Cuarenta y dos años de travesía escénica
Celebramos el aniversario número 42 del referente cultural Arlequín Teatro con un perfil y recuento histórico de su importante legado de creatividad, compromiso e innegable pasión por las artes dramáticas.
Por Nadia Gómez. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Bethania Achón. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez.
Un viernes por la mañana pasamos por la oficina del Arlequín Teatro en busca de José Luis Ardissone, el corazón y fundador de este emblemático lugar de la cultura paraguaya, para una entrevista. La oficina está ubicada en frente mismo al local, donde se estaba desarrollando una función para los alumnos de un colegio. Entrar a esa oficina fue rodearse de vestuarios, utilería, miles de fotografías de escenas de obras, actores y actrices, afiches de puestas pasadas. Fue como ingresar a un acogedor museo que contiene una parte importante de la historia de las artes escénicas del país.
José Luis Ardissone es arquitecto, actor y director de teatro paraguayo. Cuenta que, a los ocho años, en la escuela República Argentina, su maestra pensó que él podía interpretar al mariscal Francisco Solano López en una comedia estudiantil: “Pero no fue una puesta cualquiera. Se hizo una adaptación del poema La noche antes, de Martín Goicoechea Menéndez. Así que mi primera actuación fue nada más y nada menos que en el Teatro Municipal”.
Al año siguiente bajó de mariscal a general: interpretó a José de San Martín. Como sus dotes se manifestaron a temprana edad, en la escuela era el recitador oficial.
Pasó el tiempo, José Luis fue al colegio y luego decidió que quería seguir la carrera de Arquitectura, y para ello fue a la ciudad de Río de Janeiro (Brasil). En ese entonces hizo una pausa importante en una de sus grandes pasiones, el teatro, pero al volver a Paraguay no tardó mucho en regresar a su vocación. “Unos años después de comenzar mi carrera como arquitecto, se me presentó la posibilidad de hacer una escenografía para la compañía de comedias del Ateneo Paraguayo; la obra era Un rostro para Ana, de Mario Halley Mora, y los directores fueron María Elena Sachero y Mario Prono. Esa fue mi primera participación profesional en una puesta teatral, en 1970”, recuerda.
Gracias a eso, José Luis conoció artistas como Gustavo Calderini, Clotilde Cabral, Rafael Arriola, Teresita Torcida y Mario Kravetz, con quienes formó el grupo Gente de Teatro. “Allí tuve mi primera participación como actor, fui un personaje de la obra La farsa del cajero que se fue hasta la esquina. Las críticas fueron increíbles. Desde entonces no volví a sacar el pie del escenario”, cuenta sobre el inicio de su larga y fructífera carrera.
“Allí tuve mi primera participación como actor, fui un personaje de la obra La farsa del cajero que se fue hasta la esquina. Las críticas fueron increíbles. Desde entonces no volví a sacar el pie del escenario”.
José Luis Ardissone.
Con el grupo Gente de Teatro hicieron varias obras, hasta que en 1981 llegaron a un tope. Todavía en plena dictadura, no obtenían acceso al Teatro Municipal. La persona a cargo de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Asunción no era simpatizante de su trabajo.
Quedaba otra opción: el actual Teatro de las Américas del Centro Cultural Paraguayo Americano, un salón de actos convertido en teatro en 1980, justamente por José Luis en su faceta de arquitecto. “Como todos los grupos que no teníamos cabida en el Municipal, actuábamos allí porque no había otras salas. Siempre nos daban dos semanas de temporada, y era muy poco. Yo tenía ganas de hacerlo por más tiempo”, afirma.
Con esa inquietud y esas ganas, José Luis recurrió a su pareja, María Teresa. Él quería un teatro propio: “Hablé con mi esposa, quien con una generosidad increíble me dijo: ‘Si ese es tu deseo, hacelo’”. Al poco tiempo encontró un local desocupado que había sido una discoteca. Un día de lluvia se bajó a verlo; estaba vacío, lleno de basura; había ratas, era un desastre. Pero él, como arquitecto, rápidamente visualizó una sala. Los dueños, al principio, le dieron una negativa, pues planeaban que un restaurante ocupara el predio. Pero cambiaron de parecer y cerraron el trato con un alquiler de G. 100.000.
La materialización del Arlequín fue un trabajo enorme y requirió esfuerzos importantes: “Los dueños me permitieron empezar a pagar el alquiler luego de terminar las reformas. Para hacer los trabajos necesarios tuve que vender un terreno, usar todos mis ahorros, pedir un préstamo y algunos amigos se acercaron a ayudar también”. Todo valió la pena. Y así, el 3 de mayo de 1982, se inauguró la sala de teatro con un concierto del Ensamble Asunceno de Música Antigua dirigido por Nelly Giménez, y luego con la presentación de la obra, la primerísima que se presentó en el lugar, llamada En esta Navidad te venimos a buscar, con las actuaciones de Clotilde Cabral, Carla Fabri, Mario Marcel y José Luis Ardissone.
La historia del Arlequín empezó oficialmente en el barrio Villa Morra, y con ella también arrancó una apuesta importante de José Luis: dedicarse completamente al teatro. El equipo, en ese entonces, estaba compuesto por él y su familia, que lo apoyaba incondicionalmente. “Mi esposa, Tessi, y mis cinco hijos siempre estuvieron a mi lado. Alejandra tenía 14 o 15 años cuando se inauguró; el más chiquito, Bruno, tenía seis meses. Los chicos barrían el lugar, atendían la boletería, actuaban en obras infantiles como parte del coro”, rememora.
Con el tiempo, Irene, una de sus hijas, se dedicó a la docencia y decidió dejar el teatro. Fabrizio fue a estudiar a Curitiba, Brasil, y Bruno, al principio era muy chico, pero más adelante trabajó como administrador del Arlequín. “Ahora quedan Pablo y Alejandra, ambos son mi mano derecha. Digo que sí a todo lo que ellos resuelven. Él es actor y director; y ella es actriz”, aclara.
Sueño de una noche de febrero
José Luis apostó por abrir una sala de teatro en los 80 en Asunción durante la, todavía reinante, dictadura de Alfredo Stroessner. Aun con los riesgos que eso suponía, él y su familia se embarcaron en la aventura de sus vidas. “Desde el comienzo el norte fue hacer un teatro que, a la gente, en primer lugar, le divirtiera. Pero, ¿cómo se hace eso? De distintas formas: uno ríe, se emociona, y hay veces que hasta llora. La cosa es conseguir que el público salga con algo que alimente un poco su espíritu, su alma. Creo que conseguimos eso siempre”, explica.
En los primeros años del Arlequín, el teatro clásico era una novedad a nivel local. La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, fue la primera puesta que se hizo al año siguiente de la fundación de la sala, en el 83, y fue la primera que dirigió Carlos Aguilera, director uruguayo, en Asunción. “El público entendía lo que significaba cuando Bernarda levantaba el bastón, interpretada por María Elena Sachero, y decía: ‘Aquí mando yo’. La gente percibía muy bien a qué se refería: a la dictadura. La obra realmente nos marcó mucho”, comenta José Luis.
Como muchas expresiones artísticas durante la dictadura, las obras del Arlequín fueron blanco de vigilancia y amenazas. “Cuando hicimos Las troyanas nos llamó el doctor Raúl Peña, el entonces ministro de Educación, a mí y a María Elena Sachero, la protagonista. Nos avisó que había una orden de clausura del teatro por hacer una puesta subversiva de un autor comunista. Ese era un clásico griego de Eurípides y esta era una versión de Jean Paul Sartre; no era comunista, pero sí un poco de izquierda”, explica.
Varios años después, al acceder a los Archivos de Terror, los documentos producidos durante la dictadura que se referían al aparato represivo de la misma y otros regímenes aliados, descubrieron esta orden de clausura de la policía.
“Cuando hicimos Las troyanas nos llamó el doctor Raúl Peña, el entonces ministro de Educación, a mí y a María Elena Sachero, la protagonista. Nos avisó que había una orden de clausura del teatro por hacer una puesta subversiva de un autor comunista”.
José Luis Ardissone.
Al año siguiente de Las troyanas hicieron Hamlet, dirigido por Carlos Aguilera, que también estuvo al frente de la anterior. Aquí, Aguilera resaltó la corrupción del Estado y sugirió una relación homosexual entre Hamlet y su amigo Horacio, interpretados por José Luis y Francis Ruiz, respectivamente. “Un día llamaron por teléfono y dijeron: ‘Esperen una bomba esta noche, comunistas de mierda’. Enseguida pensé que era la policía. Decidí no decir nada e hicimos la función”, cuenta José Luis, inmerso en el recuerdo.
Días después se repitió la llamada: “La misma voz dijo: ‘Les vamos a hacer volar, putos de mierda’. Ahí sí le conté al elenco y decidimos hacer la obra como estaba planeada. Tampoco pasó nada”.
Pero las amenazas no terminaron ahí. Finalmente recibió una tercera llamada: “Necesitamos pases para nuestros policías. Somos de la Comisaría 16. No podemos seguir pagando”. Ahí confirmaron que ellos iban a las salas. “Les dimos las entradas y desde ese día iban vestidos con su uniforme. Estaban antes de empezar, se paraban en la puerta del teatro —en Villa Morra todavía— y anotaban las chapas de todos los autos que estacionaban en frente. Luego entraban a ver la función”, acota Ardissone.
El control policial continuó ininterrumpidamente hasta la Noche de la Candelaria, el 2 de febrero de 1989: “No había funciones, pero estábamos ensayando Sueño de una noche de verano y, como digo yo, realmente fue un sueño de una noche de febrero”.
Una conversación enciclopédica
Durante el tiempo en que estuvo ubicado en el barrio Villa Morra, el Arlequín trajo a numerosos artistas a Asunción. Uno de ellos es Julio Bocca, bailarín, director y maestro de ballet argentino. “Allá hay una foto de él bailando. Un éxito total, fueron como dos noches”, señala durante nuestro encuentro.
Otra figura que pasó por el Arlequín fue el gran actor argentino Alfredo Alcón para hacer el espectáculo Federico García Lorca y yo. “Estuvo también Eloísa Cañizares, una gran intérprete que trabajaba en Buenos Aires, pero que había empezado su carrera en el elenco de Margarita Xirgu, la gran actriz española que estrenaba a García Lorca en todas sus obras. Por allá en el marco rojo”, señala con una voz acostumbrada a mencionar estos grandes nombres del arte. “Está Eloísa, abajo está Edda Díaz, otra gran artista argentina; la pareja debajo son Henny Trayles y Ricardo Talesnik, actriz uruguaya y dramaturgo argentino. Bueno, traíamos mucha gente, cada vez que podíamos”.
Hablar con José Luis es hablar con una enciclopedia viva de las artes escénicas. Recuerda con los ojos decididos y el tono de voz firme cada nombre, cada año, los detalles, los actores y actrices de cada obra, el contexto en el que se desarrolló cada función, la respuesta y el comportamiento del público. En un momento de la conversación, para sumar a la perspectiva histórica, se suma Alejandra Ardissone, su hija y su mano derecha en el manejo del Arlequín. “En esa época las temporadas eran de miércoles a domingos, y se llenaba cada función. Era impresionante. Claro, para el contexto político social en el que se vivía, una de las diversiones de las familias era ir al teatro. Había solo un par de cines. Eso es lo que se hacía como diversión. La gente los fines de semana elegía las tablas. Estamos hablando desde el 83 hasta el 90”.
Al respecto, agrega que en aquel entonces también hacían muchas obras de teatro infantil. Los sábados y domingos por la tarde eran las funciones, y por la noche, para adultos. Alicia en el país de las maravillas, La Cenicienta, La familia Merengue, Abran cancha que viene Don Quijote de la Mancha y muchas otras. También subió a tablas el primer título que dirigió José Luis Arissone: Quién dejó pasar el tren, de Nila López.
Arlequín 2.0
Allá por 1992, los dueños del local que alquilaba Arlequín le informaron que debía salir. El Shopping Villa Morra estaba por ampliarse, entonces ya no estaría disponible el predio. Mientras buscaban otro lugar y estaban por estrenar una versión de Romeo y Julieta en el Teatro de las Américas, un ingeniero amigo se comunicó con él para mostrarle “algo”. “Me llevó a ver un galpón que olía a caña, era un depósito de bebidas alcohólicas. Me preguntó si me serviría para hacer teatro. Le dije que claro que sí y me respondió: ‘Es tuyo, hacé lo que quieras acá’”, cuenta.
Pero había un tema no menor, y es que José Luis invirtió todo en la sala anterior. Se llevaron consigo las butacas y las luces, nada más. El ingeniero le consultó cuánto necesitaría para adecuar el espacio. El monto era alto, pero le dio luz verde para comenzar las reformas. Esta persona accedió a esta inversión y a no cobrar alquiler con la condición de que en ese lugar se hiciera teatro.
En un giro inesperado, el propietario del inmueble estaba pasando por un mal momento financiero e hipotecó la propiedad. Un día llamaron del banco a informar que el lugar se estaba por rematar por falta de pago de una deuda.
La propiedad se remató y la adquirió la Sindicatura de Quiebras. Esta se puso en contacto y lo primero que hizo fue requerir un monto de alquiler. “Pero un día este ente también se fue a la quiebra y vendieron el local a un banco, y el banco nos dijo que teníamos tres meses para salir”, agrega. Los Ardissone movieron todos los recursos que tenían a mano, hasta que uno de los hermanos de José Luis acudió al rescate. Compró, finalmente, la propiedad y la donó al Arlequín. Ese es el lugar tan emblemático en el cual se emplaza hasta hoy esta institución cultural.
La primera obra que produjeron allí fue Llama un inspector y así inició una nueva etapa. “A lo largo de todos estos años se hicieron más de 350 puestas, algunas con mucho éxito y otras con fracasos. En ciertos momentos recurrimos a hacer rifas, cenas, cosas por el estilo para seguir manteniendo la sala, pero siempre tuvimos el apoyo del público, de la prensa y de las y los compañeros actores”, dice con orgullo José Luis.
Este año, el Arlequín cumple 42 años de vida, solidificado en su posición como ícono de la escena teatral, y no solo de Asunción sino de todo Paraguay. Como parte de los festejos repusieron una obra de gran éxito, de la autora israelí Anat Gov, estrenada el año pasado: ¡Ay, Dios mío! Actúan José Luis Ardissone, Ana María Imizcoz y Matías Miranda, bajo la dirección de Patricia Reyna.
El aniversario viene con festejos y, por supuesto, con mucho teatro. Casi al terminar la conversación con José Luis y su hija Alejandra, se suma también Pablo, quien estaba manejando el sonido de una función para estudiantes hacía minutos nada más. Él comparte que por el momento tienen tres obras pendientes. Próximamente se estrena A donde nos lleve el viento, escrita por Delfina Acosta, poeta, narradora y periodista paraguaya, bajo la dirección de Ariel Galeano y Ronald Von Knobloch. Luego, Paso a paso, de Peter Quilter, dirigida por Patricia Reyna, y, más adelante, Así de simple.
Alejandra Ardissone concluye que de los hijos de su padre y su madre, todos pasaron por el teatro, algunos por las tablas y los demás de otras maneras. “Cuatro llegamos a estar en el escenario; dos permanecemos. De los nietos, mis tres hijos varones subieron a escena, pero a ninguno le picó el bichito como para quedarse y trabajar en esto. De los hijos de Pablo, dos también lo hicieron; uno de ellos es Renato, quien está apoyando en sonido y otras tareas”, menciona.
Así se vive hoy tras bambalinas de un lugar muy especial en el centro de Asunción, el hogar del teatro para miles de actores, actrices y trabajadores de las artes escénicas, que comprueba que el trabajo de cultura en Paraguay se realiza y sobrevive porque se hace en comunidad.
Sin Comentarios