Nota de tapa

Una intervención que no pide permiso

En los últimos meses, monumentos de expresidentes, militares y líderes políticos fueron removidos de manera oficial, o intervenidos o resignificados por parte de los propios ciudadanos. ¿Por qué caen las estatuas alrededor del mundo?

No puedo respirar. Estas son las tres palabras que, desde ese 25 de mayo, pasaron de ser un grito de angustia a un emblema internacional. Recorrieron el mundo en carteles, canciones y consignas que no dejaron de aparecer en movilizaciones y medios de comunicación. El movimiento Las Vidas Negras Importan o Black Lives Matter (BLM) surgió siete años antes de que el agente de policía Derek Chauvin presionara con su rodilla el cuello del afroestadounidense George Floyd durante casi nueve minutos hasta matarlo. Este hecho volvió a poner sobre la mesa el problema del racismo y la discriminación todavía muy presente en la actualidad.

Las primeras semanas de junio el debate sobre las injusticias hacia las poblaciones afrodescendientes y de la diversidad sexual y de género se trasladó al plano de las estatuas. El ejemplo más claro fue el de la proyección de la imagen de George Floyd, la consigna BLM y la bandera LGBT en la base de la estatua de Robert E. Lee, un general estadounidense conocido por comandar el Ejército Confederado de Virginia del Norte durante la Guerra de Secesión desde 1862 hasta 1865. 

Pero la disputa entre lo simbólico, lo histórico y estético no quedó ahí. Estatuas de Cristóbal Colón en Richmond, Boston, Miami y Kenosha comenzaron a ser intervenidas con colores y grafiti, o derribadas por manifestantes. Y en todo el mundo, a medida que las protestas sobre el racismo y la violencia policial avanzaban, se cuestionaban monumentos de piedra o bronce erigidos hace siglos en el mismo lugar.

En Bristol, Inglaterra, la estatua del traficante de esclavos Edward Colston, ubicada en una calle con su nombre, fue arrancada del pedestal y arrastrada con cuerdas, en adherencia a las denuncias antirracistas internacionales. En Praga, se escribieron mensajes que decían “sos un racista” sobre la efigie del ex primer ministro conservador británico Winston Churchill. En Amberes, Bélgica, la estatua del rey Leopoldo II fue quemada y recubierta de pintura roja, como símbolo de la sangre derramada por los congoleños.

Aunque muchos de nosotros formamos parte de una generación de paraguayos y paraguayas que no presenciamos la dictadura, según Pierre Nora heredemos sus secuelas. Los lieux de mémoire permiten congelar el tiempo y evitar que las futuras generaciones sufran de una amnesia histórica.

Esta discusión llegó también a Paraguay. El 4 de julio, día de la Declaración de Independencia estadounidense, la brigada Agapito Valiente rebautizó la calle Estados Unidos en el centro de Asunción con nombres de figuras emblemáticas que lucharon contra la discriminación racial. Entre ellos, fueron homenajeados George Floyd, Martin Luther King, las Panteras Negras, Ángela Davis y Rosa Parks. 

Los monumentos se construyen con el propósito de que ciertas figuras históricas permanezcan inmortalizadas en la memoria de un país. Pero no son selecciones accidentales, tienen el objetivo de legitimar una narrativa y reforzarla a través del tiempo y, en ocasiones, pueden ocultar tramas de opresión. Alejandra Torrents es socióloga y trabaja en el campo de la memoria histórica. Para ella, es importante disputar los espacios públicos como los nombres de las calles, las estatuas, las fechas conmemorativas e, incluso, las disculpas públicas.

“La estatua está materializada, entonces te permite recordar y reforzar siempre una misma narrativa que es, en este caso, colonial, de despojo, racista, que también tenemos en nuestros países. No hay una sola memoria, sino memorias, en plural, y estas siempre están disputando su reconocimiento y legitimación. Más concreto que estar peleando por aquello simbólico que representa, que son estatuas, como la remoción del caso de Stroessner en Paraguay”, apunta.

La segunda caída de Stroessner

El 8 de octubre de 1991, a través de la gestión del entonces intendente municipal por el Movimiento Ciudadano Asunción para Todos, Carlos Filizzola, se derribó la estatua del dictador Alfredo Stroessner ubicada en el cerro Lambaré. El presidente Andrés Rodríguez se disculpó en nombre de las Fuerzas Armadas porque los militares intentaron impedir el proceso de remoción.

En la crónica que escribió el periodista Andrés Colmán para el diario Última Hora, El día en que Stroessner fue derribado del cerro Lambaré, narró el recorrido y la transformación de esa estatua que fue resignificada por el artista Carlos Colombino. En 1995, el nuevo monumento fabricado con fragmentos de la exestatua de Stroessner (que tenía cinco metros y más de mil kilos) se convirtió en un símbolo contra la dictadura. Hoy yace en la Plaza de los Desaparecidos, al costado del Palacio de Gobierno. 

En ese momento, la historiadora Milda Rivarola vivía en la casa de Colombino y cuenta que empezó a recibir amenazas telefónicas. Hacia finales del estronismo, en los 80, la historia paraguaya giraba en torno a la guerra y el sufrimiento. Según cuenta, de a poco comenzó a haber una narrativa social incipiente que daba importancia, por ejemplo, al rol de las mujeres. Por esa lectura del pasado sobre sitios de memoria es que hoy existen −aunque todavía pocas− calles con nombres femeninos, como India Juliana o Serafina Dávalos. 

El carácter simbólico de las estatuas también funciona como una plataforma de agradecimiento. El hecho de que la removiera el primer intendente electo en la historia de la República del Paraguay fue un hecho significativo. “Los gobernantes, principalmente de las dictaduras, supieron perpetuar eso, dándole nombre a lugares, calles, haciendo estatuas, poniendo placas, y una vez que el hombre pasa de carne y hueso a bronce, ya es eterno”, apunta Marcelo Kublik, arquitecto y profesor de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte de la UNA y de la Universidad Americana.

Escultura del artista Colombino realizada a partir de pedazos
de la estatua derribada del dictador Alfredo Stroessner.

Históricamente, las civilizaciones cuando vencían trataban de eliminar los símbolos del vencido. Para el historiador Fabián Chamorro, eliminar un símbolo definitivamente no se trata de destruir el pasado sino de lo que significa. “Cuando se echó el monumento a Stroessner no se estaba haciendo un daño al pasado, sino simbolizando la represión, los desaparecidos y lo que significó la dictadura. Esa estatua no era más que un símbolo de adulación al tirano”, opina.

Hasta hoy, Fabián sueña con que se remueva la estatua de Patricio Colmán, comandante del Regimiento de Infantería 14 y el responsable del ataque sorpresa que acabó con las vidas de los guerrilleros del Movimiento 14 de Mayo (M-14). La ofensiva ocurrió mientras descansaban en ese lugar, debajo del mismo árbol, alrededor de 1960. “Los mataron a todos y los enterraron encimados en estas fosas», cuenta en una entrevista Rogelio Goiburú, quien dedicó su vida a buscar restos de desaparecidos.

William Paats, artista visual y coordinador en Paraguay del Grupo de Estudios sobre Arte Público Latinoamericano (GEAP), opina distinto. Para él, no deberían removerse los monumentos a pesar de lo que conmemoran o representan porque, a su modo de ver,  existe el riesgo de perder conjuntos escultóricos muy bellos. 

“Pienso que son parte de un momento histórico que no se puede borrar. Hace poco presenté en un encuentro internacional el caso de la estatua de Stroessner que estaba en el conjunto del cerro Lambaré y generó mucho debate por tratarse de un dictador. El conflicto siempre estuvo latente, y de repente existen rebrotes más exacerbados”, opina.

Imaginería bélica y culto a la imagen

Las estatuas son símbolo de pasado, identidad y heroísmo. Pero son temporales. Antes de la dictadura existía un culto al militar heroico que combatió en la Guerra del Chaco y en la Guerra del 70. En el primer caso, los hombres iban a la contienda, mientras que en el segundo, esta vino a las personas. 

Según Milda, el debate sobre la simbología existió en Paraguay sin demasiada exposición mediática. Cuando sacaron la estatua del Mariscal López a caballo de General Santos y Mariscal López, la trasladaron a un lugar apartado, mirando a la bahía. Kublik señala que la idea que se proyectaba era la de “los grandes héroes de la República que nos salvaron del mal externo”, cuando acá dentro, en el país, no había ningún paraíso. Todo lo contrario: problemas políticos, guerras civiles y golpes de Estado eran comunes. Pero todos se pusieron de acuerdo para defenderse del enemigo externo con esa imaginería heroica y nacionalista. 

“Con el auge del nacionalismo medio fascistoide paraguayo como réplica del europeo, la avenida Colombia se convierte en Mariscal López. En el 36 se construyó el Panteón de los Héroes, el símbolo nacionalista por excelencia, de pronto, se trasladó a la Plaza del Congreso con el Marzo Paraguayo, con las celebraciones del Bicentenario y ese tipo de cosas, pero sigue siendo el sitio de memoria autoritaria y dictatorial del país”, recuerda Milda.

Muchas protestas transcurrieron −y siguen transcurriendo− entre la Policía, el Cabildo y el Senado. De a poco, la Plaza de la Democracia se fue constituyendo en un lugar de la memoria democrática. Fabián Chamorro sostiene que nuestros eventos históricos más importantes fueron bélicos, como si no hubieran existido las Ligas Agrarias, las contribuciones de las mujeres en las distintas luchas o la represión durante la dictadura.

“Nuestra identidad nacional no está en un conflicto porque nosotros no tuvimos estas grandes luchas, por ejemplo, los originarios, los afrodescendientes o de ningún tipo de sector cultural importante. Entonces, esta abulia pasa porque no hubo ese quiebre en el que una cultura más fuerte se apropia de la más débil. Nosotros, culturalmente, venimos siendo más o menos iguales desde que se inicia el periodo del Dr. Francia para delante”, señala Chamorro.

Estatua de Franco en Barcelona. en todo el mundo,
a medida que las protestas sobre el racismo y la violencia policial avanzaban, se cuestionaban monumentos erigidos hace siglos en el
mismo lugar.

Marcelo Kublik menciona el símbolo masón en el acceso al aeropuerto y el homenaje a la torre Taipéi 101 en la esquina del Palacio de Gobierno. “Son como imposiciones que hacen ciertos grupos de poder sobre nosotros. En los dos casos, es como ser un bandeirante en la época de la colonia. Ellos iban y clavaban una bandera, y reclamaban como suyo el territorio. Esa misma lógica es la que impulsa a esos grupos que tienen el dinero para hacer lo que quieren”, expresa el arquitecto. 

La memoria es un “campo de batalla” 

Alejandra Torrents es paraguaya y vive en Barcelona. Hace unos meses asistió a la muestra de Daniela Ortiz, Esta tierra jamás será fértil por haber parido colonos. En él, la artista cuestiona el Día de la Hispanidad en su triple acepción de efeméride colonial, exaltación bélica y onomástica de la supremacía blanca, además de la violencia contra la población migrante, los privilegios de las personas caucásicas y las agresiones laborales a las trabajadoras domésticas. 

Según cuenta Alejandra, ese día había mucha gente y se comenzó a descompensar. Sintió que le faltaba el aire, miraba hacia atrás pero no tenía cómo salir. Cuando los visitantes pasaron a la siguiente sala, logró acomodarse en un espacio y entendió que no estaba viviendo una suerte de asfixia, sino que de pronto sintió en el cuerpo el despojo de 500 años de explotación. 

“Esa es la importancia de lo simbólico, de los momentos, de los espacios en los que se conmemora un determinado hecho o persona y de lo que se disputa. Ahí no había libro que podría movilizar lo que sentí, que son legados. Sentía lo que fue nuestra invasión. Algo en mí se activó y tenía desde tristeza profunda hasta rabia”, explica. Pero, ¿qué era lo contundente? El lugar en el que estaba: una habitación que concluye con un cuadro gigante del virrey Manuel de Amat y Junyent, que pasó más de 20 años en América al servicio de la Corona española. 

“Vos leés el diario de Cristóbal Colón y encontrás la palabra ‘oro’ cada tres páginas, no es el diario de alguien que va a llevar la cruz al nuevo mundo, sino el de un saqueador. Con el nivel de migraciones que aceleró la globalización existen poblaciones que sufrieron colonialismo, esclavitud por parte de Europa en todo el mundo. Hay descendientes de las víctimas de las dictaduras latinoamericanas, que exigen una mirada distinta”, enfatiza Rivarola. 

Para la socióloga, hay dos líneas para ver cómo se disputa el espacio público. Por un lado está el plano de las decisiones políticas, donde uno incide si se está discutiendo qué monumentos se van a hacer, en qué lugares, donde se puede dar una tensión. Pero también están todos ya instalados: no hay posibilidades de incidencia ahí. “Que hoy se derriben monumentos que se hicieron hace muchísimo tiempo es un hecho político. El que esté ahí una figura, un traficante de esclavos es, de alguna manera, seguir legitimando esa práctica y todas las desigualdades que siguen hoy”, sigue Alejandra. 

De acuerdo con el arquitecto Kublik vivimos sometidos, incluso el mundo artístico, y citó de ejemplo el caso de Gustavo Beckelmann con la estatua que instaló en el Campus de la UNA, que no recibió buena recepción y en poco tiempo fue mutilada. Es por eso que, según expresa, está surgiendo tanto el arte urbano gráfico que se da en las calles, arte que no le pide permiso a nadie. Como el de movilizaciones feministas o reivindicaciones de colectivos que dejan sus consignas en las paredes.

Marcelo Kublik siente que, al igual que con el feminismo, va a llegar el momento en que la gente reclamará los mismos derechos que los afroamericanos en nuestros países. “Creo que todos esos movimientos que están en estado de ebullición se darán aquí tarde o temprano, pero con el reclamo ajustado al caso paraguayo. Esto que ocurrió en Encarnación, cuando se declaró ciudad provida, fue una reacción a las personas LGBT. Nadie les atacó, ellos mismos se sintieron con miedo y colocaron eso”, sigue Kublik. 

Milda considera que la memoria es un campo de batalla y que la historia de investigación es un diálogo eterno entre el pasado y el presente, no algo fijo o incambiable. “La profundidad de la revuelta que hay en este momento, a nivel mundial, es todavía más intensa porque no es sencillamente protestar. Hoy hay muertes, represión, exclusión de los afroamericanos o inmigrantes, es parte de la historia. La gente común no se revela solo contra las discusiones de este tipo, sino que va a revisar las discusiones del pasado y los símbolos de esa exclusión. Ese es un paso inmenso”, refiere Rivarola.

La activista Jen Reid levanta el puño delante de una escultura inspirada en ella y llamada Oleada de Poder (Jen Reid), del artista británico Marc Quinn, que ha sido colocada sobre el zócalo vacío que sostenía la estatua de Edward Colston, en Bristol (Reino Unido). Fuente: EFE.

Lugares de la memoria 

El historiador francés Pierre Nora definió a los lieux de mémoire (lugares de la memoria) como “cualquier entidad importante, ya sea de naturaleza material o no material, que, a fuerza de voluntad humana o del trabajo del tiempo, se ha convertido en un elemento simbólico del patrimonio conmemorativo de cualquier comunidad”. Estos sitios pueden ser materiales (como los monumentos, los museos, los eventos o símbolos) o inmateriales (como el lenguaje y las tradiciones). 

Los lugares de la memoria son fundamentales para que las sociedades, en lugar de borrar la historia, la cristalicen a través del tiempo. Según el historiador francés, una generación puede pasar recuerdos cristalizados a otra que no participó en su evento central. Esta generación ni siquiera tiene que pertenecer a una tierra determinada para heredar su memoria colectiva. 

“Es la primera vez que vuelvo a ver reflexión filosófica, histórica, sobre tendencias del futuro después de casi 30 años. La crisis del covid movilizó muchos pensamientos. Y es gente que en medio del encierro, de situaciones extrañas para la historia, está mirando hacia el futuro y hacia el pasado. Revisa el pasado y ataca las versiones sesgadas a través de esos símbolos, es fuertísimo lo que hacen”, reflexiona Rivarola. 

Para algunos historiadores europeos, estamos escribiendo la historia ahora porque al destruir esas estatuas se cuentan hechos que no se contaban o a los que no se daba importancia. Es decir, que reaparece una memoria que estaba silenciada. Como la de las ollas populares o la de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo frente a los desaparecidos. En palabras de Milda, no se trata de ir a quemar bibliotecas, sino de darnos cuenta de que ese pasado que nos contaron es falso o, mínimo, incompleto.

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