El balance perfecto entre historia y playas en el Mediterráneo
Esta crónica te llevará a uno de los destinos más codiciados del Mediterráneo: la mayor de las islas Baleares españolas, cuna de una de las ciudades más pujantes y pobladas de la historia europea, y uno de los destinos estivales más populares del globo.
Cuando el pasado, la naturaleza y la modernidad cohabitan en armonía, es un placer total, un equilibrio que, como viajera, valoro y recomiendo. Decidí visitar la isla en busca de un lugar donde descansar de la vida ajetreada de la ciudad, pero con una dosis de historia, cultura y encanto. Este destino lo tiene todo y quiero compartir mi experiencia en este maravilloso destino del Mediterráneo con los lectores de Pausa.
Palma: una ciudad con 2000 años de vida urbana
Mallorca cuenta con una increíble oferta cultural, gastronómica, arquitectónica y de compras, que es capaz de sorprender hasta al más experimentado viajero. Perderse en el vaivén de las románticas calles estrechas de la Almudaina, recorrer el castillo gótico de Bellver, ir de compras o simplemente salir a merendar una ensaimada son planes al alcance de quien visita este destino del Mediterráneo.
No en vano Mallorca, la mayor de las islas Baleares (archipiélago ubicado frente a la península ibérica hacia la costa oeste), es uno de los sitios favoritos de toda Europa para vacacionar y hacer playa: sus aguas frescas, las preciosas calas y su agradable clima hacen de este un oasis al que es posible acceder por avión vía Madrid o Barcelona, en vuelos frecuentes durante la temporada estival.
Palma de Mallorca fue fundada por el general romano Quinto Cecilio Metelo en el 123 a. C. Tuvo un vertiginoso crecimiento a partir del 900, como consecuencia de la ocupación andalusí en su territorio. En tres siglos de presencia de esa cultura, se erigió una de las ciudades más prósperas y pobladas del continente, en ese entonces llamada Madina Mayurqa. En 1441, la razzia pisano-catalana destruyó una parte de la urbe, que luego logró recuperarse, hasta que en 1229 se produjo la conquista del Ejército de la Corona de Aragón y se convirtió en la Ciutat de Mallorca.
Lo rico de su pasado se entreteje en las calles y la cultura de Palma, ciudad encantadora, soleada, llena de edificaciones históricas y una hermosa rambla arbolada con pintorescas calles contiguas, que dan a rincones urbanos únicos, con pasadizos, escaleritas y túneles de otras épocas. Es una ciudad que nos remite a tiempos antiguos, pero al mismo tiempo se siente relevante y moderna.
Algunos puntos neurálgicos del distrito Centro, la antigua parte de la ciudad que hoy configura el casco histórico, son las vivaces calles Sant Miquel y Olmos, o la plaza Weyler, justo en el lado opuesto, junto a Plaza del Rey Juan Carlos y Plaza del Mercat. Cerca, encontrarán la famosa avenida Jaime III, distinguida por sus exclusivas boutiques de lujo, y una de las arterias más preciosas de la ciudad: Paseo del Borne.
Quedé muy complacida con el ambiente en Palma de Mallorca, la capital: a pesar de haber ido en temporada alta, la cantidad de turistas no fue atosigante, la gente era muy agradable y la impresión que tuve como turista fue la mejor. Posee una vibra de ciudad europea más bien tranquila: aunque visité el lugar en lo más alto del verano (se suele decir que fuera de temporada es mejor para apreciar destinos muy turísticos), me sentí cómoda y segura viajando sola.
Gastronomía mallorquina de exportación
Como se sabe, la cocina española cuenta con fama internacional y es una de las principales de la región. Mallorca, sin embargo, posee una identidad mediterránea distintiva, con platos como arrós brut, guisado de carne que remite a una paella; la coca, una especie de pizzeta hecha con ingredientes de temporada; y el tumbet, propuesta con vegetales comparada al ratatouille, pero con reminiscencias árabes.
La pastelería merece una mención aparte, por su extraordinaria calidad y variedad. La industria láctea de la región es de las mejores de España y, por ende, nutre a la cocina de una infinita variedad de materia prima fresca y sabrosa. Como gran entusiasta de la gastronomía española que atribuyo a la herencia familiar, mi interés por los dulces me llevó al local más antiguo de Can Joan de s’Aigo, confitería familiar con una tradición de más de 300 años, comprometida con representar la cultura tradicional mallorquina y mantener ingredientes y recetas que datan de nada menos que ¡el 1700!
Esta horchatería y chocolatería llamó mi atención por su vivaz marquesina que se asemeja a la de un teatro antiguo: ver una gran fila de personas es siempre signo de que las comidas del sitio serán buenas. Para mi sorpresa, casi todas eran locales: ante la duda, un lugar gastronómico frecuentado por personas del lugar normalmente es una apuesta segura para evitar las trampas para turistas (lugares con precios excesivos y de baja calidad que aprovechan el factor del alto tránsito), tan en auge últimamente.
Afortunadamente, pude retornar en un feriado y encontré el local no tan concurrido. Me pedí una de las combinaciones más tradicionales: ensaimadas con xocolata calenta. Este plato de bollería local es una especie de masa esponjosa que se deshace en la boca, con un toque de azúcar impalpable por encima. El chocolate se parece más a una salsa un poco espesa de cacao caliente que a la chocolatada que acostumbramos a beber en Paraguay, más lechosa y líquida. Ambas elecciones fueron deliciosas y las recomiendo fervientemente.
Mi amiga y yo tuvimos suerte: un mozo nos ofreció más xocolata a ambas porque se equivocaron en una orden. Fue la excusa perfecta para ordenar otras delicias del menú, como quartos (bizcochuelo alto, muy esponjoso y aireado que me recordó en textura al mochi japonés), palmeras y cruasanes. A pesar de ser un lugar muy famoso en la isla, los precios son asequibles: la ensaimada clásica cuesta 1,80 €, y con crema, 2,40 €; el chocolate caliente, 2,60 €; el quarto y el cruasán, 1,90 €; y la palmera, 2,40 €. Sin exagerar, fue la mejor merienda de toda mi travesía: sabrosa y recién hecha, simplemente perfecta. Hay tres locales. El que visité (Can Sanç al 10) data del año 1977 y tiene todos los detalles del primero que se abrió en 1700. Es una experiencia recomendada, estar allí da la impresión de visitar una cápsula del tiempo, con su vajilla antigua, bajo una araña muy kitsch verde y rodeada de mobiliario de época.
Las calas, encanto natural que enamora
Si bien tuve como base la ciudad de Palma, no pude dejar de visitar las increíbles y famosas calas de la isla de Mallorca.A diferencia de las playas de arena, estos sitios naturales más apartados tienen en ocasiones una superficie irregular, con piedras o pedregullos, acantilados y vegetación, que se forman por la erosión del agua.
Las calas no son lineales, suelen presentarse en forma de semicírculo y son muy apreciadas por mantener una temperatura fresca por la vegetación que se encuentra alrededor y por sus paisajes exóticos. Un punto a considerar es que es necesario equiparse con calzados para buceo o caminatas para evitar lastimarse los pies.
En Palma, el transporte público hacia las principales calas de toda la isla es de calidad. El valor de los tickets está determinado por la distancia y hay salidas diarias en distintos puntos de la ciudad, para viajar en autobuses cómodos de turismo. La isla cuenta con nada menos que con más de 300 calas en más de 550 kilómetros sobre el mar Mediterráneo. Puede ser abrumador tener una opción tan variada y rica de lugares para hacer playa, nadar, practicar deportes acuáticos o bucear, y me extendería demasiado al respecto, así que solo mencionaré mis dos favoritas, ubicadas en Santanyí.
Tomé el bus muy temprano (línea 501, con un costo cercano a 5 €) en la Estación Intermodal, y dos horas después arribé a la zona baja del distrito. Llegar a las calas a pie es muy sencillo, basta con seguir la cartelería. Conocí la primera, Cala D’Or, a la mañana. Es ideal ir con tiempo para conseguir un buen lugar para poner la toalla o, incluso, hacer un picnic. El sitio es precioso, tiene una pequeña zona con arena y está rodeada de una arquitectura pintoresca, pinos y otros árboles y embarcaciones que visitan la zona. Hay turismo, pero como mencioné antes, se puede vacacionar en tranquilidad, tomar sol o comer algo en algún chiringuito o en el mar.
El agua es de un turquesa muy profundo, oscuro en partes, y el agua es fresca. El sol pega con fuerza, pero el calor se alivia con una agradable brisa. Del otro lado (se cruza a pie por un camino en la ciudad) se encuentra la asombrosa Cala Esmeralda, similar a la primera, pero con una tonalidad que va del azul verdoso al turquesa. Otra curiosidad es la temperatura del agua, que en este lugar tiene vetas más frescas entremezcladas que te dan la impresión de estar recibiendo un suave masaje del mar.
Personalmente, buscaba un sitio no tan bullicioso como Ibiza y no tan cerrado como Formentera, con una vista a las aguas y una ciudad vibrante al alcance. Debo decir que la experiencia superó mis expectativas: al momento de planificar estas vacaciones no esperé sorprenderme tanto. La coexistencia de su majestuosa arquitectura, impecablemente conservada, y un paisaje natural agreste, fértil, causó una gran impresión en mí y me lleva a recomendar este destino a los lectores. Siento que la decisión fue la correcta: volvería una y mil veces a esta maravillosa isla española.
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