El gran maestro del cine italiano
Cuando Fellini murió, Italia perdió a su más grande director de cine, y el mundo del cine, a uno de sus cineastas más populares. Pero 100 años después de su nacimiento, su obra sigue siendo fresca y contemporánea, y ofrece nuevos elementos a descubrir con cada proyección.
Por Maximiliano Núñez y Leticia Ferro Cartes.
Federico Fellini nació en Rímini, en la costa norte del mar Adriático, en 1920. Se crió en el seno de una familia de clase media (su padre era comerciante), y desde su infancia quedó fascinado por los circos, las ferias y los salones de música que desempeñaban un papel destacado en la rutina de esa agradable ciudad turística. Se convertiría en uno de los cineastas más abiertamente autobiográficos: «Si hiciera una película sobre la vida de un pez plano, acabaría siendo sobre mí”, comentó una vez a un entrevistador. Prácticamente todos los aspectos de su juventud pueden relacionarse temáticamente con sus pasiones y obsesiones.
Pasión creadora
En 1938, después de algunos años de una existencia ociosa y sin rumbo como adolescente en Rímini (retratada en Il vitelloni) y luego de seis meses en Florencia como dibujante de una revista de cómics (una experiencia que explotaría en El jeque blanco), finalmente encontró en sí mismo el coraje para hacerse un hueco en la capital. F
Fue allí, durante la guerra, donde se hizo amigo del actor y comediante de music-hall Aldo Fabrizi, quien lo nombró “poeta residente” de su compañía, un cargo que abarcaba labores de vestuario, escenografía, secretario personal e incluso actor de teatro. Esta experiencia, que duró hasta la liberación de Roma en 1944, proporcionó un valioso material de fondo para el primer largometraje de Fellini. Luego abrió su autodenominada Funny Face Shop en Roma, una sala de juegos que suministraba a los soldados americanos retratos en miniatura y caricaturas (del propio Fellini), fotografías espontáneas y grabaciones de voz, para su entrega inmediata a los Estados Unidos. El éxito instantáneo de la tienda no solo hizo que Fellini fuera relativamente próspero en un periodo de extremas dificultades materiales, sino que fue allí, por casualidad, donde conoció a Roberto Rossellini, con quien colaboraría como escenógrafo en dos de las obras maestras supremas del neorrealismo italiano, Ciudad abierta (1945) y Paisa (1946).
Casi ningún otro director de un país no angloparlante ha podido ganar tantos Oscar. Hollywood extendió la alfombra roja para Fellini varias veces, invitándolo a rodar en los EE.UU.
Solo dos encuentros más fueron necesarios para que su serie de influencias principales estuviera completa. El primero, en 1943, fue con la actriz Giulietta Masina, a la que describiría categóricamente como «la mayor influencia de mi vida». La otra, en 1952, fue con el compositor Nino Rota, que escribiría la partitura de cada una de las películas de Fellini hasta su muerte, en 1979. Incluso se puede argumentar que el fallecimiento de Rota no solo fue una tragedia personal, sino también profesional para el cineasta. Su música, con ritmos y líneas melódicas ingeniosas, iban a la perfección con la propuesta visual de Fellini.
Casi ningún otro director de un país no angloparlante ha podido ganar tantos Oscar. Hollywood extendió la alfombra roja para Fellini varias veces, invitándolo a rodar en los EE.UU. Siempre se negó; Rímini y Roma fueron suficientes para él, especialmente porque encontró el mejor ambiente de trabajo en los estudios Cinecittà de la capital italiana.
Fantasía y realidad
Federico Fellini comenzó su trayectoria cinematográfica muy inspirado en el neorrealismo italiano, un movimiento narrativo que tenía como objetivo mostrar las condiciones sociales más auténticas y humanas, y que se desprendía del estilo histórico impuesto por la Italia fascista. Sus primeros protagonistas eran de clase obrera a media, y se encontraban en medio de situaciones cotidianas. No obstante, sus películas no son consideradas parte de este movimiento, puesto que las historias van acompañadas siempre de un toque fantástico o una atmósfera de ensueño, como se puede ver en El jeque blanco (1952) o los momentos finales de Los inútiles (1953). Este toque pareció gustarle a Fellini, pues lo utilizó en dos de las obras más resaltantes de este periodo: La strada (1954) y Las noches de Cabiria (1957), ambas protagonizadas por quien fuera su musa y esposa, Giulietta Masina. El expresivo rostro de la actriz permitió a Fellini confiarle estas dos producciones ganadoras del Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera, y se convirtió en uno de sus máximos referentes. Ambos filmes narran historias en que la protagonista se ve involucrada en situaciones inusuales, rodeada de un aura surrealista que da la sensación de estar observando un sueño.
Este surrealismo fue evolucionando junto al estilo de Fellini, formando un hilo inherente con sus historias realistas, hasta que se convirtió en su sello particular. La amalgama dio lugar a una madurez en la narrativa del autor, en la que creó dos de sus obras más aclamadas: La dolce vita (1960) y 8 ½ (1963), ambas ganadoras de un Oscar. La primera representó un cambio importante en su filmografía, dado que esta vez la historia fue protagonizada por la clase alta de Roma, un gran contraste con sus personajes del periodo neorrealista. Las dos están estelarizadas por Marcello Mastroianni, acérrimo colaborador de Fellini, por quien el director admitió sentirse representado.
La película 8 ½ enseña un lado más autobiográfico de Fellini –todas, en cierta forma, toman mucho de su vida– sobre la que el cineasta hizo una reflexiva declaración en el libro Fellini por Fellini: “Es impertinente llamar a mis películas autobiográficas. Yo inventé mi vida. La inventé específicamente para el cine… Vivo para descubrir y crear a un director de cine: nada más. Y no puedo recordar algo más que eso”.
“Es impertinente llamar a mis películas autobiográficas. Yo inventé mi vida. La inventé específicamente para el cine… Vivo para descubrir y crear a un director de cine: nada más. Y no puedo recordar algo más que eso”.
Cita del libro Fellini por Fellini.
Un estilo opulento y único
El cine de Fellini exalta un estilo intenso en el que conviven la vanguardia y lo cotidiano. No importa si la historia sucede en la carretera abierta o en las calles más elegantes de Roma, sus personajes lucen exuberantes y dramáticos, se deleitan estando bajo el reflector, libres de expresar la visión de su creador.
Los elementos que conforman sus primeras películas son más rudimentarios que los que acompañaron su etapa posterior. La música y la fotografía no tienen tanto impacto como las expresiones y las situaciones de los personajes. Estos elementos resaltan en su periodo simbolista, en el que la belleza, la miseria, el amor y el odio se materializan a través de una estética glamorosa que cobra vida en cada escena, y que custodia a los personajes mientras evocan sus sentimientos más íntimos. No es de extrañar que Fellini se haya convertido en la mítica figura del cine que es hoy.
A 100 años de su nacimiento, su vida y obra continúan inspirando el arte contemporáneo en todas sus formas. Las historias, los lugares y las palabras de sus narraciones trascienden los temas que abarcan, y están a la altura de su más famoso credo: «Solo existes a través de lo que haces».
A 100 años de su nacimiento, su vida y obra continúan inspirando el arte contemporáneo en todas sus formas. Las historias, los lugares y las palabras de sus narraciones trascienden los temas que abarcan, y están a la altura de su más famoso credo: “Solo existes a través de aquello que haces”. Sus películas tienen hoy el reconocimiento internacional, y su trabajo fue un reflejo directo de su magnífica visión del mundo. “No hay final. No hay comienzo. Solo existe la infinita pasión de la vida”.
Sin Comentarios