Ollas populares: resistencia y autogestión
La crisis social que desencadenó en el país el covid-19 activó en los sectores más pobres, una vez más, las redes de solidaridad de los vecinos y vecinas. A un mes de la cuarentena, y prácticamente sin asistencia del Estado, las ollas populares siguen asegurando los platos de comida en los barrios humildes.
Las mujeres del Bañado Sur alimentan a más de 150 personas y cinco barrios todos los días. Cocinan puchero, guiso o fideos a carbón. Elisa Barrios está en el local de Rebeldes del Sur en Caacupemí preparando una de las 11 ollas populares que organiza la Coordinadora de la Lucha por la Tierra. Los bañadenses reciben víveres como donaciones en la semana a partir de las publicaciones que difunden en sus redes sociales.
Hoy son ocho manos cocinando tallarín de pollo. Cuatro madres se van turnando para prepararlo y a partir de las 11.00 llegan las familias. Primero, niños y abuelos; después, el resto. Con el táper en la mano, los vecinos y vecinas se cercan para retirar su ración y las compañeras encargadas de la olla corroboran con una lista que no falte nadie. Pero hay veces en que no alcanza y quedan platos vacíos.
“La verdad, yo no me suelo meter en la cocina pero esta situación de necesidad nos obligó. Hace unos días recibimos un poco de ayuda, los militares nos trajeron un kit de víveres para los gancheros”, cuenta Elisa, que es carpintera y ganchera en Cateura. Tiene cinco hijos, el mayor tiene 20 y está en el tercer año de Medicina. Su hijo de 18 trabaja los sábados y domingos en la Red Agroecológica. Una niña de ocho y otra de siete. Todos viven en el Bañado.
Según explica Elisa, el 80% de los bañadenses depende del vertedero Cateura. Ya desde diciembre, los gancheros y gancheras no estaban vendiendo los reciclados porque no hay sobras ni llegan restos. Como la gente no sale, no compra productos ni consume, entonces los recicladores no encuentran mercadería para reciclar. Hay toda una cadena de trabajo que se ve interrumpida por la cuarentena.
Lo mismo ocurre con los vendedores ambulantes, las trabajadoras sexuales, los trabajadores en mantenimiento, la vigilancia, los deliveries, las estaciones de servicio, los cajeros, todos siguen trabajando. Para ellos, que son los más expuestos al contagio, no hay cuarentena. “Nosotros ya tenemos nuestro tiempo, no es que con esta crisis nos organizamos. Hace 12 años que venimos peleando por nuestro territorio. Si no comés, no podés hacer nada, así que iniciamos una campaña de donación de alimentos a través de las redes sociales”, expresa Elisa.
Jessica Arias tiene 28 años, vive con sus dos hijos y sus tres hermanos con sus familias en el Bañado Sur. En total, son 10 personas. Trabaja como orientadora laboral en el Centro de Atención Familiar Mil Solidarios, ayuda a las mujeres a prepararse para salir al mercado, mejorar sus currículums y capacitarse para sus primeras entrevistas. Entre otras cosas, se proponen promocionar los productos que fabrican artesanal y autogestivamente.
Organizan ferias dos veces al mes y aprenden a fortalecer sus emprendimientos. Con la cuarentena, como dice ella, eso “se vino abajo”. La precarización estuvo siempre, solo que ahora se siente más hambre: “Parece natural que haya una enorme cantidad de trabajadores sin seguro médico o agua potable. Recién ahora el mundo descubrió que había sido eso estaba pasando. Yo misma no hace mucho me di cuenta de que tengo más derechos cumplidos que muchas compañeras: porque son derechos, no privilegios”.
Jessi explica que la carga para las bañadenses es doble porque además de trabajadoras informales, son madres. Muchas son empleadas domésticas que hacían la limpieza varias veces a la semana y ganaban entre G. 50.000 70.000 al día. Son vendedoras, artesanas, cocineras, niñeras. Pero desde que inició el periodo de aislamiento social, todas se quedaron sin trabajo y son las principales organizadoras de las ollas populares.
Desprotección estatal
Los bañadenses se acostumbraron a que los dejen solos y a resolver los problemas habitacionales y de alimentación. Con las inundaciones aprendieron a autogestionar y resistir con ollas populares. Ya saben cómo organizarse y cuánto tiempo va a llevar cada tarea. De la misma manera en que las polladas son la única forma de conseguir financiamiento para tratarse problemas de salud, las ollas populares aseguran un plato de comida en las familias más pobres.
A un mes del inicio de las medidas de aislamiento impuestas por el Gobierno para mitigar el contagio del covid-19 en el país, se acreditó el subsidio de G. 500.000 del programa Ñangareko a cerca de 47.000 beneficiarios. Las iniciativas solidarias salvan el hambre de los sectores más vulnerables, pero cada vez son más barrios los que no consiguen insumos suficientes para llenar las ollas populares, como el caso del asentamiento 3 de Noviembre.
Cuando Elisa va al supermercado, gasta G. 400.000 en una compra para la semana, y se pregunta: “¿Cómo voy a hacer con los 500.000 que pretende darme el Estado para comer un mes?”. No existen políticas públicas que beneficien de manera directa a ninguna familia bañadense en la problemática de acceso a la titularidad dominial ni se pusieron en marcha planes o protocolos para la atención de la gente sin techo.
El Gobierno se comprometió a distribuir 300.000 kits de alimentos a los sectores más afectados por las medidas de contingencia para frenar el avance del coronavirus, pero aún no definió los mecanismos de entrega. Al día de la redacción de este artículo, según datos oficiales de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN), se repartieron 2.883.233 kilos de insumos.
Los bañadenses se acostumbraron a que los dejen solos y a resolver los problemas habitacionales y de alimentación. Con las inundaciones aprendieron a autogestionar y resistir con ollas populares.
Quienes recibirían el paquete de alimentos serían los trabajadores que pueden ejercer sus actividades, los que estuvieron desempleados en las últimas dos semanas, las comunidades indígenas y los beneficiarios del Programa Abrazo. Para recibir el kit, las personas deben inscribirse través de la página web de la SEN o al número (021) 729-0736.
Pero, además de que el contenido de los kits no alcanza, la entrega excluye a las personas que reciben subsidio de programas sociales como Tekoporã, pensión de adultos mayores o jubilatorias. En este contexto, las ollas populares son las únicas alternativas para los bañados.
Economía popular y solidaria
Desde la Casa de la Mujer del Bañado Tacumbú, las madres se organizan con las ollas por zona. “Nos movemos porque sabemos que ya no hay comida en los platos de nuestros hijos. Al principio comenzamos porque esa era la necesidad, después hubo restricción por aglomeración de personas y se nos ocurrió, en lugar de cocinar allí, hacer kits para una semana. Incluye carne, pollo, verduras y es para cada familia”, dice Jazmín López, que llegó a preparar alimentos para 150 madres solteras en situación de violencia.
Las vecinas se articularon para dar de comer a la gente que no puede cocinar, y organizaron un sistema de retiro de viandas para evitar la aglomeración. Clemen Bareiro Gaona es socióloga y, junto con dos mujeres activistas, fundó Revista Emancipa, una publicación feminista con corresponsalía en Argentina, Chile y Colombia.
En la conferencia Lo que no se nombra no existe, que dio la semana pasada en Gramo Ideas Paraguay, manifestó: “¿Desde dónde criticamos a las mujeres que salen de sus casas para buscar el sustento diario de sus hijos? Que no tengan comida o acceso a una casa segura con las condiciones mínimas, también es violencia”.
Para Bareiro, las que salvaron históricamente a las personas fueron las redes de contención, de solidaridad, que nos permiten pensar alternativas creativas para enfrentar las adversidades. Y aportó el ejemplo de La Casa de la Mujer. “Estas mujeres se organizaron hace un año y vienen planteando estrategias para enfrentar la realidad de diferentes maneras. Por ejemplo, organizan trueques; intercambian conocimientos de cocina por conocimientos de costura”, remarcó.
Jazmín está acompañando a 21 mujeres que sufrieron violencia durante el periodo de aislamiento preventivo. Al mismo tiempo, lleva adelante la coordinación de la olla popular del Sector 8 del barrio Tacumbú. “Últimamente, mi problema fue con las donaciones. La mayoría ya no quiere salir de sus hogares para llevar el alimento a donde deben. Cuando donan en efectivo, uno tiene que ir a hacer filas en los mercados de abasto para conseguir todos los alimentos necesarios”, detalla.
Es confeccionista, tiene su taller de costura y ahora está en un emprendimiento con mujeres bañadenses para vender tapabocas. Hicieron alcohol en gel, lavandina, citronela. “Ahora estamos enfocadas en los tapabocas, se los vendemos a organizaciones como Serpaj, Femiunidas y Amnistía Internacional. Cuestan G. 4.000 cada uno”, cuenta.
“¡Aunque llueva, la olla comunitaria no para! Delicioso guiso de carne; de postre, cremita rica para alegrar la sobremesa, y para la merienda, chipitas. También se está distribuyendo a cada mamá un kit de medicina natural compuesto de miel, jengibre y limón para levantar las defensas. Gracias a la solidaridad de la ciudadanía, cuyas donaciones hacen posible que estas ollas populares lleguen a más de 60 personas en el barrio, en su gran mayoría niñas y niños. ¡Seguimos recibiendo donaciones! Cuidados colectivos, solidaridad, sororidad y organización en la Casa de la Mujer Bañado Tacumbu”, dice la publicación de Facebook del 18 de marzo.
La realidad no es muy distinta en La Chacarita. Soledad Misterio forma parte del Comité de Género y el Comité de Reposteros de la Cooperativa de Autogestión Chacariteña, pero vive en San Vicente, entre el cauce Perú y Las Mercedes. Según recuerda, hace unos días llegaron víveres entregados por los punteros “pro-Franja Costera” y muchas personas quedaron excluidas, la mayoría, madres solteras y sobrevivientes de la violencia de género.
“Al momento de recibir ayuda del Estado, ya sea de la Secretaría de Emergencia Nacional o de la Pastoral Social, estas instituciones contactan con los punteros pro-Franja Costera para posicionarlos bien en territorio, y en realidad es ayuda del Estado que debería llegar a todos. Entonces, con la cocina comunitaria Primero de Mayo, que es del Comité de Reposteros, y un colectivo de raperos chacariteños que se llama Chacaclicka decidimos coordinar esta olla comunitaria en el barrio San Vicente”, refiere Sole.
Desde la cooperativa hicieron un relevamiento de familias excluidas y hasta el momento detectaron 40 personas. “Es importante para nosotras autogestionarnos y ver nuestra olla popular sin la asistencia del Estado. Autodefensa no es solamente poner el cuerpo frente a los tractores o los balines de goma, también es hermosear el barrio, hacerlo habitable”, apunta la joven. Por eso, todos los lunes van a organizar una olla popular que incluya a todos y todas.
Ninguna vida vale más que otra
El periodista y escritor argentino Martín Caparrós escribió un libro de no ficción titulado El Hambre. En él señala las desigualdades económicas y sociales: “Cada día mueren, en el mundo —en este mundo— 25.000 personas por causas relacionadas con el hambre. Si usted, lector, lectora, se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en —digamos— ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas 8.000 personas: son muchas 8.000 personas”.
El 24,2% de los paraguayos y paraguayas está en situación de pobreza, de acuerdo a los datos que arroja la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (Dgeec). Dentro del segmento de trabajadores informales se encuentra la población adulta del país que no aporta a un seguro médico (68% del total de la población económicamente activa) y el 77% de la que no aporta para alguna jubilación. Para este sector, el teletrabajo o home office no sirve porque “parar” implica quedarse sin ingresos económicos, pasar hambre o sobrevivir con sus actividades más allá de los riesgos sanitarios que estas suponen.
“Ante la ausencia del Estado, resistimos, como resistieron nuestras hermanas, compañeras antecesoras y sobrevivientes de la dictadura. Hoy seguimos resistiendo en esta democracia camuflada”.
“Nosotras nos movemos y organizamos ante la pandemia del coronavirus y ante las estrategias tomadas por un Gobierno que no es realista para todas las personas pobres del país. Ante la ausencia del Estado, resistimos, como resistieron nuestras hermanas, compañeras antecesoras y sobrevivientes de la dictadura. Hoy seguimos resistiendo en esta democracia camuflada. Para decir ‘quedate en casa’ realmente se necesita más que una mano dura. Se necesita educación, contención, ayuda y amor a un pueblo”.
Este es el texto que acompaña las fotos de los kits que prepararon las lideresas de Casa Diversa en su página de Facebook. El coronavirus expuso una discriminación moral y clasista a las personas LGBT que ya existía en la sociedad paraguaya. El abandono político y la ausencia de un sistema de apoyo financiero y emocional por parte del Estado precariza sus vidas aún más, obligándolas a trabajar en la informalidad incluso durante la pandemia. La defensora de derechos humanos y activista trans Yren Rotela explica que el 99% de la población trans se dedica a la prostitución.
El contexto de emergencia sanitaria bajó la demanda de servicios sexuales, eso implica que dediquen más horas al trabajo para ganar lo mismo. Muchas viven al día; si no juntan el dinero, no pagan la habitación en la que viven, no comen. Además, se denunciaron casos de violencia institucional por parte de la policía. El grupo Lince, ahora autorizado para hacer cumplir las medidas sanitarias, las hostiga aún más que antes y amenaza con detenerlas en su espacio laboral.
“Las personas travestis y trans somos vulnerables a adquirir y transmitir el virus a nuestro entorno cercano a través de la convivencia. La disposición del Gobierno de quedarnos en nuestras casas y la restricción de la circulación en horas de la noche afecta a las trabajadoras sexuales que ofrecen sus servicios en la vía pública o en casas de citas”, expone Yren.
Desde el centro comunitario de formación y albergue transitorio Casa Diversa, en varias ocasiones pidieron el apoyo del Estado. Solicitaron alimentos de primera necesidad y elementos de cuidado que les permitan protegerse, pero hasta la fecha no contaron con ninguna respuesta. Ellas mismas se autogestionaron kits para personas trans y preparan frecuentemente ollas populares para quienes lo necesiten.
Mecanismos de prevención
El Ministerio de Salud lanzó el lunes una serie de recomendaciones para disminuir el riesgo de propagación del covid-19 en el contexto de ollas populares. Para hacer las compras, por ejemplo, la persona no debe presentar síntomas ni formar parte del grupo de riesgo; es obligatorio utilizar correctamente los tapabocas y desinfectarse las manos, el carrito o canasto en el que guardará los productos; tiene que evitar tocarse los ojos, la nariz y la boca en el momento de efectuar el pago.
Para la manipulación y preparación de alimentos se recomienda que la persona encargada se sostenga el cabello con una cofia, utilice delantal, tapabocas y guantes. No debe tener uñas largas ni pintadas, ni utilizar joyas, relojes o cualquier otro adorno en manos y brazos.
El trabajo debe realizarse previo lavado de manos con agua y jabón antes, durante y después de preparar las comidas, reforzando este procedimiento cada vez que se toquen otros objetos que no sean parte del alimento que se está manipulando. También, evitar la utilización de celulares y otros objetos similares durante todo el proceso.
Lavar y desinfectar con agua caliente (temperaturas superiores a 80 °C) la zona donde se manipulará el alimento, además de los utensilios y equipos durante la preparación. En cuanto a los paños que se utilizan, de preferencia deben ser desechables. Las frutas y verduras tienen que desinfectarse antes de utilizarlas, sobre todo las que serán consumidas en forma cruda; para ello hay que sumergirlas en agua con lavandina al 0,01% durante 10 minutos, luego desechar el líquido utilizado y enjuagar con abundante agua potable el alimento.
Se deben separar siempre los alimentos crudos de los cocinados y de los listos para comer, utilizando equipos y utensilios diferentes, tales como cuchillos, tablas de cortar para manipular carne, pollo y pescado, apartando otros elementos como verduras y frutas. Es necesario mantener las comidas en recipientes separados para evitar contacto entre crudas y cocinadas, porque los alimentos crudos pueden contener microorganismos patógenos u otros contaminantes.
También, cocinar correctamente los alimentos, especialmente carne, pollo, huevo y pescado, sin que queden partes rojas en su interior. Deben alcanzar una temperatura mínima de 70 °C. Finalmente, para la distribución se recomienda el uso de envases descartables con tapa. Para evitar la aglomeración, es mejor entregar números o marcar zonas de espera (por ejemplo, cada dos metros). Se recomienda colocar alcohol en gel de modo accesible y carteles que indiquen el procedimiento a respetar para retirar los alimentos.
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