Una balada del artesano José Escobar
Su casa nos sorprende con rígidos pero vistosos papagayos de colores en la entrada, flores de especies indefinibles y hasta pequeñas bandas de músicos tallados. En este pedazo de tierra de la ciudad de Altos, José Escobar da forma a la madera del timbó desde hace décadas, una antigua tradición que se remonta a la época de la conquista de nuestro continente y que forma parte de las fiestas del Kamba Ra’anga.
Texto y fotos: Fernando Franceschelli.
La mañana apenas arranca y la temperatura es algo baja aun. Entre mates y el canto de aves, vuela acompasada la viruta de algún desdichado trozo de madera bajo los golpes del machete. A lo lejos se escucha también el cacarear de gallinas, el ladrido de muchos perros de dudoso pedigrí y el eventual rugir de algunos motores de vehículos que pasan por la ruta, frente a la casa.
Luna, la cachorra gris recién adoptada por la familia, busca amor en los pies de los visitantes y sobre todo de José Escobar (58), artesano que junto a su esposa y siete hijos, desde hace más de 30 años se dedica a tallar la raíz del timbó. Aunque el día se ofrece opaco, la luz abunda en esta zona serrana, a pocos metros de la entrada a la ciudad de Altos, y esa misma luz se filtra entre las plantas frutales del gran patio. Bajo un joven árbol de mango se desarrolla la magia.
Tras los pasos del golpeteo del machete
La historia de José con la talla de la raíz del timbó comenzó cuando todavía era mitâ’i. Él veía a su papá fabricar esas máscaras antes de cada festividad religiosa en que se usaban. En esa época se hacían para mantener la tradición y la técnica se transmitía solo entre hombres, de padres a hijos; este caso no fue la excepción: él aprendió la técnica y a los 12 o 13 años de edad comenzó a participar del proceso.
Cuando cumplió 20, ya en pareja con Nilda, su esposa, y en busca del sustento para una familia que crecía, comenzó a hacer máscaras y otras figuras para vender en Asunción.
Con la ayuda del arquitecto Óscar Rivas, llegó a hacer una exposición de sus obras en la capital. A esa muestra fueron artistas importantes de la época, incluso el recordado escultor Hermann Guggiari, con quien conversó bastante, recuerda un emocionado José, quien hoy tiene ya unos 38 años de experiencia en la talla, como lo atestiguan sus manos, llenas de cicatrices y texturas como las mismas raíces del árbol con que trabaja.
Los enredados caminos de la vida de nuestro protagonista lo llevaron a mudarse a la actual propiedad en la que vive y trabaja. Después de engendrar siete hijos, la necesidad de ganar el sustento llevó a José a dedicarse más que antes a la producción de estas piezas para venderlas a arquitectos, decoradores y comerciantes que usan sus obras en diferentes espacios y situaciones.
El alma del timbó renace
Para la fabricación de las máscaras se usan las raíces del timbó (Enterolobium contortisiliquum). José recolecta su materia prima de diversos lugares cercanos, cuando se tala algún ejemplar de esa especie. Las raíces que otros descartan son oro puro para él.
El material se acopia; sin embargo, se puede procesar incluso con más facilidad cuando está aún fresco, por la enorme cantidad de agua que almacena. Una de las ventajas de usar esta madera es que una vez seca es de sorprendente liviandad, lo que ayuda a usarla sobre el rostro, atada con un simple hilo que pasa por detrás de la cabeza.
El proceso inicia con la selección del tramo de raíz adecuado para lo que se pretende fabricar, lo que José hace con la pericia y velocidad que solo el tiempo enseña. Una vez elegida la pieza, comienzan los cortes perpendiculares que acotan las medidas generales de la máscara y después se procede al retiro de la corteza. Con golpes de machete comienzan a definirse las facciones generales del rostro y, por último, con herramientas más pequeñas, los últimos desbastes que terminarán la forma. En medio de ese proceso, el artesano se va probando sobre el rostro la máscara, para confirmar que la forma se adapta a quien la porte.
Las herramientas que usa son de una extensa colección de utensilios de corte. Desde una tradicional hacha para definir los tramos grandes de raíz, hasta un viejo serrucho o un taladro manual. Además, se utilizan machetes de diferentes tamaños, con puntas finas, redondas o cuadradas, que se adaptan a cada momento del proceso.
Por último, algún formón y pequeños cuchillos de formas indefinibles y filos que infunden pavor terminarán los detalles, las pequeñas perforaciones y el acabado general que irá conformando máscaras de rasgos exagerados, casi caricaturescos, o grotescos casi monstruosos. Después llegará el color o el pirograbado en la superficie.
La tradición performática del disfraz
Según el investigador Walter Díaz, el uso de las máscaras en fiestas religiosas, como por ejemplo el Kamba Ra’anga en honor a san Pedro y san Pablo en Altos, al igual que en otras festividades de nuestro país, está presente aquí desde la época de la conquista.
El festejo performativo en el que algunos participantes cambian u ocultan su identidad con máscaras o trajes de diversas características tiene que ver con la eterna lucha entre el bien y el mal o entre el espíritu y la materia. Se trata de la necesidad de representar esa dualidad que como humanos nos caracteriza en esa permanente búsqueda de la libertad, asegura el investigador.
Sin dudas, esas máscaras que José fabrica con maestría, que pueden ser antropomorfas, zoomorfas o representar a nuestros mitos como el Pombero o el Kurupi, son parte indispensable de nuestra cultura.
A pesar del poco reconocimiento y apoyo a los artesanos en nuestro país, por suerte José; su esposa, Nilda; y sus hijos José Gabriel, Guadalupe, Francisca, Jazmín, José de Jesús, Nilda y Alexia —quienes también lo acompañan en este oficio— continúan ofreciéndonos estas verdaderas joyas de timbó.
Para quienes deseen conseguir los productos de José, pueden contactar con él al teléfono (0971) 528-758 o a través de su perfil de Instagram @artesania_josé.escobar.
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