lo nuevo, es decir, de la República. El final de la Guerra contra la Triple Alianza no hizo más que reforzar su carácter laico y liberal, incluso fuera hasta del poder político”, agrega Ana Barreto Valinotti.
Palma fue la calle de preponderancia porque se volvió lugar de los principales domicilios de fines del siglo XIX y principios del XX. Está la casa de Benigno López, por ejemplo, que hoy es la Cancillería; ahí se construyó también la residencia Costas. Unos edificios sobre Montevideo y Palma fueron hogares y después se convirtieron en negocios. El Palacio Alegre hoy es el Ministerio de Hacienda también.
“Todos los negocios importantes tenían un local sobre Palma. Por ejemplo, lo que hoy es el Ministerio de Hacienda era antes la Tienda del Paraíso. Las mujeres que querían las cosas más lindas iban allí. Te vas a dar cuenta de que hasta hoy tiene esas cortinas metálicas que levantaron los comercios, que después compró el Estado. Palma era el corazón de la ciudad y el núcleo comercial. Por eso el concepto de la palmeada», refiere el historiador Herib Caballero.
Según explica Chamorro, el Panteón Nacional de los Héroes se comenzó a construir en aquella época como oratorio. El que cambió la disposición arquitectónica de Asunción fue Carlos Antonio López. Vinieron técnicos de Europa – Inglaterra, Francia, Italia– como Alonso Taylor, que se encargaron de la construcción de los edificios más antiguos que tenemos: el Cabildo, la Catedral Metropolitana, la casa de Francisco Solano López (hoy Palacio de López), la de Benigno López, Benancio López (hoy Hotel Palace de Asunción, ubicado en Colón y Estrella).
El ferrocarril fue un impacto enorme para toda la sociedad paraguaya, especialmente porque abarcó un espacio que excedió al de la capital. Rubiani opina que además debe tenerse en cuenta que el primer tramo comercial inaugurado en el Paraguay (1861) fue apenas 25 años después de que se inaugurara el primero del mundo entre las ciudades inglesas de Liverpool y Manchester, en 1836.
En ese entonces, se trataba del medio de comunicación más rápido hasta Paraguarí, un poco más de 70 kilómetros, antes de la Guerra contra la Triple Alianza. Casi dos décadas después de terminada la contienda, continuaron extendiendo las vías. Llegó a Villarrica, Encarnación, y cruzó la frontera en 1913. Todos los pueblos que están por las vías del tren, entre Paraguarí y Villarrica, crecieron en torno a él y también muchos de ellos se apagaron o murieron luego de que desapareciera.
Para el historiador, el ferrocarril fue sumamente importante por dos razones: por un lado, era un gran paso para una sociedad tradicionalista que se movía a carro y, por el otro, porque efectivamente le permitió al gobierno tener un proyecto de modernización muy interesante en términos de transporte.
“Hay crónicas del momento en que comenzaron a tener los primeros movimientos esas locomotoras. Cuando se inauguraba, por ejemplo, la que hoy sería la Estación Botánico, la de Luque o Pirayú, se hacían bailes de manera gratuita para que la gente fuera; se organizaban corridas de toros, o sea, era realmente una fiesta total”, cuenta Caballero.
Cultura popular y élite
La cultura popular se desenvolvía principalmente hacia la zona del Puerto o en las afueras, donde la gente se reunía en los bares a cantar, guitarrear y bailar. La élite y la clase media eran muy europeizantes en su forma de actuar. Ellos podían ir al teatro o los salones en los cuales había a veces representaciones, cantos o conciertos. En la clase más alta, era común asistir a clases de dibujo, esgrima o piano en el Instituto Paraguayo, que fue un centro cultural muy importante desde 1895.
«La Sociedad Italiana de Socorros Mutuos –sobre Palma entre 14 de Mayo y 15 de Agosto– en uno de los edificios tenía unos salones preciosos. Después ya vino Unión Club, que era el más elegante de la época. Pero se quedó en el tiempo y hoy estar ahí no te da ningún beneficio. La Sociedad Española también tenía su local ahí. Todos estos lugares eran de sociabilidad. Allí, principalmente la élite y la clase media se encontraban para hacer todas estas prácticas medio europeas”, puntualiza Caballero.
Los sectores más populares se reunían en las afueras. Uno de los entretenimientos de los fines de semana era ir al paseo Belvedere, en España y Brasil. A comienzos del siglo XX, el doctor Silvio Andreuzzi, miembro de una misión técnica italiana, construyó un teatro de verano, la primera pista de patinaje del país y otras instalaciones campestres donde se podían ver carreras de caballos. El complejo fue bautizado como Recreo Cancha Sociedad.
“Los que no tenían dinero para entrar a esos lugares, se tomaban un tranvía que subía la calle Yegros y llegaba hasta Tacumbú, ahí hacían su picnic a la vista del río. Había unos campos muy bonitos y ese era parte del divertimento también. Una forma de diversión que ya empezó en la época de los López eran las retretas: las bandas militares iban a las plazas. Entre las más visitadas estaba la Plaza Uruguaya, a fines del siglo XIX, comienzos del XX. Entonces, si uno quería escuchar música, asistía a la plaza a pasear, saludar a los vecinos y bailar”, contrasta Herib Caballero.
Los bailes se organizaban en clubes. El Club Nacional era solamente para la élite y gente vinculada al gobierno. En la época de los López, organizaban también, al mismo tiempo, bailes populares en la plaza 14 de Mayo. A la par que la clase alta bailaba en el salón, le hacía fiestas al pueblo para que bailara al ritmo de las bandas militares en la calle.
Asunción, en femenino
Música, copas de vidrio chocando, risas, peinados endurecidos. Así eran las actividades sociales del siglo XIX, pero las mujeres prácticamente no tenían derechos. Algunas accedían a ciertos privilegios, pero mayoritariamente estaban al margen de aquello considerado “importante” en la historia.
“Ahora, eso no quita que haya tenido poder en otros ámbitos”, señala Bárbara Gómez: “Seguían siendo jefas de hogar porque todavía se sentía el efecto de la muerte de los hombres en la Guerra. Pero ellos tenían el poder, la decisión y definían cuáles eran los contenidos en los colegios; determinaban si la fundación de Asunción era acá o allá. No había espacio para mujeres y eso se mantiene un poco”.
La mujer pobre tenía acceso a un mercado laboral que funcionaba como extensión del trabajo doméstico: limpiaban otras casas o se desempeñaban como lavanderas. La inserción en decisiones políticas se da mucho más adelante, con Serafina Dávalos, la abogada que consiguió quebrar esa tradición a inicios del siglo XX y habilitó la discusión sobre el voto femenino.
“La Guerra del Chaco es importante porque obliga a una masa mayor de mujeres a insertarse en el mundo laboral. En trabajos que no eran extensiones de lo doméstico ni de cuidado y demás. En ese sentido, es similar a lo que va a pasar a nivel mundial en la primera Guerra Mundial y después con la Segunda. Los gobiernos y los Estados casi compulsivamente las llevan a los empleos”, consigna la investigadora.
La de familia rica circulaba por espacios más instruidos, tenía acceso a escuelas, aunque solo le enseñaran a tejer y bordar. Con la llegada de Madame Lynch se rompe un poco con ese aislamiento cultural, pero más asociado a la estética que a la cultura. Es así que pocos monumentos dedicados a las mujeres sobrevivieron al paso del tiempo.
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