Sobre la reproducción de animales amenazados en el Refugio Faunístico Atinguy
El felino más grande de América, presente en prácticamente todo su territorio y también autóctono de nuestro país, se encuentra en peligro. Paraguay alberga un hábitat más que importante para el jaguareté, tanto en la región Occidental como en la Oriental. Aun así, el modelo agroganadero que se expande a toda máquina representa una amenaza para su preservación. Sin embargo, en un rincón del sur de la República se enciende una pequeña luz de esperanza para la supervivencia de esta especie tan significativa de nuestra cultura, como así también para otras igual de importantes y vulnerables.
El jaguareté (Panthera onca) está presente en gran cantidad de mitos, leyendas y ritos propios de nuestra cultura ancestral. Un ejemplo de ello es la danza del Jagua- Jagua y el Toro-Toro, realizada durante el Arete Guasu, celebrado por los pueblos guaraníes occidentales en los últimos días de febrero. Se trata de un baile cargado de simbolismo en el que dos personas representan al Jagua y al Toro en su esfuerzo por sobrevivir.
En esa mítica lucha, el Toro, que simboliza el poder del hombre blanco, pierde ante el Jagua, que representa la valentía y el poder de los guaraníes. De esta manera, la fuerza del jaguareté vence y se impone. En la vida real, la situación es tristemente a la inversa.
El enorme felino y su poder se encuentran en un estado de indefensión mucho mayor de lo que llegamos a imaginar desde nuestros confortables espacios con aire acondicionado, y lo mismo sucede con otras especies nativas de la región, igualmente amenazadas.
El aguara guasu o lobo de crin (Chrysocyon brachyurus), el ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus) y el jakare overo (Caiman latirostris) son algunas de las especies en grave peligro. También el puma (Puma concolor) y el pavo de monte o mytu en guaraní (Crax fasciolata) son especies amenazadas.
Rugidos desesperados
La situación de todas estas especies es bastante similar. Existe una amenaza fundamental para su subsistencia que es en definitiva la presencia del ser humano en el entorno vital de los animales, que según el Plan de manejo de Panthera onca, Paraguay 2017-2027, para el caso del jaguareté, podría resumirse en nueve puntos: la cacería (ilegal) furtiva, tanto del felino como de sus presas; la pérdida y fragmentación de su hábitat a consecuencia del avance de la frontera agrícola y ganadera; la disminución de la cantidad de presas naturales; la vulnerabilidad de las instituciones responsables de la protección y administración de los recursos naturales; la insuficiente educación ambiental, que no difunde el valor del rol de la especie, para la conservación de hábitats; las políticas públicas incompatibles, las cuales no protegen de forma efectiva al jaguareté y su ambiente; la escasa investigación científica que acarrea malas políticas de manejo, y, finalmente, el cambio climático, con su doble efecto: pérdida de espacio vital y de las especies a las que alberga, lo que afecta indirectamente su distribución natural.
Indudablemente, la deforestación que avanza a toda máquina roba espacio vital a un animal que en promedio se maneja en un territorio que supera los 400 km² en el caso de los machos adultos del Chaco seco, por ejemplo. Si bien un jaguareté puede vivir en estado silvestre unos 12 años, el avance de la frontera agroganadera y su satanización equivocada como culpable de ataques al ganado (lo que impulsa su cacería) reducen el promedio de vida del tercer felino más grande del mundo drásticamente.
Un lugar para la preservación y el aprendizaje
Según José Bobadilla, coordinador de la Jefatura, Sector Medio Ambiente Sede Ayolas, de la EBY (Entidad Binacional Yacyretá), el Refugio Faunístico Atinguy es un espacio que se creó en 1982 como una de las medidas de mitigación ante el impacto irreversible que tendría la creación del embalse de la represa en el hábitat y la vida de las especies autóctonas. En aquel momento, el objetivo fue rescatar a esos animales; sin embargo, con los años, el trabajo mutó.
Ahora, el refugio que se encuentra a unos 18 kilómetros de la entrada a la ciudad de Ayolas en el departamento de Misiones da la bienvenida a turistas desde las 7.30 de lunes a lunes, que de manera gratuita pueden recorrer el predio acompañados de guías (hasta antes de la pandemia, recibía hasta 50.000 personas al año).
Allí se puede observar y aprender de los animales que en cautiverio o semicautiverio se encuentran en el refugio. Por ejemplo, el ciervo de los pantanos, que está en un predio semiabierto en el cual se lo puede ver casi como en las mismas condiciones de libertad en que vivía naturalmente. Lo mismo sucede con los mborevi y los montones de ñandúes que casi se pasean a su antojo por el predio e impresionan al visitante.
Hoy, este lugar recibe también a estudiantes universitarios que hacen investigación —a la par del personal—, lo que ha generado conocimiento gracias a la experiencia en cuanto a comportamiento, alimentación, reproducción y hábitat de las especies albergadas.
Y la vida se abre camino
Otra experiencia de aprendizaje más que exitosa fue la del intercambio que hizo el refugio con la Reserva Provincial del Yberá, Argentina. Cuenta orgulloso el encargado del lugar, el doctor Gregorio Maidana, que en esa oportunidad se logró cruzar efectivamente a Chiqui, un jaguareté macho rescatado en nuestro Chaco, con una hembra en esa reserva provincial, y se logró el nacimiento de dos magníficos cachorros.
Gracias a la idea del doctor Darío Vázquez, encargado de la colección zoológica del refugio y uno de los ideólogos del proyecto de reproducción, una de las mayores satisfacciones que alcanzaron es el hecho de haber logrado la reproducción en cautiverio de las especies emblemáticas del lugar: el ciervo de los pantanos, el mytu, el yacaré y, por supuesto, el jaguareté, el puma y el aguara guasu (las tres últimas especies, presentes en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza – UICN), ya que corren riesgo de desaparecer, explica el veterinario Alejandro Narváez.
Y la alegría no cesa. El pasado 30 de agosto, los jaguaretés Chiqui y China fueron padres de dos cachorros —un macho y una hembra— que hoy están sanos y más que robustos. Como si fuera poco, dos días después, el 1 de setiembre, nacieron dos crías de puma, un macho y una hembra, hijos de Michi y Arasy, como les dicen de cariño los encargados. La reproducción de animales en cautiverio no es fácil, por los cambios fisiológicos negativos que produce el estrés del encierro. Por ello, estos logros emocionan.
El futuro
Uno de los proyectos que se manejan en el Refugio Faunístico Atinguy es ir pensando en soltar en la naturaleza a ejemplares nacidos allí, según explica el ingeniero Bobadilla. Para eso se preparan con ganas y optimismo. Además, explica que manejan en total unas 20.000 hectáreas de reserva en las que eventualmente se podrían hacer esas liberaciones de ejemplares fisiológicamente listos para vivir y reproducirse, con la intención de repoblar la región con especies que alguna vez estuvieron presentes allí.
Por ello trabajan, buscan los lugares más apropiados y piensan en la tecnología necesaria para hacer el seguimiento adecuado de los ejemplares liberados, tal vez, en unos dos años. Por último, gracias a las gestiones del ingeniero Alfonso Romero, jefe de Medio Ambiente de la EBY, se están haciendo numerosas mejoras en la infraestructura, para poder albergar a los jóvenes pumas y jaguaretés.
Por otro lado, Emilio Cantero, encargado de la alimentación de los animales desde hace más de dos años, contó que es una experiencia única la de trabajar allí y la define como “un verdadero privilegio, en comparación con la mayoría de las personas que nunca tuvieron ni tendrán la oportunidad de entrar en contacto con esta porción de naturaleza”.
Cantero nunca sufrió ningún accidente de trabajo ni recuerda una experiencia negativa con estas especies, que deben ser manejadas con sumo cuidado, ya que pueden ser eventualmente peligrosas o mortales. Emilio cuenta que su hijo de cinco años admira su trabajo, ya que alguna vez lo visitó en el lugar y, desde ese momento, quiere ir todo el tiempo a trabajar con él. En medio de un mundo cada vez más enfocado en la tecnología, lo valioso es que con este ejemplo, el niño valorará mucho más a la naturaleza y seguramente recordará con alegría el trabajo de su papá, asegura Emilio.
Gracias a su labor y la de sus compañeros en el refugio Atinguy, tal vez sea posible en un futuro no tan lejano recrear aquella danza del Jagua-Jagua y el Toro-Toro en la que el Jagua nuevamente vence al avance del hombre blanco que todo lo copa, conscientes de la importancia de la supervivencia saludable de estos animales hoy amenazados o en vías de extinción, en un espacio que alguna vez les perteneció. Y tal vez sea posible que el hijo de Emilio atestigüe la obra de su papá, y seguramente esta lo llenará de orgullo.
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