Travel

La evolución de los viajes

Más que un evento con fecha de caducidad, una experiencia transformadora

En la edad antigua, los viajes eran una necesidad para el comercio y la supervivencia. Conforme las sociedades fueron desarrollándose, pasó de ser una aventura reservada para unos cuantos a una experiencia accesible para muchos. Por eso, exploramos su influencia en la cultura para celebrar el Día Mundial del Turismo, que se recuerda cada 27 de setiembre.

Una visión con poca graduación vería al hecho de viajar como la acción de visitar un lugar por primera vez o de disfrutar de un sitio que cumpla con los requisitos deseados. Como una situación que encuentra su final al abandonar el lugar, cuando podría ser mucho más que ese simple hecho aislado en el calendario.

La influencia que tienen los viajes es tan amplia como fascinante, y delimitarla es una tarea titánica. ¿Cómo encontrar la línea en donde su influjo acaba, si un autor puede escribir una novela sobre un lugar en específico y mucho después de su muerte se seguirá leyendo por múltiples generaciones? ¿O un arquitecto que construye su entorno con base en la inspiración que le despertaron distintos lugares?

Es lo que les pasó a muchos novelistas, arquitectos, poetas y pintores, que encontraron en los viajes la inspiración para explorar nuevas técnicas y se aventuraron a comprender hábitos diferentes a los propios, distintos nuevos sabores, expandir sus conocimientos con otras formas de ver la vida; todo lo cual, finalmente, llega hasta nuestros días sin siquiera notarlo. Y ese es nuestro punto de partida esta semana.

De la aventura a la estandarización de los viajes

El autor que influyó en mi prematura visión viajera fue Julio Verne. De niña, fue la aventura el primer género al que me animé. Leí La vuelta al mundo en 80 días (1872) y hasta hoy veo esa novela como una fascinante manera de ejemplificar cuánto evolucionaron los viajes.

Contrastemos el pasado con el presente: en la época de Verne, los viajes se realizaban en barcos de vapor, trenes, carruajes y hasta elefantes. Hoy tenemos aviones, trenes de alta velocidad y cruceros como los medios más comunes.

También está la variable del tiempo. Mientras que el protagonista de la historia, Phileas Fogg, debía lidiar con horarios de trenes muy espaciados, cambios de barco sin aviso y otros contratiempos, en la actualidad son mucho más predecibles gracias a las reservas online y los horarios con mayor frecuencia.

Además, en esa época solo existían las cartas y, con suerte, un telégrafo para recibir las noticias más urgentes. Nada de la acostumbrada inmediatez del teléfono para resolver una duda, acudir al traductor para entender alguna señalización o descargar el mapa de la ciudad para consultarlo sin acceso a internet ante un inconveniente.

O la seguridad. Los viajes en el siglo XIX eran mucho más arriesgados, con enfermedades, piratas y conflictos políticos. Hoy, aunque existen riesgos, los sistemas de seguridad y las infraestructuras turísticas están mucho más desarrollados. Se conoce de antemano qué vacunas se deben tener, los documentos a preparar e, incluso, se pueden ver las imágenes del lugar en el que uno se hospedará.

Por último, la experiencia en sí. Claro que en la época de Verne todo era más aventurero y lleno de imprevistos. Dos siglos después el turismo es mucho más accesible, incluso en cuanto a facilidad de pagos. No solo por las tarjetas de crédito, sino también por la posibilidad de ir abonando un viaje en cuotas a la agencia o aprovechar el tener algún amigo o conocido que provea hospedaje, y ahorrar en ello.

La época dorada de los viajes

El segundo autor que influyó en mí, en ese sentido, fue Agatha Christie. Para ser justa con la autora que descubrí en mi adolescencia, debo mencionar las tres novelas que despertaron mi curiosidad por los destinos exóticos: Asesinato en el Expreso de Oriente, Cita con la muerte y Muerte en el Nilo.

Sin embargo, es imperativo contarles que Christie también escribió durante un tiempo que hoy evoca nostalgia y romanticismo. “La época dorada de los viajes” es sinónimo de lujo, aventura y descubrimiento, y abarcó desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, con un pico máximo entre 1920 y 1950.

La experiencia viajera de Agatha, sobre todo por Oriente Medio, con su esposo arqueólogo, se relaciona de cerca con el espíritu de exploración y descubrimiento que caracterizaba a los grandes viajes del pasado. ¿Y cómo influyó todo esto en su obra?

Mostraba en sus novelas la exposición a diferentes culturas. Al visitar diversos países y conocer personas de distintos orígenes, Christie amplió su visión del mundo y enriqueció su comprensión de la naturaleza humana. Esta experiencia se reflejó en la diversidad de sus personajes y escenarios, que van desde los tranquilos pueblos ingleses hasta destinos tan exóticos como Petra.

Por supuesto, esto iba de la mano con la inspiración para nuevos escenarios. Sus viajes le proporcionaron gran cantidad de material para describir tramas. Por ejemplo, los trenes de lujo. La locomotora era la reina del transporte y ahí el Expreso de Oriente se volvió estelar en sus relatos. Sin olvidar la mayor profundidad en sus personajes. Al interactuar con personas de diferentes culturas y clases sociales, Christie desarrolló una mayor comprensión de la psicología humana, que le permitió crear seres complejos y realistas, todo lo cual sirvió para que su obra se vuelva universal.

Grandes íconos de la época dorada

Ya nos estábamos adentrando en ello gracias a Christie, pero es que el Expreso de Oriente merece su apartado propio debido a varias razones que lo hacen uno de los mejores ejemplos del glamour de una época que siempre evoca nostalgia.

Desde sus inicios en 1883, fue sinónimo de sofisticación. Sus vagones se diseñaron con los mejores materiales y comodidades posibles para aquel momento, lo cual rápidamente lo convirtió en escenario exclusivo de la alta sociedad. Y como unía las principales capitales europeas y permitía a sus pasajeros experimentar distintos orígenes y estilos de vida, se alzó como símbolo de conexión cultural y cosmopolitismo.

Eso sin mencionar la interminable lista de figuras históricas que lo utilizaron, desde escritores y artistas hasta miembros de la realeza, lo cual solo acrecentó aún más su prestigio y estatus. Finalmente, su aparición en obras literarias que lo inmortalizaron como Asesinato en el Expreso de Oriente o la película Desde Rusia con amor.

Tampoco podemos olvidar a Pan Am, que con el tiempo significó su propio estilo de vida y el sueño de aventura de la era dorada de los vuelos, por ser pionera de la aviación comercial en 1930. Esta fue una de las primeras aerolíneas en ofrecer viajes transoceánicos regulares y conectar Estados Unidos con Europa y Asia, lo cual le valió que sus rutas fueran consideradas las más prestigiosas y exclusivas del mundo.

Sus aviones eran conocidos por su lujo y comodidad. Los pasajeros disfrutaban de amplios asientos, exquisita gastronomía, servicio personalizado y una atención al detalle que los hacía sentir como si estuvieran hospedados en un hotel. Todo eso está fresco en la memoria gracias a las películas, novelas y series que existen sobre el tema, lo que contribuyó a consolidar su imagen como un ícono de la cultura popular.

El origen de los destinos que hoy son un must

Hay varias capitales que ya están instaladas en la cultura general como imprescindibles para un viaje al Viejo Continente, pero, ¿cómo llegaron a tener tanto prestigio? Gracias al Grand Tour, destinos como París, Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Viena, los Alpes Suizos, Roma, Florencia, Venecia y Nápoles solidificaron su prestigio mundial.

¿De qué se trataba esto del Grand Tour? De una tradición educativa y cultural que tuvo vigencia principalmente entre los siglos XVII y XVIII, y alcanzó su apogeo en “la época dorada de los viajes”. Era una extensa travesía que realizaban los jóvenes aristócratas, especialmente británicos, con el objetivo de completar su educación y conocer de primera mano las grandes obras de arte, la arquitectura y la cultura clásica.

Este fenómeno cultural tuvo un gran impacto, sobre todo en la literatura y el arte, gracias a la divulgación de conocimientos. Traían de sus viajes libros, dibujos y objetos artísticos que compartían con sus círculos sociales, lo que contribuía a difundir el conocimiento sobre distintas culturas y estilos.

También fomentó la creación de redes, ya que establecían contactos con artistas, intelectuales y mecenas en los lugares que visitaban, algo que impulsaba el intercambio de ideas y la creación de nuevas obras de arte. Y finalmente, lo que no puede dejar de resaltarse: la inspiración personal. Las experiencias vividas durante el Grand Tour dotaban a los jóvenes viajeros de una fuente inagotable de inspiración para sus propias creaciones artísticas.

Esto contribuyó a enriquecer grandemente la vida intelectual y artística de Europa. De allí surgieron nuevas corrientes literarias como el realismo, el romanticismo y la sátira. Y se siguen nutriendo la poesía, el ensayo y las novelas de viaje.
En cuanto a estas últimas, por ejemplo, encontramos Viaje sentimental por Francia e Italia, de Laurence Sterne, que no se trata de qué ver o visitar, sino sobre lo que se produce en las personas, las emociones vividas y las experiencias recorridas.

«Los viajes son la juventud del viejo y la vejez de los jóvenes»

Es muy difícil desasociar a los viajes de todos los sentimientos que nos producen, pero si hay uno que perdura es el de la nostalgia. La añoranza de ese lugar conocido y que tanto nos gustó, o de la travesía en sí, sin importar el destino. El recuerdo de cómo se hacían las cosas antes y que se ve en la moda que, a cada tanto, vuelve a traernos prendas que evocan esa época dorada.

Hoy, que la tecnología avanzó tanto, hay dos medios de transporte íconos de la nostalgia: los barcos y los trenes. Bien lo dijo Milan Kundera en su libro La lentitud: “Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, y entre la velocidad y el olvido”.

Recordamos esas experiencias a las que les dedicamos tiempo y en las que estamos presentes en el ahora, sin pensar en el futuro. ¿Será que por eso viajar nos gusta tanto? Nos obliga, de la mejor manera, a disfrutar de ese momento porque sabemos que es todo lo que tenemos y queremos vivirlo al máximo.

Quizás a medida que vamos ganando experiencia —o años—queremos más tiempo de calidad que cantidad. Como reflexionó Goethe, si los adultos viajan, los rejuvenece; y si los jóvenes viajan, les hace ganar madurez.

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