Foto: Luis Vera.
La metáfora-trampa del artista
En el ensayo fotográfico de Bernardo Puente Olivera, ganador del segundo lugar del premio Hippolyte Bayard, la historiadora Ana Barreto Valinotti reflexiona en torno a la metáfora-trampa del artista. “Solo algo tan absolutamente falso puede ser auténtico”: una descripción que también se aplica a la obra triunfadora y varias finalistas.
Cada dos años, la asociación de fotógrafos y fotógrafas El Ojo Salvaje, la Alianza Francesa de Asunción y la Embajada de Francia en Paraguay confieren el premio Hippolyte Bayard. La persona ganadora accede a una residencia artística de dos meses en la Ciudad de las Artes de París, Francia. En la edición 2020, el fotógrafo Luis Vera fue reconocido con el primer lugar por su ensayo fotográfico ¿Cómo sería si…? Ejercicios para deshacer omisiones.
Vera introduce su proyecto con una frase: “El imaginario de una nación se construye según el poder de las fuerzas que constituyen la sociedad y se encuentran representadas en instancias clave”. Plantea que estos ejercicios sirvan para que nos imaginemos, en un mundo de ficción, cómo sería si las mujeres no hubieran pasado inadvertidas por la historia y los carteles de todas en el país que se dedicó a las calles llevaran sus nombres. En sus fotografías, los nombres propios se superponen y se disputan un lugar en el espacio público y en la memoria.
La forma de construir ese pensamiento está cimentada en la toponimia, que se asocia a la notoriedad masculina en una dirección o un pueblo que se va solidificando con el paso del tiempo. “Si bien tomo esa invisibilización que tiene que ver con la presencia de nombres de mujeres en los carteles, al final guarda relación con el derecho igual de todas las personas. Creo que hay que reconocer que los hombres estamos en una condición ventajosa”, sostiene el fotógrafo.
El olvido es, en realidad, una omisión. Y la omisión es consciente, opina Luis Vera. Es por eso que buscó conectar la historia con el sitio y fotografiar símbolos de poder que decidieron obviar una parte importante del pasado. En la fotografía del Palacio de los López cambió el nombre Paraguayo Independiente por el de Elida Ugarriza, oradora que tuvo parte importante en los sucesos del 23 de octubre (la manifestación estudiantil que pedía la defensa del Chaco), pero fue borrada deliberadamente de la historia.
“Es una cuestión muy difícil cuando culturalmente nos educan en una sociedad, familia, país en el que hay un montón de cosas que están hechas. Conste que en mi casa la situación no fue tanto así”, cuenta. El artista se acuerda de la vez que su papá, ya jubilado, fue al médico por problemas cardiacos y el doctor le recomendó que comenzara a hacer actividades que le gustaran. Cuando le preguntó por su pasatiempo favorito, su le respondió: “Planchar”. Con la radio prendida, pasaba el tiempo alisando la ropa.
Comenzó haciendo scouting (exploración de lugares) para identificar en qué momento del día había mejor luz, juego de sombras o más gente. Fue una y otra vez al mismo sitio. Después hizo algo que dentro del fotoperiodismo está vedado: intervenir la foto. Pero, en este caso, Vera no pretende ocultar esa acción. Se trata de una historia con final abierto que propone reflexionar en torno a esa historia de invisibilizaciones para pensar qué hacemos ahora.
“Los nombres de las mujeres están en espacios periféricos, barrios, no en lugares preponderantes, y eso también es muy simbólico. La idea es pensar cómo ampliar esa lista y que nos sirva para pensar qué estamos haciendo ahora y cómo nos comportamos en este momento para que se equilibre y sea un espacio justo para todas las personas, no solamente para un grupo. Pero para mí también es un proceso de aprendizaje”, considera Luis.
Polaroid, una nostalgia que no termina de morir
Una de las piezas que resultan fundamentales para comprender la obra de Luis Vera es que la construcción de identidades se produce en la interacción con los carteles. Trabajó de cerca con Ana Barreto Valinotti, historiadora y autora del libro Mujeres que hicieron historia en el Paraguay, para la fase de investigación. Barreto Valinotti también fue importante para el ensayo de Bernardo Puente Olivera, que fue reconocido en segundo lugar con su proyecto fotográfico, al que llamó Polaroid.
En palabras de la historiadora, Polaroid plantea un análisis no solo del pasado en tanto historia o del culto a la personalidad desde el poder simbólico, sino que también pretende ser un ejercicio político y social del tiempo presente. A través de elementos fotográficos de la inmediatez −típicos del siglo XX que remiten a la supuesta accesibilidad y sinceridad−, Puente cruza la representación con una de las frases más reiteradas por las y los nostálgicos de la dictadura: “En mi época podíamos dormir con las ventanas abiertas”.
Ella se pregunta: “¿Toda imagen cuenta una historia o es la historia? ¿Es Polaroid un espejo o una forma simbólica? ¿Es quizás esta la metáforatrampa del artista?”. Detrás de las fotografías del ensayo de Bernardo −que parecieran mostrar un proceso de “encierro” del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, a través del juego de luces y sombras que alude a unas rejas− hay todo un trabajo de curaduría que excede a la simple foto.
¿Toda imagen cuenta una historia o es la historia? ¿Es Polaroid un espejo o una forma simbólica? ¿Es quizás esta la metáfora-trampa del artista?
Ana Barreto Valinotti, historiadora.
“Hay una nostalgia por el estronismo, vos querés matarlo y revive. A mí me atraviesa porque nací y crecí en la dictadura y viví una historia familiar muy complicada. Tengo tíos míos que desaparecieron. Pudimos recuperar a sus cuatro hijas, pero sé lo que significa el desastre que significa. Es un agujero negro que lo traga todo y no cesa de tragar. Pasan los años y el dolor no se va. No es como cualquier muerte, que uno hace un duelo, porque hay muchas dudas y preguntas”, dice Bernardo.
Vivió toda su infancia a media cuadra de la mansión Seré, un famoso campo de detención en la Argentina durante la dictadura, sobre todo en 1976. A los seis años, Bernardo caminaba por esa sala con la sangre, con los tiros en las paredes, después de acompañar a un cura amigo. Él y sus hermanos jugaban en ese entorno. A los pocos meses desaparecieron sus tíos, y su familia comenzó a vivir un proceso de persecución, vigilancia y exilio.
Su trabajo tiene que ver con la historia, el presente, el futuro. Es una secuencia que juega con la cronología. “Usé ese paralelismo entre el esplendor elitista del estronismo y cómo fracasó. Las fotos están tituladas por años de acuerdo a varios matices de luces. Van los años y finalmente llega al dos mil y algo porque es más como una esperanza de que, finalmente, estas prácticas de poder queden en la oscuridad o en las penas como una cita histórica”, explica el artista visual.
La misma inmediatez que reproduce la Polaroid aparece en discursos inmediatistas que añoran la dictadura, como: “Con Stroessner estábamos mejor” o “la seguridad era otra”. Es lo que Bernardo denomina “un discurso Polaroid”, porque se imprime sin profundizar ni reflexionar sobre lo que dice. De esta manera, la serie que obtuvo el segundo lugar del Bayard es un intento por encarcelar estas ideas con una ventana-barrote, ventana-cárcel que aún no se logró porque, al día de hoy en Paraguay, no hay ningún responsable de la dictadura preso.
Hoy es Polaroid, pero hace unos años fue con su trabajo ADN Mitocondrial que Puente sigue reflexionando como una forma de sanar todo lo que no recuperó de la(s) dictadura(s). “Creo que hablarlo desde el arte es muy sanador y permite a mucha gente acercarse a estos temas de otra manera. Desde los sentidos y todas las posibilidades que el arte te permite”, expresa.
No me hables en colores
Juana Barreto, una de las fotógrafas finalistas del Premio Bayard, conoció a Laura en 2015. La vio subirse a un colectivo con su marido y un bebé en brazos. Desde ese momento, se propuso volver a encontrarlos y contar su historia. “Laura es no vidente de nacimiento. Nos conocimos por esas razones de la vida que nunca tendrán respuesta y nos hicimos amigas sin darnos cuenta. Cierto día me dijo: ‘No me hables en colores’. De ahí viene el título de mi ensayo”, cuenta Juana.
Contar la historia de Laura es un poco contar la de Juana, porque al armar su ensayo fotográfico en blanco y negro aprendió a colorear el mundo sin ojos. Laura es uruguaya, se enamoró en Argentina y vino hace seis años a Paraguay. Se casó con Eladio, que es el director del coro de ciegos. Su lema es Enfrentar y vencer, es mamá de Nico, arpista, cantante lírica, maestra de música, coleccionista de turbantes y, sobre todo, una luchadora.
Yo solía describir las fotos para que ella identificara lo que había en la imagen. También siempre tenía que ponerles epígrafes para que la compu las lea. Ella me hizo entender que cada parte de nuestro cuerpo entiende, no solamente los ojos
Juana Barreto, fotógrafa.
“La primera vez que los vi subirse sobre Eusebio Ayala −cerca está la Escuela de Ciegos Santa Lucía− pensé que a lo mejor fueron ahí. Los seguí y pregunté si había una familia con esas características. Me dijeron que Eladio es el director del coro de ciegos y Laura, su señora. Arranqué así. Fui con la intención de fotografiar el coro y terminé entablando una amistad que vive hasta el día de hoy con ella”, sigue Juana.
Barreto pudo adentrarse en la vida íntima de la familia y fotografiar momentos cotidianos en los que se ve a Laura bañando a su bebé, cocinando o saludando sonriente desde la entrada de su casa. Cuenta que comenzó a comprender los tiempos para sacar las fotografías, por el sonido que produce la cámara. Tanto es así que cuando la visitaba, solo para pasar el tiempo, Laura le preguntaba: “¿Hoy no vas a sacar fotos?”.
“Yo solía describir las fotos para que ella identificara lo que había en la imagen. También siempre tenía que ponerles epígrafes para que la compu las lea. Ella me hizo entender que cada parte de nuestro cuerpo entiende, no solamente los ojos”, reflexiona la fotógrafa. En 2016, Juana viajó a España para estudiar Cine, y se acuerda bien de ese 24 de noviembre en que Laura le mandó una nota de voz para contarle que le diagnosticaron cáncer de seno. “Un audio en el teléfono despintaba mi mundo”, escribe en su ensayo.
El 6 de febrero de 2017 le extrajeron el tumor, pero esto recién había empezado. Laura conoció la quimioterapia y luego la radioterapia; perdió su cabello sin nunca haberlo visto. Un año después, logró recuperarse y Juana decidió tomarle una foto con los rayos del sol colándose en su ventana. Ahí fue cuando le dijo: “No veo la luz, la siento”.
Un cuerpo en proceso de formulación
A través de hojas sensibles a múltiples combinaciones, Alegría González Planás buscó una narrativa que hiciera posible su relación con el tiempo, mediante la transformación de su experiencia individual en una metáfora compartida. Gracias a su mentora del proyecto de investigación Ofuscación, que fue seleccionada para trabajar en el laboratorio de la Expo PopUp Tech, (un proyecto conducido por la organización por los derechos digitales, Tedic), Claudia Casarino encontró la manera de transitar la historia de su pasado, que es también la de muchos.
Se acercó al Centro de Documentación y Archivo para la Defensa de los Derechos Humanos y encontró información desclasificada y desactualizada. “De ahí nace Ofuscación, a raíz de relatos laterales que cuentan un poco lo que se vivió en esa época desde e historias que hablan desde el sentimiento. Encontré poemas, cancioneros, cartas, oraciones, cosas que confiscaban como evidencia. Algunas sé que eran espionaje”, explica Alegría.
Trato de hacerme preguntas, no como un punto de llegada sino como una puerta abierta a seguir explorando.
Alegría González Planás, fotógrafa y artista.
Esa fue la antesala de la obra finalista del Premio Bayard, Un cuerpo en proceso de formulación. Empezó a tomar cursos que se centraban más en lo personal y enfocarse en lo que generó en ella y su historia. Las lecturas de Espacio biográfico, de Leonor Arfuch, y Cuerpo utópico, de Michel Foucault, dieron otra perspectiva a su obra. Cuenta que le ayudó contactar con artistas latinoamericanos que hablan de su contacto con la dictadura y cómo transitan el proceso de enterarse sobre el pasado de sus familias.
“Trato de hacerme preguntas, no como un punto de llegada sino como una puerta abierta a seguir explorando. Me gusta esta idea también del papel que se rompe y yo lo puedo mover donde quiera, orejas en la cara o unos ojos en mi espalda. Se le da visibilidad a esa desubicación y a esa experiencia que para mí fue supersensorial. Fue como poner diferentes sentidos en lugares donde no estaban. Así también me siento yo, como si comenzara a ubicarme en sitios en los que nunca estuve”, reflexiona.
Un cuerpo en proceso de formulación, explica Alegría, es algo en lo que estamos todos. Es una exploración de los lugares que suprimimos del pasado para unir las piezas fragmentadas que nos permiten trazar una historia personal que, en realidad, es también colectiva. “En el ensayo, para mí era muy importante no mencionar en ningún momento el problema. Se trató todo el tiempo de crear como una fantasía. O prepararse para el universo de los otros, como decía Foucault”.
Entre otras cinco propuestas también quedaron seleccionadas como finalistas las de Marcos Benítez, Blas Esteban Brizuela y Jimena Ramírez. Participaron 30 ensayos o series, de entre 12 y 20 fotografías. Siete de ellos fueron preseleccionados por el jurado compuesto por: Javier Godoy, fotógrafo, gestor cultural y fundador de Flach Galería, de Chile, en representación de El Ojo Salvaje; y Dominique Scobry, en representación de la Alianza Francesa.
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