Un debate urgente
Si hay un mal del que Latinoamérica adolece es la inequidad social; que no es novedad, pero muchas veces el análisis se termina en la clase. En esta nota buscamos aproximarnos a una conversación sumamente necesaria de la mano de quienes realmente saben del tema.
Por Laura Ruiz Díaz. Fotografía: Fernando Franceschelli. Agradecimientos: Kamba Sapukái, Voces Negras.
La justicia social es un ideal pocas veces alcanzado y un objeto de estudio dentro de la sociología. Se tienen muy en cuenta las desventajas experimentadas por los grupos vulnerabilizados por razones de raza y capacidad económica, pero pocas veces se pone foco en que esta inequidad, en realidad, atribuye privilegios a las personas que formaron parte, históricamente, de los grupos dominantes. En el caso que nos ocupa, las personas de tez blanca.
La investigadora estadounidense Peggy McIntosh define el privilegio blanco como “(…) una mochila invisible, llena de mapas, compases y otros valiosos recursos que solo las personas blancas poseen”. El estudio denominado El “privilegio de los blancos”: otra fuerza de dominación social de las clases privilegiadas, realizado por Fabricio E. Balcazar, Luciano Berardi y Tina Taylor-Ritzler, hace un repaso de cómo funciona en Latinoamérica. Lo primero a considerar tiene que ver con el proceso de “conquista” o, mejor dicho, invasión española.
“Desde el primer momento en que los blancos pisaron el suelo americano, vieron con desprecio a los nativos. Nosotros heredamos un complejo de inferioridad pues lo autóctono y lo indígena siempre fueron considerados por los invasores como inferiores a lo europeo”, plantea el texto. A este fenómeno se le agrega que, luego de diezmar las poblaciones locales en los espacios de trabajo forzado, también trajeron a personas esclavizadas, secuestradas y mantenidas en contra de su voluntad en condiciones sumamente degradantes.
Aunque la esclavitud y el proceso de encomienda fueron abolidos, el abuso y la inequidad perduraron. Nuestra herencia es una jerarquía social que beneficia a los más privilegiados e impide con muchos dispositivos cualquier intento de transformación. Según los investigadores Hopenhayn y Bello, esta historia de exclusión y dominación en América Latina ha llevado a los pueblos indígenas, afrolatinos y afrocaribeños a presentar los peores indicadores económicos y sociales, con muy escaso reconocimiento cultural y poder político. Estos grupos tienen niveles muy inferiores de acceso a la salud, la educación, el empleo y la justicia.
Estos estudios nos sirven para hacer una breve aproximación teórica a cómo se da el racismo y se enquista en nuestras sociedades. Para conversar con más profundidad sobre cómo funciona este sistema en Paraguay, invitamos a Alma Areco, artista, socióloga, activista y defensora de los derechos de personas afroparaguayas; y a Marta Mondrian, actriz, escritora, poeta, artista visual y activista afrofeminista.
¿Cuáles son las cuestiones más frecuentes que la comunidad afroparaguaya enfrenta?
Marta Mondrian (MM): – En el país se dio una construcción histórica de la paraguayidad que excluye lo diverso y trata de unificar; justamente hubo un borrado y una invisibilización de nuestra existencia. Existen pruebas de que había personas esclavizadas en Paraguay ya durante la colonia. Incluso después, en los primeros años de la patria, se crearon leyes que amparaban a afrodescendientes, como la libertad de vientres, que abolía la esclavitud desde cierto momento en la época de Francia. Estas normativas existían porque había una gran población esclavizada, que es parte de la historia que no se narra.
El país también fue construido con mano de obra esclava. Tuvo su cuota de seguir las pautas coloniales de castas raciales. Ese borrado histórico después se proyecta en otras cosas como falta de oportunidades y exclusión.
Otro ejemplo de cómo se construye sentido es con la construcción que se hizo durante la Guerra de la Triple Alianza, donde el enemigo era brasileño y el brasileño era negro, o [la narrativa de] que los afrodescendientes vinieron con Artigas.
Estamos hablando de una diferencia que se hace en la idea del mestizo como el paraguayo real y, después, toda la diversidad que realmente existe en el país se borra detrás de esa única identidad que se construyó históricamente.
Alma Areco (AA): – Acabamos de cumplir un año desde la aprobación de la ley n.º 6940, que reconoce a la población afroparaguaya, y el racismo como una forma de violencia hacia la misma. Sin embargo, en Paraguay, en 2022, un mes antes de que se realizara el Censo Nacional, se sacó la variante de la población afrodescendiente.
Nos encontramos en un momento histórico donde el mismo Estado que ha borrado sistémicamente a la población negra en Paraguay está en la contradicción constante de buscar una inclusión para la población pero, a la vez, no trabaja las carencias más graves que atañen a la comunidad.
¿La situación empeora al tratarse de mujeres? ¿Podrían contarnos un poco sobre cómo se traduce en la vida cotidiana?
MM: – Podemos decir que estas opresiones se suman y hacen que la experiencia o la posibilidad de ser discriminadas por ser mujer, aumenten. En la medida que pertenece a grupos vulnerabilizados, la persona es excluida de espacios de poder o de oportunidades laborales y estudiantiles.
Y eso repercute en la vida cotidiana, claramente. Hay casos de personas negras o indígenas a las que se les niega hasta el uso de baños o espacios públicos o privados, como bares, discotecas y restaurantes, con la excusa de que “no vas a saber usar” o que “no pertenecés”. Además de la presión estética: se asocia la apariencia de las mujeres racializadas con lo feo, lo reprochable, algo que no se quiere ser.
Otro caso que sucede muy seguido en los centros comerciales es llamar la atención de los guardias solo por el color de piel o por cómo te ves. Un personal de seguridad no va a perseguir a una persona blanca, pero sí lo hará con alguien racializado. Así, los distintos tipos de exclusiones se van juntando y hacen que la experiencia personal sea mucho más precaria, violenta. Esto se puede traducir en una menor calidad de vida, deterioro de la salud mental y falta de acceso a derechos básicos.
¿Cómo definirían el privilegio blanco en nuestro contexto?
AA: – Una forma simple de entender cómo se ve el privilegio blanco en Paraguay es pensar cómo se ven aquellas familias y grupos que poseen las mayores riquezas en nuestro país; son personas blancas, muchas de ellas con apellidos en alemán, español, francés, portugués y podríamos seguir. Y esa es solo la punta del iceberg dentro del sistema de la supremacía blanca. Basta con mirar los diferentes medios de comunicación y sintonizar los canales nacionales para ver y escuchar cómo las personas blancas son quienes siempre están en todos los espacios. Aplica también para reflexionar cuál es el color más frecuente dentro del Estado y sus gabinetes.
Como artista no puedo dejar de mencionar que también en el arte existe ese mismo patrón de privilegios. No es coincidencia que las propuestas de mayor alcance sean las de tez blanca. En exposiciones plásticas, festivales de música y obras de teatro, la mayoría sigue siendo blanca.
Si bien existimos artistas kambás, negros e indígenas, la participación y la visibilidad nunca es la misma. Hacer arte en Paraguay en sí es un desafío enorme por la falta de herramientas y oportunidades, pero la situación recrudece cuando se trata de artistas racializados que están preocupados por qué comer hoy.
¿Han experimentado resistencia o rechazo al hablar sobre el privilegio blanco en Paraguay? Si es así, ¿cómo han abordado estas situaciones?
AA: – Las personas que nos posicionamos dentro del antirracismo frecuentemente nos encontramos con el rechazo de parte de personas blancas que se sienten directamente interpeladas por los cuestionamientos que planteamos. Una de las respuestas que más escuchamos es que “en Paraguay somos mestizos”, frase que funciona como un paraguas para decir que todas las personas estamos mezcladas racialmente. Sin embargo, lo que este discurso reproduce es que no hay diferencias raciales en nuestra sociedad, algo que claramente existe.
MM: – Totalmente. Dentro de todo ese entramado de poder y de lucha de poderes normalmente las personas que hablan y rompen el silencio sobre estas cuestiones son vistas como problemáticas o que crean un conflicto. A veces no se identifica que existe el racismo y se piensa que eso solo pasa en Estados Unidos, o que para ser racista tenés que ser violento físicamente. También desde la broma estás infringiendo ese daño y sosteniendo ese discurso.
¿Cómo podemos, como sociedad, ser antirracistas?
MM: – Saber nomás y reconocer no es suficiente. Hay pequeñas acciones que cada uno puede hacer para ser activamente antirracista, como estar en un grupo de amigos y llamar la atención ante comentarios racistas. Es necesario buscar ese diálogo, educar y educarnos en este tema, hacer las preguntas incómodas para deconstruir esos discursos.
Paraguay tiene una deuda histórica con personas negras e indígenas, y sería muy interesante que existan becas [para ellas] o acercar los servicios públicos a las comunidades. Y para eso se necesitan datos, por eso es tan importante el censo del que hablaba Alma.
AA: – Debemos comprometernos con nuestra propia autoeducación, cada persona tiene que hacerse responsable de que aprendimos a reproducir este sistema, del que todos somos parte; por ende, la tarea empieza con uno mismo.
Además, es importante escuchar a las personas que están denunciando públicamente situaciones de racismo, porque son cuestiones que pasan todos los días, y aunque nadie lo cuente o no se muestra frecuentemente en los medios, están cobrando vidas.
Más visibilidad
El 23 de setiembre se celebra el Día de la Cultura Afroparaguaya, para promover y visibilizar a la comunidad kambá local, pero también es un momento para posicionar las problemáticas en torno a la racialidad, la identidad negra y la comunidad afrodescendiente en su diversidad.
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