Sobre Tinder, apariencias y el futuro de las relaciones
¿Atrás quedaron las idealizaciones románticas que caracterizaban a los personajes de obras de Corin Tellado, Jane Austen o Victoria Holt? ¿Ha variado la concepción del amor, de acuerdo con la oferta y demanda álgida de cuerpos que caracteriza hoy día redes como Tinder? Y, ¿cómo debe ser el romance en una época marcada por las perspectivas de género? Analizamos los pormenores que rodean este tema actualmente.
“Es una verdad universalmente admitida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, debe tomar una esposa”, es la frase que da puntapié a la historia de Elizabeth Bennet en la famosa novela de Jane Austen, Orgullo y prejuicio. Las obras de Austen, catalogadas usualmente como célebres del género romántico, pueden tomarse también como advertencia del inminente paradigma que traería consigo la Revolución Industrial —el libro fue publicado en 1813—, pues la comunidad rural comenzaba a transformarse en una sociedad urbana y moderna.
Y como en todo cambio social, el amor fue parte de esa metamorfosis y los intereses monetarios delineaban su concepto, especialmente para el público femenino. Muchas mujeres de esa época veían el mercado matrimonial como forma de ascenso social y económico, por las estrictas leyes británicas que les impedían heredar de manera autónoma los bienes de su familia. Dos siglos después vimos replicar el diálogo de los personajes de Austen en citas de libros, películas, series e incluso discos. Sus obras calaron en el consumo popular por su apreciación del amor. Algunos destacan su punzante ironía al retratar un periodo de la historia inglesa; otros la acusan de instaurar un arquetipo de romance vernáculo.
Entonces, ¿debemos culpar a la industria cultural por convertir ciertos estereotipos en bastiones de consumo para caratular el romance? “El capitalismo entendió muy bien, como sistema, que tenía que entrar en las estructuras de nuestros deseos. ¿Cómo se entiende esto? Que la venta debía ingresar por lo emocional y no por lo racional. Por ejemplo, durante el primer periodo de la Revolución Industrial era usual vender tecnología por sus cualidades; luego, con el advenimiento del consumo publicitario, mutó la idea para apelar a lo sentimental y vender. Hoy, esa estructura de deseo emocional-mercantil —que también sirve como sistema de pertenencia— la encontramos tanto en objetos, como en estilos de vida o sensaciones sensaciones”, explica la socióloga e investigadora social Ana Portillo.
“Lo que caracteriza a las relaciones en la era digital es que son algo automáticamente mediatizado. ¿A qué me refiero con esto? El hecho de usar un aparato tecnológico para relacionarme ya pone un medio con la otra persona con la que dialogo. Hoy día filtramos lo que vamos a exponer en nuestras redes, elegimos qué de nosotros mostraremos para vender dentro del espacio digital y sin darnos cuenta entramos a una dinámica descartable, donde las personas pasan a ser objeto”, reflexiona Portillo.
El pensador Zygmunt Bauman bautizó esta sintomatología posmoderna como “amor líquido” en su libro homónimo del 2003, donde expone tres paradojas para explicar las relaciones modernas en la actualidad.
El capitalismo entendió muy bien, como sistema, que tenía que entrar en las estructuras de nuestros deseos. ¿Cómo se entiende esto? Que la venta debía ingresar por lo emocional y no por lo racional.
Ana Portillo, socióloga.
La primera paradoja es que, aunque las personas se conecten por medio de las tecnologías de comunicación, no necesariamente están menos solas; la segunda es que, aunque la lógica del consumo se ha trasladado a las relaciones y estas se toman o se dejan como si se tratara de ir de compras, subsiste el temor a ser “desechado”; la tercera es que, aunque la gente sigue buscando seguridad, quiere relaciones livianas, que no le cuesten demasiado esfuerzo. De todo esto está hecho el amor líquido.
Para Bauman, las relaciones amorosas en la era digital se basan más en la atracción física que en una conexión profunda a nivel personal. Su tesis saca a colación el individualismo de las sociedades, la constante búsqueda de satisfacción inmediata de nuestros deseos, la experiencia mercantil de usar y tirar (ligada a lo que él llama la “mercantilización de las relaciones personales”) y el rechazo a mostrar emociones fuertes, duraderas, que estén por fuera de los placeres fugaces.
En palabras de la socióloga Ana Portillo, hay que analizar minuciosamente el formato de interacción que se gesta desde lo digital: “Es muy complejo reducir el contacto humano al sistema que plantean las redes para estrechar vínculos. Uno es mucho más que una imagen o descripción en una web; también tenemos licencia de ser vulnerables, dudas o miedos; pero eso no dialoga con la performatividad que demandan hoy, por ejemplo, plataformas como Tinder. De ahí que la gente se vuelva más intolerante y descarte automáticamente a la persona si al momento de conocerse presencialmente, no se ajusta a lo que vendió en su perfil».
Recientemente, el gigante del streaming Netflix lanzó el caso del israelita Simon Leviev en el documental El estafador de Tinder, que se presentaba como heredero de un imperio de diamantes que, a simple vista, parecía real debido al lujoso estilo de vida que mostraba en sus redes sociales.
Tinder e Instagram eran sus principales cables para conectar con sus víctimas. Con su discurso persuasivo sobre su ostentoso estilo de vida, un aparente interés romántico y la constante propaganda de que si salían con él tendrían el futuro asegurado, estafó a muchas mujeres en toda Europa. El falso heredero contaba con denuncias por fraude en Israel, Países Bajos y Reino Unido, que recién salieron a la luz a raíz del éxito del documental.
Leviv logró cosechar más de USD 10 millones desde que comenzó a estafar mujeres a los 18 años, gracias a que vendía un personaje de sí mismo, milimétricamente pulcro, perfecto y aspiracional. Si bien Tinder lo vetó de por vida de su plataforma, recibió apenas una condena de meses, hoy sigue impune y muestra su poder adquisitivo en otras redes.
El caso de este Casanova estafador es una tesis clara de cómo en el mercado del amor, no todo lo que brilla es oro.
En un ritmo tan acelerado, ¿cómo replantear la inmediatez que generan plataformas como Tinder? “Se puede luchar contra la inmediatez de las redes sociales a través de una revolución de empatía. Entender que el otro es distinto a lo que idealicé detrás de una pantalla, pero no por eso debo ser intransigente o vetar automáticamente si no responde al canon de mis ideales. Hay que autoanalizar nuestras acciones”, dice la socióloga.
Una relación de poder, amor y capitalismo
En su libro Claves feministas para la negociación del amor, la antropóloga Marcela Lagarde parte de que este sentimiento es una construcción histórica y cultural no solo ligada a lo sentimental, sino también atravesada por el contexto económico y político. Lagarde explica cómo, después de la Edad Media, con el advenimiento de la sociedad capitalista, se construyó una forma de amor «burgués», sustentado en la creación de uniones maritales comerciales, aunque bajo la licencia de que pueda estar también basadas en lo afectivo, además de lo económico.
¿Debemos, entonces, entender que nuestra manera de amar tiene que ver con el tipo de sociedad en el que vivimos? “Algo que hizo muy bien el capitalismo para que no cuestionemos las injusticias fue instalar la idea del amor limitado a lo personal, a lo íntimo de una pareja, donde lo bueno y malo que sucede es culpa de decisiones individuales y supuestamente no tienen conexión con la manera en cómo se distribuye el poder en la sociedad. Es lo que sintetiza el feminismo al plantear la consigna de que lo personal es político”, señala la socióloga Ana Portillo.
En su libro, Lagarde explica que el amor burgués remarcó el modelo de la mujer como responsable de las tareas del hogar y la educación de los hijos, y el del hombre como proveedor económico. Hoy, en pleno debate con el feminismo y las perspectivas de género en la esfera pública, ¿cómo dialoga el amor heterosexual con estos temas? Ana Portillo dice que se debe analizar este tópico de acuerdo con el estatus: “La clase social influye mucho en la manera en que interpretamos el amor. Es cierto que hay avances respecto a la emancipación de la mujer, celebramos nuestra autonomía y oportunidades a nivel local. ¿Pero desde qué periferia? Porque si bien en la ciudad estamos muy avasallados por estos temas, en el área rural se siguen imponiendo modelos tradicionales. La característica del discurso burgués es que se presenta como algo universal, una versión estilizada de lo que consumimos diariamente como fuente de progreso, pero en contrapartida hay una realidad alterna donde esto no sucede. Podemos decir que el amor es uno de esos temas, pues sigue impregnado un modelo edulcorado y tradicional en cierto sector de nuestra sociedad”.
Si aún se establecen ciertos códigos tradicionales en la manera en que se relacionan las parejas heterosexuales, ¿deben los hombres reformular su manera de construir el amor en esta época? “El modelo dicotómico hombre activo-mujer pasiva va cambiando en el área urbana. ¿Por qué hago hincapié en el tema del poder? Porque anteriormente estábamos acostumbrados a pensar desde ese modelo. Hoy, con el feminismo, entendemos que hay ciertos arquetipos que ya no comulgan con las ideas predeterminadas que teníamos. También existen más herramientas para establecer límites a situaciones de violencia o de abuso que anteriormente estaba vedadas a las mujeres. Hay que reeducar nuestra manera de agenciar el amor, para establecer lazos más sanos”, reflexiona Portillo.
El fin del amor
En un apartado de Orgullo y prejuicio, la querida Elizabeth Bennet se ve hostigada por la presión de casarse, a lo que ella responde: “No voy a hacer nada que no tenga que ver conmigo”. ¿Existe algo más liberador que establecer el amor desde el propio deseo, fuera de las imposiciones? Hablar del fin del amor es abrir (a partir de la ambigüedad de la oración) dos caminos: en uno se establece que llegó a su máxima finalidad como modelo y en el otro se abre la puerta para entender cómo se gesta.
Quizás este último sea el sendero correcto, pues invita a interpretar cómo analizar, desde una perspectiva crítica, nuestra concepción del amor de acuerdo con los paradigmas sociales y de consumo que nos acechan.
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