Un robo, cinco cuadros y más de un siglo de historia
A inicios de este siglo, en plena inauguración del nuevo milenio, sucedió algo que movilizó a la comunidad artística: el Museo Nacional de Bellas Artes fue escenario de un robo. No solo una, sino cinco obras fueron sustraídas de la colección Godoy, propiedad de todos los paraguayos. Hoy, la casa de las artes abre las puertas a un proyecto que fusiona la memoria histórica con la expresión creativa en celebración de sus 115 años.
Por Laura Ruiz Díaz. Fotografía: Fernando Franceschelli.
“Es un acontecimiento culminante al que tienen derecho todos los habitantes de la República”, fueron las palabras que pronunció Juan Silvano Godoy al inaugurar el Museo de Bellas de Artes, del Histórico y la Biblioteca Americana el 28 de marzo de 1909. Así, donó su colección privada, apelando a la extensión democrática del arte.
La colección se formó durante su destierro en Buenos Aires, bajo el asesoramiento del pintor e historiador argentino Eduardo Schiaffino, quien posteriormente fundó el Museo Nacional de Bellas Artes de la Argentina. Las obras que adquirió eran parte del canon de lo que la gente de élite adquiría y valoraba, especialmente piezas europeas.
Buscaba formar un panorama del arte moderno, con un enfoque especial en el naturalismo: escenas costumbristas urbanas y campesinas, las cabezas y tipos, el retrato, la pintura de historia y literaria, la marina, el paisaje, las vistas de edificios y el desnudo. Así, ese acervo ejemplificó una diversidad de formatos del siglo XIX.
Y es el que hoy, casi sin modificaciones, forma parte del Museo Nacional de Bellas Artes, ubicado sobre la calle Eligio Ayala en la capital del país. Y de ella fueron sustraídos cinco cuadros en el año 2002.
Accedieron al edificio a través de un túnel de 25 metros de largo, una obra de ingeniería y planificación pocas veces vista en nuestro país, y se llevaron una pintura de caballete de San Jerónimo, Tête de Femme de Étienne Adolphe Piot, un autorretrato de Jacopo Robusti El Tintoretto, La Virgen con el Niño Jesús atribuida a Bartolomé Esteban Murillo y un paisaje de Gustave Courbet.
Lo curioso, como nos cuenta Beatriz Bosio, quien realizó la investigación del hecho, es que no había cámaras, ningún sistema de seguridad y las obras no tenían un seguro porque no había nadie que pudiera valuarlas. Una serie de desidias que hoy nos hablan del lugar y la importancia que se le daba al patrimonio artístico del país.
La propuesta
Cuando Christian Ceuppens inició su gestión como director de Museos en la Secretaría Nacional de Cultura, decidió, por primera vez, celebrar el aniversario del Museo Nacional de Bellas Artes. La cuestión era cómo.
“Mi política es que el museo se recree a sí mismo a partir de su colección, de su propia historia”, afirma Ceuppens. Entonces tomó el caso del robo, que es un hecho histórico. “Si bien lo hacemos con un poco de humor y hasta sarcasmo, nos lleva a una reflexión bastante importante: recordar nuestro acervo, conocerlo y valorarlo”, sostiene.
“Hay muchos mensajes que están flotando en este espacio durante un mes en el cual se va a mostrar el trabajo de artistas que recrearon esas obras”, indica. Dos de los cuadros fueron recuperados, mientras que otros ni siquiera tienen un registro certero que nos permita apreciarlos con claridad. El proyecto ya iba tomando forma: artistas paraguayas reversionarían estas piezas hoy, pero con su propia identidad.
“Son muchas cuestiones que hacen a nuestra memoria. Usar el nombre del robo llama la atención y no solo nos remite a ese tiempo, a quienes recordamos ese hecho, sino también a preguntarnos cómo puede ser que se hayan llevado una obra, que no se haya recuperado, que yo desconozca este pedazo de la historia”, reflexiona.
La muestra empezó este viernes 22 de marzo, pero el proyecto inició en febrero cuando, por un fin de semana, el museo funcionó como atelier para las artistas que reinterpretaron los cuadros: Victoria Bedoya, Leticia Casati, Masha Liachovitskaya y Anna Scavone. En solo ese fin de semana, unas 700 personas asistieron al espacio cultural.
El hecho de que las elegidas para llevar adelante sean mujeres no es un fenómeno aislado. En todo el catálogo de Godoy, por lo menos en las piezas expuestas, no hay un solo nombre femenino. Significa el ingreso del cupo de mujeres al Museo Nacional de Bellas Artes y un reconocimiento a su rol en el arte hoy.
La investigación
Beatriz Bosio fue la persona encargada de crear el texto curatorial, un trabajo que para ella no era desconocido. Pero esta vez venía con una pequeña variación: una investigación mucho más exhaustiva. “Cuando Ceuppens me propuso esta idea, me pareció maravillosa porque tiene muchas aristas creativas: la investigación en sí, las piezas que fueron sustraídas y sus autores, en qué quedó el hecho y, por último, el texto curatorial de las chicas, que ya es la interpretación del robo”, nos comenta. Un trabajo mucho más complejo que le permitió pensar en la historia, el archivo y la memoria.
Paraguay adolece de su falta de registro en lo importante y a eso se enfrentó Bosio con paciencia y un trabajo de hormiga. “Lo más desafiante fue escarbar la información y encontrarme con la ausencia de registro suficiente en instituciones oficiales. Los datos los encontré por otro lado, en archivos de la prensa nacional e internacional”, comparte.
Uno de los aspectos más graves es lo que sucedió después: tres de los cinco cuadros no fueron recuperados. Eso también menciona Beatriz en su texto curatorial “la impunidad, el silencio, el olvido”. Y remarca, para finalizar: “Es importante el ejercicio de la memoria. Hay cuadros que estarán perdidos en algún lugar todavía, es interesante que se recuerde. Ojalá que eso nos ayude a valorar un poco más nuestro patrimonio, que es de todos los paraguayos”.
La entrada de las mujeres al Museo Nacional de Bellas Artes
El robo de la identidad, de Masha Liachovitskaya
Masha es una artista lituana de origen ruso, formada en el Instituto Académico de Pintura, Escultura y Arquitectura Iliá Repin en San Petersburgo y Florencia, Italia. Se encargó de reinterpretar el cuadro San Gerónimo, de autor anónimo. “Lo más desafiante fue equilibrar el humor y la ligereza de la escena con la gravedad del robo en sí. Si bien hay elementos cómicos, como el ladrón con el termo y las zapatillas, para mí representa la pérdida del conocimiento y la identidad del autor original”, nos cuenta. Su propuesta es una mirada crítica y lúdica sobre la sustracción del patrimonio cultural.
Boom, de Victoria Bedoya
A Victoria le tocó reinterpretar la obra del artista francés Gustave Coubert y lo único que sabía de ella es que era un paisaje (una cascada o un salto). No hay registro fotográfico, solo imágenes de muy mala calidad, como una “fotocopia”. Por eso, se inspiró más en la historia de cómo ocurrió el robo en el Archivo Nacional. “Imaginé mi propia versión cómica de cómo hubiese sido un asalto/robo con mis personajes animalescos”, comparte. Y así, en ese mismo formato, presentó el cuadro: “Agregué la pieza de Coubert dentro de mi pintura, pero así como me la entregaron, como una fotocopia, porque me pareció que concordaba con toda la intención irónica del cuadro”.
Compostura del corazón de Tête de Femme, de Anna Scavone
Para Anna, lo más desafiante fue encontrar la esencia del estilo pictórico del Renacimiento y del autor Adolphe Piot, con quien se sintió conectada. Incorporó el corazón como un elemento que ya se encuentra desarrollando, es una propuesta contemporánea “con un título que describe la reforma, la renovación y la reconstrucción de esta obra, con la incorporación del hilo rojo como una suerte de predestinación, de sintonía que se vincula y construye un todo”. Según comparte, a este cuadro lo llamaron Fortunata porque fue comprado en la primera exposición de artistas franceses en Buenos Aires en el año 1888. “Y doblemente afortunado porque se recuperó en el 2007. Estos sucesos me llevaron a reflexionar sobre una sintonía que vincula y que tarde o temprano lleva al encuentro o a un destino”, finaliza.
La reinterpretación de Leticia Casati
Casati reinterpretó La Virgen con el Niño Jesús, de Bartolomé Murillo, y decidió que lo mejor sería que su cuadro no tuviera un título. “Prefiero dejar a una interpretación abierta y libre, en la mayoría de los casos, para que cada persona se relacione (o no) desde su perspectiva, sus vivencias”, dice. Para ella, el título condiciona demasiado el significado sin dar lugar a que interactúen el raciocinio o las emociones del espectador. “Inclusive para mí, a veces una obra significa más de una sola cosa”, nos dice. Su percepción tiene que ver con cómo la vida moderna nos ha privado de los disfrutes más básicos e inherentes a la naturaleza.
MUSEO VIVO
“Queremos desafiar un poco al visitante, activar los museos con otra dinámica y ofrecer cosas distintas; que se vaya reinventando en distintos tipos de experiencias”, comenta Ceuppens. Y nos adelanta que esta mirada forma parte de Museo vivo, un programa de la SNC que se lanzará en abril de este año y tiene como objetivo vincular a estas instituciones entre sí y en su radio de acción inmediata.
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