Teatro

Candy bar

El teatro digital que rompió con los géneros canónicos

La hibridación del teatro con el cine hizo que los espectadores se convirtieran en usuarios, y los actores y actrices, en público. Candy bar es la prueba de que este arte es capaz de sobrevivir a cualquier pandemia. Nos inmiscuimos en el backstage para que sus  protagonistas nos cuenten sobre el nuevo producto audiovisual.

En Candy bar, la cámara no es solo espectadora. No se sienta quietita y en silencio a contar la historia de las camareras de la confitería que confiesan aventuras amorosas. Forma una parte activa del relato y, por momentos, incluso a través de una visión subjetiva, encarna al único personaje que aparece en casi todas las conversaciones, pero nunca vemos en la imagen: Armando.

Lo primero que vemos son las ruedas de una bicicleta que giran en un recuadro que se ensancha, como alusión a un telón que se abre. Comienza la función. Simona va al bar en un outfit pop noventoso, más relacionado con el mundo teatral. Sin embargo, a pesar de las herramientas ingeniosas de movimientos de cámara y posproducción, la narrativa se teje con ayuda del maquillaje de los personajes, los cambios de luces y la actuación. 

Aunque muchas de las prácticas se hicieron por videollamada, cuando tuvieron la posibilidad de encontrarse −una vez que la cuarentena llegó a su fase 2− comenzaron a tener reuniones presenciales. Antonella Zaldívar, Jazmín Romero y Raúl Ruiz Gines, los actores de Candy bar, ensayaron como para una función de teatro. Pero el rodaje consistió en una maratón de 20 horas en un día. Este desafío estuvo a cargo del director de fotografía, Maik Flaming. 

Daniel Gómez, director de Candy bar, tenía la obra preparada y quería llevarla a las tablas, pero no sabía cuándo, cómo ni dónde. Un día lo llamaron de la plataforma digital jahecha.com y se le ocurrió dirigir un nuevo formato que interactúe entre el teatro y el cine. La idea, según explica Daniel, nunca fue grabar la puesta como si fuera una película o un mediometraje, sino que los actores “sintieran la adrenalina de e la función”, pero con la cámara como personaje.

La obra estará en la plataforma de teatro digital jahecha.com.py. Los tickets se pueden adquirir desde la web o a través de Red UTS a un costo de G. 40.000 con la tarjeta de crédito, débito, transferencia bancaria o billetera Tigo.

“La cámara no es un recurso para grabar y mostrar lo que queremos, también tiene un significado. En un determinado momento, el director de fotografía se convierte en un  personaje. Es como que no sabe a quién mirar. Se siente acorralado por las dos chicas que le dicen todo lo que necesitan expresarle. Como es una obra de información y gran parte acontece en las conversaciones, hay mucho simbolismo”, expresa Daniel.

“A mí me daba un poco de miedo no saber si encontraríamos el equilibrio entre el lenguaje teatral y el audiovisual, pero fluyó superbien el proceso. La verdad, tenemos un muy buen capitán, ni siquiera nos dimos cuenta de que estábamos haciendo otra cosa”, confiesa Antonella, que hace de Simona en la obra, una joven sensible que se siente atrapada en una relación que hace tiempo la lastima. 

“Hoy por fin puedo ser espectadora de un trabajo mío. Disfruté demasiado ver el resultado de todos; a veces no puedo porque estoy en otra parte de la escena. Pero mi atención no se centró en la cámara ni el público, sino en mis compañeros. Realmente, que ellos me sientan cuando les cuento mi historia no tiene comparación”, opina Jazmín, que interpreta a Elisa, una joven que se anima a hablar del deseo femenino desde una perspectiva más desacralizada. 

El 16 de julio, la Cámara de Senadores aprobó el proyecto de ley que otorga un subsidio del 25% del salario mínimo a artistas nacionales, naturalizados y extranjeros, gestores culturales y personas cuya actividad laboral ligada al sector se encuentre afectada por la pandemia del covid-19.

Una mirada incómoda

Simona y Elisa no solo son compañeras de trabajo, son de esas amigas que dicen lo que opinan sin tapujos. Los diálogos se centran en la intimidad y las relaciones informales, temas habitualmente excluidos de los guiones teatrales. “Acá hay amores tóxicos, no correspondidos, falta de autoestima. Es una mezcla de cosas que la hace muy interesante. A mí en un principio me parecía una historia naíf de desamores, pero es mucho más que eso”, expresa Jazmín.

Para Antonella, la obra habla mucho de la sororidad (amistad entre mujeres) pero, al mismo tiempo, puede ser un espejo duro para las audiencias. “Creo que el autor quiso contar un poco las relaciones tóxicas que hoy vivimos las mujeres. O estamos en dependencia emocional o en relaciones sin compromiso, con un desapego total”, observa.

Quizás el momento más teatral de todo el show se da cuando Elisa invita a Simona a que se dirija a una silla vacía con la intención de decirle lo que piensa de su situación amorosa con Armando, el personaje tácito. No solo cambia el clima, sino las luces se vuelven más frías, los gestos de las actrices varían y la escena es como si, súbitamente, trasladara al espectador a una sala de teatro.

Antonella explicó que la duración de la obra fue pensada para el usuario costumbrado al cambio de pantallas. El hecho de no saber a qué hora ni quiénes te están viendo; no saber qué les pareció fue difícil para Jazmín.

“Es muy raro este proceso porque te toca también ser espectadora. En el teatro, en sala, en el escenario, nunca ves lo que estás haciendo. Las funciones son todas diferentes. Hay veces que sale mejor y otras que tenés menos energía. Yo realmente me quedé sorprendida porque no sabía cómo se iba a lograr ese híbrido del que hablábamos al principio del proyecto”, explicó Anto. 

Ambas vivieron de manera muy diferente el estreno, en comparación con lo que acostumbraban. Los ritos de buena suerte antes de comenzar, los saludos y abrazos. Hay una relación que se gesta con el público a medida que transcurren los minutos. Un sonido, una risa, una señal de que alguien escucha del otro lado. Cuando se termina una obra, se apaga la luz, se cierran los telones y se escuchan los aplausos. 

“Para mí fue el estreno con más ansiedad que tuve. Cuando terminás, salís a comer algo y te dicen ‘qué bueno estuvo esto, esta parte no entendí, qué pasó en esta parte’, y compartís tus vivencias. Más o menos ya tenés el feedback de lo que fue la temporada. Pero el hecho de no saber a qué hora ni quiénes te están viendo; no saber qué les pareció, para mí fue horrible. Ese viernes no podía dormir”, confesó Jaz. 

En lugar de un formato habitual de una o dos horas en sala, se adaptó un guión con mucho diálogo al formato audiovisual, lo que permitió una historia en media hora. Daniel contó que fue un experimento y que llevar el material digitalizado al teatro quizás tomaría más tiempo.

Romper la cuarta pared

“Somos socias de la cafetería del mismo lugar en el que se conocieron”, dice Elisa hablando a cámara. Una regla básica del cine, basada en el Discurso sobre la poesía dramática, de Denis Diderot, sostiene que debe existir una separación entre los actores y los espectadores. Los personajes tienen que desenvolverse como si no supieran que ahí hay un público: las acciones transcurren en una sala en la que se levantó un muro divisorio. Por esto, las miradas interpelativa a la cámara son excepcionales. 

Sin embargo, en la obra por lo menos tres veces los personajes hablan, miran o hacen señas a la cámara, sugiriendo cierta complicidad con el público. “Eso tiene un significado representativo. A veces simboliza al espectador, otras a los personajes, inclusive a la ausencia misma. Nosotros nos fuimos dando cuenta de que no era un trabajo grabado, sino una propuesta digital, porque sumamos la esencia de la producción a ciertos lenguajes propios del cine”, subraya Gómez. 

Hasta la forma de difundir el material es distinto. Según cuenta Anto, como se trata de un contenido disponible los siete días de la semana, la tarea de ofrecer, compartir y recordar a la gente que pueden adquirir las entradas es casi permanente. En sala, en cambio, la difusión comienza miércoles o jueves, porque las funciones son los viernes, sábados y domingos. Desde el comienzo es un proceso diferente. 

«Esta es una historia de amistad, de empatía. Estamos acostumbrados como sociedad a juzgar. Candy bar trata de las relaciones informales de las que no se habla, de las que nos animaríamos a conversar solo con alguien de confianza. Es tan lindo ver cómo ellas exponen, inconscientemente, a ese espectador que llega a entrar a esa cafetería; o inclusive los primeros planos, que son muy alejados y luego se acercan, como si estuvieran conociéndose”, señala Gómez.

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