Arte político de una realidad deforme
El pintor y escultor Fidel Fernández cree que la expresión artística está siempre ligada tanto al contexto social como a la política y, por ende, el arte llama a asumir una postura. En esta línea, sus pinturas satíricas de paisajes cotidianos, así como sus esculturas en tacurú acerca de la dictadura estronista, materializan en su obra la inquebrantable voluntad de reflexionar acerca de una sociedad que se deforma por la corrupción. Desde Pausa, conversamos con él acerca de su formación autodidacta y su intención de aportar a un registro histórico del país en la memoria colectiva.
Por Belén Cuevas Trinidad. Fotografía: Fernando Franceschelli.
Nació en Ñeembucú, pero la vida llevó al artista Fidel Fernández a Paraguarí, Carapeguá y Asunción. Finalmente se asentó en el Chaco para desarrollar su potencial artístico, específicamente en Benjamín Aceval, de departamento Presidente Hayes. El intento por definir su trabajo nos lleva a hablar de la sátira casi inevitablemente, pero, mucho antes de llegar a ella, su recorrido expresivo comenzó en los dibujos que hacía en sus ratos libres del colegio.
Aunque le hubiera gustado, al terminar la educación media no pudo seguir una carrera universitaria relacionada con el arte por motivos económicos. En cambio, en aquel entonces se mudó a Asunción para trabajar en un supermercado. De este periodo, Fidel destaca que tuvo más oportunidades de cultivar su gusto por la lectura.
Este hábito construyó una nueva forma de codificar su visión del mundo porque en los libros encontró la paraguayidad, el tradicionalismo y las injusticias que observó en las calles y que luego plasmó en sus obras. Del plano nacional, le atraparon los relatos de Augusto Roa Bastos, Gabriel Casaccia, Helio Vera y Mario Halley Mora; el libro Cuentos, microcuentos y anticuentos, de este último, inspiró el nombre de la primera exposición de Fidel: Historia y antihistoria, en el 2009. “Hasta ese momento, dibujaba cosas de un muchacho joven, como autos, pero desde que me dediqué a leer, empecé a tener un enfoque más figurativo y fui entablando una línea de obra, un guión artístico sobre escenas sociales”, relata.
Su estadía en Asunción duró dos años, y si bien intentó acomodar sus horarios para estudiar en el Instituto de Bellas Artes, la rigidez laboral logró frenarlo, aunque no cercenó sus ganas de crear. De hecho, aquel tiempo le sirvió para comprender dos cosas: en primer lugar, existía en él una voluntad irrefrenable de pulir sus aptitudes para la pintura de forma autodidacta. En segundo, el caos citadino no era para él.
Fue entonces cuando decidió mudarse a Benjamín Aceval, a 50 km de Asunción, lugar ideal para seguir creando, rodeado de naturaleza y paisajes tranquilos que le abren la posibilidad de autoexplorarse. “Busqué trabajos temporales, albañilería por ejemplo, ya que cuando llovía, podía seguir leyendo y dedicarme a la pintura”, relata.
Allí, las paredes de su casa se llenaron del fruto de su práctica autogestionada. “Como soy autodidacta, el empirismo es la fuente principal para mi desarrollo como artista. Entonces, participaba de todos los concursos posibles”, puntualiza Fidel.
“Busqué trabajos temporales, albañilería por ejemplo, ya que cuando llovía, podía seguir leyendo y dedicarme a la pintura”
De esta manera, en 2009 llegó al certamen Inmigración y Cultura en un Mundo Globalizado, organizado por la Secretaría de Cultura y la Organización de Estados Iberoamericanos, en el cual concursó con un cuadro denominado Camino seguro, que lo llevó a formar parte del catálogo Artistas en movimiento. El premio, además, consistía en participar de un circuito cultural en España para recorrer puntos clave de Madrid, Toledo y Sevilla.
El artista recuerda este certamen con especial cariño porque, como parte de la agenda cultural, tuvo la posibilidad de visitar el Museo del Prado y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, dos lugares que le sirvieron como empujón para animarse a explorar otros lenguajes. “Volví con la idea de implementar cosas nuevas e intentar expandir mi creatividad sin importar tanto la técnica, porque el concepto de arte, para mí, es total; tiene que ver con todas las emociones que uno pueda generar, en una obra que te mueva, a través de cualquier material”, afirma.
Escultura en tacurú
Fidel también es conocido por sus esculturas, hechas de una materia prima inusual. Luego de su paso por España, conectó sus ganas de potenciar sus habilidades con un vigilante silencioso de las tardes de campo: el tacurú o termitero. En este elemento vio una oportunidad de esculpir rostros, extremidades y personas completas.
“Cuando era chico sacaba ese material para alimentar a los pollitos. Así que ya lo conocía por dentro, entendía su textura. Después todo fue experimentación”, narra. Las termitas usan tierra colorada porque es más pegajosa y, al secarse, es difícil de romper, detalla. De allí se intuyen las razones de su uso en albañilería, por ejemplo.
Tal como a sus cuadros, las manos de Fidel imprimen la sátira en estas obras; para lograr el efecto, deforman los cuerpos y rostros porque sus creaciones no están destinadas al realismo, sino a las ideas de corrupción e injusticia.
Desde hace más de una década, los termiteros se volvieron el sello característico de sus esculturas. Como material, las posibilidades expresivas que le ofrecen son amplias porque la porosidad y la consistencia arenosa dan a sus obras un carácter de por sí abstracto, distorsionado. Tal como a sus cuadros, las manos de Fidel imprimen la sátira en estas obras; para lograr el efecto, deforman los cuerpos y rostros porque sus creaciones no están destinadas al realismo, sino a las ideas de corrupción e injusticia.
Por eso elige ese material para representar la dictadura estronista. Dos esculturas a las que le tiene mucho afecto son las que dedicó a Sabino Augusto Montanaro y Alfredo Stroessner, por el impacto visual que tienen ambas en los espectadores.
Precisamente, la obra El vuelo es un conjunto escultórico hecho con tacurú, que ganó el premio Open Borders de la edición 2023 de Oxígeno Feria de Arte, con lo que obtuvo una residencia artística de un mes en Italia. Su trabajo más reciente no solo involucró un ejercicio de memoria histórica, sino que también representó un desafío simbólico y técnico para el artista.
La pieza en cuestión busca encarnar la crudeza del Plan Cóndor, una campaña de represión antidisidencia internacional avalada por Estados Unidos y las dictaduras latinoamericanas del siglo XX, entre las que se encontraba la de Alfredo Stroessner, que es responsable de la desaparición de cientos de paraguayos. Piernas desde las rodillas para abajo, manos atadas, cuerdas y más cuerdas son los elementos que Fidel esculpió en los tacurúes para representar los momentos finales de los presos políticos que desaparecieron en el contexto de los llamados “vuelos de la muerte”.
La necesidad de sentar postura
Para Fidel es imposible separar la creación artística de la opinión política. Tanto sus pinturas como sus esculturas comparten el deseo de incomodar, de hincar la piel de quien les pose sus ojos encima. “Yo creo que las obras en sí tienen que ser accesibles para todos. Podés hacer algo simple pero profundo a la vez o generar una dualidad de mensajes para que uno sea mucho más digerible y también haya la posibilidad de buscarle la vuelta filosófica a la tristeza, la fealdad o la injusticia”, cuenta.
Desde su óptica, la labor artística representa la oportunidad —o la necesidad— de tomar partida en asuntos nacionales, sociales y de derechos humanos. “Siempre hay un sector de la población que trato de representar, aquel con más inconvenientes, menos oportunidades”, detalla Fidel. Y con cada pincelada, subraya situaciones impactantes de inequidad que, por su cotidianidad, se normalizaron ante nuestros ojos, como la corrupción política, la violencia intrafamiliar y la explotación laboral.
“Siempre hay un sector de la población que trato de representar, aquel con más inconvenientes, menos oportunidades”
Por esta razón, utiliza la lectura como base para cualquiera de sus obras ya que, a diferencia de los materiales audiovisuales o fotográficos, los relatos son más abstractos e intangibles, y dan lugar a su propia interpretación. “La pintura es como la escritura. Uno se da licencias de pasar más allá de todo, de incomodar y molestar. Creo que esa es la base para algo genuino y sincero: no tener autocensura”, expresa.
La estética de sus cuadros, sin embargo, bebe de una atenta observación de la realidad. “Hay elementos que me llaman la atención y los utilizo, no como obra independiente, sino como parte de una más grande. Son interpretaciones de escenas cotidianas, por eso construyo mis personajes de forma caricaturesca”, confiesa. Este ejercicio apreciativo en el que percibe la vida como una especie de rompecabezas lo ayuda a crear una opinión crítica y firme con relación a lo que ocurre a su alrededor.
Ahora bien, sus cuadros no pretenden ser una ventana a la realidad o una copia estéticamente fiel de la misma, sino que representan la distorsión moral y política. De ahí las extremidades alargadas, los torsos pequeños y las facciones desencajadas: “Siempre son personajes en posiciones extrañas, agachados o encorvados, trato de no ponerlos rectos porque deseo crear la sensación de que están en movimiento y que, dentro de la escena, los congelé”.
De ahí que la deformidad se convierta en un eje importante para comprender o interpretar lo que ocurre en las escenas que pinta. Aquella distorsión corporal, el desorden de los elementos y la sensación de ruido que se desprende del lienzo mudo son un conjunto que, sin quererlo, captura emociones comunes de un pueblo.
De esta visión del mundo emana el anhelo de no permanecer indiferente, de generar una oportunidad de reflexión. Por ello, una de sus metas es participar de exposiciones en el extranjero, especialmente América Latina, con la doble función de comunicar su visión del acontecer nacional y generar opinión acerca de las problemáticas comunes que nos atraviesan.
“Ocupar espacios en el arte es una forma de afianzar lo que yo creo y pienso acerca de determinados momentos de la vida histórica paraguaya. Soy de proponer algo con la idea de que mueva a la gente a sentar postura, más allá de que estén de acuerdo conmigo o no”, opina.
“Ocupar espacios en el arte es una forma de afianzar lo que yo creo y pienso acerca de determinados momentos de la vida histórica paraguaya. Soy de proponer algo con la idea de que mueva a la gente a sentar postura, más allá de que estén de acuerdo conmigo o no”
Aunque hace varios años se consideraba un soñador, hoy se siente un poco más pesimista con relación al panorama, pues percibe que su misión como artista se limita a recuperar eventos históricos. Reflexiona: “Hay cosas que son difíciles de modificar por completo o erradicar, al menos en el futuro cercano, entonces nos queda tomar una opinión, mostrar una base de pensamiento para lo que estamos haciendo”.
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