Nota de tapa

Algo sobre Jorge

Avistamiento de la pasión y vida de un intérprete escénico

Actor, bailarín, director, docente… La lista sigue, y si estás familiarizado con las artes escénicas locales, probablemente no necesites que te presentemos a Jorge Báez. Más que un perfil, esta es una conversación —en la que raspamos la superficie y nos deja ansias de nadar más profundo— sobre la convicción, los pasos, las sensaciones y las apuestas que construyeron la mirada y la voz que lo convirtieron en el artista que hoy conocemos. Con vistas a sus 40 años de carrera, también hablamos sobre su más reciente trabajo, un unipersonal interpretado con una fuerza vital exquisita.

Por Nadia Gómez. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez. Agradecimientos: Archivo Nacional.

Un viernes de agosto, por la mañana, nos encontramos en un café con Jorge Báez. Esa misma noche se (re)estrenaba Historia de un jabalí o Algo de Ricardo, una obra teatral en formato de unipersonal que en 2023 generó revuelo en la comunidad de las artes escénicas. Hacía frío y buscamos asiento afuera para bañarnos con el sol mientras tomábamos café. Son casi 40 (39 para ser exactos) los años que Jorge irrevocablemente dedicó y en los que construyó un camino indiscutible en el rubro del teatro, las artes escénicas, la danza y la expresión como medios artísticos.

Empecé pidiendo que, a efectos de la grabación de la entrevista, me dijera su nombre y su apellido. Me dijo: “Soy Jorge Enrique Báez. En la obra [Historia de un jabalí o Algo de Ricardo] hablo de la historia de ese nombre, Enrique”, explica. Se detiene porque la anécdota contiene un spoiler, pero le digo que —genuinamente— no solo no me importan los spoilers, sino que me encantan. Sin embargo, me guardo esa hermosa e inesperada anécdota para que la disfruten en vivo y en directo, con las palabras e interpretación de nuestro entrevistado.

En camino a las cuatro décadas de carrera, Jorge Báez se lanzó a un desafío que aún no le había tocado: actuar y dirigirse a sí mismo en un unipersonal. “Creo que era una manera, una excusa para celebrar un periodo, con un evento que, para mí, artísticamente, era importante porque fue una decisión muy fuerte. Nunca hice esto; sí realicé espectáculos de teatro físico solo, pero era distinto. Lo que me salvó fue el texto de Historia de un jabalí o Algo de Ricardo, porque hoy se llama así. Es monstruoso. Esa calidad de alguna manera te marca y protege, porque tenés que construir algo gigante”, agrega.

Fotografía: Javier Valdez.

Antes de consolidar esta carrera, Jorge fue un joven que, a sus 16 años, encontró un espacio soñado para la expresión. Nos situamos en 1986, la última etapa de la dictadura. “Yo no tenía idea del contexto. A los 16 creo que era muy introvertido a nivel social y hallé un lugar que me permitía la expresión, que no sabía que estaba habilitado, y me hizo muy feliz”, agrega. Cuando estaba en el colegio, el director de su Departamento de Teatro, Antonio Ayala, vio algo en él y le instó a que participara del taller dramático.

Posterior a eso, Antonio, que formaba parte del legendario Piriri Teatro, un grupo que hacía obras para niños y niñas, dirigido por Erenia López, lo invitó a formar parte de una puesta. “Recuerdo bien. Tenía que hacer de una lombriz. No… era la cola de una lombriz de tres metros, y durante toda la obra tenía que decir ñam, ñam, ñam, pero era muy feliz. Sobre todo, no tanto por esa puesta, sino por lo que significó a nivel personal el impacto de pertenecer y entrar a un espacio que, había sido, permitía la expresión. Para mí eso era tan importante como lograr estar en un escenario”, comenta.

Cayó el régimen y la palabra ‘teatro’ explotó en mil pedazos, en el buen sentido digo. Empezó a haber diferentes teatralidades. Eso fue positivo, pero también disgregó un poquito esa mística de contención y protección que teníamos.

Durante la dictadura, el teatro, así como muchos otros campos artísticos en Paraguay, estaba resguardado por su comunidad y se lo consideraba un espacio de resistencia, contingencia y denuncia. En plena adolescencia, Jorge se encontraba inmerso y atento en reuniones gremiales del Centro Paraguayo de Teatro, cebando mate a los y las maestras que elaboraban los estatutos de ese espacio histórico. “Empecé a consumir el teatro desde esa camaradería, desde ese trabajo en conjunto, desde esa mística que hoy por hoy es otra”, acota.

Llegó 1989 y trajo consigo la ansiada transición a la democracia. Para Jorge, el periodo de dictadura tenía la peculiaridad de que, como existía un enemigo claro a la expresión y al pensamiento, desde el teatro se trabajaba más allá de las diferencias existentes en la comunidad. “Cayó el régimen y la palabra ‘teatro’ explotó en mil pedazos, en el buen sentido digo. Empezó a haber diferentes teatralidades. Eso fue positivo, pero también disgregó un poquito esa mística de contención y protección que teníamos”, explica.

Fotografía: Javier Valdez.

Jorge terminó el colegio en el 87 y dice que cuando cayó Stroessner él no entendía muy bien lo que acontecía. “Llegué al 89 sin saber qué era un golpe de Estado, porque no éramos educados para entender o saber eso. Tenía 16 y lo único que me interesaba era celebrar, en ese momento, la posibilidad de expresión que estaba encontrando”, agrega. Su familia intervino varias veces para que él no optara por el camino que terminó por forjar gran parte de su vida. “En dos o tres oportunidades me sometieron, por decir de alguna manera, a un conjunto familiar a ver si me podían convencer de que no era un lugar conveniente. Es que el teatro era un enemigo potencial de todo lo que implicaba el sistema de la dictadura, siempre”, comenta.

Jorge trataba de confortar a su familia con pequeñas mentiras: les decía que iba a la facultad, a estudiar Arquitectura. “Hasta que se dieron cuenta de que era un engaño. Pero ya era inevitable, porque me metí de lleno. Yo aposté a tiempo completo al ambiente del teatro porque me hacía feliz, y no me daba cuenta de lo bien que me hacía, a nivel humano. Había mucha inconsciencia también, y qué suerte porque era el impulso de hacer, no de estar preocupándome de cómo, en la calidad y el trabajo de filigrana meticuloso que con los años me fue interesando más”, agrega.

La mirada sobre eso es diferente a lo que era en los 80. Me parece que hay más contención, y es algo que celebrar. Antes, las circunstancias hacían que uno se posicione de una manera fuerte, de apostar y reafirmar las convicciones.

Actualmente, Jorge ve un cambio en la aceptación de una decisión como la de dedicarse por completo al teatro. “La mirada sobre eso es diferente a lo que era en los 80. Me parece que hay más contención, y es algo que celebrar. Antes, las circunstancias hacían que uno se posicione de una manera fuerte, de apostar y reafirmar las convicciones”, comenta. En ese sentido, ve a las tablas como un mundo fascinante, pero que aun así no siempre es cómodo de habitar, porque los procesos que se atraviesan pueden llevar a una persona a lugares no muy placenteros. “Hay que sangrar un poquito, y en el buen sentido lo digo; cambiar de piel. Son situaciones y circunstancias por las que se debe pasar. Así como es fascinante, también es un lugar que implica reafirmar y revalidar la apuesta”, agrega.

De convicciones latentes

Desde sus inicios en las artes escénicas, Jorge siempre fue muy feliz en el escenario. Las primeras experiencias iban subiendo y reforzando la decisión por la que se jugó. Si bien empezó en el grupo Piriri Teatro, aparecieron más oportunidades. “Pero el placer, el goce que genera no solamente el escenario, sino lo que pasa ahí y no te das cuenta; esa cosa de simbiosis; ese pago creo que se sintió siempre, y yo disfruté de eso”, explica. Para él, la recompensa iba más bien por pertenecer a ese mundo.

Cuenta que con el tiempo se fue haciendo cada vez más cholulo [risas]. Iba siempre a ver el trabajo de grandes actores y actrices, y admiraba y se emocionaba con todo eso.

Fotografía: Javier Valdez.

Con el paso del tiempo, las apuestas fueron modificándose. Su amor y felicidad de habitar el escenario se convirtió en un oficio, con un tinte más consciente: “Hay días en que odio el teatro, y me pregunto por qué no es de esta otra manera. O resiento un montón de aspectos que tiene el mundo de la expresión, y a la semana siguiente es distinto. No hablo del encanto, porque tampoco quiero romantizar. Este oficio tiene eso, y es una apuesta que hace que el cuerpo esté a disposición, a modo de quijotada”. Esto nos llevó a hablar del cómo, durante una obra, el público puede o no conectarse, puede no gustarle la propuesta o aspectos de ella. Para Jorge, esas puestas son quijotadas. “El cuerpo está comprometido en escena, está en juego y vulnerable”, agrega.

Cada persona que, sobre el escenario, le generaba emoción ya constituía un referente, pero tiene en mente una experiencia en particular. Cuando estaba aún en el colegio, fue a ver un espectáculo a través de una visita que habían organizado desde la institución. Llegó al legendario Arlequín Teatro que, en ese entonces, tenía en cartelera otra emblemática pieza, Las troyanas, bajo la dirección de Carlos Aguilera, el director uruguayo que colaboró con dicha institución en varias ocasiones. “Ahí estaba todo el panteón nacional de las artes escénicas. No entendía mucho lo que pasaba, pero terminó la función y yo, como cholulo en potencia, logré entrar a un [nuevo] mundo: el de los camarines. Encontré a la actriz que hacía de Hécuba y era la gran María Elena Sachero”, comparte.

Le pidió un autógrafo y María Elena le escribió algo en un papelito que atesoró. “Yo veía eso y me emocionaba mucho que la gente esté haciendo cosas, admiraba eso. Para mí era un motor y un estímulo muy grande”, comenta. De referentes suyos podemos hablar, pero, principalmente, Jorge entiende como referentes a las personas, cada persona, que veía y ve poner el cuerpo en escena. Eso lo emociona.

Fotografía: Javier Valdez.

Caminando hacia los 40

Jorge Báez, antes de dedicarse por completo al teatro, tuvo una carrera importante en la danza. Eso modificó sus prioridades. Fue parte del elenco del Ballet Nacional durante 14 años. Como miembro de una compañía oficial, tenía compromisos de giras, estrenos y ensayos. Se formó en la carrera de intérprete de danza contemporánea en el Instituto Municipal de Arte (IMA) y esto coincidió con la existencia de la compañía de teatro El Eclipse, un grupo integrado por él, Alejandra Siquot y Beto Ayala.

El Eclipse existió entre 1993 y 1997, pocos pero intensos años de creación. “Implicaba apostar a una manera y una propuesta escénica que tenía que ver con nuestras inquietudes, y eso también respondía a lo que el panorama escénico-teatral se planteaba en ese momento”, agrega. Con el grupo produjeron tres propuestas: 3 Acciones teatrales, obras breves que no tenían texto; La polvareda, de teatro físico, y Pasajero, que abordaba también teatro físico y algo de danza. “Había mucho cuerpo, porque los tres teníamos ese perfil de entrenar. En ese momento era la danza contemporánea el lenguaje que nos seducía. Nos estábamos formando en eso de manera muy fuerte. Era una herramienta”, agrega.

Había mucho cuerpo, porque los tres teníamos ese perfil de entrenar. En ese momento era la danza contemporánea el lenguaje que nos seducía. Nos estábamos formando en eso de manera muy fuerte. Era una herramienta.

Posterior a su estadía en el Ballet Nacional, inició una etapa distinta para la carrera de Jorge, en la cual se dedicó a abordar emprendimientos de manera individual. “Ahí aparecieron proyectos de teatro físico, de videodanza, que marcaron otra fase en la que iba generando, dentro de mis posibilidades e inquietudes, visiones particulares. Luego vino el tema de la dirección, que también implicó reacomodarme, con gusto, con placer y con los desafíos que significaba ese nuevo lugar”, comenta.

Algunos momentos que marcaron su andar como intérprete escénico son la obra Yo el Supremo, en la versión del maestro Agustín Núñez, y la oportunidad de colaborar con el proyecto de Teatro En Borrador, de la actriz y directora Paola Irún. “Creo que En Borrador fue una puerta que se abrió y la experiencia hizo que me replanteara la posibilidad de que este oficio tiene otros límites”, agrega. También menciona la puesta Tu panza respira (2021), hecha en conjunto con el actor y director David Amado. “Esa obra me salvó con un goce hermoso. Creo que cada proyecto [me marcó], sobre todo desde el periodo de los 90 para arriba, cuando empecé a ser responsable con las apuestas, las decisiones y los colectivos en los que tuve el honor de participar”, acota.

Archivo de Jorge Báez.

Historia de un jabalí o Algo de Ricardo

Un par de años atrás, Jorge se puso en contacto con Gabriel Calderón, actor y dramaturgo uruguayo, para obtener los derechos autorales de una obra. Era una excusa, también, para entrar en contacto con un autor a quien Jorge admiraba mucho. Ahí, Gabriel le contó que entre sus títulos tenía un unipersonal, que hablaba de algo en particular, y que lo ponía a disposición. “Fui esa tarde a leer el texto y quedé… no fascinado —no quiero romantizar la anécdota—, sino golpeado y shockeado. Aposté a eso porque era un periodo en el que estaba buscando material para lanzarme por primera vez a un proyecto de un solo actor”, comenta.

Implicaba darlo todo, con dientes y pezuñas, y eso es algo que sedujo mucho a Jorge. No estaba previsto que él fuera el director, pero con el paso del tiempo y un par de intentos que no tuvieron éxito, decidió que luego de dos o tres años de estar masticando la obra había adquirido una mirada particular que lo animó a lanzarse al desafío de actuar y dirigirse a sí mismo. Cuenta con la colaboración y el acompañamiento de Fabián Da Silva, quien está a cargo de la dirección de arte, tanto para Algo de Ricardo, que es la versión que está disponible ahora en el Archivo Nacional, como para Historia de un jabalí, estrenada en 2023.

Fotografía: Javier Valdez.

La historia trata de un actor que es convocado para encarnar a Ricardo III, de William Shakespeare. “Ese es su personaje soñado y creo que es una meta para muchos intérpretes. Pero él tiene la particularidad de que es un animal del teatro, un animal humano, y eso me emociona mucho de este material. Pero desde Jorge, yo construyo ese actor, a ese personaje y me adueño de lo que implica, desde mi mirada”, agrega.

La obra estará en cartelera todos los fines de semana de agosto hasta el domingo 1 de setiembre en el Archivo Nacional (Mcal. Estigarribia esquina Iturbe), un lugar atípico para una obra escénica y, sin embargo, una propuesta distinta que conjuga también el carácter de patrimonio que alberga el edificio. Toda la información sobre la puesta, horarios y costo, se encuentra en @historiadeunjabali en Instagram.

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