Nota de tapa

Alegría González

El trabajo artístico de una desobediente

Alegría González, artista y fotógrafa independiente, comparte el proceso de una develación dolorosa, histórica y familiar que se convirtió en una instalación. La investigación marca un intento de recomponer una historia personal negada, que se encuentra fuertemente ligada a la dictadura estronista.

Por Nadia Gómez. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez.

A principios de 2020, poco antes de sentir los efectos inminentes de la pandemia por covid-19 en el país, conocí a Alegría González en un taller de narrativa fotográfica. Ella estaba empezando un camino y una búsqueda importante, la antesala de lo que se convertiría en lo que conocemos hoy como No escribas en las piedras, su más reciente obra, expuesta actualmente en la Fundación Texo.

De niña no se le habría cruzado por la cabeza la idea de llevar a cabo una práctica o un hacer artístico; de hecho, quería ser abogada. “Estudié Derecho y trabajé en el Palacio de Justicia. Tenía una vida bastante perfilada, muy en el margen y preestablecida. Una estructura que, para mí, era lo esperado”, cuenta. Sentía que había un discurso alrededor suyo que, aunque no le pertenecía, lo aceptaba; pero ese sentimiento de exclusión causó el primer quiebre: “Me es imposible no hablar de mi sexualidad cuando integro esta conversación. Ocurrió una develación forzada y ahí me quitaron del margen”.

Alegría González, artista desobediente y autora de No escribas en las piedras.

La revelación de una travesía

Todo cambió a partir de ese momento. Alegría comenzó a trazar y recorrer un nuevo camino, esta vez dentro de una línea más feminista y en una zona geográfica históricamente amigable con las migraciones forzosas: el centro de Asunción. “Yo me siento síntoma de un momento regional que está sucediendo. Nosotras, creo, somos síntomas de la ola feminista de 2017, de esa primera marcha del 8M”, agrega. Su práctica creativa, más que hablar de arte o ser artista, se refiere a una labor que se vuelve catalizadora de todo lo que uno no puede decir.

“Un paisaje familiar abre esta búsqueda que nace con una muerte”, se lee en el texto curatorial de No escribas en las piedras. El segundo quiebre en su vida sucedió con el fallecimiento de su abuelo: “Ahí me encontré con una visual muy chocante. Me parecía interpelante que yo no me sentía de ahí, pero estaba. Había algo en mí que no podía negar, que creo tiene que ver un poco con el develar la verdad o las verdades”. Fue entonces que una persona le instó a investigar y comenzó a materializarse su inquietud. En medio de las incertidumbres de la pandemia, se encontró con una convocatoria de la organización Tedic, que trabaja ejes como la tecnología y los derechos humanos.

La Expo Pop-Up Tech buscaba explorar el punto en que se insertan el género, la tecnología y los derechos digitales con obras de arte interactivas. “Luego de la muerte de mi abuelo, empecé a visitar el Centro de Documentación de Archivo para la Defensa de los Derechos Humanos (CDyA), también conocido como Archivo del Terror. Como estaba todo digitalizado, vi que tenía sentido con lo que proponía la convocatoria y, también, porque la historia no me la contó mi familia, sino los archivos”, explica.

“¿Cómo trabajar un material liviano pero que se vuelve pesado? En esa contradicción, que creo es el lugar más seguro, es donde se puede elaborar algo”.

Alegría González.

Hurgar en estos documentos, identificar los patrones, leer códigos, encontrar la repetición de una estética de vigilancia y control permitieron la revelación de una historia familiar negada. “Ahí logré construir un poco lo que me inquietaba. Cómo puedo ser yo sin negar esto, sino reconocerlo y hacer algo al respecto”, acota. Hace un énfasis importante en que le es posible hoy realizar este trabajo, con esta mirada, gracias a quienes trabajaron y lucharon por la reconstrucción de esta —nuestra— memoria.

Había una flexibilidad oportuna en la convocatoria de Tedic: a los participantes se les pedía crear a partir de una duda. De esa manera ella encontró una forma de adentrarse en la práctica artística de la mano de Claudia Casarino, quien fue su mentora en el proceso. Así nació Ofuscación, una pieza investigativa que se aproxima a archivos que están actualmente alojados en el CDyA, pero que no son explorados de manera convencional o explícita.

“Me metí en el formato de video: quitar los archivos, desarchivarlos. ¿Cómo trabajar un material liviano pero que se vuelve pesado? En esa contradicción, que creo es el lugar más seguro, es donde se puede elaborar algo”, agrega.

De formas y lenguajes

El uso de distintos soportes y lenguajes es algo recurrente en la obra de Alegría, quien cuenta con obras fotográficas, videoensayos y creaciones que integran todo esto, más una dimensión performática. “Creo que lo performativo se vuelve un campo de investigación interesante que pasa por el cuerpo. Hay lugares donde la palabra no puede penetrar y la academia, tampoco”, comenta. Lo que más le llama la atención de esta modalidad es el gesto, la posibilidad de usarla como un lente metodológico y no como mera práctica artística.

A partir del videoensayo, por ejemplo, se permite explorar la creatividad que da pie al error, al toparse con un límite que habilita otras formas: “¿Cómo mostramos lo que no se puede mostrar? ¿Cómo salir del oculocentrismo, de la visualidad, e invitar al público a sobrepasar la frontera de la obra?”. El arte contemporáneo es multidisciplinar y multimedial, porque hay algo en la obra y en el proceso mismo que le exige al artista.

En su libro Estética de lo performativo, Erika Fischer-Lichte explica que en lugar de obras, los artistas hacen cada vez más “acontecimientos” —conocido en inglés como happenings, una obra-acción en tiempo real que se considera arte— en los que no están involucrados solo ellos, sino también receptores, observadores, oyentes y espectadores. “Hay una forma de ‘ser gerundialmente’, en referencia al gerundio. Creo que lo performático tiene eso de ‘está pasando’, ‘estoy siendo’. De esa manera, la mirada está en todas partes; estoy mirando y como que no termino de mirar”, agrega Alegría.

Rememorar e interrumpir el tiempo

Alegría fue una de las artistas seleccionadas para participar de una clínica de arte de la Fundación Texo, bajo la guía de su director artístico, Fredi Casco, durante el verano de 2021/2022. “Para mí es parte de un proceso de investigación que trata de abordar algo muy grande e íntimo a la vez. Sentía que no era justo exponer material personal de alguien si yo no me exponía. Pero no podemos hablar de igualdades, porque son diferentes historias”, dice sobre el trabajo generado durante el proceso de este taller, que se convertiría en No escribas en las piedras.

Al buscar información sobre sus antepasados, se encontró con los archivos del CDyA. “El sistema de búsqueda es por asociación. En un momento se volvió muy experimental, pero tenía que hallar una metodología. Entonces empecé a llevar poemas míos e ingresar palabras que dieran cuenta de una porosidad: piel, pelo, ceja, pupila, uña, viento, pájaro, océano”, rememora. A medida que los documentos bajaban del sistema, aparecían “archivos de sentimiento”; de repente, un poema, algo que hablaba de intimidad. Muchos de los textos que encontró estaban intervenidos con tachaduras y subrayados, marcados probablemente por un ente externo al autor.

Los archivos de sentimiento, concepto de la autora Ann Cvetkovich, pueden ser poemas, cartas o materiales íntimos que producen las experiencias colectivas y singulares de las afectividades que ocurren en resistencia. Sostiene que es posible que los sentimientos pertenezcan a una nación, o a muchas, y son íntimos y públicos a la vez.

“Que mi obra esté expuesta, para mí, significa una invitación a la revisión. Es una historia que nos fue negada a todos, de esto no se habla en los colegios. Por eso creo que me expongo. Hallar estos archivos sensibles fue encontrarme con mi historia”.

Alegría González.

Los materiales que forman parte de la obra de Alegría son documentos registrados en el CDyA, archivos de la Policía Nacional sobre el tiempo en que estuvo vigente la dictadura de Alfredo Stroessner. Entre estos, se enfocó en los que tienen marcas o tachaduras: “Mientras más intervenidos estaban, a mí se me hacía más potable la deriva, se volvían performáticos. Pensaba: ‘¿Ignoro? ¿Paso de largo? ¿Le dedico una mirada?’”.

Fueron 34 las visitas que Alegría hizo al CDyA. Allí se enfrentó a una información ineludible: “Que mi obra esté expuesta, para mí, significa una invitación a la revisión. Es una historia que nos fue negada a todos, de esto no se habla en los colegios. Por eso creo que me expongo. Hallar estos archivos sensibles fue encontrarme con mi historia”. En uno de sus últimos pasos por el archivo, revisó el Informe de la Comisión de Verdad y Justicia luego de introducir al buscador la palabra “uñas”. Apareció repetidamente la ciudad de Paraguarí y su abuelo materno pasó mucho tiempo ahí en los 80.

Frente a la pantalla, la decisión estaba tomada: “Para mí era justo no saber todo, pero hay veces que la verdad empuja. También [me serviría] para ubicarme en todo, quién soy yo y qué busco. Volví a esa pregunta para ver cómo la llevaba a lo colectivo”.

Al revisar la lista de los 450 represores identificados por la Comisión de Verdad y Justicia, no encontró un nombre familiar, pero sí el apodo Aguara’i. Por un eterno momento, sintió el peso de ser la única persona que, en esa conjunción de espacio y tiempo, sabía quién estaba detrás de ese sobrenombre.

Y sintió también el peso de la decisión. “Le pedí permiso a Rosa Palau, coordinadora del Museo de la Justicia, para poner su nombre, que me pareció un gesto muy potente. Ahí pude entender la posición de desobediente”, dice Alegría.

No escribas en las piedras

Parte de su obra consta de la proyección de un videoensayo. “¿Qué de mis manos hay en tus manos?”, es la pregunta que se hace tangible. Alegría sabe que tiene también su altura y sus ojos, los de Aguara’i. “Hay cosas que se heredan, pero no todo. Creo que esa frase me acompaña siempre”, dice.

Su creación es el lugar desde el cual se permite el repudio y, al mismo tiempo, no despojarse del afecto que existe, innegablemente. “Estas personas no estaban locas ni enfermas. Eran obedientes, carismáticas y cariñosas, padres y abuelos, pero también torturadores”, dice mientras visualiza, también, el nombre de su bisabuelo en esa lista inmensa de victimarios, quien fuera jefe de Investigaciones antes de Pastor Coronel.

En su libro Aura latente, Ticio Escobar explica que “el arte no logra saldar la falta, pero sí hacer de sus síntomas principios activos de resignificación. No repara las fracturas y pérdidas de la historia, pero sí puede apoyar la búsqueda de nuevos sentidos habilitando la dimensión de lo posible”. El acercamiento y develamiento que Alegría ejercita con su obra navega por todo lo que significa traer el pasado al presente, también porque de alguna manera noes del todo pasado.

«El arte no logra saldar la falta, pero sí hacer de sus síntomas principios activos de resignificación. No repara las fracturas y pérdidas de la historia, pero sí puede apoyar la búsqueda de nuevos sentidos habilitando la dimensión de lo posible».

Fragmento de Aura latente, de Ticio Escobar.

La muestra invita a acercarse a este archivo de una manera lúdica, no convencional, con preguntas que se plantean desde la exploración. “Luego de la apertura de la exposición me tocó acompañar a una persona a los archivos. Había 800 documentos bajo el nombre de un familiar suyo. Todo este conjunto,este colectivo que dispersa a una familia, constituye un cuerpo. No es poca cosa, no son papeles nomás.Habla de una división, de control”, reflexiona. Alegría cree que se puede percibir mucho de lo que hizo el estronismo en el silencio que opera en las personas.

Más que simplemente acercarse a los archivos que expone, Alegría invita a que las personas se embarquen en su misma búsqueda, a plantearse “cómo acercarme a lo que es mío también. Porque ese lugar es público, de todos”. Espera que en el futuro sea posible hacer una antología con las voces que fueron confiscadas. Ticio Escobar considera que “articular históricamente el pasado” —como expresó el filósofo Walter Benjamin—, traerlo al presente y enfrentarlo al porvenir es una operación privilegiada del arte. No se vuelve sobre lo sucedido, sino se imagina lo que pudo haber acontecido.

La vida después de la vida

“¿Qué hacemos después del trauma?”, se pregunta la artista. Una invitación, de nuevo, a desdibujar las fronteras entre la obra y el espectador. “Por eso la hago inmersiva”, dice sobre su instalación y sigue: “Que te roce el papel, el número, el tachón, la herida. No centrarse tanto en el dolor sino en lo hermoso que es esto, sin romantizar el archivo. Es un juego de cintura”.

Alegría González sabe que su historia no es tan particular. Son 450 los nombres de los victimarios y, de ellos, solo nueve fueron condenados por la Justicia. El resto, impune.

Fredi Casco, autor y director artístico de Fundación Texo, cree que el factor incisivo de la propuesta se encuentra en la complejidad y delicadeza del tema, pues se habla del trauma de la dictadura desde una historia familiar: “Que aun así la obra tenga fuerza poética, que no se haya quedado en la pura denuncia o catarsis, es donde radica la fuerza del project room de Alegría”. Casco considera necesario mostrar al público y a la escena local que la producción crítica en el arte contemporáneo sigue viva y vigente en las nuevas generaciones: “Ver eso, exponerlo, es de vital importancia”.

“Que aun así la obra tenga fuerza poética, que no se haya quedado en la pura denuncia o catarsis, es donde radica la fuerza del project room de Alegría”.

Fredi Casco, director de Fundación Texo.

Si bien es imposible no encontrarse con el pasado en la obra de Alegría, cree que hablar del terror puede remitir a algo “de época”, pero que las mismas cosas siguen pasando. Al mirar atrás, reconocemos el presente: “Estamos hablando de algo actual, no de un pasado solamente. Eso es lo valioso. Y recién empieza. Definitivamente, cierra algo en mí, pero abre otras cosas en otras personas”.

Más adelante le gustaría hacer activaciones a partir de la obra. Una idea es trasladarla a espacios públicos y abordarla como un proyecto desde la experiencia colectiva.

No escribas en las piedras se encuentra expuesta y disponible al público de manera gratuita en la Fundación Texo, sobre Paraguarí 852 casi Fulgencio R. Moreno, de miércoles a sábados, de 16.00 a 20.00.

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