La pluma de la resistencia
En la madrugada del 3 de febrero, Paraguay celebra el 36 aniversario del fin de una dictadura de 35 años. En esta edición, el homenaje es para las voces insurrectas que resistieron desde la comunicación, con toda la exposición —y represión consecuente— que eso conllevó. La historia de Antonio V. Pecci es una de las tantas que se opusieron a las injusticias de ayer y siempre, que desde Pausa difundimos y reconocemos.
Por Laura Ruiz Díaz. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez. Locación: Biblioteca Nacional del Paraguay. Agradecimientos: Natalia Ántola Guggiari.
Corría el año 1958 y un joven Antonio fue elegido delegado del curso. El Colegio Nacional de la Capital era una institución tan grande como prestigiosa y albergaba en sus aulas a alrededor de 1500 estudiantes, por lo que asumir el cargo no era tarea menor.
De más está decir que el 58 fue un año convulsionado. Alfredo Stroessner fue reelecto sin oposición. Aunque la represión aún no había alcanzado su punto de mayor crudeza, en las calles latía un movimiento popular insurrecto, la inflación se había disparado y el sueldo no alcanzaba. Para agosto se proyectó la primera huelga general del país. Todo esto sucedía en medio de una disputa de poder interna en el Partido Colorado, que aún no había consolidado esa unidad granítica que hizo posible 35 años de dictadura.
En ese momento de la historia, un muchacho de 15 años recorría los cursos buscando adherencias para la huelga general. Era Antonio Valenzuela, a quien muchos conocemos por su nom de plume, Antonio V. Pecci.
La represión no se hizo esperar y Antonio, por protección, decidió cambiarse de colegio a uno privado, que pudieran pagar junto con su padre… solo para organizar un centro de estudiantes en su nueva institución educativa. La rebeldía continuaría por mucho tiempo más, insurgencia que pagó con su libertad y con su salud.
Más adelante iniciaría su labor periodística en espacios como Frente, Criterio, Ñandé y Sendero, publicaciones críticas al régimen que sobrevivían en la clandestinidad. Todo esto de la mano de su importante labor artística, ya que Antonio es un gran amante del arte y de la cultura en todas sus expresiones.
En esta edición, nos acompaña para regalarnos un pedazo de sus experiencias con la convicción firme de que la comunicación responsable es un arma contra el totalitarismo, que hoy vuelve a surgir con sus temibles expresiones. El mensaje es claro: nunca más.
Con raíces firmes
La pasión por el arte, la cultura y la justicia social nacieron en el seno familiar de Antonio Valenzuela. Su madre era quien, armada con una guitarra, enseñaba sobre la importancia de la vocación artística. Luego vino la invitación del padre Pedro Viedma para que hiciera teatro en el Salesianito, y se terminó de consolidar una de sus grandes pasiones.
Su militancia en la lucha estudiantil y la resistencia cultural durante la dictadura lo llevó inequívocamente al camino del periodismo, lo que dio inicio a su pasión por contar historias, por indagar en nuestra cultura y lo que ocurría bajo el régimen estronista.
En este camino de formación artística e intelectual se encontró con grandes referentes de la cultura, el arte y los derechos humanos en Paraguay. Josefina Plá fue su maestra en la Escuela de Arte Escénico, pero una vez culminados estos estudios siguió siendo su mentora. El destacado grabador brasileño residente en el país, Livio Abramo, abrió las puertas de su casa para hablar de temas de cultura, pero también de experiencias políticas en su país, el campo de concentración de Auschwitz y el nazismo.
Olga Blinder, pintora de gran sensibilidad social, también fue una de las grandes formadoras de Valenzuela. Pero además, Carlos Villagra Marsal y Juan Andrés Cardozo fueron fundamentales influencias en su labor.
“Para la formación de mi sensibilidad y mi conexión con la realidad fue determinante el papel de las mujeres”, remarca. “Mi madre Ermelinda, que nos dejó muy joven, era amante de la música y la poesía, y llevaba un cuaderno con letras de boleros, guaranias, versos famosos y una crónica de la vida política en el país”, recuerda. Su familia ya había afrontado persecuciones y un exilio de cinco años en Clorinda, hasta que pudieron volver. Convivió con su abuela, Raimunda Pecci, y dos tías, que influyeron en su forma de ser y su visión de la vida. “Igual que mi padre, de ideales progresistas”, aclara.
Mucho después vino su matrimonio con Marta Almada, quien, además de ser su compañera y madre de sus cinco hijos, fue su guía y consejera por más de 30 años. “Su personalidad, su capacidad de resiliencia y su amor al arte me ayudaron mucho a no declinar y ser perseverante”, remarca.
«Uno trabaja para hacer algo valioso para sí mismo y, si se puede, que sirva a la ciudadanía»
Antonio V. Pecci
No deja de mencionar a sus compañeras en el Teatro Popular de Vanguardia (TPV), un legendario elenco de Asunción que nació en los 60. Nombra a Erenia López, Julia Tavarelli, Vicky Arce, Leticia Godoy y Teresita Pesoa. Del Grupo de Teatro Universitario, a Nucky Walder. Y a sus colegas y compañeras Susana Oviedo, Mary Ramos, Susy Delgado, Milia Gayoso, Monserrat Álvarez, Delfina Acosta, Ana Iris Chaves, Line Bareiro, Edda de los Ríos y Lita Pérez Cáceres.
También a doña Carmen de Coca Lara Castro, quien dirigía la Comisión Nacional de Defensa de los DD. HH. “Muy hostigada y perseguida, estuvo cerca de los presos políticos y de sus familiares denunciando su situación”, cuenta. Nombra a Luis Alfonso Resck, miembro de dicha comisión y destacado luchador, muchas veces preso; y a Martín Almada, quien sufrió prisión y luego exilio, pero volvió al país y descubrió y reveló los Archivos del Terror, que hoy son la prueba fehaciente del Operativo Cóndor implementado en toda América Latina. Y claro, el monseñor Ismael Rolón no podía faltar. En palabras de Antonio, él apartó a la Iglesia de la postura de sumisión ante el dictador e impulsó un fuerte movimiento de postura crítica ante las arbitrariedades.
No es casualidad que el primer apartado de la nota inicie con el reconocimiento y el agradecimiento a tantos compañeros: Antonio V. Pecci destaca que los procesos de los cuales formó parte fueron colectivos. “Es solo un granito de arena frente a todos los esfuerzos realizados”, nos dice.
Movimiento Independiente
La inquietud por la justicia llevó a Valenzuela a formar parte del Movimiento Independiente (MI), una importante fuerza gremial universitaria, de 1966 a 1977. Dos eran las características principales de aquella organización: la importancia que se le dio a la producción artística e intelectual y el aprovechamiento de los actos culturales como espacios de convocatoria masiva, en un contexto que limitaba la libertad de reunión.
Las constituciones de 1940 y 1967 permitían al Poder Ejecutivo declarar el estado de sitio sin supervisión. Con esto, el tirano prohibió cualquier reunión o manifestación de la oposición y ordenó detenciones por tiempo indefinido, sin necesidad de explicación ni de presentar a los detenidos ante la Justicia.
El estado de sitio se renovaba cada tres meses y solo se suspendía temporalmente cuando había elecciones, para reinstaurarse al día siguiente. Este método fue clave para el control político de la sociedad y estuvo en uso casi toda la dictadura. En 1987 se levantó, por la continua presión de organismos internacionales, pero eso fue mucho después.
Algunas de las publicaciones fomentadas por el MI fueron Criterio, creada por iniciativa de Basilio Bogado en el 66, y el semanario universitario Frente, que funcionó desde 1971 hasta 1975. También organizaron premios de poesía con jurados de la talla de Augusto Roa Bastos, Rubén Bareiro Saguier y José María Gómez Sanjurjo.
Los festivales no faltaron, ni tampoco los ciclos de cine. “La cultura nos proveía la posibilidad del encuentro en un momento en donde las reuniones estaban prohibidas, era en sí misma un hecho revolucionario”, recuerda Antonio en la entrevista con Pausa.
Periodismo crítico
A Criterio, V. Pecci fue llamado como referente del campo del arte, como representante del Teatro Popular de Vanguardia. También colaboró con revistas como Ñandé, Diálogo y Frente. En el 73 se inició profesionalmente en el semanario Sendero, órgano de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP).
El periodista
Valenzuela Pecci colaboró con revistas como Ñandé, Criterio, Diálogo y Frente. En el 73 se inició profesionalmente en el semanario Sendero, órgano de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP). Su facilidad con la pluma lo llevó a seguir explorando su vocación periodística, oficio que más tarde ejercería en el diario Última Hora por más de 40 años.
A mediados de la década de 1960, nos cuenta, tomó el tren y fue hasta Buenos Aires porque quería conocer a figuras destacadas en el exilio, como José Asunción Flores, Augusto Roa Bastos y Elvio Romero. También conoció a Édgar Valdés, notable intelectual y crítico, y a una de las más grandes poetas revolucionarias paraguayas, Carmen Soler, en Santiago de Chile.
“Fue muy difícil ejercer el periodismo por el sistema de control y opresión que establecía la dictadura sobre la prensa. Muchos fuimos a prisión por ser críticos, numerosas publicaciones se clausuraron de manera temporal o definitiva, como en ninguna otra época de nuestra historia de país independiente”, declara. “Pese a esa atmósfera de miedo y censura, varios medios y periodistas mantuvieron su postura crítica”, reivindica.
El mimo
¿Podemos intuir a quiénes no les gustó para nada el perfil de Antonio y sus inquietudes sociales? Exacto, al régimen estronista. Esto le valió no solo una prisión, sino varias. En la noche del 21 al 22 de julio de 1977 fueron detenidos sin orden judicial más de una decena de dirigentes del Movimiento Independiente (MI). A la detención le siguió la reclusión en el Departamento de Investigaciones y, en la mayoría de los casos, la tortura.
¿La razón? La campaña sostenida a favor de la soberanía sobre los recursos naturales, específicamente en Itaipú. Los jóvenes dirigentes fueron procesados y condenados por el juez Bernabé Valdez Martínez a un año de prisión bajo la ley 209, y enviados al penal de Emboscada para presos políticos, en el caso caratulado “Bogado Gondra y otros”.
El año pasado, en estas mismas fechas, conocimos un atisbo de lo que fue la vida en el campo de concentración de presos políticos de Emboscada. Cuando Antonio y sus compañeros llegaron, ya existían las veladas culturales de los viernes, en las que se hacía música, se recitaban poemas, había casos ñemombe’u y otros números. Estaba el coro con Fernando Robles —que el mismo logró grabar en el material Sonidos de la Memoria—, conjuntos musicales con Celsa Ramírez y Amado Cardozo, biblioteca y talleres varios.
“[El grupo teatral Asaje Pyte (Siesta)] contribuyó a que la estancia en la prisión de cerca de 400 hombres y mujeres fuera un poco más llevadera. Eso fue una confirmación de que aun en las condiciones más lúgubres en que puede estar el ser humano, suele surgir el arte como símbolo de esperanza”
Antonio V. Pecci.
“Como tenía experiencia teatral, invité a aquellos compañeros y compañeras que quisieran integrar un grupo de teatro para el montaje periódico de obras. Lo cual, les dije, implicaba ensayar dos veces por semana”, recuerda Valenzuela. Acordaron hacerlo de siesta, ya que por la mañana se dedicaban a actividades de limpieza y cocina en el penal.
Antes de su detención, Antonio fue miembro y luego codirector del Teatro Popular de Vanguardia, con el cual participó, entre otros, del Festival Latinoamericano de Teatro de Manizales (Colombia) en 1971. Influenciado por Óscar Wespel, que era un experto en la materia, se convirtió en un consumado mimo.
En Emboscada lograron integrar un grupo de unas 12 personas e hicieron numerosos montajes, obras de Chéjov, Moliére (Médico garrote púpe, versión en guaraní de El médico a palos) y pantomimas. De temas paraguayos, presentaron La sed, obra de unos 40 minutos, con pocos diálogos en guaraní, inspirada en un cuento de Roa Bastos. Está ambientada en la Guerra del Chaco y sigue a un grupo de soldados, asediados por la sed, que se ponen a buscar agua y en las pausas hablan de sus valles y familias.
“Daba la casualidad que entre el numeroso público que observaba la obra, de pie, en un lugar bajo los mangos, estaban varios excombatientes de la Guerra del Chaco. Y vi que gruesas lágrimas rodaban por sus curtidos rostros, y escuchaba algunos comentarios: ‘Upeicháite va’ekue’. Ese fue nuestro mayor premio”, rememora.
Así hicieron 10 montajes en un año, hasta que salieron en libertad en julio de 1978. El grupo se llamó Asaje Pyte (Siesta). “Contribuyó a que la estancia en la prisión de cerca de 400 hombres y mujeres fuera un poco más llevadera. Eso fue una confirmación de que aun en las condiciones más lúgubres en que puede estar el ser humano, suele surgir el arte como símbolo de esperanza”, remarca.
“Creo que el rol del teatro es muy importante, porque ayuda a despertar la sensibilidad de la persona y, en la mayoría de los casos, la impulsa a tener una visión crítica de su tiempo. Abre mentes, por así decirlo”, dice al recordar su militancia artística.
Guardián de la memoria
“La dispersión de las personas que sufrieron prisión y de los familiares de desaparecidos nos llevó a convocar un encuentro en 2002”, relata. Este evento, realizado en la Universidad Católica, reunió a más de 100 participantes y culminó en la creación de la Comisión de Verdad y Justicia (CVJ) en 2003, que investigó violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.
“Logramos que la ex Dirección Técnica se convirtiera en un museo”, añade Pecci. El Museo de las Memorias, inaugurado en 2006, es hoy un referente clave, visitado por más de 4000 estudiantes anualmente. Sin embargo, se enfrentan a distintos desafíos, como la renovación del convenio con el Ministerio del Interior y 23la preservación de la Plaza de los Desaparecidos. Pecci también enfatiza la importancia de educar a las nuevas generaciones: «Es esencial incorporar en la malla curricular la materia El Autoritarismo en la Historia Reciente». Además, subraya la conexión entre cultura y derechos humanos: «Ambas dimensiones son inseparables para construir una sociedad justa y tolerante».
“Creo que el rol del teatro es muy importante, porque ayuda a despertar la sensibilidad de la persona y, en la mayoría de los casos, la impulsa a tener una visión crítica de su tiempo. Abre mentes»
Antonio V. Pecci.
Recuperar el legado
Para Antonio V. Pecci, parte de su trabajo como defensor de la memoria es el de reivindicar las figuras artísticas del Paraguay. Así, destaca la importancia de José Asunción Flores y la guarania como símbolos de identidad. “La guarania es el sonido del alma paraguaya”, afirma, citando al maestro Flores, quien decía: “La guarania es de mi pueblo. Allí están los sollozos de su pasión y los gritos de su rebeldía”. Pecci dedicó libros y charlas a difundir su legado y subrayar su conexión con la cultura bilingüe y folclórica del país.
Sobre Augusto Roa Bastos, resalta su compromiso con la democratización y su lucha contra la corrupción. “Lo dejó todo para ayudar a la reconstrucción de la patria. Decía que ‘el nuestro es un país enfermo’ y que la corrupción era una de las enfermedades más letales, herencia del estronismo, porque consume a la sociedad”. Para Pecci, ambos artistas encarnan la resistencia y la identidad nacional.
Cosecha
Antonio V. Pecci resalta el valor del periodismo cultural en un planeta dominado por el mercado, ya que permite conocer al artista genuino más allá del marketing. “Cultura es mundo”, dice al citar a José Martí. Así enfatiza su convicción de que la comunicación debe ampliar horizontes y nutrirse de experiencias diversas para contribuir con la memoria y la identidad cultural del país.
En su trayectoria, Pecci ha recibido múltiples reconocimientos, pero los atesora con humildad, recordando a referentes como Josefina Plá y Roa Bastos por su sencillez. Su labor sigue centrada en la investigación y difusión de la guarania y la memoria histórica, convencido de que estos legados deben llegar tanto a nuevas generaciones como a quienes han sido testigos de su evolución. “Uno trabaja para hacer algo valioso para sí mismo y, si se puede, que sirva a la ciudadanía”, sostiene, y reafirma su compromiso con la cultura y el país.
Su mayor satisfacción es “haber llegado a la mayor cantidad de personas con las charlas, los libros, los audiovisuales sobre la guarania, la memoria histórica, la lucha por la libertad y la igualdad social, junto a tantos compañeros y compañeras, cuyos brazos nos sostienen”.
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