Bienestar

Despertar la relación con nuestro cuerpo

Creatividad, imaginación y fuerza interior son algunas de las virtudes que comparten las bailarinas que enseñaron a distancia los últimos tres meses de confinamiento. El uso de la tecnología les permitió encontrar nuevas formas de vincularse con la danza.

Es jueves 26 de marzo a las 5.00 de la tarde y comienzan a aparecer cuadraditos en la pantalla de la computadora. Los más puntuales prenden la cámara tímidamente y silencian sus micrófonos, mientras que los habitués se saludan y comienzan a conversar entre ellos. Montse Coronel sonríe animada y se disculpa por la conectividad de la clase anterior,  prende la música, prueba el volumen y el encuadre de la imagen: hoy toca la coreo de Cindy Lauper, un mimo para el alma y el cuerpo.

Quienes alguna vez pasaron por el salón de Montse saben qué esperar: además de pasos acelerados de street jazz, hay un poco de freestyle y explicaciones sobre cómo cuidar el cuerpo. Ella es profesora de Street Jazz en la Academia de danza Evolución, y la primera semana de confinamiento fue abrumadora porque tuvo que repensar su modalidad de enseñanza. Probó con vivos de Instagram pero, al poco tiempo, descubrió Zoom y le “agarró el ritmo”.

“Lo que a mí me pasó es que empecé a ver el movimiento de otra manera y experimenté con mis clases, que se volvieron un lugar para que mis alumnos se sientan cómodos. Son coreos sencillas porque, de hecho, aprender a través de la computadora es mucho más difícil. A mí me pasa como alumna ahora que estoy haciendo contemporáneo con una profe. Siento que cambié un poco mi manera de pensar”, cuenta Montse.

Maca Candia es bailarina, coreógrafa y actriz de El Estudio, de Agustín Núñez y considera que los artistas están acostumbrados a la resiliencia.
Foto: Javier Valdez

Para los bailarines y las bailarinas, el movimiento permanente es parte de su vida: danzar, sudar de cerca con sus compañeros, 12 horas al día, seis veces a la semana. Antes hubiera resultado impensable enseñar baile por videollamada, porque si hay algo que caracteriza a la danza es su presencialidad, energía e intercambio. El movimiento ahora emerge en un contexto de lo doméstico, sin los elementos que acompañan el entrenamiento como el piso, la barra o el espejo.

“En mis clases desarrollamos solos, teniendo presente que cada uno está solo en su casa bailando. Pero somos un colectivo en el que nos movemos en el mismo momento todos juntos, cada uno desde su casa; cuando uno toca la tierra, mis compañeros también lo hacen; y no solo ellos, sino toda la comunidad universal de bailarines”, reflexiona Edith Correa, coreógrafa, docente e intérprete de Danza Contemporánea.

Y es que no se trata de traducir literalmente las clases presenciales a la modalidad online, porque los espacios con que cuenta cada uno para moverse son diferentes. Al igual que los ritmos de cada casa, la conectividad a internet, la posibilidad de que aparezcan ruidos o interrupciones, la presencia de familiares o mascotas. Todas estas son situaciones inéditas del dictado de clases.

«El arte te hace eso: ver un espacio todo negro y transformarlo en algo lleno de colores”, expresa Maca. Foto: Javier Valdez

Maca Candia es bailarina, coreógrafa y actriz de El Estudio, de Agustín Núñez −que hace unas semanas tuvo que cerrar la institución en la que se formaron diferentes actores, actrices y directores−, y considera que los artistas están acostumbrados a esto que parece escucharse muy seguido últimamente: la resiliencia, pues constantemente afrontan dificultades.

Las bailarinas se enfrentan a un doble esfuerzo: adaptar las clases a un formato más pequeño, rebuscarse para que los que estén del otro lado sientan la energía de sus compañeros, automotivarse y, además de todo, sobrevivir. Muchos se dieron cuenta de lo importantes que son los artistas para la vida de las personas: músicos dando conciertos
gratuitos, obras de teatro online, libros, discos y museos liberados.

“Nos acostumbramos a estar remando. Algo no se consigue y autogestionamos. Se necesitan un montón de cosas para que esto funcione mejor en cuanto a apoyo financiero, y mirar mucho más a los artistas, pero yo creo que somos resilentes. Somos capaces de recuperarnos de todo. El arte te hace eso: ver un espacio todo negro y transformarlo en algo lleno de colores”, expresa Maca.

«Somos un colectivo en el que nos movemos en
el mismo momento todos juntos, cada uno desde
su casa; cuando uno toca la tierra», cuenta Montse Coronel. Foto: Javier Valdez

Sin embargo, la realidad de muchos artistas es dura y fría, como el piso sobre el que marcan las coreografías cada semana. La reinvención, lejos de ser un imperativo, es una consecuencia de tener una serie de necesidades básicas cubiertas.

“A nivel colectivo, el profesionalismo significa poder vivir de la danza, que es un trabajo. Necesitamos una instancia de representación conjunta, es importante juntarnos y visibilizar el estado en el  que se encuentra la comunidad, reclamar subsidios, bonos, ayudas para el sector”, considera Edith, que también enseña en el Instituto Municipal de Arte y en el Instituto Superior de Bellas Artes.

Los beneficios del baile

El baile parece ser la única actividad que precisa habilidades mentales, emocionales, sociales y físicas. “Para mí lo que más se destaca, y sobre todo en esta cuarentena, son las endorfinas que te genera el baile, el ejercicio de por sí. Yo creo que lo lindo que tiene es que trabaja el cuerpo, la mente y el corazón. La gimnasia es más mecánica y es como que hacés sin pensar, mientras que la danza te exige coordinación. Se entrena la memoria psicomotriz, que es algo superimportante y normalmente no se trabaja. Pero también todo lo que son los sentimientos”, apunta Montse.

Un estudio de 2017, publicado en Frontiers in human neuroscience, compara el baile con el entrenamiento de resistencia realizados por voluntarios de edad avanzada durante dieciocho meses y muestra que ambos pueden tener un efecto antienvejecimiento en el cerebro, pero solo bailar corresponde a una diferencia notable en el comportamiento. Esta
diferencia se atribuye al desafío adicional de aprender las rutinas.

Otro estudio del 2003, publicado en el New England journal of medicine, sugiere que la participación en actividades de ocio se asocia con un riesgo reducido de demencia, incluso después del ajuste por el estado cognitivo de referencia y de la exclusión de sujetos con posible demencia preclínica. Uno de los beneficios de la danza, más allá de que sea contemporánea o no, es el espacio para la creatividad.

Para Edith, el movimiento de los cuerpos no es solo
algo físico, sino que emerge a la superficie y contiene experiencias de vida, muchas de ellas, incognoscibles. Foto: Javier Valdez

“Imaginarnos presentes y futuros que nos brinden esperanza, confianza y coraje. Veo en mis alumnos lo que significa el confinamiento, muchas veces el hacinamiento; el baile contribuye a sentirse mejor y sentir que hay algo mejor”, subraya Edith. Para ella, el movimiento de los cuerpos no es solo algo físico, sino que emerge a la superficie y contiene experiencias de vida, muchas de ellas incognoscibles. Las entrevistadas coinciden en que es muy difícil alejarse del baile una vez que uno lo vivió en

algún momento de su vida, porque es una invitación al autoconocimiento. Permite explorar las emociones, las cualidades, los defectos, las fortalezas, las lesiones y la historia.

Además, las clases de danza en este momento son espacios de conversación en el que la atmósfera cumple un rol fundamental, porque les recuerda que están alejados, pero juntos. “En tiempos como este siento que el arte estuvo ahí para salvarnos”, opina Maca.

«Yo prefiero profesores que busquen otra cosa, que te enseñen sentimientos y todo lo que podés curar con el baile”, refiere Montse. Foto: Javier Valdez

Las sorpresas que trajo la danza

Una de las tendencias que más sorprendieron a Montse de sus clases virtuales es lo lejos que llegaron sus pasos de baile. Casi todos los alumnos que tiene hoy son personas que siempre quisieron asistir a sus clases pero por motivos de tiempo o distancia no podían. Desde Ciudad del Este hasta Perú, la música y la danza es un refugio para muchos para aliviar la ansiedad y el aburrimiento.

“La pandemia me sacudió porque me hizo repensar todo: desde lo que enseñás y cómo enseñás hasta qué vas a seguir haciendo. Con la virtualidad sentía que no tenía lugar en esta nueva generación que quiere mucho lo viral, lo comercial, la música de moda. No está mal, pero no es mi onda. Yo prefiero profesores que busquen otra cosa, que te enseñen sentimientos y todo lo que podés curar con el baile”, refiere Montse.

Uno de los desafíos más grandes para Edith, por su parte, fue la manera de compartir experiencias, prácticas y formas de posicionarse en la danza y en el mundo a través de una pantalla: “En la improvisación y la composición trabajamos con otros sentidos además de la mirada. Por ejemplo, la piel como una manera de resonar con los otros, de sentir a los demás bailarines sin verlos, saber dónde están ubicados. Cada cuerpo sabe y se anticipa a los movimientos del otro”.

Nunca se imaginaron utilizar a las redes sociales como pareja de baile. Y aunque extrañan el olor del salón, la textura de la brea y las voces nítidas de los alumnos, hoy los profesores también tienen la posibilidad de ser alumnos. si bien nada reemplaza la presencialidad, pueden tomar clases con profesionales de Broadway o Nueva York.

“Yo creo que cuando volvamos a las clases presenciales, tanto los alumnos como los profesores ya no vamos a ser los mismos. Entendimos que la técnica es fundamental para bailar, pero también trabajar desde el lugar humano del artista, porque al final es eso lo que hace que una persona llegue a un resultado. Tiene que conocerse internamente porque esta cuarentena nos provoca eso: encontrarnos con nuestras luces y sombras”, señala Maca.

Algo se modificó en la relación personal de las y los bailarines con la danza: ahora ya no se trata de cursar para cumplir, sino que es un acto reflexivo que responde a un profundo deseo de bailar porque, como expresa Edith, es algo que se elige todos los días.

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