Una voz que lucha por la tierra
El sacerdote jesuita llegó a Paraguay en 1964. Trabajó en el colegio Cristo Rey y fundó la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica de Asunción en 1966. Es el artífice de la organización Mil Solidarios, por la educación no formal integral de jóvenes del Bañado Sur, y hace más de 20 años se dedica a luchar por los más empobrecidos.
Autoras: Ana Doldán y Juliana Quintana
Es de noche en la casa del padre provincial frente al colegio Cristo Rey. Los sacerdotes duermen en la planta baja, pero ese sábado sacan las camas plegables al patio para no pasar tanto calor. Ya se comienzan a dormir cuando suena el timbre. El pa’i Oliva se hace el desentendido, se imagina que lo buscan pero no quiere abrir la puerta. El timbre sigue sonando.
Un padre se le acerca y le dice: “Vente, que está un comisario de la policía y quiere que vayas a la central”. Oliva no quiere saber nada pero, finalmente, decide acompañarlo. Según cuenta el pa’i en la entrevista que le hace Raquel Rojas en su libro Testimonio paraguayo, lo agarraron y lo llevaron “como un muerto sobre los hombros” hasta el despacho del general Brítez. “Un tipo sanguinario, como los campesinos lo habían descrito alguna vez”, detalla. Lo sentaron allí, rodeado de, al menos, 20 policías, y Brítez le empezó a gritar que era «el Lenin de los campesinos».
“Yo había trabajado un poco con los campesinos, pero eran otros compañeros míos jesuitas los que estaban viviendo bien con ellos en las Ligas Agrarias. ¡Tenía una confusión el pobre tipo aquel… bárbara!”, relata. Después le amenazó con tirarlo al río. Lo subieron a un auto y lo llevaron a Clorinda. Él no traía nada consigo más que su cartera con unas copias de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Lo montaron a una lancha y se subieron seis policías, junto con el comisario.
Él permanecía en silencio. “Las causas por las que me expulsaron del Paraguay son varias, pero pienso que todas se reducen a esa: ayudaba a abrir los ojos y a organizarse a los paraguayos, especialmente a los jóvenes, actitudes prohibidísimas para la dictadura”, expresa. El pa’i recuerda con claridad el día en que casi lo asesinan. Cerca de la orilla, pensaron echarlo al agua, pero cuando estaban llegando un gendarme argentino los obligó a desembarcar.
En Argentina los apresaron y los llevaron a todos al despacho del jefe de la Gendarmería. Cuando dejaron de insultarlo brevemente, Oliva levantó la mano y gritó: “¡Soy un padre jesuita!”. Dio la coincidencia que el comandante de la Gendarmería era exalumno del colegio de los jesuitas en Córdoba. En ese momento comprendió lo que ocurría y preparó su pieza para que Oliva se quedara hasta que se resolviera la situación. Dos días después, lo trasladaron al aeropuerto rumbo a Buenos Aires. Lo expulsaron de Paraguay la mañana del sábado 26 de octubre de 1969.
El segundo nacimiento del pa’i
Una carta fue la que definió el destino del pa’i Oliva a Paraguay. En una reunión, su provincial le contó que necesitaban un sacerdote para dar clases de Comunicación en la Universidad Católica. Francisco de Paula tenía 36 años y nunca había pensado en Latinoamérica. A decir verdad, su sueño era ir como misionero a Japón. Pero Paco, como le decían de cariño, no es amigo de la nostalgia.
Tenía ya en ese momento vocación por vivir con los pobres. América Latina muestra al sacerdote su rostro más convulso: las cruentas revoluciones de los 60, los autoritarismos y la represión de los sectores populares. La realidad paraguaya de ese momento era la dictadura de Alfredo Stroessner, que se caracterizaba por sistemáticas violaciones de los derechos humanos, arrestos arbitrarios, torturas y desapariciones forzadas.
En ese momento, Estados Unidos formaba militares y policías en Panamá. De la Escuela de las Américas se graduaron más de 60.000 efectivos de 23 países latinoamericanos. Eran tiempos de pyragues (espías de pies emplumados), represión y persecución política. El 2 de abril de 1964, Francisco de Paula pasó de ser el padre Oliva para convertirse en el pa’i Oliva. Adoptó la nacionalidad paraguaya como una forma de demostrar a los voceros de la dictadura que él no huía de los compromisos y que corría los mismos riesgos que cualquiera.
AVANZAMOS
La proa
F. Oliva, Oraciones desde la
va abriendo el río.
Parece que nada hace.
Las aguas,
detrás,
se vuelven a cerrar.
Y todo parece igual.
No crece ninguna flor.
No florece ningún árbol.
Y sin embargo,
la cosecha es grande,
el jardín es hermoso.
Porque
la proa
abre el río,
nosotros vamos avanzando.
Y con nosotros este Pueblo
y con este Pueblo
la causa del Dios de la Vida.
Nicaragua libre.
Stroessner no tuvo buenas relaciones con la Iglesia Católica: clausuró el periódico Comunidad y fue responsable del exilio de una camada de 10 sacerdotes jesuitas, entre ellos, el pa’i Oliva. Al igual que otros paraguayos y paraguayas como Bartomeu Melià, José Luis Caravias, Rubén Bareiro Saguier, Augusto Roa Bastos, Carmen Soler y Napoleón Ortigoza, Oliva se exilió con su nacionalidad adoptiva. Aprovechó la borrachera de un oficial un jueves a la siesta para nacionalizarse paraguayo y al mes siguiente fue exiliado por la dictadura de Stroessner a la Argentina.
“Yo admiro cómo vivíamos entonces. Aquí, la dictadura militar era bruta y mala, en Buenos Aires era cruel. Por medio de las empleadas domésticas paraguayas, que eran criadas en casas militares y servían allí, me llegaban noticias horribles. Por ejemplo, un día una de ellas me contó que cuando estaba sirviendo la comida, salió mi nombre. Decían que yo era el enlace entre el Partido Comunista Paraguayo y el Kremlin. Las ganas que tenían de agarrarme”, rememora el cura sevillano.
Cuando le avisaron que iban a buscarlo, lo escondieron y estuvo tres semanas sin salir. Le dijeron que no podía quedarse allí, y no lo admitieron en ningún lugar de Buenos Aires. Se fue a vivir a un sótano. Cada vez que se acostaba a dormir, no sabía si despertaría con vida. Si salía, llegaba tarde y vigilaba si había algún coche parado. Si eso ocurría, esa noche no la pasaba en casa.
En Buenos Aires, trabajó en la Universidad de El Salvador y con migrantes en las villas. En 1977 fue expulsado nuevamente, esta vez por la dictadura militar argentina. Durante 1978 fue profesor del colegio jesuita en Cuenca, Ecuador, y en 1979 fue a Nicaragua la Radio Nacional con los jóvenes y en las capillas de dos barrios. Entre 1985 y 1995 trabajó en Huelva, España, con jóvenes del Centro San Francisco. Volvió del exilio 27 años después.
Agua y defensa del territorio
El Bañado Sur, como indica la periodista Raquel Rojas, es cifra y metáfora de todo el Paraguay. “Ahí está la realidad de los desposeídos de la tierra, de los desalojados, de los desarraigados, incluso de los drogadictos, pero también donde se cultivan nuevas fuerzas: el coraje, la organización, la cooperación, la gestión comunitaria. No se les arrancará fácilmente la tierra que han recuperado con las camionadas de escombros; con esfuerzo constante”, escribe.
Allí, se organizan en la Coordinadora de Lucha por la Tierra del Bañado Sur y las diferentes plataformas que trabajan en el territorio y que la conforman: Desde Abajo, Resistencia Popular Bañadense, 1811, Yvy Guive, Juvensur entre otros. Esas organizaciones de alguna u otra manera dialogan con las obras donde activa actualmente el sacerdote: Mil solidarios y el Centro de Atención a la Familia (CAFA). Muchos de sus miembros son exbecarios de Mil Solidarios.
Poco se destaca la labor del pa’i con los jóvenes. Él, por ejemplo, fundó el Parlamento Joven y cumple un rol fundamental como pedagogo en el Bañado Sur. Su trabajo principal –Solidario Rapé (el camino de la solidaridad), su oficina y vivienda– es el de director general de una “organización de educación no formal para jóvenes, hombres y mujeres para el nuevo Paraguay”, tal como reza el colorido logo de la institución. Su objetivo es brindar una formación integral y un acompañamiento paraescolar, es decir, se ocupa de brindar un refuerzo académico, humano y también material.
Además de apoyo y merienda escolar, los jóvenes bañadenses habitan un espacio de auto-organización y de reflexión sobre las problemáticas territoriales actuales del país. A pesar de que las nuevas generaciones que concurren a Milso en general cursan carreras más largas que las de sus padres, estos se ven excluidos de los espacios académicos públicos o privados. “Los del Bañado no pueden entrar a la Universidad Nacional porque han tenido unos colegios secundarios horripilantes. No aprenden nada. Pero el que logra entrar a la Nacional, aquí avanza. Es difícil para él, pero avanza”, sostiene el sacerdote.
Sobre la lucha por el pueblo bañadense, mencionó que hay demasiada gente en la pobreza que tiene un gran valor de cambio si se concientiza. Para él, en Paraguay existe una religión muy profunda pero poco formada. Por lo tanto, muy tradicional. La religión consiste fundamentalmente en ayudarnos, en querernos unos a otros, en ser solidarios, dice.
“Precisamente, la gente necesita apoyo, ayudarse unos a otros. A veces uno dice: ‘Cuando te falta algo de cristiano, te falta algo’ y, sin embargo, estamos haciendo lo que es ser cristiano. Ponemos a veces límites a nuestra ayuda y a nuestro amor. Aquí había un general Samaniego que fue ministro, venía a misa y se sentaba en los primeros bancos. Ahora me he enterado de que él conoció a los paĩ tavyterã y se sentía miembro de la tribu”, reflexiona el jesuita.
El comunicador y la comunidad
Oliva no toma la voz de los que luchan. Es un mediador. Las amplifica y les da una existencia, ya sea en las ondas hertzianas de Fe y Alegría como en los pasillos de Solidario Rapé. En el espectáculo de fin de año del 2018, los adolescentes becarios de la institución correteaban en grupos por los pasillos arbolados de la casa. Para su clausura hicieron repre sentaciones de teatro, bailes tradicionales y también de hip-hop, y le dedicaron poemas a él.}
Muchos se sacan selfies. Oliva es una estrella. Sonríe discretamente. No ocupa el lugar y definitivamente no opaca, sino que deja fluir todas las voces, las mira desde el costado. Sabe reírse incluso en los momentos más difíciles, pero también tiene ese don de la palabra justa. Ni su propia educación se salva de una crítica ácida.
Desde los 18 hasta los 36 recibió una formación clásica pero retrógrada, en sus propias palabras. “Mucho tiempo y estudiando además cosas que ahora mismo no sirven”, dice con sus pequeñas dosis de humor cotidiano. La biblioteca detrás de su escritorio no tiene un solo respiro. Gran lector y escritor, habla como escribe. Con sus nueve décadas, su voz susurra con un ritmo lento de los padres que dan misa, pero a la vez firme, radiofónica.
Amplificar la voz de los sectores desoídos es una de las tantas cuerdas de su arco. Pero cuando es su turno de hablar, lo hace como un fino observador de su tiempo. Insiste, por eso, en un tema del cual se habla poco o nada: la lucha por la tierra bañadense y el acceso a la educación. “Una de las cosas que necesita el Bañado es una universidad popular. Estuve a punto de hacerla con varios. No se logró nunca porque no sabemos unirnos”, subraya.
Marina Kue, pueblo mba’e
Es una fría noche de domingo de julio del 2017 en la Carpa de la Resistencia. Los sobrevivientes de la Masacre de Curuguaty, junto a los amigos y familiares, se congregan alrededor de las pocas estufas que aplacan a duras penas el aire helado. Un puñado de personas van a escuchar la misa del pa’i, siempre firme para luchar en la calle, ya sea en el Marzo Paraguayo o para encadenar se junto a Guillermina Kanonnikoff y Margarita Durán Estragó al portón del Palacio de Justicia.
Sus homilías pintan de cuerpo entero sus convicciones sociales: la desigualdad y la hipocresía de la gente pudiente, y los pobres que sirven de carne de cañón. Algunas sombras sollozan en silencio. Estábamos desabrigados y hace ya varias horas el pa’i seguía con su discurso unificador, pero no importa qué religión o creencia se profese, todas las corrientes de fe son ramas de un mismo árbol y están conectadas entre ellas mientras se luche en la orilla justa.
La Masacre de Curuguaty ocurrió el 15 de junio de 2012 duran te un operativo en el que centenares de agentes policiales acudieron a desalojar a unos 70 campesinos de las tierras que habían ocupado para pedir su incorporación a la Reforma Agraria. El enfrentamiento tuvo como resultado 17 muertos (11 campesinos y seis policías). En julio de 2016, el tribunal de Asunción a cargo del caso condenó a penas de cárcel de entre cuatro y 30 años a 11 campesinos acusados. Ningún policía fue procesado.
“Los indígenas, los campesinos, los bañadenses, los asentamientos, los que no tienen trabajo y los que tienen trabajo también. Todos deberían tener algo decente en lo que coincidimos”.
Pa’i Oliva
Este suceso trajo como con secuencia la destitución del presidente Fernando Lugo en el 2012. Hace dos años, la Justicia paraguaya anuló la condena a los 11 campesinos que habían sido señalados como responsables de provocar la matanza. Oliva acompañó todo el proceso judicial tanto con las familias de las víctimas como con otros activistas de derechos humanos en el país y no descansó hasta que pusieron al último campesino en libertad.
Oliva es un hombre de discursos fuertes, pero también es conciliador. Ese 28 de marzo del 2019, el Senado homenajeó a Oliva y expresó: “Paraguay necesita unión, si lo primero que ustedes me dicen es: ‘¡Usted es de izquierda, maldito!’, yo les digo: ‘¡Pues, ustedes son de derecha, malditos, también!’. Y así, pobre el Paraguay, no hacemos nada ni unos ni otros. Yo estoy empeñado en que el país que elegí como patria no se hunda. Los indígenas, los campesinos, los bañadenses, los asentamientos, los que no tienen trabajo y los que tienen trabajo también. Todos deberíamos tener algo decente en lo que coincidimos”.
Cuando hablamos con el pa’i, hace dos o tres meses, nos contó una anécdota que marcó mucho su vida: “Me acuerdo que a veces pasaba por la acera de la Comisaría 3.ª en la calle Chile y tocaba un muro. Detrás de él, a un metro, estaban encerrados 20 paraguayos hacía 26 años. Era una habitación pequeña. Unos estaban de pie y otros dormían, después se cambiaban. Se llamaba el sepulcro de los vivos. Y los de afuera no podían tener reuniones de más de tres personas. Solo se podía en las fiestas de 15 años, por eso, intentaban reunirse así”. “Y vivíamos, y vivíamos”, susurró.
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