Con la mirada fija en lo cotidiano
Cada una de las manifestaciones artísticas nos remite a otros mundos posibles. Esto se refleja en la distopía, que desde el espanto nos lleva a imaginar que las cosas pueden ser mejores. Entrevistamos a Víctor Beckelmann, quien brinda una cartografía asuncena a partir de distintas etapas de su obra Puertas de Asunción.
Por Laura Ruiz Díaz. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Betha Achón. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez y gentileza del artista.
Para llegar al departamento donde Víctor Beckelmann nos recibió, es necesario pasar por un intrincado laberinto de ascensores y escaleras. Al acercarnos a la puerta indicada, tres perritos hacen la recepción correspondiente en medio de ladridos y mucha emoción, tanto del visitante como de los guardianes del hogar. Al ingresar, lo primero que llama la atención es la vista panorámica de la bahía de Asunción y el centro histórico; lo segundo es el arte. Las paredes están llenas de cuadros y fotos, y cada superficie tiene objetos bellísimos, como un museo para vivir.
En este paraíso ecléctico habita Víctor Beckelmann, uno de los artistas visuales paraguayos con mayor acogida tanto a nivel nacional como internacional. Nos recibió con calidez para hablar sobre su vida, proyectos y pasión: «El arte es mi sostén, no es solo mi terapia. Mi forma de vivir, de interpretar, sentir y, también, la manera de olvidar, por un rato, mi enfermedad crónica». Comenzó la entrevista así, desnudando la realidad que es la que vive desde su diagnóstico de lupus.
De profesión, Beckelmann es abogado hace más de 25 años. Le interesan mucho las causas sociales: realizó voluntariados en varias oenegés, fue miembro del consejo del Instituto Paraguayo-Alemán, asesor de la asociación Gente de Arte y estuvo en la comisión directiva de la fundación Princesa Diana. Allí trabajó con mujeres privadas de libertad.
Víctor no es fanático “de nada” y lo dice entre risas, pero aclara: «Lo que me sorprende todos los días es la humanidad. Porque en lo humano encuentro pensamientos, acciones, decisiones fantásticas». Para él, aunque muchos digan que vivimos un retroceso, «hay un avance significativo en el ámbito tecnológico que se traducirá en el hecho de llegar a una conciencia científica que pueda liberarnos de todos los yugos y las superestructuras arcaicas de la sociedad actual». Cierra la idea con un «eso no más es lo que yo pienso» y ríe nuevamente, porque sabe que es un montón. «Podemos crear el universo en el cual queramos vivir y es algo que yo intento hacer desde el arte, lo que más me gusta es crear», exterioriza.
Para él, es necesario agradecer a quienes dejaron huella en su obra, sus grandes mentores. «Algunos maestros me dieron cátedra y otros me enseñaron a vivir la vida», reflexiona. Menciona, entre ellos, a Michael Burt, a quien le debe un poco de los dos, por lo que cuenta: por un lado, su amistad lo introdujo en el mundo del arte y, por otro, también le transmitió mucho de su estética. “De hecho”, dice, mientras señala las obras de Burt que colman las paredes de su sala de estar, “hay una conversación entre las fachadas de Michael con la serie Puertas de Asunción”.
Otras grandes influencias son Enrique Careaga y su maestro, Víctor Vasarely, uno de los mayores referentes del arte óptico, y Julio Le Parc, representante argentino del op-art moderno y el arte cinético.
A Beckelmann también le gusta mucho lo naif y lo arquitectónico. De hecho, menciona la escuela Bauhaus, específicamente en su última etapa, como una gran referencia. «Trata de llevar el arte al uso cotidiano», menciona al referirse a la New Bauhaus, inclinada hacia el diseño industrial, y sigue: «Las cosas bellas antes las tenían los ricos y aristócratas, y después empezaron a masificarse en productos utilitarios». Para él, la estética es un acto político y la idea también debe ser bella.
Otra de las características de su obra es que no hay personas retratadas en ella. «Tarde o temprano lo voy a hacer, debe ser una heroína paraguaya, alguien que sepa de la distopía nacional», adelanta. Él cree que mientras más simple sea el arte, mejor. Esta simplicidad permite que se entienda el mensaje. «Yo veo muy lúdico lo que hago, porque parte de mi personalidad es de niño y me encanta expresarlo, por eso a veces parece todo muy de juguete», explica.
Por amor al arte
El primer taller del que participó fue de Línea y Color, dictado por Alberto Bo en el Centro de Estudios Brasileños. Luego tomó un curso de Historia del Arte con Miguel Ángel Fernández y Javier Rodríguez Alcalá. «El amor a la estética siempre estuvo, pero así empecé a tomarlo más en serio, a entender el concepto detrás, la filosofía, la intencionalidad del artista, los mensajes, el arte político», manifiesta.
También aprendió otros lenguajes, en un proceso lento y pausado, un viaje de aprendizaje que lo llevó de las artes plásticas a la fotografía y de allí a las artes visuales. Viene realizando exposiciones desde hace muchos años, pero caracteriza sus muestras en el extranjero como las de más aprendizajes. París, Bruselas, Perú, Punta del Este y Buenos Aires son algunos de los destinos a donde llegó su trabajo.
«Todos estos viajes me obligaron a redoblar esfuerzos y buscar presentar algo que realmente sea contemporáneo», declara. Víctor afirma que la estética nacional que podemos presentar hoy es la contemporaneidad paraguaya, ya que somos fruto de esa realidad. Él busca imponer esa impronta en cada obra, y lo logra con éxito.
La belleza de lo cotidiano
La vorágine de la vida cotidiana nos lleva a pasar cada día por las mismas calles, observar los mismos pórticos y las mismas ventanas. A veces, alguien posa la mirada y produce arte a partir de lo que vemos a diario, como Víctor. El arte también es eso.
«Al caminar por Asunción, ¿nunca te imaginaste qué hay detrás de cada puerta? ¿Qué fue, qué pasó allí, qué podría ser y cómo querés que sea?», se pregunta el artista llevándonos a un mundo imaginario de lo posible y lo imposible. «¿No te da rabia cómo está Asunción? A mí sí. Pero la amo con toda mi alma», enfatiza.
«Como amar al peor amante que podrías tener; es así, amás la ciudad y querés verla de otra manera», explica. Su anhelo es un deseo colectivo de muchas personas que vemos la belleza de la capital detrás del abandono al cual se la somete. “Esas puertas y casas, aparte de la carga histórica de la ciudad, patrimonialmente hablando, también tienen la energía de todos los habitantes de la ciudad». En su serie Puertas de Asunción, hace una cartografía de puertas coloniales de nuestra ciudad, cada una con sus distintas características, sus personalidades, como él dice. «Te están hablando, con su falta de pintura, con su desgaste; están hablando de muchísimas cosas», imagina.
¿No te da rabia cómo está Asunción? A mí sí. Pero la amo con toda mi alma.
En su viaje creativo, vio puertas con postes de luz en frente, que es algo típico de Paraguay, que la gente quiera la luz frente a su casa; puertas con árboles cortados en frente; puertas caídas, tapiadas con ladrillos; puertas con denuncias. Distintos colores, transformaciones, inclusive con una hoja de cada estilo: «Es ahí donde se generan mundos imaginarios que podrían ser o que no podrían ser, al final de cuentas eso ya depende de cada uno».
Clasificó las más de 200 fotos por colores. Al analizarlas, verlas así de destruidas, decidió denunciar la situación edilicia de la ciudad a través del arte. Entonces, saturó los colores, multiplicó las imágenes —como hacía Andy Warhol— y así nació Composición de Puertas de Asunción, una segunda etapa del proyecto.
El siguiente desafío fue llevarlo a cabo: cómo materializar el proyecto. En 2018, imprimió sobre papel fotográfico y así expuso en Lima. Después, decidió buscar otros soportes que transmitan lo contemporáneo. Se inclinó hacia el acrílico cristal, después al espejado; y la composición también pasó por tela, acero. Llegó a imprimir sobre ao po’i y ao po’i bordado.
¿Por dónde pasa la contemporaneidad?
Hoy, vivimos en un mundo hiperconectado. Para Víctor, lo contemporáneo pasa por los teléfonos inteligentes, donde podemos acceder a una infinita cantidad de información. Por eso, la tecnología es clave en su obra. «Para mí, la tecnología es una herramienta más, pero con una inteligencia detrás; usarla es interactuar con esa inteligencia, un diálogo entre la mente humana y la artificial, esa es mi intención artística», establece. Esta es una interacción entre distintos mundos, la realidad en la que vivimos.
Desde nuestra cultura entendemos a las puertas como umbrales, divisorias entre un adentro y un afuera, dos existencias distintas. Un día, Beckelman se cuestionó: «Qué pasa si las puertas se abren», justo cuando empezamos a salir de la pandemia más cruda. «Las puertas estaban cerradas y se tenían que abrir a otro mundo».
Su primera pieza de realidad aumentada fue una puerta que se abría y mostraba un mundo al revés, como diciendo que, a partir de ese momento, era otra la realidad y empezaba una nueva era. Beckelmann creó seis obras con este formato, impresas sobre acrílico espejado, que presentó en la exposición porteña BAphoto. Cada puerta tiene un mensaje determinado.
La primera, con los colores de la bandera ucraniana, simboliza un deseo: la paz en Ucrania. Otra se abre al infinito, mientras la tercera es una lucha lamentablemente perseguida en nuestro país: el amor diverso. La puerta verde trata sobre el ciclo de la vida y el tiempo. La última se abre a la psicodelia.
Esto remite a la nueva experiencia de Puertas, Asunción psicodélica. En esta etapa, las Puertas de Asunción ingresan a un proceso de trabajos caleidoscópicos que, según Víctor, hace que se generen nuevos mundos, horizontes y perspectivas.
Psicodelia
La palabra psicodelia se forma a partir de las formas griegas ψυχή, «alma», y δηλόω, «manifestar». «Es como quitar algo del alma, de muy adentro, inconsciente», dice Víctor. Para él, la última parada de la serie Puertas termina en la deconstrucción de la ciudad: «Crear otros horizontes, otros mundos y algo nuevo».
Según explica, no se aleja de la realidad de hoy: «Es un caos total, con calles con baches, sistema cloacal que no funciona, edificios mal construidos, una Asunción distópica». Esa distopía es la que busca reflejar en la muestra.
A veces, parece que las puertas están en un tubo; otras, que son parte de la galaxia. Remiten por momentos a algo orgánico y por otros, a una maquinaria industrial. «Ese juego me permitió la psicodelia asuncena, la última exposición que hice; creo que trabajé todas las aristas posibles sobre las puertas de Asunción», ríe.
«El arte es mi forma de vivir, de pensar, de respirar; es mi vida», concluye Víctor. También es su posición política, una que aboga por la conservación patrimonial y la concienciación sobre la realidad paraguaya contemporánea.
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