Diálogos con docentes rurales
“La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Para esta nota, tomamos prestada esta cita del maestro Paulo Freire y, antes del Día del Maestro, el equipo de Pausa viajó 315 kilómetros en dirección a Colonia Barbero, en el departamento de San Pedro. Allí nos recibieron los profesores María Elvira González, Sebastián Mieres y Antonio Brassel para contarnos su experiencia. Además, complementamos con la perspectiva de la licenciada en Sociología Ana Portillo.
Por Laura Ruiz Díaz. Dirección de arte: Gabriela García Doldan. Dirección de producción: Bethania Achón. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Fernando Franceschelli.
Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares Continua (EPHC) 2022 del Instituto Nacional de Estadística (INE), en Paraguay existen alrededor de 119.000 personas que tienen como ocupación principal la docencia en todos los niveles de la educación formal. Según este mismo estudio, la gran mayoría es de sexo femenino (el 74,1 % representa a las mujeres y el 25,9 %, a los hombres). En áreas urbanas se encuentran aproximadamente 92.000 y en áreas rurales, alrededor de 27.000.
Este mes, un par de videos inundaron las redes sociales. En ellos, dos jóvenes sampedranas, sin conocerse, interpelaban a las autoridades por la desidia que se ve reflejada en las instalaciones edilicias de sus instituciones escolares. Fisuras en las paredes, pupitres en mal estado, falta de ventiladores, baños en malas condiciones… y estas son solo algunas de las problemáticas que viven en las escuelas “del fondo”, como dice una de ellas. Estos también son los espacios donde cumplen sus funciones miles de docentes.
Y si bien la infraestructura es solo una parte de los aspectos que hacen a la educación, es una imagen que permite identificar de forma bastante precisa el valor que quienes hacen las políticas públicas le otorgan a esta área, tan relevante para el futuro del país.
En Paraguay, los educadores cumplen con un rol histórico, sobre todo quienes desarrollan su profesión en comunidades rurales. Y a ellos hoy rendimos homenaje. En Colonia Barbero, San Pedro, nos recibieron la profesora María Elvira González y el profesor ya jubilado Sebastián Mieres para contarnos sobre su experiencia. Además, complementamos con la perspectiva de Antonio Brassel, docente y director del Colegio Nacional Andrés Barbero, y con el análisis de la licenciada en Sociología Ana Portillo.
Acompáñennos en este viaje que nos obliga a mirar el presente para imaginar un futuro mejor para la educación. Esperamos que disfrutes tanto de leer estas páginas como nosotros de escribirlas.
El sueño de toda la vida
María Elvira González eligió su camino en cuarto grado. “Tomé la iniciativa de mi querida profesora Graciela González, que en paz descanse”, recuerda. De jugar a la maestra y copiar la tarea en la pizarra pasó a estudiar el profesorado de Lengua y Literatura Castellana en el Instituto Superior de Educación Dr. Raúl Peña, ahora Inaes, en Asunción. Al finalizar sus estudios volvió a San Pedro, Colonia Barbero, junto con sus padres, pese a que tenía la opción de quedarse más tiempo para completar una licenciatura. “Los del interior somos muy apegados a nuestra gente, no podía dejarles”, dice.
Cuando regresó, se enfrentó con una realidad que no esperaba: trabajo había, pero no para ella. “El primer año, al volver de Asunción, tuve problemas para empezar porque intervenían muchos factores, como la política partidaria”, cuenta. Entonces, durante un tiempo cumplió tareas ad honorem. “Tenía que irme incluso a pie o en bicicleta, o me quedaba en casa ajena; andaba de aquí para allá. Hoy tengo dos décadas de servicio ya en educación”, remarca a sus 42 años.
María Elvira entiende el rol de los educadores como algo que va más allá de enseñar a leer, escribir o analizar una oración. Agrega, mientras señala el aula del tercer curso: “Yo, por ejemplo, aquí tengo 35 alumnos. Cuando entro ya noto si alguien está triste o no se siente bien. Somos docentes 24 horas y muchas veces esto interfiere con nuestra propia familia, nuestros hijos. Pero también somos una segunda mamá”.
“Para mí es un gusto enseñar”, dice, con los ojos empañados de recuerdos que de a poco fue compartiendo y no nos alcanzan las páginas para contar. “La docencia es muy altruista, una ama mucho a sus alumnos. Yo les quiero como si fueran mis propios hijos y entonces todo lo que ellos pasan también lo siento en el alma”, describe. Y agrega: “A veces, ellos traen grietas en su corazón y desde nuestro lugar es parte del trabajo diario intentar remediarlo, con mucho amor”.
Además de su labor al frente del aula, María Elvira tiene distintas ocupaciones comunitarias. El apoyo escolar es una de ellas, ya que sus vecinos y vecinas se acercan para pedir ayuda con alfabetización o lectoescritura. Además, es catequista en la iglesia. Las tareas domésticas, para una maestra rural, no son poca cosa. Ella las conjuga con el cuidado de los animales y la chacra. “Ese también es un trabajo y más con la situación económica actual; es una gran ayuda”, agrega.
Para ella, y para todos los docentes con quienes conversamos, es una gran alegría cuando uno de sus alumnos busca superarse. “Lo que siempre espero es ver crecer a los jóvenes, para que ayuden a su comunidad, a su distrito, a su país. Que salgan también adelante para que puedan tener bien a su familia”, cuenta. Muchos son profesionales y ese es un orgullo que ella ostenta.
“Qué lindo sería que nuestro país dé las oportunidades para que hagan lo que sueñan, que el Gobierno invierta en educación”, afirma esperanzada. Y agrega: “Qué maravilloso sería tener aquí la filial de una universidad pública donde los alumnos vayan sin necesidad de dejar su casa. Estoy segura de que esa facultad va a estar repleta de jóvenes”. Su sueño no se queda ahí. También reconoce la necesidad de colegios técnicos para que los alumnos tengan un oficio y se dediquen al trabajo que les interese.
Además hay sueños chiquitos, que ya deberían ser su realidad, como ventiladores en el aula o libros para enseñar su materia. “Cuanto más ignorantes somos, el país se atrasa, y cuanto más leemos, nos educamos, el país sale adelante”, afirma. Para ella, es importante resaltar que muchos de los estudiantes “del fondo” o “del interior” son capaces y se convierten en grandes profesionales al terminar el colegio. “No importa que sea un aula rural, lo que importa es el interés de cada alumno”, remarca.
El día a día
Todos los días, Antonio Brassel se despierta temprano y se prepara para el inicio de su jornada laboral. “Nosotros somos prácticamente ‘maestros taxi’, enseñamos hasta cierta hora en una institución, después tenemos que pasar a otra. Hay que llegar a hora y a veces uno no comparte ni con su familia”, describe. El camino, 52 kilómetros de tierra colorada, tampoco ayuda cuando hay mal tiempo. “Pero para eso uno se compromete a ser docente. El compromiso es con la enseñanza y la comunidad, por darte una oportunidad de enseñar”, afirma con convicción.
Brassel es educador y director del Colegio Nacional Andrés Barbero, tristemente célebre por las denuncias de abandono estatal. La institución fue tomada durante las últimas manifestaciones de los estudiantes, acompañados de los padres y toda la comunidad educativa. Las exigencias tienen que ver con la conclusión del aula que figura como terminada en los informes de la Gobernación, refacción de las deterioradas salas de clase, mejoras en las vías de acceso, provisión de mobiliarios y la lista sigue.
«Trabajamos en la precariedad, pero, de igual manera, con todo el corazón por la educación de la juventud y por nuestro Paraguay. Hacemos lo posible y hasta lo imposible»
Antionio Brassel, educador rural y director del Colegio Nacional Andrés Barbero.
Muchos de quienes hoy trabajan en la institución que él gestiona fueron formados allí mismo, en esa escuela. “Es un apostolado. Cuando uno enseña, conoce lo que es la realidad, la palpa día a día”, cuenta. Hoy, estos profesores son su orgullo, pero también los jóvenes que exigen sus derechos, garantizados en la Constitución Nacional.
“Los jóvenes son el futuro del país. Tenemos un potencial muy hermoso, nuestros estudiantes conocen sus derechos y les inculcamos valores fundamentales”, expresa. Y agrega, con contundencia: “Trabajamos en la precariedad, pero, de igual manera, con todo el corazón por la educación de la juventud y por nuestro Paraguay. Hacemos lo posible y hasta lo imposible”.
El pionero
Sebastián Mieres Burgos es oriundo de la ciudad de San Pedro y se afincó hace 30 años en la compañía Moreira Rugua, Colonia Barbero. Él es “maestro profesor”, como dice, con 26 años de docencia en su haber. Culminó el profesorado en Educación Primaria en 1985 y, posteriormente, estudió Lengua Castellana y Guaraní; además, se especializó en Gestión y Administración de Centros Educativos.
También fue director por 18 años en la escuela y 12 en el colegio, que él mismo fundó. “El Liceo Privado Moreira Rugua inició en 1983, luego pasó a ser subvencionado con un rubro de dirección, secretaría y 100 horas cátedra que nos repartimos”, recuerda. Esa institución recién pasó a ser responsabilidad del Estado en 1994, hace tres décadas. El bachillerato, que también fue una gestión de Mieres, llegó en el 96.
Hoy, el Colegio Nacional Moreira Rugua alberga alrededor de 70 estudiantes de la zona, pero solía ser el único en 20 kilómetros a la redonda. “Antes había menos instituciones por acá. No funcionaba todavía el colegio de Andrés Barbero ni el de Fondo Rugua, nosotros éramos los únicos, los chicos venían de todas partes”, relata Sebastián. Un año, egresaron 36 estudiantes.
Una de las grandes dificultades para crear escuelas era la escasez de docentes con título habilitante, que no abundaban en la zona. Esta situación cambió de a poco gracias a la labor sostenida de la comunidad educativa: egresados del Colegio Nacional Moreira Rugua luego decidieron dedicarse a enseñar. “Hay muchísimos profesionales que salieron de esta institución”, nos cuenta, con una sonrisa y una voz satisfecha que refleja el sano orgullo del trabajo bien hecho. “Tenemos médicos, abogados, oficiales de policía, profesores y egresados de muchas carreras”, remarca.
Si bien Sebastián se encuentra jubilado desde hace 11 años, sigue compenetrado con la labor docente a través de su esposa, que también enseña en varios colegios de la zona. La realidad es que la situación no cambió mucho: “Es un trabajo mal remunerado, que no termina a las 5.00 de la tarde. Se trae mucho trabajo a la casa, que se hace a la noche, los feriados, los domingos; incluso involucra a los familiares”, nos comparte.
“Anteriormente el profesor era, en la comunidad, profesor, escribano, juez, sacerdote… hacía de todo”, recuerda. “Si se iba a vender por ahí alguna cosa, venían a la escuela a mandar a hacer un papel, un pequeño documento. Por eso digo que fungimos hasta de escribanos. Estamos hablando de fines de los 80, principios de los 90”, detalla. En ese momento había una gran mayoría no alfabetizada, que él nota que ya cambió.
“Un juez jamás va a venir en vacaciones a limpiar su oficina, limpiar el patio del Juzgado o sacar de su salario para contratar a alguien que lo haga. Los docentes sí»
Sebastián Mieres, docente jubilado y ex director del Colegio Nacional Moreira Rugua, uno de los primeros de la zona de Colonia Barbero.
“Un juez jamás va a venir en vacaciones a limpiar su oficina, limpiar el patio del Juzgado o sacar de su salario para contratar a alguien que lo haga. Los docentes sí”, compara. Y este es el pie que nos da para hablar de cómo los profesores sostienen, gestionan e incluso solventan en muchos casos los gastos del “hogar escolar”, porque, como dice Sebastián, “la escuela es nuestra segunda casa”.
Las instituciones rurales sufren de muchísimas carencias. Hoy, el Colegio Nacional Moreira Rugua tiene vidrios rotos, fisuras edilicias y goteras. “Lastimosamente la autoridad del momento no ve eso como una necesidad urgente que debe atenderse, porque sin educación un país no avanza”, remarca Sebastián.
Él identifica los reclamos de los colegios de la zona como un “último recurso”. “Siempre se hacen las quejas por los canales correspondientes, pero nunca son escuchados”, remarca y sigue: “Ya vieron cómo los diferentes parlamentarios, el ministro de Economía e incluso el presidente de la República trataron de menospreciar, subvalorar o desconocer lo que hacen los jóvenes estudiantes. Son formas de no reconocer el rol que ocupan como autoridades, tratar de remar en contra de los deseos del pueblo”. La toma del Colegio Nacional Andrés Barbero estuvo acompañada por toda la comunidad.
A nivel nacional
Las y los educadores rurales en Paraguay enfrentan una serie de desafíos relacionados con expectativas de género, condiciones laborales, bienestar, participación en la toma de decisiones y sus propios liderazgos comunitarios. Para analizar estos factores conversamos con Ana Portillo, licenciada en Sociología con estudios enfocados en la educación. Además, fue docente en Educación Escolar Básica y colegios secundarios.
La especialista nos ofrece un panorama general sobre la docencia rural. “Las maestras son mucho más que educadoras, son gestoras comunitarias de un montón de carencias en esas comunidades por la falta de llegada del Estado. Ellas deben ejercer como trabajadoras sociales, enfermeras, psicólogas, mediadoras de conflictos, gestoras de burocracias…”, comienza a explicar.
En palabras de Portillo, en el ámbito rural, los docentes conservan aún mucho prestigio, son actores importantes en las mesas de trabajo y de decisión a nivel local. Ejercen (generalmente) otros roles y cargos públicos, suelen ser miembros de las juntas de saneamiento, concejales, conforman las comisiones vecinales y son interlocutores ante las instancias regionales y nacionales. “Conocen la realidad y los problemas de las familias a través de los estudiantes y tienen el rol de mediadores en ciertos conflictos”, aclara.
“La falta de servicios públicos implica una sobrecarga de tareas para las maestras rurales”, afirma la socióloga. Claro que esto varía según donde estén y el nivel de organización que haya: “Hay lugares con mayor bienestar tanto para sus docentes como para sus miembros en general. En términos de un estilo de vida que conserva prácticas más saludables que la ciudad, las personas se conocen, hay redes de solidaridad, se conversan los problemas colectivamente, hay tiempo de compartir”. Y agrega: “En lo rural también hay contextos y realidades heterogéneos. Existen comunidades en mejor estado que la ciudad, pero otras muy destrozadas por el destierro, la violencia del agronegocio o el narcotráfico, y esas realidades intervienen en el clima laboral escolar”.
Como en muchas áreas, faltan datos claros sobre las verdaderas condiciones laborales de los docentes, más aún en comunidades rurales. “En general se tiende más a culpar a los educadores que a interiorizarse en sus condiciones y dignificar la profesión”, identifica Portillo. “Cuando la familia no puede contener o ser un ambiente saludable, el siguiente eslabón es la escuela, y la siguiente adulta referente es la maestra, por eso es que sobre nosotras cae mucha presión emocional. Hay que lidiar con situaciones que nos exceden, pero también nos responsabilizan”, sostiene.
Una problemática que identifican es la de los “docentes taxi”, realidad generalmente pensada desde lo urbano que se repite en entornos rurales, profundizada por los kilómetros de distancia y la dificultad en el acceso. “Las distancias también son un desgaste porque implican mayor gasto de bolsillo (combustible, mantenimiento, pasajes) y, por otro lado, mayor exposición a acoso y violencia en el trayecto”, explica Portillo.
Con todo esto, la profesión es más respetada en el campo que en la ciudad. Además de su trabajo diario, y como nos explicaron nuestros entrevistados de este domingo, los docentes rurales suelen ser líderes comunitarios que intervienen en las gestiones y decisiones. “Pero también persisten tradiciones y lógicas muy patriarcales y adultocéntricas, y la participación de las educadoras está supeditada a su edad, a si son o no madres, a su posición político partidaria”, sostiene.
“El Ministerio de Educación es una institución que trabaja su formación ‘en cascada’, de arriba abajo: la mayoría de las capacitaciones y reuniones se hacen en las capitales departamentales, lejos de las comunidades locales”, comenta la especialista. Además, mucho de lo conversado en estos espacios no es considerado en la aplicación de políticas públicas a nivel nacional. Para cambiar esta realidad, es necesario pensar en más mecanismos de participación del cuerpo docente y las comunidades educativas.
Pero la realidad es que los educadores no están solos, mucho menos en el ámbito rural. “Las redes [comunitarias, profesionales, sindicales] y todo tipo de organización son la primera y a veces única contención. Permiten identificar problemas comunes y debatir soluciones, además de organizarse para ejercer presión ante el Estado por mejoras en las condiciones, por mayor presupuesto y recursos para las comunidades”, afirma.
Hay mucha riqueza y mucho que aprender de lo que pasa en las escuelas rurales, de las formas de trabajo de sus docentes y comunidades educativas
Ana Portillo, licenciada en Psicología.
En este punto es importante resaltar que intentamos contactar con el Ministerio de Educación y su representante, Luis Ramírez, para obtener la perspectiva institucional sobre la cuestión que hoy trabajamos. La entrevista fue aceptada, pero, hasta el momento de cierre de esta edición, no recibimos respuesta por parte de sus asesores.
A veces, desde los entornos urbanos, tendemos a pensar en lo rural como una realidad atrasada, precaria o poco atractiva. Pero la realidad es que muchos de estos sectores, como Colonia Barbero, son ejemplos de organización comunitaria más avanzadas, solidarias y superadoras que las que vemos en el estilo de vida citadino. “Hay mucha riqueza y mucho que aprender de lo que pasa en las escuelas rurales, de las formas de trabajo de sus docentes y comunidades educativas”, agrega Ana Portillo, para finalizar. Esta redacción suscribe
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