Infinidad de flores grandes o minúsculas, de colores sutiles o vivos; hojas de formas extravagantes o simples, son la materia prima que después de procesarse forma piezas de un minucioso arte vegetal. Con la tranquila ciudad de Areguá como marco y rodeada de muchísimo espacio y verde por doquier, Magalí Casartelli nos sorprende con esta inusual creación.
Texto y fotos de Fernando Franceschelli.
Hace tiempo que Magalí Casartelli (37), Jorge (su pareja) y sus hijos decidieron alejarse del ruido de la capital y asentarse en un lugar tranquilo. Una casa antigua y espaciosa en una esquina de Areguá fue el espacio elegido para criar a la prole (Victoria, Pauli y Rafael) de una manera más saludable. Rodeado de grandes árboles y un verde profuso, el sitio fue propicio para recorrer y agudizar la observación de quien se fascina con los pequeños brotes de las especies que proliferan con la humedad característica de la pequeña ciudad.
El silencio allí fue adecuado para la lectura, a la que en esta familia son grandes aficionados, y también para la observación y el análisis del entorno y de sí mismos desde un principio. Casi como consecuencia, Magalí inició búsquedas personales ligadas a sus verdaderos intereses. Desde el inicio de la pandemia, que los obligó a aislarse, comenzó un intercambio más exhaustivo con lo natural. Los niños son coleccionistas de hojas y flores casi por naturaleza; ella no se quedó atrás. Esto coincidió también con el descubrimiento de la obra de la poeta estadounidense del s. XIX Emily Dickinson, que además de ser la creadora de una apasionada obra, lo fue de uno de los primeros documentos de botánica realizados por una mujer: su herbario, confeccionado entre 1839 y 1846, que aún se conserva en la biblioteca de la Universidad de Harvard. Esa lectura cautivó a Magalí y, en ese momento, todo cobró sentido.
La posibilidad de fusionar botánica y arte se presentó ante sus ojos como algo fascinante y el hecho de que las flores pudieran preservarse por tanto tiempo despertó su curiosidad. Quiso hacer algo similar y se puso en marcha. Consiguió información sobre métodos de conservación y casi de inmediato ya estaba metiendo flores entre sus libros, primero, y en una pequeña prensa de madera que mandó hacer especialmente, después.
Cursó un taller virtual con una profesora chilena, y después de muchos ensayos fallidos, el proceso de secado y conservación vegetal fue efectivo. Así, el resultado: un sinfín de flores minúsculas de colores vivos y hojas extravagantes fue factible de aplicarse a composiciones extremadamente minuciosas de color y composición, que casi intuitivamente fueron conformándose como pequeñas muestras estéticas de la botánica local.
El proceso de secado
Sutil no es solo la marca de estas composiciones que Magalí comercializa, es también el adjetivo perfecto para definirlas. Todas las flores y hojas que se obtienen, luego del proceso de conservación, son almacenadas para después aplicarse en pequeños cuadros y tarjetas.
El proceso al que se somete el material vegetal contiene un ingrediente esencial: el tiempo. Todo comienza con la recolección de las flores y hojas. Después se prensan entre papel reutilizable, durante por lo menos un mes, dentro de una pequeña prensa de madera que se ajusta mediante cuatro tornillos con mariposas que aprietan todo el conjunto. Es allí donde sucede la magia. Mientras este proceso dura, la humedad del material vegetal se extrae, y se preservan la estructura y los colores de cada pieza.
El éxito en este proceso, no solo representó la obtención de piezas hermosas, sino también un disfrute del trabajo manual y de aprendizaje en general, asegura la artista.
Las herramientas que se utilizan para la elaboración de estas pequeñas piezas de color son simples. Un par de pequeñas herramientas de corte, una delicada pinza de precisión, una prensa que consiste en dos superficies de madera unidas mediante tornillos y papeles absorbentes que pueden usarse una y otra vez. Todo esto se presta para la investigación sobre lo que cada hoja y flor representa. Así, por ejemplo, Magalí descubrió que las bellas flores azules que crecían tan fácil y comúnmente en el jardín de su mamá eran de la especie Clitoria ternatea o conchita azul, extremadamente apreciada en el mundo para la preparación del conocido té azul, con enormes cualidades para la salud.
Magalí afirma que, en definitiva, el secado de hojas y flores representa no solo un pasatiempo para ella, sino también un proceso de crecimiento y, sobre todo, de replanteo de su vínculo con la naturaleza. Mientras tanto, sigue alimentando el cuerpo de su diario-herbario, al que atesora y muestra con orgullo y ojos iluminados.
Con la esperanza propia de quien cría hijos, seguramente continuará produciendo con sus manos, tan sutiles como sus obras de arte; que, con un poco de suerte, lejos de la humedad y el sol excesivo, representarán una muestra perdurable e indiscutible de la botánica que nos rodea, en forma de objetos decorativos que invitan a la observación y la reflexión.
Más trabajos de la artista, en su perfil de Instagram @sutilfloresprensadas o coordinando directamente con ella artista al (0981) 648-558.
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