El retrato como diálogo con una misma y con las personas
Johanna Rambla, más conocida como Shoshana por sus retratos fotográficos y su sensible acercamiento al desnudo, comparte su impronta como artista, la influencia de crecer rodeada de fotos familiares y su camino a su visión y expresión artísticas.
Por Nadia Gómez. Retrato de la entrevistada: Raúl Villalba. Asistente de fotografía y retoque: Nanu Maldonado. Fotografías: cortesía de Johanna Rambla
Un lunes de diciembre en Asunción, envuelto en el calor característico de fin de año, me encontré con Johanna en las oficinas de El Faro Eduka. Había venido desde Argentina para impartir un workshop de fotografía llamado Abordar el desnudo, el primero que realiza fuera de su país: “Mi nombre es Johanna Rambla, soy de Buenos Aires y soy fotógrafa; pero siento que soy más retratista que fotógrafa”.
Al salir del colegio decidió ir a estudiar a Bellas Artes, lugar donde se encontró con una disciplina en particular que marcó su formación: “Seguía una materia, Dibujo, que era desnudo con modelo en vivo. Yo tenía 18 años y para mí era totalmente novedoso. Me fascinó, enloquecí”. Entre los cuerpos con los que le tocó trabajar en esa clase había personas como hombres de 50 o 60 años; importante es mencionar que nos situamos en 2006 y esta experiencia era sumamente disruptiva para Johanna, tanto que recuerda haber pensado para sí misma: “Esto es lo que siempre quise”.
En ese momento todavía no sabía que quería ser fotógrafa; en sus sueños se veía, más bien, como una persona que hacía de modelo vivo. Años después encontró una oportunidad de expresarse con la fotografía y empezó a estudiar. “Yo siempre fui medio nudista. De hecho, en un momento mi mamá me dijo: ‘Bueno, Johanna, tenés que ponerte una bombacha porque vienen los amigos de tu hermano que tienen 13 años, ya no es momento”, cuenta entre risas. Cuenta que su madre le tuvo que establecer un límite porque, para ella, se trataba de un despojo total.
Sin embargo, fue encontrándose con incomodidades sobre su corporalidad al crecer: “Apareció toda esta cosa de que mi cuerpo no estaba bien y sufrí mucho. Se me presentó la contradicción: me encantaría ser modelo vivo, genuinamente me nace, pero a la vez hay límites que no me permiten esa libertad”. Su necesidad de expresión fue desembocando en la fotografía y, siendo estudiante, empezó a capturar desnudos.
En su camino como retratista se encontró con el trabajo de otros artistas que utilizaban el desnudo de maneras no convencionales, no tradicionales, y entre ellas está la fotógrafa y performer argentina Fabiana Barreda. “Fue la primera vez que vi una profesional que retrataba cuerpos desnudos no sexualizados. En ese momento yo no entendía, no conocía la frase ‘no sexualizado’, pero había algo intuitivo que me decía que eso me gustaba. Y ahora lo veo claro, es una mirada femenina. No es el cuerpo para el consumo, sino para narrar”, explica.
La vida que perdura a través de la fotografía
Para Johanna, crecer rodeada de un extenso acervo fotográfico la marcó profundamente como artista y persona. “Para mí era común, hasta que me di cuenta de que no todo el mundo tiene un archivo así. Y ‘mucho’ significa que hasta hoy en día no vi todas las fotos. Cada vez que voy a la casa de mi abuela me dedico a verlas”, agrega. Esas historias graficadas en imágenes fueron cruciales para ella: encontrar familiares que no conocía, ver a sus padres de jóvenes, antes de conocerse, etcétera.
En particular, tenía una fascinación con un tío abuelo suyo al que no llegó a conocer. Cuenta que en su casa había una foto de él colgada de la pared y que, de niña, a los tres o cuatro años, se quedó mirando la imagen sin saber quién era. A medida que pasaron los años, lo conoció por las historias que contaban de él, de Gustavo. “Era un vanguardista en todos los sentidos: viajó por el mundo, vivió en varios lugares, era gay y falleció a causa del sida en los 80. Fue parte de eventos históricos que van más allá de mi familia”, comenta. Se encontró con fotos de él que parecían sesiones de tinte hollywoodense. Todo eso le llevó a preguntarse quién era su tío abuelo.
En 2019 materializó esta búsqueda personal a través del fotolibro Gustavo para colorear. “Lo publiqué y se empezó a vender, fue exitoso. Y yo no podía creer cómo la gente quería comprar algo que era de mi familia, personal”, explica. A parte de todo el registro fotográfico con el que ya contaba, Johanna hizo un trabajo de investigación exhaustivo. En ese proceso se encontró con una imagen que su familia le había mandado a Gustavo, ya que vivía fuera del país. Él la había pintado. A partir de ahí agarró fotos suyas y empezó a colorearlas y creó así algo epistolar, como una bitácora en la que ella podía escribirle y contarle cosas. “Busqué una manera de conectarme con él sin existir en el mismo mundo”, comparte.
Este proceso le ayudó a interiorizar lo importante que fue para ella tener este registro, ese archivo a su alcance, desde pequeña: “También hay mucho de mi manera de ser fotógrafa, que tiene que ver con quedarme con memorias. Me interesa mucho el registro y siento que es 100 % responsabilidad del núcleo familiar en el que fui criada”. Además, sus padres la incentivaron a desarrollarse como la artista que es.
Johanna se deja llevar mucho por la obsesión que le genera observar personas, y los desnudos que realiza para ella son solo retratos. “Me obsesionan las personas, los gestos. Puedo estar horas mirando. Me aparecen universos muy complejos y hay algo de la unicidad de la gente que me enloquece, y punto”, explica.
Shoshana y Johanna
Hablamos de la infancia de Johanna, pero algo relevante es que es hija de una mamá judía y un papá católico. No obstante, sus padres no se casaron y tampoco le inculcaron creencia alguna. “La religión fue una neutralidad absoluta en mi vida. Pero siempre tuve relación con mi familia materna, y con la paterna, no”, comenta.
Johanna fue a Israel en 2012 a través de una organización cuya visión es que las personas judías —puesto que el judaísmo se hereda por vientre materno— cuentan con el derecho a conocer su tierra originaria. Como tiene familia en ese país a la que quería conocer, esta oportunidad le vino como anillo al dedo y se anotó al viaje.
En el formulario que completó ante la organización, le preguntaron si se consideraba judía y ella respondió que no. “Lo que pasa es que para mí, el judaísmo era una religión, igual al catolicismo. Después entendí que también es una comunidad, tiene rasgos físicos y que es una identidad”, explica. El chiste es que durante el viaje, una de las chicas le dijo: “Boluda, sos judía”. Pero Johanna se negaba a aceptar este hecho; decía que en realidad no lo era, que era su decisión. Pero su interlocutora le contestó: “Es obvio que no te llamas Johanna Rambla, sino Shoshana Ramblowski”.
Lo que fue un chiste en ese momento, permeó a otros círculos de su vida, al punto que mucha gente la empezó a llamar Shoshana. “El proyecto Shoshana nació en 2017, cuando volví a casa tras ser fotógrafa en cruceros y no tenía trabajo. Lo armé de retratos y hoy día es tan yo como lo es Johanna”, explica. Luego de una pequeña crisis de identidad, en la que sentía que su nombre civil ya no tenía sentido porque ya nadie la conocía por él, aceptó que una es una denominación elegida y la otra, la real, su verdadero yo, y le terminó gustando eso.
Bajo el arroba shoshanaretrata, Johanna empezó a exponer de manera pública su trabajo y sus exploraciones personales en Instagram. “Es fundamentalmente un diálogo conmigo misma. Hay algo en aceptar a otros que es como aceptarme a mí. Atravieso mucho el castigarme, el no gustarme, como también haber sufrido bullying, que para mí nunca queda del todo desarraigado”, agrega. Siente que necesita una conversación permanente a través de otras experiencias, porque las fotos no son solo eso; el retrato se trabaja de una manera cercana, íntima, en la que se pueden compartir historias de vida y cosas muy personales.
Hay algo de la empatía colectiva que a Johanna le hace muy bien: “Sentir que doy un espacio que a mí me hubiera servido tener y que, de hecho, me sigue costando encontrar para mí. Entonces, si se lo doy a otros, me lo doy un poco a mí. Aunque me siga costando, hay un avance, muy despacito”, comenta.
Del 2 al 4 de diciembre pasado, compartió su visión y su abordaje al desnudo en Paraguay, por primera vez. El taller originalmente tenía fecha para marzo de 2020, pero por razones pandémicas se desarrolló casi dos años después. “Es algo que deseaba mucho, y para mí es un viaje de ida. Saber que puedo expandir mis horizontes, más allá de esta vez, lo veo como un proyecto a futuro en general; que puedo crecer y compartir mi experiencia en otros lugares”.
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