Todo lo que pasa en nosotros cuando leemos
Ante los avances tecnológicos, y ahora el de la IA, ¿no les cansa que el temor siempre sea el mismo: “Hasta cuándo van a existir los libros”? Mejor, cortemos esto de raíz: dejemos de mirar el formato y empecemos a observar lo que se produce en quien lo usa. El gran poder transformador de la lectura está en el lector, en el proceso cognitivo. ¿Nos acompañás en este manifiesto para conmemorar el Día Internacional del Libro?
Por Jazmín Gómez Fleitas (@jazzgomezf)
El quid de la cuestión es que los efectos (o beneficios) de la lectura se ven a largo plazo. Se notan en la empatía hacia algo que no experimentamos nosotros mismos, cuando demostramos pensamiento crítico al encontrarnos con lo desconocido. Se hace evidente cuando, de tanto leer, escribir sale natural, y en la facilidad para diseñar los mundos imaginarios gracias a la inteligencia espacial.
Sus beneficios se trasladan a un vocabulario que no sabíamos que teníamos o ya no pensamos dos veces en cómo escribir tal o cual palabra. Se manifiestan cuando el estrés retrocede al ingresr a un mundo que es solo nuestro y nos desconecta de todo lo demás. Leer no es solo una actividad intelectual: es una experiencia sensorial, emocional y profundamente humana. Cuando abrimos un libro, no solo procesamos palabras; activamos nuestro cerebro, sentimos con el cuerpo y, a veces, sin notarlo, viajamos muy lejos.
“No hay ninguna lectura peligrosa. El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón está sano”
Jacinto Benavente.
Leer es hacer funcionar todo el cerebro
Detrás de cada palabra que leemos, ocurre un trabajo impresionante. El cerebro se pone en marcha como una orquesta: distintos sectores se activan al mismo tiempo para transformar letras en sonidos, significados, imágenes y emociones.
1. Reconocemos las palabras
Cuando leemos, nuestros ojos se mueven de forma casi coreográfica: saltan de palabra en palabra (movimientos sacádicos) y hacen pausas breves para captar la información. En ese instante, porque todo ocurre en menos de medio segundo, se activa lo que algunos científicos llaman el «área de la palabra escrita», que en inglés recibe el nombre de Visual Word Form Area (VWFA).
2. La luz del significado
Una vez reconocido el concepto, el cerebro activa las áreas del lenguaje (como la de Wernicke y el giro angular) para acceder a su significado. Esto incluye también la fonología (cómo suena la palabra), la semántica (lo que significa) y la sintaxis (cómo se relaciona con otros términos). Este proceso es tan rápido que, en lectores hábiles, puede tomar apenas de 200 a 250 milisegundos.
Y como el área de Wernicke es la región del encéfalo que ayuda a comprender el lenguaje hablado y escrito, ¿sabías que se sitúa en el lóbulo temporal del hemisferio dominante del cerebro? Eso quiere decir que en las personas diestras, se encuentra en el 90 % de los casos en el lado izquierdo, pero en las zurdas varía. Aunque en la mayoría de los humanos, el lenguaje se lateraliza al hemisferio izquierdo, en los zurdos hay más diversidad porque su organización cerebral tiende a ser menos rígida.
“Los libros son una magia única y portátil”
Stephen King.
3. Creamos una imagen mental: nuestra propia película
Aquí entra la comprensión lectora. El cerebro va más allá del significado literal y construye imágenes, anticipa lo que viene o recuerda experiencias similares. Esto involucra zonas como el hipocampo (memoria), el lóbulo frontal (razonamiento, inferencias) y la red de modo por defecto, asociada con la imaginación y la empatía.
Dato curioso: ¿sabías que hay personas que no pueden imaginarse lo que leen? Se llama afantasía y lo descubrió el neurólogo británico Adam Zeman en 2015. No es una patología, sino más bien una con dición. Son incapaces de visualizar objetos, lugares, personas o cualquier elemento en su mente. Sin embargo, sí describen perfectamente objetos que ya conocen porque los han visto y aprendido, y los tienen en la memoria.
4. Reaccionamos emocionalmente
La lectura genera respuestas emocionales reales: alegría, entusiasmo, tristeza, miedo. Las regiones relacionadas con la emoción, como la amígdala y la corteza orbitofrontal, se activan especialmente cuando nos conectamos con los personajes o la historia.
Dato curioso: por eso leer ficción puede estimular casi las mismas regiones cerebrales que se acti varían si viviéramos lo que leemos, acorde al Prof. Dr. Andrew M. Jacobs, del Centro para la Neurociencia Cognitiva (Center For Cognitive Neuroscience) de Berlín. Y de ahí que la empatía también se desarrolla o afina al leer, porque lo vivimos.

Desconectarse del mundo (y conectarse con uno nuevo)
Esa sensación de perder la noción del tiempo al leer es real y fue estudiada desde tres aristas. La primera, la absorción narrativa o transportación, describe que cuando una persona se involucra profundamente en una historia, literalmente se siente dentro de ella. Este fenómeno ha sido examinado en psicología y neurociencia. Por ejemplo, en El rol de la transportación en la persuasión de las narrativas públicas (The role of transportation in the persuasiveness of public narratives) del año 2000, se observó que cuanto más “transportado” se siente el lector, menos consciente está de su entorno y más emociones experimenta como propias.
También está el llamado estado de flujo o flow. El psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi lo definió como una experiencia óptima en la que estamos completamente absorbidos en una actividad, perdemos la noción del tiempo y del espacio. Leer, especialmente ficción, puede inducir a este estado y generar esa «desconexión placentera».
Finalmente, existe el fenómeno llamado Red de Modo por Defecto (Default Mode Network – DMN): durante la lectura, especialmente de ficción (¿ya se están dando cuenta de que la ficción trae muchos beneficios?), se activa una red cerebral que también entra en funcionamiento cuando soñamos despiertos, imaginamos o reflexionamos sobre nosotros mismos y los demás. Esta red modula la desconexión del entorno físico y nos permite sumergirnos mentalmente en mundos imaginarios o simbólicos.
“Leemos libros para descubrir quiénes somos. Lo que otras personas, reales o imaginarias, hacen, piensan y sienten… es una guía esencial para comprender quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser”
Ursula K. Le Guin.
Leer con todo el cuerpo: los sentidos involucrados
Y si creías que leer es solo cosa de la vista, te que daste corto. Cuando tenemos un libro en las manos, nuestros sentidos se involucran de formas sutiles pero poderosas. Y esto influye en cómo recordamos lo que leemos, cómo lo disfrutamos y cuánto nos conectamos con la historia.
1. Vista: el sentido principal. Leer en papel genera menos fatiga visual que hacerlo en pantalla. Las letras impresas, el contraste y la textura permiten una experiencia más cómoda y natural para los ojos. Hoy sabemos, gracias a la neurociencia, que las pantallas retroiluminadas aumentan el cansancio visual comparadas con el papel y que es recomendable dejarlas de lado mínimamente una hora antes de dormir.
2. Tacto: el cuerpo también lee. Sostener un libro, pasar sus páginas, sentir el gramaje del papel… todo eso deja una huella, nos ayuda a ubicar información en el espacio físico del libro. ¿Te acordás cuando una frase estaba al final de la página izquierda? Se llama memoria corporal (cinestésica). Cuando leemos en papel, desarrollamos un “mapa mental” del texto que nos permite saber dónde estaba una expresión, aforismo, etc. Esto facilita el recuerdo y la comprensión global.
“Adquirir el hábito de la lectura es construir para uno mismo un refugio de casi todas las miserias de la vida”
W. Somerset Maugham
3. Olfato: la memoria del papel. Ese olor a libro nuevo o a páginas antiguas no es un capricho nostálgico, la nariz se conecta directamente con el sistema de la memoria emocional. Por eso un libro puede transportarnos no solo a otra historia, sino a otra etapa de nuestra vida. Está científicamente comprobado que los olores evocan recuerdos más intensos y vívidos que otros estímulos.
4. Audición: el sonido de las páginas. El ruido de las hojas al pasar, el crujido de la tapa dura, el silencio de la lectura, el ambiente… todo compone una atmósfera. Y marcar el ritmo de lectura con el paso físico del libro genera una cadencia natural que favorece la concentración.
La lectura es mucho más que solo leer
En definitiva, leer es mucho más que decodifi car letras. Es ver, tocar, oler, imaginar y emocionarse. Es una forma de vivir otras vidas, entender otras mentes y conocernos mejor a nosotros mismos.
Si todavía no le diste una oportunidad a un libro… quizás este sea el momento. Cuando abrís uno, no solo empezás una historia: entrás a un universo que tu propio cuerpo y mente van a construir, sentir y recordar. ¿Existe algo mejor que ser parte de ese lugar único que te pertenece solo a vos? ¿Algo mejor a esa sensación de que ese es tu mundo por unas horas o días? Y aun cuando terminás la lectura y cerrás la tapa, eso se queda contigo por meses, por años… y transforma tu manera de ver la vida.

¿Y qué pasa con leer en digital?
Leer en pantallas tiene ventajas de portabilidad y accesibilidad, sin duda. Pero suele ofrecer una experiencia más plana: sin textura, olor ni ubicación espacial clara. Eso influye en la forma en que procesamos y recordamos la lectura. La revista Scientific American ya en 2013 recopiló evidencia de que en papel mejora la comprensión profunda frente a la modalidad digital. Por supuesto, no estamos comparando el formato solamente, sino la experiencia del lector, que no es mejor en este caso.
Leer alivia el estrés ¡en solo seis minutos!
¿Sabías que leer puede ser más relajante que escuchar música o salir a caminar? Un estudio de la Universidad de Sussex del 2009 encontró que hacerlo por solo seis minutos puede reducir los niveles de estrés hasta en un 68 %. Más que escuchar música (que lo disminuye en un 61 %), tomar un café o un té (54 %) o incluso jugar videojuegos (que solo alcanza un 21 %). ¿Por qué? Porque al concentrarnos en una historia, nuestra mente se desconecta del ruido del mundo exterior. Bajamos el ritmo cardiaco, relajamos los músculos y nos metemos en un espacio mental más tranquilo.
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