Nota de tapa

El pueblo que viene del agua

La resistencia ancestral de los mataguayo

El río Pilcomayo, vital para las comunidades indígenas conocidas como mataguayo, enfrenta una crisis por cambios en su cauce y falta de políticas públicas. Los pueblos Nivaĉle, Manjui y Maká luchan por preservar su territorio y cultura ante la deforestación y el despojo. En esta edición, conversamos con Cecilio Flores, líder nivaĉle, sobre su tierra y las alternativas de conservación que proponen para la zona.

Por Laura Ruiz Díaz. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Nicolás Granada, Juan Garay y Burkhard Schwarz, gentileza de Tierra Libre. Retrato de Cecilio Flores: Fernando Franceschelli. Agradecimientos: Hugo Flecha.

El río Pilcomayo, conocido por su cauce impredecible y su capacidad de transformar el paisaje, ha sido por siglos el sustento de las comunidades indígenas que habitan sus riberas. Sin embargo, los cambios en su curso, sumados a la falta de políticas públicas efectivas, han obligado a estos pueblos a reinventar su modo de vida, y apoyarse en la autogestión y la resiliencia.

Es el caso de los pueblos Nivaĉle, Manjui y Maká, de la familia lingüística mataguayo, que hoy viven un agresivo proceso de deterioro de sus territorios. Aunque se trate de comunidades distintas, comparten un mismo origen y modo de vida, que en algún momento transcurrió alrededor del Pilcomayo y hoy ya busca alternativas para la sobrevivencia y la protección de su espacio vital.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

Con el objetivo de visibilizar la existencia de este grupo interétnico y poner el foco en la discusión de esta problemática, la organización Tierra Libre presentó la exposición fotográfica Protectores del río y del bosque. Los mataguayo del Pilcomayo encarando el exterminio de su espacio de vida. Esta iniciativa busca no solo documentar la lucha de estas comunidades, sino también generar conciencia sobre la urgencia de proteger su entorno y su cultura frente a los desafíos que enfrentan.

En esta nota conversamos con Cecilio Flores, líder de la comunidad de Ajoicucat (Mistolar), en el departamento de Boquerón. Su territorio se ubica en la zona del Alto Pilcomayo, a 10 kilómetros de la frontera con Argentina. Además, aportaron su perspectiva Nicolás Granada, el reconocido documentalista que realizó la mayoría de las fotos, y Burkhard Schwarz, coordinador técnico de la organización Tierra Libre.

Meandroso

Meandroso significa intrincado. Muchas veces se describió al Pilcomayo como «indomable y suicida». Su cauce, cargado de sedimentos, se desborda, cambia de rumbo y deja atrás tierras que antes eran fértiles. Este fenómeno, que ocurre desde hace décadas, ha desplazado a comunidades enteras. El río —de 2426 km de extensión— marcaba la frontera entre Paraguay y Argentina. Hoy, la mayor parte está en territorio del país vecino.

Cecilio Flores. Fotografía: Fernando Franceschelli.

En Paraguay, comunidades como Lhavôj’ôcfi (San José Estero) y Ajoicucat (Mistolar) enfrentan las consecuencias de este fenómeno. La falta de agua en épocas de sequía llevó a la construcción de aljibes, pozos de cemento que almacenan la lluvia, pero estos no siempre son suficientes. Cuando el agua escasea, la Secretaría de Emergencia Nacional debe llevar camiones cisterna desde el río Paraguay, y eso ocurre cada año, sin falta.

“Anteriormente, quienes poblaron primero la zona de mi comunidad cuentan que era a la orilla del Pilcomayo. Ellos lo llamaron Mistolar. En el año 1983 desapareció totalmente el río y se taponó el cauce natural”, cuenta Flores.

Esto ha significado la pérdida de prácticas tradicionales como la pesca y la caza, actividades que antes garantizaban su alimentación. Hoy, para llegar al río, hay que cruzar la frontera. “Los gendarmes no nos permiten”, lamenta Cecilio, líder de la comunidad de Mistolar y coordinador de la zona del Alto Pilcomayo de la articulación de líderes Nivaĉle, Manjui y Maká. Estas comunidades de la zona habitaban esa región desde antes de la creación de las líneas que delimitan dónde es Argentina y dónde es Paraguay. Se movían con el río y lo acompañaban, buscaban refugio en otras zonas en épocas de inundación y volvían a la ribera en la sequía.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

“El Pilcomayo da muchos beneficios. Cuando había aún mucha gente antigua, contaban a sus hijos y nietos la importancia del río y la necesidad de mirarlo con respeto, a su naturaleza. Hasta ahora mantenemos esa vida”, testimonia Flores.

“Ahora que ya no lo tenemos, no hay más vida. Para quienes viven del río, ayuda mucho”, reclama el líder. El agua se utilizaba para el riego, para beber, para cocinar, era el espacio de pesca, atraía a las abejas… “En estos días es muy difícil porque la comunidad está totalmente olvidada, abandonada”.

“Hoy todo es muy diferente a lo que la gente antigua cuenta. Hasta la naturaleza cambia. Antes llegaban las primeras lluvias en agosto o setiembre y la gente empezaba a prepararse, los que vivimos en la orilla. En diciembre era la inundación”

Cecilio Flores.

A pesar de que la legislación paraguaya protege los recursos hídricos, en la práctica, el agua se convierte en propiedad privada cuando entra en contacto con el suelo. Esto significa que el 96 % del líquido vital en el Chaco está controlado por grandes propietarios, lo que deja a las comunidades indígenas en una situación crítica.

El desmonte

Los bosques, el monte y la selva son indispensables para el ciclo del agua, ya que son una reserva natural. Su ausencia disminuye las precipitaciones y aumenta aún más la vulnerabilidad a la sequía, lo que genera un impacto directo en comunidades como Ajoicucat (Mistolar), donde vive Cecilio Flores.

Cecilio Flores. Fotografía: Fernando Franceschelli.

“Hoy todo es muy diferente a lo que la gente antigua cuenta. Hasta la naturaleza cambia. Antes llegaban las primeras lluvias en agosto o setiembre y la gente empezaba a prepararse, los que vivimos en la orilla. En diciembre era la inundación”, cuenta Flores. Para fin de año, todo lo que se plantó debía estar cosechado.

Cecilio relata que en su comunidad hay precipitaciones cada tres o cuatro meses. “El año pasado pasamos ocho meses sin lluvia”, comenta. La escarcha, la helada, también es un problema que afecta a los cultivos.

En los alrededores, el desmonte agrava la situación. “Del monte se saca todo: la comida, los remedios naturales para la gente. Siempre dependíamos de él y ahora ya no se puede”, explica Flores. Por un lado, la tala indiscriminada para dar paso al cambio de uso de suelo y, por otro, muchos terratenientes limitan el paso, lo que viola la ley.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

Investigaciones que determinan el estado de la zona entre el 2000 y el 2022 sugieren que se han deforestado más de 1.511.390 hectáreas del territorio correspondiente al patrimonio natural de los pueblos Nivaĉle, Manjui y Maká; es decir, el área que históricamente siempre habitaron.

Datos difundidos por la organización Global Forest Watch exponen que entre 2001 y 2023, Boquerón registró una pérdida de 2,77 millones de hectáreas de bosques, mientras que Alto Paraguay perdió 1,83 millones. Estos ecosistemas, particularmente en el Chaco, son cruciales para la biodiversidad y la regulación climática. Su destrucción ha liberado 828 megatoneladas (Mt) de CO₂, lo que supone un duro golpe para los esfuerzos de mitigación climática.

Hoy, en la comunidad de Cecilio se produce miel y ganado, sobre todo, pero sus padres y abuelos vivían de la pesca y la recolección. “El tiempo no ayuda a las plantas silvestres que dan fruta. No salen bien porque no hay buena lluvia. Pocos son los que recolectan”, afirma.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

Otra de las razones por las cuales ya pocos recolectan es debido al cercado de las propiedades aledañas. “Los pobladores más antiguos no tienen problema, pero hay personas que vinieron hace poco, empresas, que no dejan pasar a nadie para recolectar”, expone Cecilio. “Alrededor ya está todo cerrado, ponen su letrero que dice ‘Prohibido cazar’, ‘Prohibido entrar’. Es gente nueva que está entrando recién”, remarca.

Esta prohibición es completamente ilegal. La ley n.° 234 aprobó el convenio número 169 sobre comunidades indígenas. En su artículo 14 dice: “En los casos apropiados, deberán tomarse medidas para salvaguardar el derecho de los pueblos interesados a utilizar tierras que no estén exclusivamente ocupadas por ellos, pero a las que hayan tenido tradicionalmente acceso para sus actividades tradicionales y de subsistencia”.

Por otro lado, la Constitución Nacional, en los artículos 62 y 63, reconoce la existencia de los pueblos indígenas y garantiza “la aplicación de sus sistemas de organización política, social, económica, cultural y religiosa, al igual que la voluntaria sujeción a sus normas consuetudinarias para la regulación de la convivencia interior”. Pero la ley es letra muerta si no hay un Estado presente que la haga valer.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

El Pantalón

En el siglo pasado, Argentina y Paraguay desistieron de tener al Pilcomayo como línea limítrofe y marcaron sus fronteras geográficas. En 1992 ambos países firmaron un acuerdo bilateral de aprovechamiento conjunto de la corriente. En un esfuerzo por domar la naturaleza, se creó el proyecto Pantalón, que tenía como objetivo dividir el río en dos afluentes, de modo que una rama irrigara nuestro país, y la otra, a la nación vecina, para distribuir así agua y sedimentos entre ambas áreas.

Ese mismo año inició la apertura de canales. El convenio establecía las medidas: dos metros de profundidad con un ancho de cuatro metros. Algunas fuentes mencionan que Paraguay no llegó al día pactado para el inicio de labores y, entonces, Argentina hizo una vía de tres metros de profundidad y seis de ancho. Lo cierto es que años después las construcciones no fueron mantenidas correctamente.

Hoy, la cuenca del lado paraguayo está completamente seca, fruto de la negligencia del Estado. No solo la zona del Pantalón se ve afectada, sino todo el río, consecuencia directa de la deforestación de la región.

Imagen: gentileza de Tierra Libre.

Capturar el instante

Nicolás Granada es fotógrafo, documentalista y director de sonido. Él realizó la mayoría de las fotografías de la exposición, para lo cual acompañó a la organización Tierra Libre por un mes, lo que le permitió capturar distintas escenas de las comunidades en Lhavôj’ôcfi (San José Estero), Ajoicucat (Mistolar) San Agustín y Pedro P. Peña.

En un contexto en el que las comunidades indígenas enfrentan la falta de agua, alimentos y políticas públicas adecuadas, la fotografía, especialmente la documental, se convierte en una herramienta clave. Él destaca su importancia para visibilizar escenarios olvidados: «Sirve para iluminar ciertas realidades donde hay silencio». La relación de confianza entre Tierra Libre y las comunidades, y la cantidad de tiempo que tuvo para hacerlo, permitió a Granada retratar la vida cotidiana sin forzar situaciones. «No era un extraño que llegaba a sacar fotos, sino alguien que compartía su vida y proyectos», comenta. Esta ética contrasta con el enfoque extractivista, que prioriza la obtención de imágenes impactantes sin considerar el contexto o la dignidad de la gente.

La fotografía documental no solo es un archivo del presente, sino también una memoria para el futuro. «Estos registros sirven para que las nuevas generaciones conozcan su historia y mantengan vivas sus tradiciones», señala. Además, resalta la importancia de que las propias comunidades puedan documentar sus realidades: «Lo ideal sería que ellos tengan las herramientas para hacerlo».

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

Desplazamiento y resistencia

La conversación con Burkhard Schwarz fluyó con mucha facilidad. Hace décadas que trabaja en el Chaco paraguayo y conoce al detalle la situación del área del Pilcomayo, su contexto histórico y actual. Es coordinador técnico de Tierra Libre, una oenegé cuyo objetivo es generar propuestas participativas en comunidades indígenas.

“La población indígena aquí se distribuye en diversas zonas, desde la región Seca hasta el Chaco Central, donde se encuentran entre 1600 y 4000 personas. En Filadelfia, la comunidad es grande, de entre 3500 y 4000 individuos, aunque su origen y dinámica son distintos a los de otras regiones”, detalla.

“Existen dos culturas, en cierto sentido: una influida fuertemente por los menonitas y otra por la Iglesia Católica. Estos sectores son complejos desde el punto de vista ideológico y hegemónico, que es una forma de dominación ideológica que deja huellas profundas”

Burkhard Schwarz.

Uno de los principales desafíos que enfrentan estas poblaciones es la falta de reconocimiento y espacio para preservar su cultura. En palabras de Burkhard, en la zona se han identificado procesos de «limpieza étnica silenciosa», donde las comunidades son marginadas y se les impide desarrollar plenamente su identidad cultural y lingüística.

Los indígenas del Chaco poseen estructuras culturales y de parentesco propias, aunque muchas han sido influenciadas por misiones religiosas. “Existen dos culturas, en cierto sentido: una influida fuertemente por los menonitas y otra por la Iglesia Católica”, describe Schwarz, lo que genera dinámicas de dominación que afectan su autonomía cultural: “Estos sectores son complejos desde el punto de vista ideológico y hegemónico, que es una forma de dominación ideológica que deja huellas profundas”.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

El análisis realizado por los investigadores de los procesos territoriales en el Chaco paraguayo muestra diferencias fundamentales entre la influencia de la Iglesia Católica y la de las comunidades menonitas. Mientras que la primera no tenía un interés económico-territorial en principio, las comunidades menonitas establecieron un modelo de dominación que vinculaba a la religión con la ocupación del territorio.

El pueblo Nivaĉlé, por ejemplo, concibe su territorio de manera distinta a la impuesta por los menonitas. Mientras que los colonos redefinieron la geografía del Chaco en términos de Alto Chaco, Bajo Chaco y Chaco Central, en torno al polo productivo en Filadelfia, ellos organizaban su espacio alrededor del río Pilcomayo. En su cosmovisión, el centro de su tierra no es un punto específico, sino una línea fluvial que estructura su organización social y cultural.

“Si observamos la evolución de las migraciones, nos damos cuenta de que existe un proceso de limpieza étnica dentro de la estructura del Estado paraguayo”

Burkhard Schwarz.

El pueblo Nivaĉle tiene una estructura socio-espacial dividida en grupos regionales y subgrupos locales, basada principalmente en criterios ecológicos. A nivel macro, se divide en dos grandes categorías: Tovôquinĵus o Tovôc Lhavos, quienes tenían acceso continuo al río Pilcomayo, es decir, al cauce principal o a uno de los cauces que son alimentados de manera permanente o casi permanente por las aguas, y Fach’ee Lhavos, que en gran parte solo se acercaban periódicamente a él.

El pueblo Manjui también se divide en dos grupos regionales. Pertenecen a la etnia más abarcante Choroti-Manjui. Los dos subgrupos de esta etnia, los Choroti y los Manjui, están separados por el Pilcomayo. Mientras que los Choroti actualmente se encuentran en el lado argentino, los Manjui se ubican en el paraguayo. Los Manjui se dividen en dos subgrupos de segundo grado: los Tewac Jivos y los Lhum’naĵ’nas.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

Migraciones

A lo largo del siglo XX y XXI se han desarrollado una serie de movimientos indígenas, cuyo análisis sugiere que ha existido un patrón de desplazamiento forzado y exclusión sistemática. “Si observamos la evolución de las migraciones, nos damos cuenta de que existe un proceso de limpieza étnica dentro de la estructura del Estado paraguayo”, advierte Burkhard. El abandono, la falta de garantía de derechos y el vacío hacia las necesidades son algunas de las cuestiones más importantes.

Tierra Libre también ha desarrollado investigaciones en zonas urbanas: “Realizamos un análisis sobre la presencia indígena en el área metropolitana a través de una investigación participativa”. Uno de los hallazgos más importantes fue la conexión que las comunidades mantienen con su identidad a pesar de estar en la ciudad. “Las generaciones urbanizadas, en su cuarta o quinta generación, siguen teniendo en la memoria su origen”, afirma, “no es un recuerdo ausente, sino parte de su identidad”.

Desde Tierra Libre siguen investigando y trabajando junto a las comunidades “para visibilizar estos procesos y contribuir a la preservación de su cultura y derechos”.

Fotografía: gentileza de Tierra Libre.

La propuesta

La situación de las comunidades es similar y, por eso, se unieron para analizar la situación. Así, consensuaron una propuesta en respuesta a la amenaza de su espacio de vida, un proyecto de ley de protección territorial que incluye tres componentes patrimoniales: el natural, el cultural y el lingüístico.

El dinámico y acelerado proceso de cambio de uso de la tierra ha generado la desaparición de más de un millón de hectáreas de ecosistemas diversos y su consecuencia directa es la pérdida de la identidad cultural y el espacio de vida de miles de habitantes de ese territorio. Es por eso que la protección del Pilcomayo cobra mayor importancia.

“Hoy vemos que muchas materias primas se están perdiendo. Por eso, exigimos a las autoridades que tengan en cuenta la importancia de no dañar los bosques, que son fuente de vida y contienen todo lo que necesitamos. Seguimos usando lo que nos enseñaron nuestros abuelos y queremos que eso no se pierda”, reivindica Cecilio Flores para finalizar.

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