Teatro comunitario y transformador
¿De qué hablamos cuando hablamos de arte en la comunidad? En esta nota entrevistamos a Arnaldo Villamayor y Alicia Figueredo, una pareja que dedicó su vida al teatro comunitario y popular, de y para los vecinos.
Por Laura Ruiz Díaz. Fotografía: José Alderete.
El arte comunitario nace de una voluntad colectiva de reunirse, animarse y organizarse. La doctora en Ciencias Sociales Yamila Heram plantea que se trata de una postura ideológica más que coyuntural porque implica, necesariamente, un proceso de politización de la cultura.
La práctica en sí misma se trata de desarrollar, entre vecinos, una historia basada en sus propias experiencias y las de la comunidad. Por medio de estas obras se promueve el desarrollo cultural en los barrios y la participación ciudadana en un proyecto colectivo.
«Nosotros nos organizamos de forma comunitaria, desde nuestro barrio hacemos actividades culturales», cuenta Arnaldo Villamayor, docente y gestor cultural residente en Caacupé. «Empezamos a hacer teatro en nuestra casa para arreglar la calle», agrega.
«Es una salida para cuando queremos hacer algo», dice y hace énfasis en la palabra “hacer”. En el municipio se había cerrado la escuela de arte y los vecinos vieron la necesidad del espacio, no solo para la expresión, sino también para generar cambios a su alrededor. Entonces organizaron un festival para recaudar fondos y destinarlos a un empedrado, gestionado por la comunidad. Además, cada año festejan el Día del Folclore y, caracterizados como el Karai Octubre, empezaron por preparar el tradicional jopara para recorrer su barrio y los alrededores.
«Karai Octubre llega a la casa de las vecinas y ya sacan sus ollas», cuenta entre risas. Así empezó el grupo de teatro comunitario de Caacupé. «Hoy día cada vez se van acoplando más personas a las actividades», celebra.
Villamayor forma parte de la escena teatral desde hace más de 20 años. Empezó a estudiar la disciplina en Caacupé con el profesor Luis Casco y pasó por la atenta mirada de grandes maestros como Rudi Torga, Alberto Sánchez Pastor, Graciela Pastor y Rubén Vysokolán: «Con ellos nos iniciamos, terminamos la carrera en 2001 y desde entonces no paramos».
Arnaldo estudió distintas técnicas, pero se enfocó en la pantomima. Hay quienes lo conocen como Mimo Loco, como muchas veces fue caracterizado y cuentan que no se despegaba de su personaje. También se dedicó a la dramaturgia e incluso una de sus obras fue presentada internacionalmente, en un encuentro desarrollado en México.
A contracorriente de manifestaciones que promueven el individualismo, la competencia y el consumo, la cultura popular es la que se gesta por la inminencia creativa de la gente. Y es el caso del arte popular, que cuenta historias de la comunidad, para la comunidad. Fiesta Kabure’i, una obra desarrollada por él, por ejemplo, cuenta la historia de una fiesta de pueblo situada en los 80, y Bolisho Itara’iy acontece en un almacén como los de antes, con olor a pety y laurel de España.
«Nosotros hacemos teatro popular, que es lo que a la gente le gusta», cuenta Ali Figueredo, compañera de trabajo y vida —que, en este caso, son casi lo mismo— de Arnaldo. «En esta zona, a la gente le gusta ir a las obras para divertirse, y eso es lo que ofrecemos», remarca. En su casa ellos suelen hacer festivales para compartir con los lugareños, donde se relajan y ríen: es algo que los une.
Cada función es una presentación absolutamente viva, festiva y popular, y posee una fuerza que aglutina a un público que se divierte y disfruta. Y atrae, también, cada vez más intérpretes.
El grupo Karkajadas Arte Show está integrado mayoritariamente por jóvenes desde sus orígenes; hoy son más de 23. «Inclusive hay señoras que se suman para bailar en las festividades de octubre», agrega Arnaldo.
Villamayor tiene esta conexión con el arte comunitario desde niño: «Veía a mi papá hacer el personaje del kamba en San Juan, desde entonces me llamó la atención y creo que por eso es que hoy hago esto. Hoy, ser capaz de involucrar a los vecinos para armar juntos una creación colectiva es muy satisfactorio para mí».
El arte como refugio
«En el teatro muchos jóvenes se refugian», plantea Arnaldo y continúa: «Las personas que necesitan de ese afecto, de esa contención de grupo, vienen y encuentran un espacio seguro, pueden hallar un camino hacia el arte». Considera que es una herramienta, un espacio de liberación.
«Hoy formamos a jóvenes que inician su carrera con nosotros», cuenta Ali. Ella empezó a actuar en Piribebuy hace 17 años y desde entonces nunca paró. Primero se dedicó al estudio y, ahora, es formadora.
El énfasis de cada acontecimiento organizado por el grupo está en cuidar al público. Si van a presentar una puesta en un colegio, por ejemplo, buscan un contenido educativo, que parta de una investigación exhaustiva. “Los estudiantes van para divertirse y a la vez aprender. Ese es el impacto que produce si ofrecés algo que les guste”, explica.
Además de los fines educativos, la interpretación es un medio de expresión con fines infinitos. «Se puede utilizar como método de protesta, por ejemplo, y es el más efectivo porque es un arte que engloba todo: la música, la danza, etcétera».
Karkajadas Arte Show enseña varias técnicas: clown, acrobacia en tela, pantomima, y movimientos clásicos como dicción y expresión corporal.
Autogestión y organización
La cuestión de los recursos siempre es un factor muy importante a la hora de abarcar un proyecto. Cada actividad de la compañía es autogestionada por medio de aportes de empresas privadas y la solidaridad vecina. «Cuando hacemos nuestros festivales, solicitamos apoyo a la Municipalidad. Nunca tuvimos, lastimosamente», lamenta Arnaldo.
Además del teatro comunitario y popular, Karkajadas también se dedica a la animación de fiestas infantiles y presentación de obras en centros educativos. «Para sostenernos, destinamos una parte para la producción y el resto sí va para pago de los artistas», comenta Villamayor.
Pero otros barrios también los invitan a sus eventos de recaudación de fondos. «En esas ocasiones vamos siempre a apoyar», afirma Arnaldo.
Resistencia
Caacupé será sede del Festival Nacional de Teatro Juvenil, oportunidad perfecta para la reivindicación de parte de los entes públicos que tienen como objetivo la gestión del bienestar de la comunidad. Una de las ideas principales es ocupar los espacios compartidos con arte. «Queremos recorrer la ciudad, las distintas compañías y también las instituciones educativas; llevar la puesta a los hospitales, a la plazoleta, para poder mostrar lo que vamos preparando», expone el docente.
Alicia, por su parte, considera que muchas veces el tipo de trabajo que realizan no se valora lo suficiente, es visto con recelo. “Los jóvenes que vienen a nosotros cuentan que, en sus casas, sus amigos o vecinos no le dan importancia a lo que hacen. Eso también se traduce en las autoridades. Si recibiéramos más apoyo, podríamos hacer muchísimas cosas más”, resalta.
Los grupos de teatro comunitario y popular crecen en cada escuela que hace sus actividades, en cada barrio donde los ciudadanos deciden caracterizarse y llevar un poco de diversión e identidad a la plaza. Las personas de la zona se convierten en actores, espectadores y críticos, y nos llevan un pasito más cerca a la democratización de la cultura.
El campo de las políticas culturales es un espacio más de disputa, donde es necesario reconocer los esfuerzos de las comunidades como actores sociales que buscan ser reconocidos. En ese sentido, resulta imperante una distribución de recursos más justa, que nos permita a todas y a todos gozar de la cultura de forma gratuita, en nuestros barrios y ciudades.
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