De lenguajes híbridos e introspección convertida en cine
Luego de seis años de trabajo, la cineasta presenta su última película, Eami, una mirada que transita entre los géneros documental y ficción, sobre una niña del pueblo ayoreo totobiegosode, que se convierte en la narradora de una historia que habla del abandono del territorio, el dolor y la sanación. En conversación con Paz Encina, profundizamos en los temas que trabaja en sus obras, el trazo que atraviesa cada proyecto suyo y la motivación detrás de su abordaje.
Por Nadia Gómez. Dirección de arte y producción: Betha Achón. Producción: Sandra Flecha. Imágenes: Javier Valdez y gentileza.
Una mañana fresca e inusual en el centro de Asunción, Paz Encina nos recibe en su hogar: su lugar de trabajo, de talleres, el sitio que alberga su cotidianeidad.
Cuenta, mientras recorre cada espacio y rinconcito con la mirada, que le encanta su casa y que la pensó no solo para vivir, sino también para trabajar. Mientras la sala suele ser la parte común de una vivienda, donde se recibe a las visitas y se realizan actividades de ocio, lo primero que vislumbran los visitantes de Paz son sus incontables libros, una mesa grande iluminada de manera cálida y una pizarra con escritos: una bienvenida inmediata y reconfortante a su mundo.
No recuerda cómo, específicamente, nació su interés por el audiovisual, pero cuando aplicó a una beca para un curso de Apreciación Cinematográfica en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba) y se encontró dentro de una sala de montaje, supo qué era lo quería hacer: estudiar cine y, por supuesto, dedicarse a él toda su vida.
Antes de llegar a esta epifanía había cursado un año de Derecho, carrera que abandonó y fue a estudiar Comunicación, la cual, según Paz, en ese entonces la cursaban “todos los que no sabíamos muy bien qué hacer todavía”.
Las mujeres están muy presentes en sus referencias: Jane Campion, directora, guionista y productora neozelandesa (quien ganó un Oscar a Mejor Dirección en la más reciente edición de la premiación); Agnès Varda, directora y guionista francesa y una de las pioneras del cine hecho por mujeres; además de Chantal Akerman, directora y profesora de cine belga. “Son directoras que hasta hoy son para mí referencias a las que querría llegar como cineasta. A esa capacidad de experimentar y de ser vanguardia que tuvieron”, agrega.
Paz no rige sus días por rutinas estructuradas, sino que cada noche programa y organiza el día siguiente. Así es como su trabajo, su vida social y sus momentos de ocio se encuentran entrelazados y conviven: “Para mí está todo unido, no hay tanta diferenciación”. Si no está trabajando en un proyecto cinematográfico, lee o pasea por el interior del país, en ocasiones de la mano de su gran amigo, el arquitecto y artista plástico Carlo Spatuzza. “Es raro para mí no estar haciendo algo relacionado al cine. De hecho, pienso que si los proyectos fueran hijos, sería muy mala madre, porque termino una cosa y ya quiero empezar otra”, comparte.
Los silencios son parte importante de la conversación con Paz. Mientras navegamos distintos temas relacionados con su trayectoria y su forma de encarar esta profesión (en la cual encuentra una forma única y suya de hablar de lo que tiene dentro), no responde de manera inmediata, sino que se toma un minuto de reflexión para contestar con honestidad. A veces no sabe la respuesta en el momento, pero mientras la va verbalizando, encuentra maneras de responder que iluminan por completo el espacio.
“Nunca me pregunté qué significa para mí el cine”, cuenta mientras estamos sentadas en su sala de trabajo, y sigue: “Creo que significa, en todos los sentidos, un medio de vida”. Le había preguntado antes qué le gustaba hacer cuando no estaba trabajando, algo que le sacara la cabeza de sus proyectos, pero recién ahí entendí que para ella el cine era eso. “Es lo más parecido a lo que la gente podría concebir como un trabajo quizá, pero a mí no me mete en un problema; al contrario, es algo que me saca, casi de una cotidianeidad o de una realidad, es donde yo descanso también. Es un medio y una forma de vida”, acota.
Intuición introspectiva
Si bien cada proyecto tiene un encare distinto, Paz cree mucho en lo que se refiere a búsqueda artística, a lo que va de dentro para fuera. “Hay una búsqueda interna en el guión quizás. Porque me doy cuenta de que en todas las películas hablo de lo mismo: de la pérdida, de un duelo, de la diáspora, del exilio. Entonces siempre pienso que hay una cosa que va del interior al exterior”, explica.
En cada proceso también se rodeó de personas que aportaron y enriquecieron su mirada y su trabajo, como Willi Behnisch, quien fue el director de fotografía de Hamaca paraguaya; Carlo Spatuzza, que, en palabras de Paz, le enseñó a mirar el Paraguay; José Elizeche, un gran compañero también de su más reciente película, con un bagaje importante en relación con todo lo que implica el trabajo con pueblos indígenas; Tagüide Picanerái, un joven líder ayoreo con una cosmovisión totalmente distinta a la suya: “Uno encuentra cabezas distintas y eso me parece increíble”, comenta.
Eami es el último largometraje de la cineasta, y en un mundo ansioso por ver la próxima novedad, las obras de Paz se caracterizan por tener un proceso de cocción lento, pero consistente. “Pienso —pero es una sensación mía, no sé si es realmente así— que más que contar historias, a mí lo que me importa es lo que le pasa a la gente. La condición humana es lo que me motiva, y llegar al fondo de esa condición en una situación específica lleva mucho tiempo y requiere de mucho también ponerse en la piel de esa otra persona”, acota.
Hay veces que me pregunto por qué sé tanto de la pérdida.
“Hay veces que me pregunto por qué sé tanto de la pérdida, es algo que me cuestiono”, explica. Al finalizar su última película, le pasó algo muy extraño. Se enfrentó al fallecimiento de su hermano, casi inmediatamente luego de haber terminado un largometraje que trata justamente de un duelo, de una pérdida. “Yo pienso que esta película aparentemente la hice para mi hermano, como que los tiempos están dislocados para mí. Hay veces que las cosas me suceden o puedo conocer ciertas sensaciones de las que hablo, después de haber hablado, no antes. Es como si pudiera intuir o presentir lo que sienten. Creo que eso es algo que se da porque me importa muchísimo lo que le pasa a la otra persona”, afirma. La curiosidad es algo que le mueve, una curiosidad humana latente y con propósito.
Por otro lado, para ella es visceral la razón por la que aborda la dictadura en sus obras. La cineasta está familiarizada de manera muy cercana con este tema, pues es hija de un padre opositor, quien estuvo exiliado dos veces, y preso, varias más. “Siempre sentí que era algo de lo que tenía que hablar”, comenta. Lo hizo en Ejercicios de memoria, además de en Tristezas de la lucha, una trilogía de cortometrajes (Familiar, Arribo y Tristezas). Ella considera a estos como sus trabajos más fuertes, y con los que sintió un potente compromiso y una obligación moral de realizar.
Su primer largometraje, Hamaca paraguaya, nació de un viaje que había realizado al interior del país. Tenía consigo una cámara analógica. Vio una casa y la quería fotografiar; para eso le pidió permiso a la dueña, quien no solamente se lo dio, sino que posó con todos sus hijos frente a la vivienda y le pidió a Paz que les quitara una foto más. Ella justo se había quedado sin rollo, entonces agarró su cámara de video y empezó a grabar la escena. La señora le pidió que vuelva con la imagen cuando la revele. “Pensé para mí: ‘Pero yo no tengo la foto, ¡qué fuerte! Porque es casi como que estoy provocando la espera de algo que no va a suceder’. Y eso se me quedó adentro”, explica.
Esto que compartió Paz bien podría haber sido una anécdota olvidable para alguien más, o ni siquiera eso, quizás. Pero para ella fue el puntapié inicial de una reflexión muy interna e importante, una que se tangibiliza en su lenguaje cinematográfico, no solo en Hamaca paraguaya, sino también en el resto de sus obras. A partir de esta experiencia ella escribió un corto homónimo de videoarte, de ocho minutos, grabado en plano secuencia. “Cuando estaba en la universidad venía acá en las vacaciones y siempre trataba de hacer algo, cortito para mí, porque quería saber qué había pasado conmigo en ese tiempo. Y Hamaca forma parte de todo eso”, añade.
Luego de un par de años, vino al país un profesor suyo, Jorge La Ferla. Este la animó a realizar un largometraje del corto que había hecho y le ofreció su tutoría a través de una clínica artística. “También tuvo que ver quizás con una referencia a mis padres de alguna manera; en ese momento tenía un hermano que se accidentó y mis papás estaban constantemente pendientes de él, esperando a que se cure, y yo sabía que no iba a mejorar. Ellos aguardaban algo que no iba a llegar”, agrega. Paz los vio pasar por ese duelo, y cree que Hamaca paraguaya también parte de ahí.
La película transcurre en el contexto de la Guerra del Chaco, que en cierto sentido fue un momento “esperanzador” para el país, luego de la victoria. Pero luego vino una dictadura que duró 35 años. “Yo sí siento que vivimos en un país —me cuesta mucho decir esto— al que no le veo mucha salida. Entonces siempre parece que estamos en una espiral, que se va achicando, además. También nace de ahí Hamaca paraguaya”, comenta.
Hamaca paraguaya es su única película filmada en formato analógico, a excepción de su cortometraje Viento sur, que fue hecho en Super 8. “Volvería al analógico con todo mi amor, porque siento que hay algo que todavía no llega al formato digital, quizás sea el movimiento interno del grano. Pienso mucho: ‘¿Qué uno puede hacer con el film? Con el film uno puede tocar el tiempo’”, cuenta y sostiene que si pudiera regresar a lo analógico, lo haría, pero por cuestiones de presupuesto recurre al formato digital.
Hablando de presupuestos, de “plata”, de estabilidad económica, Paz comenta, entre risas, que siempre tiene la fantasía de que un día abrirá un café y que por fin va a descansar de buscar fondos para hacer sus películas. “En esos momentos uno se enoja mucho con el cine, mientras busca financiamiento, es complejo. Siempre digo: ‘Bueno, llegó el momento de cerrar este boliche y abrir otro’”, dice. Sin embargo, luego reconoce que no cree que se cumpla esa fantasía, porque ahora felizmente puede vivir de hacer cine, así como de la docencia, ya que realiza dos seminarios, El dinosaurio y El compañero del viento. “En estos pierdo totalmente la diferencia entre las nociones de dar y recibir; cada jueves que termino El compañero del viento es como si hubiera culminado algo hermoso”, enfatiza.
Eami
Al empezar este proyecto, Paz en realidad estaba buscando contar una historia rotundamente distinta: quería hablar de un cuento de amor. Su amigo José Elizeche le contó que conocía una anécdota que le podría interesar, pero que tomaba lugar en una comunidad indígena. Ella, curiosa y cautivada por esta nueva narración, fue a la comunidad ayoreo totobiegosode, pero hubo un giro inesperado. Ellos le confirmaron que sí, que ese relato era real, pero que no tenían interés en comentar sobre eso. “Les pregunté de qué les gustaría hablar y me dijeron que deseaban contar lo que implica abandonar su territorio, y me pidieron ayuda para hacerlo”, detalla.
Primeramente, Eami estaba pensado como un ensayo cinematográfico, no como un filme. “Fue un proceso de seis años, de mucho tiempo. Para mí implicó sacarme todas las ideas espacio-temporales que tenía en la cabeza y sumergirme totalmente en otras”, agrega.
La película que Paz pensó, terminó siendo completamente otra, y de hecho, Eami al final se apoderó de todo y se ganó su espacio. El filme cuenta la historia de una niña que tiene que abandonar su territorio, y muestra cómo ese personaje se fue imponiendo.
Para lograr esto, desde el principio fue clave la participación de José Elizeche, quien propició el encuentro entre Paz y la comunidad totobiegosode. “Es en realidad a través de un proceso documental que se dio mi acercamiento a la comunidad, a partir de que en un momento pedí permiso para documentar, y se me brindó, porque esa es la palabra, y ahí inició el proceso”, comenta. Para ella es fundamental el hecho de que no fue a la comunidad con la intención de realizar una película sobre indígenas, sino que fue algo que se dio y que no estaba en sus planes.
La trama se mueve entre los géneros de documental y ficción, y es algo que se ve más de una vez en el trabajo de Paz. “Yo creo en las diferencias entre documental y ficción. Creo. Pero también pienso que esas diferencias se pueden ir suavizando a medida que uno no piensa en una o en otra como determinantes. Entonces empecé a moverme como si no hubiera fronteras, solo pensaba en qué necesitaba la película”, agrega. Su plan de rodaje no se pudo cumplir a cabalidad, más que nada porque la situación en cuestión era manejada principalmente por personas de la comunidad totobiegosode.
La directora había hecho un casting, pero los integrantes de la comunidad después enviaron a quien a ellos les parecía que debía estar en la película. Eso significó reconfigurar muchas cosas. “En un momento tenía todo centrado en un solo personaje, pero como se cansaba mucho, fui abriendo la trama, todo en rodaje. Era algo que iba manejando ahí mismo, entonces eso también hacía que pase de la ficción al documental casi como una necesidad del relato”, cuenta.
Esta forma que tiene la directora de transitar entre el documental y la ficción viene de una condición, una vivencia que marcó su visión de las cosas. “Estoy muy convencida de que es por una cuestión con la música, que fue mi primera alfabetización. En ella los tiempos conviven: una corchea va con una blanca, y una blanca con una redonda, y todo eso al mismo tiempo conforma una composición. Aprendí primero música antes que letras, y creo que eso se me quedó como una estructura de pensamiento, así que pienso en tiempos”, acota. Ella considera que gracias a eso puede concebir también a la ficción y el documental como si fueran una sola cosa. “Creo que expandió mi percepción del mundo, y eso es lo que yo siento con la música, que fue algo muy amable que me ocurrió de forma azarosa”, agrega.
Sobre la película
A Eami le acompañan siete instalaciones, de las cuales tres ya están terminadas. La película ganó el premio principal de la competencia Tiger de la edición número 51 del Festival Internacional de Cine de Róterdam, y Mejor Dirección en el 23.° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici). El 19 de mayo tuvo su estreno en las salas de Paraguay.
Eami es una realización bajo la dirección y con guión de Paz Encina; con la colaboración de José Elizeche y la asistencia de Tagüide Picanerái; producida por Paz Encina y Gabriela Sabaté; con José Elizeche como asesor intercultural; la dirección de fotografía es de Guillermo Saposnik (ADF); el montaje, de Jordana Berg; Martín Vilela es asistente de dirección; la dirección de arte es de la misma Paz; el diseño de vestuario, de Lía González, y el diseño de sonido es de Javier Umpierrez.
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