Majo Cabrera Ruiz Díaz
Hay cierto tipo de gente que te hace sentir cómoda desde la primera palabra, que irradia una calidez instantánea que te atraviesa y te inspira una familiaridad que no te parece posible, porque la acabás de conocer. Así es Majo Cabrera, la actriz de apenas 30 años que está triunfando dentro y fuera de Paraguay gracias a un talento que trasciende idiomas y fronteras. Desde su natal Sapucai pasando por Buenos Aires hasta España, en Pausa estamos contentos de registrar una carrera en pleno ascenso que no da señales de parar en ningún momento pronto.
Por Patricia Luján Arévalos. Directora de arte: Gabriela García Doldán. Directora de producción: Bethania Achón. Producción: Sandra Flecha y Camila Riveros. Fotografía y retoque digital: Javier Valdez. Peinado: Ricardo Acevedo para Zibá Peluquería. Maquillaje: Andrea Iroz. Prendas: Carlos Burró e Ilse Jara.
Nuestro encuentro con María José Cabrera Ruiz Díaz sucedió en dos tiempos. La entrevista comenzó en diciembre, durante su última visita a nuestro país, antes de las fiestas de fin de año, y continuó hasta hace apenas unos días, mientras ella hacía temporada en Villa Carlos Paz (Argentina).
Así es un poco la vida de Majo desde que escuchó del misterioso casting al que asistió y que luego le confirmó el papel de Antonia, la trabajadora doméstica paraguaya de la serie Nada, que brilló con su ternura, ingenuidad y calidez. Hace dos años, se mudó a Argentina para empezar el proceso de preproducción y, desde entonces, está radicada en Buenos Aires. Aunque, como toda artista joven, va a donde el trabajo la llame.
Las dualidades son el leitmotiv de su vida. Como a muchos artistas de su generación, también le tocó hacer una concesión familiar en cuanto a su vida académica. Cuando terminó el colegio, se mudó a Asunción desde Sapucai (departamento de Paraguarí) para estudiar Arquitectura, carrera de la cual hizo cuatro años antes de dedicarse exclusivamente a actuar, pero a la que vuelve cada tanto.
La arquitectura le dotó de un entendimiento profundo de estructura que le ayudó a visualizar las escenas y la puesta escenográfica con un ojo milimétrico, especialmente en lo relacionado con el lenguaje cinematográfico. Sin embargo, al atender a esas clases reconfirmó que su interés estaba en otro lado, porque veía en sus docentes una pasión que ella no sentía allí, ni en el aula ni con los planos.
Tanto le conmovía el arte y tan decidida estaba a darle una oportunidad a esa carrera académica, que decidió dejar de ir al teatro en un intento por concentrarse en sus estudios, pero fue en esa época de su vida que asistió a una función que terminó por convencerle de darle una oportunidad real a la actuación.
Lo que para algunos fue una simple obra de teatro, para ella significó una revolución. “Hizo que me preguntara si estaba en el lugar correcto”, recuerda Majo, quien se volcó a la performance con talleres y clases. Desarrolló escuela en El Estudio, bajo la guía del maestro Agustín Núñez, pero en paralelo su carrera profesional despegó casi instantáneamente en teatro y cine, con pequeños trabajos que rápidamente le llevaron a los siguientes y mayores. Su primera película fue Gracias Gauchito (2018) y ese mismo año estrenó Ñanemba’erã’y, de Julio Correa, con el Grupo Real de Teatro.
“Hay altibajos […] Eso pasa mucho en esta profesión, donde constantemente ponemos un poco de nuestros sentimientos y emociones, también algo de nuestro ego. Somos susceptibles a eso. Yo, que estoy con la arquitectura en paralelo, siempre me pregunto por qué lo que no soy arquitecta nomás”
Se lanzó al vacío movida por sus sueños, pero se trazó un camino, que siguió con disciplina, y esos pasos la trajeron hasta donde está ahora. ¿Hubo un momento en que dudó? “Todo el tiempo”, dice con la certeza propia de quien ya se lo cuestionó todo: “Me pasa y probablemente me va a seguir pasando. Eso es lo que tiene la actuación, no es que terminás un proyecto y ya tenés el año definido. Hay altibajos, momentos en que uno está muy bien y con mucha confianza, y luego hay otros de terrible inseguridad. Eso pasa mucho en esta profesión, donde constantemente ponemos un poco de nuestros sentimientos y emociones, también algo de nuestro ego. Somos susceptibles a eso. Yo, que estoy con la arquitectura en paralelo, siempre me pregunto por qué lo que no soy arquitecta nomás” [risas].
Pasó un tiempo desde que abandonó las aulas de esa carrera, pero curiosa como es, absorbe todo lo que aprende y lo aplica a la menor oportunidad. La arquitectura informa su comprensión de las cosas, pero también le ayuda a transformar sus espacios, como las reformas que realizó en la casa que comparte con su pareja en Villa Carlos Paz hace solo unos meses.
Punto de fuga
Conocemos su presente, pero Majo le da mucho lugar a su pasado, especialmente a la ciudad que la vio crecer. “Sapucai es un lugar mágico, tiene tanta energía”, dice con una sonrisa que desborda, que se escucha tanto como se ve. “Cuando era chica, todavía no pasaba el asfalto por ahí, entonces veía los trenes abandonados casi flotando sobre el pasto. Escuchaba la pitada del ferrocarril, el llanto de los burros de las burreritas que bajaban del cerro”, rememora.
La naturaleza la vio crecer. Su primera experiencia escolar se dio en una escuela hindú, donde la educación se basaba en el contacto con el medioambiente antes que con libros y plastilina. Tantos años después, Majo se sigue perdiendo en esos recuerdos como quien se funde en un abrazo maternal. Es una de seis hermanos y su infancia también estuvo influenciada por aquel barullo de una vida familiar numerosa.
En ese contexto, el arte siempre estuvo presente. “De alguna manera, desde muy chica intuía que tenía cierta sensibilidad con la escena, por sobre todo”, reflexiona. Su primera incursión en un escenario fue muy reveladora: subió como bailarina de música popular y ahí arriba supo, instintivamente, que lo suyo era performar.
“Tuve una psicóloga que me dijo que esa era mi roca del ser, esa vocación que llevás dentro, el lugar que sentís que es lo justo. No estás desbordada ni te falta nada. A mí me pasaba así, me sentía muy bien en el escenario”.
“Sabrán explicarlo los psicólogos”, dice Majo riendo. “Tuve una psicóloga que me dijo que esa era mi roca del ser, esa vocación que llevás dentro, el lugar que sentís que es lo justo. No estás desbordada ni te falta nada. A mí me pasaba así, me sentía muy bien en el escenario”, nos detalla.
La actuación le llegó de manos del Festival Nacional de Teatro Juvenil y durante el paso de esta actividad por Sapucai se generó un contacto que quedó grabado en ella, aunque era apenas una infante en aquel momento. Años después, durante su adolescencia, el resurgimiento del festival la atrajo y fue allí, bajo la mirada de grandes como Líber Fernández y Julio Saldaña, que su talento se empezó a formar: “Entonces empecé a aprender interpretación y composición de personajes, y ahí entendí todo. Me cerró la ficha. Supe que estaba en el lugar correcto”.
Este tipo de semilleros, dice Majo, realmente hace la diferencia en la vida de los jóvenes artistas. “Hay tantas cosas que deben descentralizarse de Asunción y llegar al interior, y más todavía lo que tiene que ver con dar una institución a los jóvenes, para que tengan la posibilidad de descubrirse a ellos mismos”, reflexiona.
Todas las Antonias
La pandemia significó muchas cosas. Para Majo, fue una oportunidad porque el mercado internacional se abrió y las fronteras pasaron a ser inexistentes, prácticamente. Consiguió trabajo en una serie para Amazon Prime con Rodrigo Santoro, que grabó en República Dominicana, y, a la par, ya estaba comprometida para actuar en su primer rol protagónico en la gran pantalla, Una sola primavera, a estrenarse este 2024.
El caso de éxito llamó la atención de la periodista especializada en arte y espectáculos Lucía Sapena, quien la entrevistó sobre los triunfos que había logrado. En medio de esa nota, surgió la conversación sobre un casting. Sin saber de qué se trataba, fue contactada por el productor local Diego Maldonado, que estaba buscando en nuestro país a Antonia, una trabajadora doméstica paraguaya que llega a la casa de un viejo crítico gastronómico argentino. Majo fue seleccionada y en ese acto, su futuro quedó escrito.
Ya en el set de República Dominicana sintió de primera mano la envergadura de una superproducción, así que cuando llegó a Buenos Aires estaba lista para dar continuidad a todo lo que aprendió. En este punto, no se olvida de aclarar que, en un nivel técnico, las producciones paraguayas no están lejos de la calidad que se logra afuera.
Como artista, la construcción del personaje es una de sus partes favoritas, es allí donde su veta creativa se luce. «Lo primero que hice al leer el guión fue entender que Antonia es un montón de gente conocida para mí. En Sapucai hubo mucha migración, conozco a tantas hijas y madres de Antonias. Sé quiénes son, no fue algo difícil de entender. Quería plasmar en ella a todas esas personas; sé lo que pasan, sé que se tienen que desprender y hay decisiones muy grandes detrás», explica sobre ese proceso.
«Yo, siendo Majo Cabrera, también llegué a Buenos Aires con la idea de dar lo mejor de mí desde mi lugar más profesional para abrirme camino», agrega. Y también estuvo en los detalles, como adoptar hábitos en su vida privada que incorporó a su personaje. Tanto tiempo después de cerrar esa etapa quedaron algunas costumbres de Antonia con Majo, como los 40 centímetros de doblez en la ropa de cama que Manuel Tamayo Prat (Luis Brandoni) exigía en la serie.
Aquí hace un paréntesis para dedicar unas palabras a su pareja, el actor argentino Mauricio Jortack, con quien tuvo sesiones de coaching durante el proceso de crear a su personaje. Finalmente, suavizó las esquinas de Antonia con Mariano Cohn y Gastón Duprat, los creadores y directores del show.
De sí misma, lo que dejó en ese papel fue la calidez: “Le doté de algo que yo tenía para ofrecer al personaje. Para componer a Antonia, tuve que buscar dentro de mi infancia. Además de representarnos a los paraguayos, debía tener la capacidad de plasmar a cada migrante de cualquier parte del mundo. Por sobre todo, busqué la ingenuidad en su mirada y la curiosidad de querer conocer todo. De alguna manera, saqué muchas cosas de mí para darle esas cualidades”.
A sus ojos, esta historia es como una reivindicación o revalorización de la vejez. Habla de la soledad, de los cambios de ritmo generacionales, del desplazamiento al que son sometidas las personas. En ese escenario, Antonia ofrece un contrapunto: la ternura. “Es muy lindo volver a tener una mirada hacia la tercera edad para comprender mejor la sociedad. Me parece que necesitamos un poco de esa ternura, entender a los adultos. Falta paciencia. Y ver que ese es un punto al que vamos a llegar todos”, engloba.
Una mirada sin fronteras
Conversar con Majo lleva, inevitablemente, a hablar de gastronomía e idiomas. Su interpretación de Antonia en Nada está marcada por un componente clave: el guaraní. “Desde mi experiencia personal, el guaraní básicamente construyó mi carrera”, nos dijo la primera vez que nos sentamos a conversar, en medio de una reflexión sobre la exposición que recibió nuestro país gracias al trabajo que hizo en el show.
“La exposición de nuestra cultura es importantísima, vital. Y más cuando realmente nos adueñamos de eso, nos exportamos y decimos: ‘Esto es lo que somos’. Porque eso nos da identidad y también despierta curiosidad en el resto del mundo, el interés de pensar: ‘Quiero probar esa cultura’”, explica.
Y es en este punto donde le gusta enfatizar en el potencial de Sudamérica como región. Tanto cuando hablamos de comida como del guaraní, Majo nos anima a mirar más allá de los límites físicos para empezar a reconocernos como una unidad regional. En Buenos Aires, ella se siente como en casa gracias al idioma; sale a caminar y escucha su guaraní nativo, se sienta a comer y reconoce los sabores. Y considera que esta convergencia es solamente positiva, especialmente con todos los comentarios que le llegaron de distintos puntos de Latinoamérica después del estreno de la serie, de guaraní hablantes de distintas nacionalidades que se sintieron tocados por su interpretación.
“Para mí es importantísimo. Es lindo que nos pensemos como región y dejemos de encerrarnos tanto en nosotros. La unión hace la fuerza, así que las relaciones con los demás países nos van a beneficiar muchísimo”, puntualiza.
El año apenas empezó y Majo está cargada de nuevos proyectos, que promete compartirnos “ni bien esté autorizada para hacerlo”, nos dice riendo. Desde acá prometemos seguir la estela de esta estrella que no para de ascender.
DESDE EL SET
“Sí, diría que la comida es un gran motivador para mí”, dice Majo entre risas explosivas, y rápidamente se queda perdida en un recuerdo: “Un tallarín kyra porã me transporta, pero quizás, como dice Luis Brandoni que es de una familia italiana, es el ritual que rodea a la comida”. En el set de Nada, comer era un momento que compartían todos los días. Recuerda especialmente las milanesas que el equipo de Narda Lepes preparaba y que todo el crew moría por probar porque las hacían en el momento, para una toma. Por supuesto, terminada la escena, no quedaba una sola mila para contar la historia.
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