Nota de tapa

A través de las grietas: Miradas ecofeministas desde Paraguay

Una reflexión sobre posibles futuros

Quince artistas abordan de manera crítica y reflexiva el modelo de vida contemporáneo y la crisis climática, a través del arte como recurso disparador y transformador, para relatar una temática que afecta a la sociedad de manera global. De eso, y mucho más, se trata la nueva exposición de arte del Centro Cultural de España Juan de Salazar.

Por Nadia Gómez. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Un poco después del almuerzo, y en uno de los días más fríos del invierno pronunciado de este año, nos vimos con Fátima Aguilar —escritora, comunicadora, poetisa feminista y curadora de la exposición—, o Fachu, como la conocemos en la comunidad artística asuncena. Estaba esperando la llegada de las artistas a las salas de exposición para ultimar detalles antes de la inauguración. Tomamos un café y el mío se enfrió mientras escuchaba su relato sobre una muestra que es mucho más que una exposición de arte.

Antes de continuar, un poco de contexto: Miradas ecofeministas es un conjunto de exposiciones de artes visuales, un proyecto expositivo de la Red de Centros Culturales de la Cooperación Española, que refleja esfuerzos y acciones en los ámbitos del medioambiente y del feminismo. Nació en Costa Rica en 2023, con Marta Rosa Cardozo Ferrer como curadora de una muestra que buscaba problematizar la situación de América Latina a través de la narración de diferentes expresiones de artistas locales.

El proyecto fue muy exitoso y eso permitió que la iniciativa permee a más centros culturales en 2024. Fachu recibió una invitación, el año pasado, para formar parte del equipo de investigación de Miradas ecofeministas. “Esta es mi primera experiencia curatorial. Tuve que hacer negociaciones conmigo misma para salirme del rol de investigadora y experimentar otra faceta. Esto es muy enriquecedor, tiene muchísimos aprendizajes, y con tantas contradicciones también, que creo que nutren el desarrollo. ¿Qué sería del arte si los procesos no fueran contradictorios?”, agrega.

Haciéndose paso, de Carmen Yagüez Peón, y Bajo su sombra no crecerán tajyes rosa, de Belén Rodríguez. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Una mirada versátil

Al abarcar una corriente de pensamiento no muy instalada en Paraguay —el ecofeminismo—, es importante la mirada de Fachu sobre las contra dicciones. La exposición se conformó a partir de una convocatoria en la que fueron seleccionadas obras de 10 mujeres. Forman parte también artistas invitadas de la comunidad Qom, de la comunidad Nivaclé y las maestras ceramistas de Kambuchi Apo. “Lo que buscábamos, sobre todo, era un equipo de expositoras versátil, que plantee inquietudes, no solo en la obra en sí, sino en sus praxis y en sus quehaceres artísticos. Nos encontramos con un grupo muy diverso en términos generacionales, de elementos y materiales con los que trabajan y de bagajes profesionales”, señala.

Algunas de las artistas no se dedican al trabajo artístico a tiempo completo, sino que encuentran en el arte un espacio seguro para narrarse y posicionarse respecto a distintas problemáticas que las atraviesan. En este caso, el extractivismo, la tierra y la avanzada del modelo del agronegocio y los monocultivos. “Creo que cada una de ellas va planteando, primero con el contenido de su obra y luego con su praxis, su propia reflexión, sus alternativas desde los discursos y prácticas de las mujeres”, comenta.

Fátima Fachu Aguilar. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Ecofeminismo

El ecofeminismo aboga por una visión holística de la cultura dominante en la que vivimos. Una forma distinta de ver la economía, la cultura y la política, porque supone mirarlas desde la vida y el sostenimiento de esta. Yayo Herrero, antropóloga, ingeniera y activista ecofeminista española, se refiere a esta corriente como una teoría y una práctica que permite vincular opresiones y entender el mundo al combinar herramientas de la ecología social y el feminismo. Para ella es claro que los seres humanos extraen de la naturaleza; y que no habría economía ni tecnología ni vida posible fuera de ella.

Fachu, por su parte, viene trabajando con comunidades campesinas e indígenas desde hace más de una década: “El ecofeminismo no es un concepto instalado en Paraguay, incluso en las feministas que tienen una postura firme de defensa de la naturaleza, los territorios, las comunidades. Muchas de nosotras tenemos otras maneras de nombrarnos, pero no hay ninguna tensión entre nombrarnos distinto y el ecofeminismo”.

Traslado mi ser, de Efuemia García. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Ella relata el ecofeminismo como una postura ética que condensa dos prácticas, y que tiene como protagonistas, como sujetos políticos, principalmente a las mujeres que llevan, desde una praxis feminista, una coherencia en la defensa de la naturaleza: “Creo que hay ecofeminismo dentro de nuestros espacios de activismo en Paraguay, principalmente en Asunción, pero no siempre se lo nombra así. Y uno de los aportes de esta exposición tiene que ver con que hayamos tenido la posibilidad de plantearnos estas reflexiones, para llegar a la conclusión de que muchas de nosotras tenemos esta praxis, tanto personalmente como en el ámbito artístico”.

Durante el proceso, Fachu y el equipo de artistas expositoras mantuvo encuentros presenciales y virtuales que tuvieron también una finalidad pedagógica, en pos de encontrar en esta oportunidad no solo montar una exposición, sino también de generar debates y reflexiones. “Una pregunta que por lo general no nos hacemos en las exposiciones de arte: ¿Cuál es la huella de contaminación que produce esta exposición, de Miradas ecofeministas específicamente? Una muestra, igual con el carácter transversal de conservación y respeto a la naturaleza, no deja de contaminar”, acota.

¿A dónde irán a parar todos los elementos y materiales utilizados para montar la exposición? ¿Cuántos litros de agua se contaminaron para imprimir las obras? Estas cuestiones son complejas y, probablemente, no tengan respuestas exactas, pero la importancia también está en plantearlas.

El grupo se hizo preguntas como: ¿A dónde irán a parar todos los elementos y materiales utilizados para montar la exposición? ¿Cuántos litros de agua se contaminaron para imprimir las obras? Estas cuestiones son complejas y, probablemente, no tengan respuestas exactas, pero la importancia también está en plantearlas.

“El arte, desvinculado de esta reflexión, termina siendo meramente un instrumento más para reforzar la lógica del poder. Eso me parece fundamental. Uno de los aportes más importantes tiene que ver con esa fuerza que tienen las grietas de permitir que se vayan filtrando posibilidades. En ninguna de las obras estas preguntas están planteadas tal cual; sin embargo, en el quehacer de las artistas se encuentran latentes”, agrega.

Todo esto viene acompañado de reflexiones en torno a la vida cotidiana. ¿Qué materiales utilizan para crear? ¿Cuáles son los tejidos con los que visten? ¿Cómo se construye y se ejerce una praxis artística que sea coherente con la naturaleza? No va por el simple hecho de enunciar un discurso, sino por ser coherente en la práctica. “Probablemente no encontraremos respuestas inmediatas, pero también de eso nos nutrimos, de la experiencia ecofeminista que nos invita a desarrollar paciencias y resiliencias colectivas… Comprender que la responsabilidad no es exclusivamente nuestra, pero que [igualmente] tenemos una parte importante en la construcción de alternativas”, comenta.

Ausencia crepitante, bajo la tierra se resguardan los latidos, de Pamela Reyes. Fotografía: Fernando Franceschelli.

El agua, la vida que se infiltra por las grietas

Entre las temáticas abordadas en la exposición, una de las más recurrentes es la problemática del acceso al agua. También se ven temas como el acceso a la ciudad, la devastación del territorio y el hábitat natural, la preservación de las plantas y árboles, el acceso a una alimentación saludable y a los materiales mismos para la práctica artística. “Tenemos el caso de las mujeres qom y de Kambuchi Apo. El modelo productivo hace que los territorios, que son comunitarios, ancestrales, sean privatizados y eso impide que las artistas y artesanas accedan a la materia prima. En el caso de las mujeres qom, a la totora o karandilla, y en el caso de Kambuchi Apo, a la arcilla”, detalla.

Esto, señala, impacta en su vida como artistas y artesanas que viven de la venta y comercialización de sus obras, y también representa un peligro para la transmisión oral de conocimientos. “No solo de cómo se hace un cántaro o cómo se elabora un alhajero de karandilla, sino, y sobre todo, de lo que implican los espacios comunitarios, la transmisión de conocimientos orales a través del quehacer artístico. Ese es un espacio de encuentro. El valor de la obra no radica en el objeto en sí, sino en el espacio de encuentro intergeneracional donde las mujeres transmiten sus conocimientos, comparten alimento, las preocupaciones, los tejidos, las formas de hacer cada proceso: el bruñido, el secado, la quema, en el caso de la cerámica”, señala.

La paraguayita, de Vicenta Rodríguez y María Elena Dielma, de Kambuhi Apo, de la comunidad Caaguazú de Itá. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Entre las creaciones seleccionadas existe una diversidad interesante: pintura, grabado, cianotipia sobre piedra, fotografía, collage y una performance que existe como disparadora de inquietudes relacionadas con el agua del río Paraguay. “Creo que de algún modo todas las obras tienen eso, un componente que podría generar incomodidad. No es una exposición que hace odas a la belleza, sino que instala preocupaciones y exige respuestas. Entendemos que, como ecofeministas, las respuestas tienen que ser colectivas, que el camino para lograr realmente defender a la naturaleza debe ser asumir que no es algo ajeno, externo, que somos parte de ella y que estamos llamadas a realizar acciones colectivas urgentes para frenar de alguna manera este estadio ecocida normalizado en el que vivimos”, explica.

La convocatoria internacional de la exposición se denomina Miradas ecofeministas y cada país o centro cultural tuvo la posibilidad de idear una identidad que le represente. “En el caso de Paraguay, hicimos un encuentro en el que reflexionamos sobre nuestras prácticas artísticas y de ahí surge la identidad, A través de las grietas, que habla de las rupturas, de los procesos, que son dolorosos, porque a nosotras nos duele lo que está ocurriendo: los incendios forestales, la imagen de un río contaminado, las horas invertidas en la defensa de derechos que deberían estar garantizados, explicar por qué son trabajos artísticos las artesanías que producen las mujeres indígenas. Todo ese movimiento reflexivo, todo eso se da a través de las grietas”, agrega.

Las huellas de las mujeres en la historia, de Ruth Flores Ojeda. Fotografía: Fernando Franceschelli.

La selección

El cuerpo de artistas expositoras y sus obras, bajo la curaduría y las palabras de Fátima Fachu Aguilar, son:

Bianca Fernández (Asunción, 2000) con Bajo mis pies (2024). Pintura acrílica sobre tela de lienzo, inspirada en la Wood Wide Web, la red de conexiones subterráneas entre árboles. Pies humanos sobre un camino por debajo de la tierra como sus raíces, que simbolizan nuestra pertenencia a un ecosistema complejo e interdependiente.

Natalia Martínez (Asunción, 1989) con La gran ola paraguaya (2022). Óleo sobre madera. Es una reinterpretación de las olas de Katsushika Hokusai. A través de pinceladas realistas, plantea una problemática contemporánea que nos desafía a poner el cuerpo con coraje frente a las tempestades.

Romina Aquino González (Asunción, 1994) con Espíritu acuoso (2024). Collage analógico y digital. Forma parte de una serie de obras que giran en torno al agua como respuesta espiritual y adquieren sentido político al cruzarse con testimonios de mujeres activistas y defensoras de ríos de América Latina.

El poder que no quieren que recuerdes, de Céu Patiño. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Céu Patiño (Asunción, 1998) con El poder que no quieren que recuerdes (2024). Fotografía, impresión digital y collage botánico. Influida por la serie Siluetas de Ana Mendieta, Céu celebra la desnudez en su forma más natural y ancestral, y destaca el potencial de la mujer que constantemente buscan silenciar y sexualizar. La artista invita a una reflexión espiritual y busca despertar la consciencia, a través de la relación íntima con las plantas sagradas y el poder femenino.

Eufemia García (Asunción, 1989) con Traslado mi ser (2024). En la performance duracional atraviesa la sala y traslada con una cuchara de metal agua de la bahía de Asunción, contenida en una fuente, hasta otro recipiente cuya base es un espejo. Es una invitación a buscar nuestro rostro allí. Una acción reiterativa que nos obliga a poner atención en el río Paraguay, presente y, al mismo tiempo, olvidado en el paisaje citadino.

Ruth Flores Ojeda (Asunción, 1989), con Las huellas de las mujeres en la historia (2024). Ñandutí en cianotipia sobre piedra. A través del uso de estas técnicas y la reinterpretación de símbolos, nos invita a reflexionar sobre el papel femenino en la historia, la importancia de reescribirla desde esa perspectiva y el potencial del arte para generar relatos alternativos que celebren la vida, la colaboración y la comunidad.

Katia Magma (Asunción, 1994) con Rotífera (2024). Instalación con bastidor de madera, lienzo, urucú, clavos, cables, yute, cabello sintético y alambre de cobre. Sus líneas pintadas con urucú, sobre lienzo teñido con urucú, representan una tierra «posible» bajo la cual se extienden las raíces/saberes, que al no acceder a la tierra quedan sin dar frutos, pero siguen sosteniéndola. Los materiales tienen una fuerza simbólica que evoca resistencia, unidad en la diversidad, comunidad, las mujeres con los trabajos de cuidado y la fuerza de la sabiduría que han transmitido atravesando generaciones y fronteras.

Muñequitas nivaclé, de Daniela Benítez, del pueblo Nivaclé. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Antonella Levy-Sforza (Ypacaraí, 1990) con El tiempo y nosotres (2021). Fotografía digital en bastidor de madera de la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú (Canindeyú). En particular, a través de sus imágenes busca eliminar la ilusión de que existe tiempo victoriano que pueda medir si es mucho o poco lo que dedicamos a nosotros y a otros; es el cuerpo con sus signos de vitalidad, o lo contrario, el que nos indica cuánto ha pasado desde que hemos vivido uno u otro tiempo, el nuestro o el de otros.

Su obra se inspira fuertemente en la de Johannes Fabian, antropólogo que demuestra con maestría que pueblos indígenas no viven en el pasado sino en el presente, con su forma lenta de existir, en su tiempo y no en el de otros.

Pamela Reyes (Asunción, 1989), con Ausencia crepitante, bajo la tierra se resguardan los latidos (2024). Xilograbado en papel artesanal. La inspiración para iniciar esta investigación y la obra expuesta surgió al percatarse de que, en el norte de Paraguay, el área poco estudiada de la distribución del tití de cola negra coincide con la región más afectada por la deforestación masiva y los intensos incendios. Solo en octubre de 2022 se registraron 1906 focos de fuego en el departamento de Alto Paraguay.

Esto obliga a reflexionar sobre el daño irreversible a extensos territorios y hábitats a un ritmo que los animales no pueden seguir para mantener su resiliencia, lo que resulta en una pérdida invaluable de especies, comunidades, territorios, culturas e historias únicas del Chaco.

Joyeros de karandilla, de Bernarda Pesoa. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Bernarda Pesoa (pueblo Qom, 1981) con Joyeros de karandilla (2024). Cestería qom. Joyero elaborado con karandilla del territorio qom (departamento de Presidente Hayes). Las mujeres de la comunidad Santa Rosa del pueblo Qom son tejedoras, trabajan principalmente con materiales como la totora, hoja de palma o karandilla. El delicado trabajo de los joyeros qom nos invita a cuestionar las problemáticas en torno al monocultivo de eucalipto y a las amenazas que sufren los territorios indígenas.

Daniela Benítez (pueblo Nivaclé, 1965) con Muñequitas nivaclé (2024). Arcilla, hilos de caraguatá. Las muñecas de arcilla y vestidas con tejidos, llamadas vatfa’clavöt, forman parte de la sabiduría de las nivachei y cumplen una función pedagógica comunitaria: las ancianas las usan para educar sobre los cambios que ocurren en el cuerpo, los ciclos de la vida y la importancia de las mujeres, para retejer a través de narraciones orales una tradición etnobotánica de cuidados y conocimientos.

Belén Rodríguez (Asunción, 1991) con Bajo su sombra no crecerán tajyes rosa (2024). Rama de tajy rosado y mantas semitransparentes de poliéster sublimadas con imágenes de ramajes de pino en plano nadir. En su práctica artística, Rodríguez se sumerge en la investigación de las intersecciones entre lo social, las cuestiones de género, el cuerpo, la tecnología y el medioambiente. Con enfoque transdisciplinario, su obra pretende ser un medio para explorar los imaginarios y el “orden social” que configuran nuestras realidades. Así, logra un compromiso sustentado en la investigación, la búsqueda conceptual, la reflexión crítica y la exploración.

Bajo su sombra no crecerán tajyes rosa, de Belén Rodríguez.

Vicenta Rodríguez y María Elena Dielma, de Kambuhi Apo, de la comunidad Caaguazú de Itá, con La paraguayita (2024). Fuente de cerámica. Es una creación colaborativa que representa el trabajo conjunto de las mujeres paraguayas, que además de hacer arte con su quehacer cerámico son el sustento económico de sus familias. Un homenaje a todas y nuestros linajes de trabajadoras y defensoras del agua y la naturaleza.

Carmen Yagüez Peón (Madrid, 2001) con la obra Haciéndose paso, 2024. Instalación de metal con buganvilla y plantas medicinales. Una propuesta que plantea las similitudes entre las mujeres y la naturaleza. Cómo y cuánto han querido coartar nuestras libertades. Aun así, a pesar de las dificultades, conseguiremos alcanzar el lugar que merecemos sin tener que amoldarnos a las estructuras del patriarcado.

La exposición estará vigente hasta el 14 de setiembre y se puede visitar de martes a sábados, de 10.00 a 21.00, en las salas de exposición del Centro Cultural de España Juan de Salazar (Herrera 834).

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