Un artista comprometido con su tiempo
Para la tapa de la edición número 300 de Pausa decidimos darnos un gusto, así que convocamos a Oz Montanía para hurgar en su mente y deleitarnos con su obra. “Siempre me gustó dibujar, y cuando me di cuenta de que podía hacerlo también en la pared, una cosa llevó a la otra”, nos dijo durante este paseo lineal por la vida de uno de los artistas más reconocibles y relevantes de su generación.
Por Patricia Luján Arévalos. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Bethania Achón. Producción: Sandra Flecha. Asistente de producción: Camila Riveros. Fotografía: Javier Valdez. Agradecimientos: a Fede Cortázar y la galería Arte Actual.
A los 17 pintó su primer mural, pero desde mucho antes ya rayaba paredes. Oz Montanía siguió Diseño Gráfico en la universidad porque era lo único relacionado con sus intereses que podía estudiar de noche mientras trabajaba de día. Su experiencia laboral empezó como ilustrador editorial, y luego pasó a ser creativo gráfico y director de arte. “Yo quería estudiar la licenciatura en Artes Visuales, pero como salí de mi casa a los 17 años, tenía que autosustentarme. Eso hizo que a la hora de decidir, eligiera un oficio pragmático”, cuenta y acota: “No me quejo para nada”. En la facultad aprendió los rudimentos de composición, teoría del color y métodos de trabajo.
No es fan de las etiquetas. Si bien lleva muchos “sombreros” (ilustrador, diseñador, street artist, muralista, grafitero), a esta altura “es todo una mezcla. En cualquiera de esas categorías uno genera imágenes. Ese puede ser el punto de partida: alguien que hace imágenes. Espero que este oficio me lleve a crear cosas más allá de eso”.
Los caminos del arte son algo maravillosamente único para cada persona. Conoció antes que nada la literatura, porque sus padres tenían una pequeña distribuidora de libros, así que pasó sus primeros años hojeando todo lo que caía en sus pequeñas manos. Todavía no sabía leer, pero le cautivaron las ilustraciones.
De esa época, hay escenas que lo acompañan hasta ahora. “Hubo muchos momentos de descubrimiento vinculados a la investigación movida por la curiosidad. Creo que en mi proceso, esa parte de leer al respecto fue algo que empecé de chico. Por ejemplo, conocer a Gustave Doré o Albrecht Dürer en los libros ilustrados con grabados tuvo un efecto duradero en mi gusto por las hachuras al dibujar”, recuerda.
Y los libros lo acompañaron a medida que crecía. Sus temas favoritos en la escuela eran historia y literatura. “Como tenía la costumbre de leer en casa, ambas materias eran excusa para hacer algo que disfrutaba”, comenta y sigue: “Siempre supe que no alcanza el tiempo de vida para leer todo lo que quiero ni escuchar toda la música que desearía, pero nada me impide intentarlo”.
Leí que en tu casa, los cómics no eran tan bien vistos.
Mi papá es un ávido lector que se encargó de inculcarme ese hábito, me daba libros para luego conversar sobre ellos. Pero a la vez también leía cómics de los que editaba Columba (El Tony, Intervalo, D’Artagnan, Nippur, Magnum), que para mi mamá eran literatura barata. Yo nunca discriminé, consumía vorazmente ambos.
Como un niño de los 90, se notan rasgos de la cultura pop en tu trabajo, especialmente al comienzo. ¿Cuáles fueron tus mayores influencias de esa época de tu vida?
Los cómics por un lado. A los 10 años tuve el privilegio de que a cuadras de mi casa, en Fernando de la Mora, hubiese un kiosco en el cual pude conseguir reediciones de Crisis en las tierras infinitas, de DC; la saga de Fénix, de los X-Men; lo que sacaba Image Comics (Spawn, Witchblade, The Darkness) y mangas como Alita y Macross. Un universo para el escapismo febril que cultivé por mucho tiempo.
Es enorme la influencia que los artistas de cómics tuvieron sobre el grafiti y el street art. Todo se aprendía ahí: composición, grafismos, manejo del color, contraste. En general, lo que fuese cultura de masas. La música siempre tuvo un rol, también la animación y el cine. Era una aspiradora de todo eso.
¿Cómo descubriste que podías pintar las paredes, que el papel no era el único medio disponible?
Los primeros grafitis que vi eran punk, en el barrio, y me di cuenta de que era posible escribir en la pared. Tenía 10 años y vi que alguien lo hacía, entonces se podía.
En ese tiempo, mis hermanos, mis primos y yo íbamos a una academia de música frente a casa y mis primos mayores escuchaban punk también. Entonces, fue natural escuchar y consumir ese estilo, y me mezclé con todo eso.
Tenía 11 años, creo, la primera vez que agarré un aerosol y dije: “Voy a probar por la pared de mi propia casa”.
Obviamente es la peor idea, pero bueno. Después de eso, las murallas de los vecinos. En un principio no tenía noción de lo que es el grafiti en sí. Ni siquiera era eso [lo que hacía], sino escribir en la pared con aerosol. La herramienta misma tenía su propia mística, era algo que se sentía como una navaja en las manos de un mono. Ese fue el primer acercamiento.
Cerca de casa también había una peatonal donde se patinaba. El mundillo del skate tenía su particularidad, sus revistas, sus videos en VHS, estaba saturado de grafiti, que era casi inexistente en Asunción.
El grafiti tiene su propia cultura e historia. ¿Te parece importante conocerla? ¿Qué significa eso para vos?
Siempre fui un aficionado al grafiti y al street art, y ese interés me llevó a ahondar en la historia de esas manifestaciones. Tengo una colección bibliográfica siempre creciente solo de material de referencia. Es un movimiento enorme, con cientos de grandes figuras, escenas, corrientes y subgéneros, tal vez muy de nicho, pero también un reflejo de momentos históricos específicos. Al mismo tiempo, creo que no hace falta saber nada de eso para practicarlo.
Tu nombre ya forma parte de la historia del muralismo latinoamericano. ¿Cómo te hace sentir eso?
Tuve el privilegio enorme de dedicarme a eso en un momento en el que todo eclosionó a nivel regional y mundial, y ser colega de exponentes que admiro mucho. Pero me gustaría ver a más artistas locales alcanzar el reconocimiento afuera.
Sos uno de los grandes impulsores del arte urbano en Paraguay. ¿Qué te parece que aporta el grafiti a la escena nacional?
Un espacio lúdico de experimentación para un par de generaciones que todavía no fue suficientemente explorado, pero que tiene mucho potencial. Una plataforma analógica de expresión para contrarrestar lo terminalmente online que estamos.
¿Llevás la cuenta de cuántas paredes ya interviniste? ¿Cuál es el número? ¿O te parece que es un dato más bien irrelevante?
En un principio el juego del street art te lleva un poco a coleccionar muros, ciudades, tamaños, experiencias, registros y amistades, pero en algún momento se pierde la cuenta. Al final, la suma de vivencias es lo que hace significativo todo. Los muros pueden ser efímeros, uno tiene que acostumbrarse al desapego.
¿Cómo fue la transición de los murales a los pequeños y medianos formatos?
La familia Cortázar, de la galería Arte Actual, se puso en contacto conmigo a través de Fede Cortázar, quien me escribió durante tres años por ahí para convencerme de encarar mi primera expo individual allí. Hasta ese momento había participado de muestras colectivas en Toronto, Bruselas, la Rioja, Buenos Aires, Bogotá, Lima y San Pablo, donde probé varios formatos: lienzos, paste up, intervenciones en piezas impresas. Pero la mayor parte de lo que hacía era directamente sobre el muro del lugar de exposición.
En 2013 llegué a armar una muestra en tándem con Luciano Gatti (ICE), en la galería de street art Hollywood In Cambodia (HIC), de Buenos Aires. Además, participé en festivales de arte urbano donde intervinimos sitios públicos en varias ciudades, como Buenos Aires, San Pablo, Lima, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Cochabamba, Bogotá, Montevideo, Santa Fe, La Plata, Perpiñán y Berlín. Pero nunca hice una exposición individual.
Para mí fue un salto y una responsabilidad grande. Lo que sí sabía es que quería que las piezas fueran abstracciones orgánicas y no figurativas.
¿Cómo viviste tu primera exposición individual en una galería? ¿Se cumplieron tus expectativas?
La primera expo se llamó Figura/Fondo y fue realizada en agosto del 2022. El proceso de producción de las obras fue una catarata de adrenalina con Iván Vázquez y Pablo O’Connor, mis colegas de Estudio 8. Me di cuenta de que ese proceso era infinitamente más satisfactorio y disfrutable que todo lo que hice hasta entonces. Me cuestioné seriamente por qué no me había animado a hacerlo antes.
Generar obras del interior de uno se siente como una vivisección, como la escena final de Taxidermia. Vas sacando órganos de dentro y embalsamándolos. Es muy emocionante, es el oficio que quiero.
Contanos sobre tu nueva exposición individual, Órgano fantasma.
Es una iteración de Figura/Fondo. Escarbé un poco en lo que produce en mí la obra abstracta orgánica de artistas que admiro y me tropecé con la noción del síndrome del miembro fantasma, en el cual las personas que sufrieron una amputación experimentan “fantasmas sensoriales”, un cuadro de dolor, picor, disestesias o sensaciones térmicas en una parte del cuerpo que ya no está y persiste a pesar de su ausencia.
Desde que tengo memoria las obras abstractas rascan una picazón en mi cráneo que no sabía que tenía, como la primera vez que vi un cuadrado negro de Malévitch, que había sido pintado en 1925, expuesto en el museo Pompidou, y fue como una patada que me atravesó la cabeza y el pecho al mismo tiempo. Hace muchos años que experimento esa urgencia por satisfacer la necesidad de crear imágenes que generen una sensación en mí parecida a algo que toque un órgano fantasma.
Con un par de décadas de experiencia, también te llegó el turno de hacer gestión de proyectos, como LatidoAmericano. ¿Cuál fue el mayor aprendizaje de eso?
El mayor aprendizaje de LatidoAmericano fue que hace falta unir la voluntad de cientos de personas, artistas, productores, gestores y ayudantes, a la voluntad política de directivos municipales, además de los 18 sponsors que se sumaron al proyecto.
Replicar eso es lo difícil. Sin la voluntad y predisposición de toda esa gente, la idea de pintar 42 murales en 15 días hubiese sido imposible. A mí me tocó ver de cerca cómo se gestionó ese festival en Lima (Perú) por cinco años, y mucho del aprendizaje se lo debo a Joan Jiménez (Entes), un verdadero motor humano de hacer que pasen cosas.
Al final, ese es mi deseo: hacer que sucedan cosas. Como dice el escritor peruano César Vallejo: “Hay hermanos muchísimo que hacer… y no has hecho ni mierda”.
Tu trabajo tiene una aceptación casi unánime en todas las esferas, clases y edades. ¿Las expectativas de los demás influyen en vos de alguna manera? ¿Te juegan más a favor o en contra?
Hay una ambivalencia gigantesca al respecto. Por un lado, cualquier manifestación artística está volcada al público, y su aceptación o rechazo siempre tiene un peso. Pero la necesidad de crear es enteramente de uno y existe sin necesidad del espectador. Para mí, el acto creativo es rascar la picazón del miembro fantasma. Lo que venga después es un regalo.
Muchas marcas eligen trabajar contigo. ¿Qué significa eso para vos como artista?
Tiene que haber cierta afinidad para que puedan darse esas colaboraciones, que son necesarias para financiar proyectos personales. Todo tiene un lugar en el gran esquema de las cosas. Hasta ahora, ser pragmático al respecto fue útil, hace que mi trabajo llegue a más personas y me permite probar diferentes soportes.
¿Todavía tenés tiempo para pintar paredes por gusto? ¿Cuál fue tu proyecto personal más reciente?
El tiempo pasa tan rápido que pienso que la última pared que pinté por mi cuenta en la calle, por pura diversión, fue años atrás. Ahora creo que el secreto es hacer lo que me gusta en cada proyecto al que me inviten. En 2023 dibujé una pieza abstracta gigante sobre chapa metálica en la avenida España gracias a Samsung o, por ejemplo, pude crear otra pieza anamórfica en un resort en Cuba. Igual el escozor por pintar en la calle nunca se va, siempre tengo un marcador de cera conmigo.
¿Qué podemos esperar del Oz del futuro?
Hacer arte me llena de un optimismo intoxicante que se pelea internamente con mi pesimismo fundamental sobre la experiencia humana y la insatisfacción permanente de cualquier persona que se involucre en alguna disciplina artística. Se puede esperar que ese optimismo sea el motor de mucha experimentación, que intente exprimirle al futuro cada gota de satisfacción que pueda conseguir al sacar cosas de dentro y embalsamarlas en diferentes materiales.
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