Más de un siglo de historia patrimonial
A principios del siglo XX fue inaugurado el edificio que hoy sirve de hogar a la Compañía Cañas Paraguayas Sociedad Anónima, mejor conocida como Capasa. En este número de Pausa, te llevamos al interior de este emblemático lugar y compartimos contigo un poco de su historia.
Por Patricia Luján Arévalos. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Fernando Franceschelli. Retoque digital: Beto Sanabria. Agradecimientos: Mercedes Rasmussen, Rosario Medina, Víctor Sanabria, Lissandry Schupmann y Camila Aquino.
Sobre la calle Palma, en cercanías del Puerto de Asunción, un dulce aroma embriaga los sentidos y atrae a los transeúntes. Es el olor de la caña que se filtra desde el interior de un palacete con más de 100 años de historia, un lugar que sirvió para la administración gubernamental y como hospital de guerra, pero que desde hace unos 60 años alberga la fábrica y la tienda de la Compañía Cañas Paraguayas Sociedad Anónima (Capasa).
La edificación original fue una gestión de la intendencia de Eduardo Schaerer (1908-1911), cuando se convirtió en el Palacio Municipal. Por sus pasillos pasaron las intendencias de Francisco Lara Bareiro, Arsenio López Decoud, Belisario Rivarola, Albino Mernes, Andrés Barbero, Miguel Ángel Alfaro, Baltazar Ballario y Pedro Bruno Guggiari, hasta que en 1932, el estallido de la Guerra del Chaco convirtió al espacio en sede del Ministerio de Guerra y Marina por su proximidad con el Puerto de Asunción.

En los albores de la dictadura estronista, el Ministerio de Guerra y Marina se trasladó al nuevo local del Ministerio de Defensa Nacional (sobre la avenida Mariscal López) y el Palacete de Palma y Garibaldi pasó a manos de la Administración Paraguaya de Alcoholes (APAL), la destilería de alcohol propiedad del Estado, que ejercía monopolio de la producción de caña hasta la caída de Stroessner en 1989.
Un palacete de tres niveles
El lugar fue donado por una acaudalada familia durante un periodo de transformación urbana en la capital paraguaya. La elección de la ubicación de la administración municipal no fue al azar, sino todo lo contrario. Se erigió cerca de otras instituciones del mismo calibre y de empresas comerciales de gran importancia en aquel momento, solidificando el actual casco histórico como un núcleo administrativo y político.

El diseño fue encargado al ingeniero Luis Zini en 1904, quien encaró la misión de idear un edificio para albergar al órgano municipal, acorde con los tiempos que corrían y la imagen de grandeza y resurgimiento posguerra que Paraguay deseaba proyectar. La obra fue a parar a manos de Natalio Rapetti, el constructor italiano llegado a finales del siglo XIX —reconocido también por otros importantes aportes a la arquitectura asuncena, como el palacete Chirife—.
El actual edificio de Capasa conserva hasta la fecha su fachada de estilo neoclásico italiano y su tipología en forma de L. Se identifican claramente las influencias europeas, muy comunes en las construcciones de la época, particularmente en las obras oficiales de inicios del siglo XX.

El neoclasicismo es una de las características del panorama urbano capitalino, traído directamente por los arquitectos y constructores italianos que arribaron a la región antes y después de la Guerra de la Triple Alianza. Forma parte de la idea de desarrollo y modernidad que los López instauraron durante sus sucesivos gobiernos. Dejó su impronta en íconos de Asunción como el Palacio de López (actual Palacio de Gobierno) y la Catedral de Asunción, por nombrar algunos, pero una simple caminata por el microcentro asunceno es suficiente para dar cuenta de las fachadas ornamentadas con molduras decorativas y detalles en relieve que identifican a la corriente.
Hasta la fecha, la esquina de Palma y Garibaldi constituye uno de los exponentes más grandiosos del neoclasicismo asunceno, con imponentes tres pisos de techos altos, bien elevados, que aportan la sensación de amplitud. Desde la calle destacan los balcones con balaustradas y las ventanas con frontones triangulares y curvos.

Sin duda, una mención de honor se lleva la cúpula esquinera, identificable en el paisaje arquitectónico del microcentro. Su altura es el detalle de elegancia que distingue al palacete.
La fachada principal es el rasgo que la distingue sobre edificaciones similares, con columnas, frisos y molduras que, junto con la altura de los techos, evocan la majestuosidad buscada por Zini. Priman los materiales como la madera en los pisos y el uso de mármoles en espacios que buscaban destacar con elegancia.

Los niveles están conectados por su escalera original, incluso hoy. Esta escalera central de gran altura tiene barandales de hierro forjado, indicadores del carácter de este edificio. Al costado de esta espina dorsal se halla un ascensor, original también, aunque en desuso. Mercedes Rasmussen, miembro del gabinete de Capasa, explica que está en los planes de la actual administración la restauración del elevador.
Una vez adentro, todavía se aprecian algunos trabajos de molduras y otros detalles decorativos. Las grandes ventanas de hierro forjado y las puertas de madera tallada con detalles sofisticados contribuyen a la elegancia, mientras que se pueden encontrar algunos tesoros, como explica Rasmussen: “El edificio conserva algunos mobiliarios originales de la época en que fue construido, los cuales han sido preservados a lo largo de los años debido a su valor histórico y cultural. Entre los muebles más destacados se incluyen sillas y mesas de madera tallada, y aparadores con acabados finos. Estos muebles, que datan de principios del siglo XX, reflejan la elegancia y el lujo de la época, siendo una parte esencial del ambiente decorativo original del palacete”.

Las remodelaciones propias de cada administración (hechas, probablemente, sin el asesoramiento adecuado) y el paso del tiempo son los principales enemigos de los patrimonios públicos. Esto también afecta al mobiliario, que ha sido restaurado o incluso reemplazado con piezas similares que intentan dar continuidad a la corriente estética.
No obstante, Rasmussen resume que el edificio de Capasa posee una combinación propia y única de elementos arquitectónicos y decorativos que la definen como única.
Conservación y revalorización
La historia de la Compañía Cañas Paraguayas SA (Capasa) es tan compleja como la del edificio que se convirtió en su hogar. Tiene sus orígenes en el año 1909 con el establecimiento de una asociación de destilerías, un precedente para la producción organizada de alcohol en nuestro país.

Pasarían más de 30 años para la formalización del sector. En 1941, la Corporación Paraguaya de Alcoholes (Copal) vio la luz, que después pasó a llamarse Administración Paraguaya de Alcoholes (APAL). En los 50, APAL se afianzó como productora y, bajo los lineamientos del régimen, prosperó en la elaboración de caña de alta calidad.
En el pasado más reciente, APAL pasó por una reestructuración que la transformó en la actual Capasa, reconocida en todo el territorio por sus marcas Aristócrata y Parapití, y hoy se encarga del mantenimiento y la gestión del edificio.

Hoy, Capasa se especializa en la producción y comercialización de cañas paraguayas. Su marca insignia, Aristócrata, cuenta con versiones de 8, 10, 12, 16 y 20 años de añejamiento y una línea de ron con distintos sabores: original, frutos rojos, lima limón, piña colada, coco, anís, mix frutal, limón, pomelo y menta, entre otros. Además, se produce el primer whisky paraguayo, Old Cottage, y la caña Parapití.
La planta de producción se encuentra allí mismo, rodeada por el equipo administrativo, encabezado por José Ocampos desde 2023. “Como primera fábrica de caña paraguaya, el edificio simboliza el inicio de una industria clave en la economía nacional. La caña de azúcar es un producto que ha sostenido a muchas familias paraguayas a lo largo de las décadas, especialmente a los cañicultores, quienes representan un grupo vulnerable dentro de la sociedad, pero cuyo trabajo es fundamental para la producción agrícola del país. Esta conexión con la agricultura y la economía rural le otorga al edificio un valor socioeconómico significativo, pues es testigo de la evolución de una industria que ha sido crucial en el desarrollo del Paraguay”, explica el presidente de la compañía.

En los últimos años se ha impulsado un proceso de restauración y conservación para asegurar que el edificio mantenga su valor histórico y cultural. Pero, además, Capasa abre sus puertas a la comunidad y al turismo con un creciente número de proyectos.
Un trago hacia el pasado
Capasa cuenta con un Museo Vivo de la Caña Paraguaya, con degustaciones y la posibilidad de elaborar el mosto de caña de azúcar en el momento, una experiencia que se inicia con las manos y se completa en el paladar.
Recibe a visitantes todos los días y ofrece recorridos guiados por profesionales de la empresa a través de las instalaciones y la historia misma de la caña en Paraguay. Las inscripciones para el tour se realizan a través de un enlace de Google Forms, que se comparte cada martes en sus cuentas oficiales de Instagram (@aristocrata.py y @capasa.py).

Te recomendamos no dormirte con el formulario porque algunos fines de semana reciben hasta 600 asistentes, que acceden a la experiencia sin costo alguno. El itinerario nos lleva atrás en el tiempo hasta la llegada de los jesuitas, quienes trajeron consigo la destilación de la caña de azúcar, pasa por guerras pasadas y llega hasta la era dorada de la caña, cuando el mismísimo Arsenio Erico era embajador de Aristócrata.
Entre los proyectos a futuro, Mercedes Rasmussen destaca el Museo Viviente, una iniciativa que busca seguir enriqueciendo la experiencia de los visitantes mediante exposiciones interactivas y actividades educativas relacionadas con la historia del edificio y su rol en la Guerra del Chaco, así como su función administrativa a lo largo del tiempo. También se están planificando restauraciones adicionales y mejoras en la infraestructura, con el objetivo de garantizar la accesibilidad y la preservación del edificio a largo plazo.

Definitivamente, estas actividades son una muestra más del interés, cada vez mayor, que la ciudadanía viene demostrando hacia la arquitectura paraguaya y los patrimonios nacionales. Y más allá, es un síntoma de la necesidad de nuevas actividades en espacios públicos, que conecten el ocio con la cultura.
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