Creador de reinvención constante
El año es 2003 y estamos en la vereda con un chico de 25 años que se dispone a empezar el día. Baja su mochila al suelo y empieza a sacar los insumos de su oficio: pinturas, pinceles y jeans. La locación es una cargada intersección del barrio Soho en Nueva York, ese chico es Cacho Falcón y esta es la actividad que cimentará una prolífica carrera artística que trascenderá su natal Paraguay, la isla rodeada de tierra que había llamado hogar hasta entonces.
Por Patricia Luján Arévalos. Dirección de arte: Gaby García Doldán. Dirección de producción: Betha Achón. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez. Locación: BGN/Arte.
Su nombre completo es Carlos Andrés Falcón Decoud, pero es mejor conocido en esta y otras tierras como Cacho Falcón. Sus primeros dibujos cumplían una función muy importante en su vida porque reflejaban todo aquello que no podía compartir con los demás. Desde niño anticipó que el papel y el lienzo serían sus mayores confidentes, pero a medida que creció, fue comprendiendo que sus creaciones también podían convertirse en un medio para relacionarse con otras personas.
En sus 20, la vida le propuso una oportunidad y un desafío. “Gracias a Dios, cuando fui a Estados Unidos tuve el privilegio de que mis padres me ayudaran económicamente. Les debo eso, ese primer empujón para estudiar y explorar lo que quería hacer de mi vida”, cuenta Cacho, quien antes de dedicarse de lleno a pintar pasó por aulas de Administración. “Me saqué el gusto de tomar clases de actuación por seis años, de onda, porque siempre me gustó y era otra forma de terapia”, agrega. Aterrizó en Washington DC, donde vivió un tiempo antes de mudarse a Nueva York.
A pesar de las ventajas de las que gozó, la realidad de una urbe como Nueva York es particular. “Estás expuesto a tanto. Es como muchos dicen: la ciudad te mastica, te escupe y te vuelve a masticar. Aprendés de supervivencia, a aguantar ciertas cosas porque te toca pagar renta, a ser responsable, a compartir una cama entre tres por USD 200 porque es lo que hay”, reflexiona.
La libertad de dedicarse a lo que uno quiere tiene sus propias responsabilidades y él aprendió esto enseguida: “Lo que decidas hacer con tu vida tiene su efecto. Aprendés a tener más de un trabajo para comprar tus lienzos y pinturas”. El punto, sencillamente, es que se trata de una ciudad “jodida” y “si no tenés un rumbo, es muy fácil perderse. Yo me perdí varias veces, pero siempre volví a encontrarme porque tenía una pasión”.
Intersección de arte, moda y ¿terapia?
Volvamos por un ratito a aquel escenario en las ocupadas calles de Nueva York. Allí, Cacho Falcón ingenió una manera de llamar la atención en una época en que las redes sociales no existían para difundir el talento. Soho es el centro artístico de una ciudad de por sí rebosante de creatividad.
Ese lugar fue una continuación de sus sueños y, a la vez, un nuevo comienzo. Allí pintó sus propias historias en pantalones de denim como parte de un proyecto de la universidad y, cuando se los ponía, la gente lo paraba para saber qué eran esos dibujos. “Les decía que hacerlos era una manera de terapia para mí, y entonces empezaron a traer los jeans y me contaban sus historias, las que plasmaba a medida que hablábamos”, recuerda. Así nacieron los que luego se conocieron como “jeans terapéuticos”, la plataforma sobre la cual construyó una prolífica carrera.
Como estilista o como staff del New York Fashion Week (NYFW), tu objetivo siempre fue pintar. ¿Cómo hiciste para mantenerte fiel a esa pasión?
– Creo que la pintura fue un confidente, y se convirtió en un escape, también, para mucha gente que me contaba sus historias. El gancho fue ese: el crear un escape para ellos; de una u otra manera nació ese sentimiento de comunidad. Lo del NYFW salió de una de esas tardes en que cortaba camisetas, para la gente que se llevaba los jeans. Me vio un fotógrafo, Julian Le Ballister, y me recomendó para hacer estilismo para la marca Perry Ellis. Fui a la reunión sin entender mucho, realmente, pero jugué con lo que vi y cómo le daría más onda a la línea joven que lanzaron. Les gustó y me contrataron ese día.
Eso me abrió puertas para hacer la producción de la mitad de los shows y ahí fue que entré en contacto con mucha gente. Fue muy divertido.
Entonces conocí a la modelo Daniela Urzi, quien usó esos jeans, lo que me abrió otras puertas. Uno de mis trabajos terminó en un página entera de la revista ELLE. Luego vino la línea que hice para Guess by Marciano y en esa época conocí a quien se convirtió en mi agente en la agencia Wilhelmina, y empecé a volar por Estados Unidos pintando vaqueros y cortando camisetas en vivo.
Lo más loco es que esto se dio por estar pintando en Soho.
¿Hubo algún momento en que pensaste que no lo ibas a lograr?
– Nunca sentís que lo lograste. Es algo del artista, creo. Sí llegás al punto de hacer las paces con la idea de que es así.
Eso no quiere decir que no tengas momentos que te enorgullezcan, pero son breves. Termino algo y ya estoy pensando en lo que se viene luego para la próxima.
En muchas entrevistas hablás de la importancia de creer en uno mismo. ¿Cómo se construye esa confianza?
– Si no creés en lo que estás haciendo, ¿para qué hacerlo? Sea lo que sea que hagas, te tiene que mover. La confianza viene con el trabajo y el tiempo que le dediques, y es ahí cuando estos fantasmitas en la cabeza que te quieren tirar para abajo empiezan a desaparecer. Es un proceso.
Al mirar atrás, se podría decir que tu estilo no tardó en definirse. ¿Creés que eso te ayudó a destacar más rápidamente?
– Creo que el proceso de trabajo es lo que me destacó, ese toque más personalizado.
¿Alguna vez te sentiste estancado con tus caras?
– Las caras siempre estuvieron presentes, son las expresiones las que te cuentan el relato. Con la instalación que hice en el estudio de Basquiat, les di protagonismo a estos personajes que se perdían en las obras primarias. Estos rostros son parte de mi historia. Fue esa instalación la que me abrió las puertas a explorar el performance. En vez de estancarme, me abrieron el camino a explorar otras formas de presentar mi trabajo.
Tu trabajo abstracto es completamente opuesto a la literalidad de tus caras. ¿Te gustaría que el público conozca un poco más, un poco mejor, este lado de tu producción?
– Mi abstracción representa esa nueva manera de expresar lo que expresaba antes, pero sin entrar en un detalle o momento específico.
¿Qué lugar ocupan los cuerpos en tu creación artística?
– Son un lienzo más.
¿Qué lugar ocupa la hegemonía en tus intervenciones artísticas sobre cuerpos?
– Estas intervenciones artísticas son una conversación, una colaboración. Es un momento en que el sujeto y yo compartimos esa vulnerabilidad.
Tu cuerpo también se convirtió en tu lienzo. ¿Cómo te sentiste al explorar esta forma de expresión?
– Siempre vi que la gente con la que trabajaba experimentaba esa liberación en el proceso. Lo hice por primera vez hace dos años y sentí lo mismo: liberación.
¿Hay diferencia, emocional y creativa, entre pintar el cuerpo propio y el ajeno?
– Pinté la fotografía de mi cuerpo solo una vez y lo hice frente a un público. Me sentí desnudo, vulnerable. El proceso es idéntico, pero cuando se trata de uno mismo tendemos a no sacar todo, quizás por inseguridad. Tuve que dejarme llevar por el momento y demostrar lo que pude en el momento.
Al pintar a alguien más, estás enfocado en la historia de la otra persona. Ahí se trata de buscar la manera de que se abra con su proceso. Eso se logra con la confianza que uno crea. Esa es la pieza más importante de esta serie, sin confianza no hay cuerpo pintado.
¿Ser artista es un trabajo como cualquier otro?
– Es mucho más emocional. Si no sentís, no hacés. Bueno, al menos en mi caso.
¿Cómo es un día normal en tu vida?
– Me levanto, medito, hago mis oraciones y leo mi devocional. Trato de empezar mi día con un propósito. Camino a mi perro, almuerzo y escucho música, o salgo a caminar. Generalmente, mi día laboral creativo realmente empieza a la noche, es cuando no hay ruido y está todo más tranquilo.
¿En cuántos países expusiste hasta hoy? ¿Cuál fue la experiencia más gratificante?
– Estuve en México, Suecia, Corea, Austria, Paraguay y EE. UU. Todos tienen su magia.
¿Qué le dirías hoy al Cacho que viajó a Nueva York en los 90?
– Disfrutá. Cuidate. Divagate. No pierdas contacto con la familia, aunque sea un integrante en quien confíes. Elegí bien tu círculo de amigos y encomendate a Dios.
Acabás de cumplir 45 años y “consagrado” es una palabra que no alcanza a describir tu carrera. ¿Sentís que todavía te queda algo por conquistar?
– No se trata de conquistar, sino de hacer lo que a uno le gusta, de explorar sin miedo. Si uno hace eso, las cosas se van a ir dando.
Donde el corazón esté
Regresa a Asunción cuando puede, generalmente una o dos veces al año. “Me gusta venir a desconectarme un poco y ver a la familia y amigos”, dice, pero también admite que “a veces se complica porque termino trabajando. Igual me gusta la idea de estar cerca de mis seres queridos y compartir lo más que pueda”.
Afortunadamente, Cacho Falcón sí es profeta en su tierra y su obra es siempre celebrada en Paraguay. El pasado mes de marzo estuvo por acá para el estreno de una nueva exposición en BGN/Arte, Contraparte, una exploración de su producción más abstracta. En esta colección vimos un paseo por sus estados de ánimo y una suerte de ensayo sobre los opuestos —como dice la marchante de arte Valeria Gallarini—, de luz y sombra, de oscuridad y color, de tristeza y alegría, de amor y desamor.
Contraparte tuvo la colaboración del gestor cultural Fernandito Yaguarón, quien dio vida a un guión artístico que acompañó la muestra. La relación entre artista y gestor nació en 2018, recuerda Cacho: “Su mirada sobre mi trabajo me resultó interesante y decidí trabajar la muestra con él. Además, es gestor cultural en Yaguarón, donde desarrolla actividades particulares con artistas locales de distintas áreas: música, teatro, cine, audiovisual y artes plásticas. Tiene una vida cultural muy activa en su ciudad”.
Sobre la muestra, Yaguarón escribió: “Contraparte es una invitación a cambiar las gafas con las que hemos conocido toda su producción y a caminar con él, hacer un nuevo viaje, una aventura marcada por los sinuosos movimientos desplegados en cada lienzo, un viaje con el artista y con la obra para dejarnos afectar por la fuerza de sus composiciones. Un mundo caótico y estridente, balanceado por la ternura y salpicado de dramatismo cotidiano; luces y sombras en tensión; puertas, pasajes, miradas imperantes y seductoras, autoritarias, como marcando presencias necesarias de orden, decoro y picardía moderada. ¿Podemos acaso jugar con la imaginación hasta este punto?”.
Para sorpresa de nadie, la muestra deslumbró. Su continuo éxito no hace sino incrementar nuestra curiosidad por lo que se viene. Decir que el futuro le depara algo es pecar de incrédulos, porque si algo aprendimos en estos años de observarlo a través de distintas vidrieras —galerías, campañas de moda, artículos en revistas e Instagram— es que nadie más que él sabe lo que quiere hacer después y nadie más que él sabe qué hacer para conseguirlo.
Desde que tuvo consciencia de su propia existencia, el arte fue su confort, su amigo, el viento bajo sus alas y, paradójicamente, también su ancla a tierra. Más de dos décadas después de dejar atrás todo lo que conocía, se siente satisfecho con los pasos que le trajeron a donde se encuentra hoy: “Hace más de 20 años que vivo en Estados Unidos, de mi arte, y me siguen llamando para que haga uno que otro proyecto con lugares icónicos de la ciudad. No soy rico, pero soy feliz haciendo lo que me gusta. ¿Qué más puedo pedir?”.
Sin Comentarios