Sobre las recientes creaciones de Darío Cardona
El pasado 9 de mayo, Darío Cardona presentó la exposición Mindmeld on Glitch & Funghi, con la cual intervino el Museo Nacional de Bellas Artes, y dio a conocer 20 obras creadas a partir de intervenciones de fotografías digitales que luego se convirtieron en imágenes imprevisibles. En conversación con el autor, descubrimos las implicancias de exponerse, de surfear por las emociones que conlleva el proceso creativo y el acto de crear como lenguaje relacional.
Por Nadia Gómez. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Fernando Franceschelli.
Compartirse con el mundo, la narrativa y el discurso interior que lo inundan a uno a través del arte, el acto de crear, es algo que Darío Cardona realiza hace mucho tiempo. Se considera alguien que se expresa e hizo de este acto un lenguaje a partir del cual se vincula con las personas, con su entorno. “Me es imperativo y sanador. Hay gente que se comunica con afecto, que toma de la mano a un ser querido; para mí es un lenguaje, es parte de mi vida crear permanentemente”, explica.
Desde los seis años, Darío se recuerda ampliando su voz y su mirada del mundo a través de lo que plasmaba en el papel, en el lienzo, a pesar de que pintaba bastante, y por mucho tiempo, no mostraba sus trabajos. “Eso te expone un montón. La verdad, exponer es exponerse mucho. Creo que estos últimos cuatro meses previos a la exposición tuve más ansiedad que cuando era adolescente y me enamoraba de alguien. Pero es genial volver a ponerse en ese lugar de vulnerabilidad, porque ser vulnerable es igual a enamorarse; hay que exponerse a que pase o no”. Este acto de exposición, de dejarse enamorar, de sentirse visto, tiene algo de adrenalínico, y Darío, con este proceso, volvió a recordar esa sensación.
Esta serie, que se encuentra en exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes, inicia con un trabajo sobre fragmentos de fotografías de vestidos de la madre de Darío y de mujeres en situación de calle. “Superponía las imágenes digitalmente hasta que llegaba a algo muy abstracto”, detalla.
En un momento, estaba trabajando con materiales corrosivos, hasta que empezó a percibir unas burbujas pequeñas. El proceso, que inició con un soporte digital, fue ampliándose y se volcó a la experimentación. Comenzó a imprimir en paños, a pequeña escala primero, luego cada vez más grandes: “De lo digital se pasó a lo corrosivo, lo manual, y aparecía, para mí, un universo totalmente nuevo. Una mezcla de los vivos y los muertos, lo que vemos y lo que no. De eso surgió un intermedio. Cuando volvió lo manual, salieron estos mantos que me sonaron a sanación”.
Desde la primera serie de piezas que desarrolló, siente que todo tenía que ver con borrar la memoria y con el acto de generar nuevos recuerdos. El superponer fotografías se relacionaba con dos realidades distintas: los vestidos de su madre y las mujeres en situación de calle, cosa que nota en su trabajo desde el inicio. En esa unión de dos realidades, Darío halla una manifestación sanadora en la posibilidad de generar una imagen que no existía y en la convergencia de dos puntos.
Un suceso cambió la vida de Darío a los 24 años, cuando logró sanarse de algo que parecía permanente. “Podemos llamarle Dios, fe, remisión espontánea, pero ahí me acerqué mucho a la idea de salir de mi ombligo y mirar qué pasaba con las personas que estaban en una situación distinta a la mía”, explica. Para él, su madre tenía que ver con el exceso de todo, y pensó en juntar, superponer y mezclar estas dos ideas, conceptos: “Y después, descomponerlas y hacerlas desaparecer. ¿Por qué no retornar a la mano y ver qué pasa de nuevo? Para mi primera serie, Bruma, trabajé exactamente lo mismo, pero en papel y en una escala mucho más chica”.
El acto de exponer(se)
El proceso para llegar a la exposición duró tres años. Darío sentía la fuerza que tenía todo esto desde el inicio y empezó a tocar puertas en Buenos Aires, a enviar la propuesta a galerías. “Me dije: ‘Esto contiene mucha fuerza y se merece que me juegue todo lo que tengo’”. Oportunamente apareció Christian Ceuppens, director de Museos de la Secretaría Nacional de Cultura, y se dio la ocasión propicia de intervenir ese espacio tan sagrado: el Museo Nacional de Bellas Artes.
El diseño de la muestra fue complejo, pues no se podían tocar o alterar las paredes del lugar. Darío tuvo que diseñar estructuras específicas y trabajar con un gran equipo de montaje. Al inicio se imaginó una iluminación muy cargada, trabajada: “Luego me detuve y me pregunté: ‘Pero, ¿y el disfrute? Estas mantas forman parte de lo que sos’. Y la puesta muestra eso: no tiene trucos ni de luces ni nada, sino una claridad que deja ver casi hasta el último poro. No es una tela, todo eso llevó mucho tiempo de trabajo, de quererme, de enojarme. Yo estoy expuesto ahí”. La muestra deja ver, también, una intención crucial en el trabajo creativo de Darío: la de vivir de manera frontal, con las grietas al descubierto, sin trucos ni escondites.
En la exposición se pueden apreciar partes que están quemadas por los ácidos o rotas. Pero fue una decisión consciente y muy importante el visualizarla tal cual: “Decía: ‘Seguramente la gente va a leer que las obras se quebraron o no están terminadas’, y es todo lo opuesto. Eso más quemado, más quebrado, tiene que ver con lo imperfecto que uno es. Mostrarse así es una necesidad más personal que estética. Esto fue el proceso y esto es lo que soy. Es una piel”.
Cuando hablamos de obras de arte abstracto, es interesante la lectura que tienen las personas de algo que no está completamente explícito. Lo que prevalece es el sentir, lo sensorial de la experiencia. “Indudablemente el que entra aquí, siente. Más allá de lo que vea. Los factores tienen que ver con la puesta de la exposición, la escala y la iluminación, una luz tan entera que te desnuda. Pero, sobre todo, hay algo en esta muestra que genera que las personas no entiendan o que perciban mil universos”, describe. Recientemente tuvo una experiencia conmovedora con niños de una escuela, que visitaban por primera vez un museo. “Realmente traducir todo lo que ellos veían para mí fue genial. Ven sin miedo, perciben lo invisible y, finalmente, captan sin tener la cabeza tan cargada”.
Sin embargo, dentro de las experiencias que pueden ser radicalmente opuestas, hay un sinfín de matices. Matices que añaden y texturizan experiencias como la de esta exposición. “Para mí, lo que interpela de esta muestra es que en lo desconocido hay siempre algo que nos incomoda, para bien o para mal; la incomodidad de lo nuevo, de lo que no se termina de entender. Creo que es eso”, reflexiona.
La exposición está compuesta por 20 piezas distribuidas en todos los espacios del Museo de Bellas Artes. Nacieron de la superposición de las fotografías tomadas y su posterior descomposición digital, que luego fueron impresas sobre pana en tamaños que varían entre los 2,40 y 13 metros de altura. La muestra estará disponible hasta el 9 de junio.
Sin Comentarios