Una simple conjunción de paja, hilo y madera: la escoba es la herramienta de limpieza doméstica más antigua de la humanidad, un objeto presente en cada hogar, tan común que prácticamente nadie repara en él. Sin embargo, se trata de un elemento cuya fabricación da de comer a familias enteras, que con sus manos luchan quijotescamente contra la producción industrial, la maquinaria automatizada y los materiales sintéticos.
Texto y fotos: Fernando Franceschelli.
Muy temprano, Alba Agüero se levanta y prepara el desayuno para sus cuatro hijos. Junto a su papá, Luciano Agüero, y sus primos Héctor Agüero y Álvaro Ávalos, pone en marcha el pequeño taller artesanal donde fabrican escobas desde hace años, cada día desde las 7.00 de la mañana. Fueron sus abuelos quienes comenzaron con el negocio. Desde hace unos 20 años siguió su padre y hoy es ella quien continúa con el legado en las inmediaciones de Paraguarí, en el kilómetro 60,5 de la ruta 1. Bajo el destartalado techo de chapas del taller, la luz se ve cálida y el ritmo de trabajo, vertiginoso, mientras pequeños fardos de paja escobera van y vienen de un punto a otro. El olor del solvente que se usa para la pintura de los mangos de madera es fuerte, tanto como las fibras del sorgo que con movimientos repetitivos harán desaparecer el polvo del piso de miles de hogares paraguayos. Algunos pequeños hoyos en el techo proyectan haces de luz sobre la piel curtida de quienes trabajan allí.
Un poco del taller
El proceso de fabricación artesanal de escobas comienza con el preparado de los mangos, una madera cilíndrica de unos 120 centímetros de largo que puede ser de guatambú o eucalipto. La materia prima viene desde Caaguazú, se lijan y pintan. Una vez secos, en un extremo se les fija una porción de alambre, que servirá para sujetar un poco de paja o sorgo escobero (Sorghum vulgare var. Technicum). La paja se ordena, se ata y el conjunto pasa a la máquina cosedora, un aparato de mecánica manual que, a juzgar por su capa de óxido, tiene incontables años encima, aunque funciona a la perfección, con agilidad y precisión. Tiene una aguja que atraviesa el manojo de paja mediante el movimiento de palancas, de ida y vuelta, y lo cose y le da la forma plana que conocemos. Para terminar, la paja es peinada para retirar las semillas del sorgo y dejar solo las varas rectas. Por último, pasa por una pequeña guillotina con la que se recortará el exceso y quedará la extensión adecuada para facilitar el trabajo de quien barrerá. La producción de la materia fundamental de una escoba no presenta mayores inconvenientes; el sorgo escobero produce la materia prima en unos tres meses y es bastante parecido al maíz. «En estos últimos tiempos, por la sequía, tuvimos problemas para conseguir la flor de escoba que solemos traer de la zona de Sapucái o Santaní», aclara Alba. Para terminar el ciclo, la producción se venderá en almacenes y comercios de la zona.
Ante la pregunta de si ella barre en su casa, responde que sí y con una sonrisa asegura que, además, usa una escoba que ella misma fabricó.
Al final del día
Son las 17.00 y el trabajo en el taller fue largo. La familia ha fabricado unas 120 escobas hoy, más o menos la misma cantidad que elaboran todos los días. Alba explica que ellos viven exclusivamente de la producción de este singular objeto de limpieza, sin embargo, a veces prepara chipa sobre pedidos para vender. Mientras miles de personas adoptan pequeños robots que barren y aspiran automáticamente la casa sin siquiera la necesidad de controlarlos y otros compran escobas fabricadas por máquinas automáticas que usan plástico y fibras artificiales que tardaran cientos de años en degradarse después de desecharse, el trabajo de Alba no termina. Más tarde vendrá la comida para sus hijos y la limpieza de su hogar. Ante la pregunta de si ella barre en su casa, responde que sí y con una sonrisa asegura que, además, usa una escoba que ella misma fabricó.
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