Cine ghibliano: Lo inenarrable
Más que una afición, es una religión, dirán los propios fanáticos y seguidores del gran Studio Ghibli, ya que no se trata de mero entretenimiento, sino de una experiencia artística que llega a niveles espirituales. La productora de animación japonesa cumple 35 años y le rendimos homenaje desde Pausa.
Ella está triste y enojada. Sus padres decidieron mudarse de ciudad y no le gusta la idea de empezar de cero, entrar a otra escuela o hacer nuevos amigos. Hasta ahí parece todo muy convencional. Pero de pronto, por medio de un atajo que toma el papá, se encuentran con un parque temático abandonado. Ella no quería saber qué había más allá, pero a sus padres poco les importó su opinión.
Así empieza El viaje de Chihiro (2001): una travesía por un mundo mágico habitado por dioses, demonios y todo tipo de seres extraños. Ella queda atrapada y sola, se ve enfrentada a su finitud como humana y para salir de ese limbo debe encontrar el equilibrio entre ambos mundos. Chihiro es una niña como cualquier otra: sensible, inmadura, ávida de curiosidad y quizás por esos sentires tan universales, uno de los personajes más queridos del universo Ghibli.
Según Marta García Villar, escritora especializada en el Estudio Ghibli, El viaje de Chihiro es el testigo de cómo Hayao Miyazaki director, veía el nuevo siglo. “Nos habla de la crisis de valores de la sociedad moderna y de la esperanza en el futuro a través de los auténticos héroes, que ya no son los que tienen un don especial, sino los que, como en el caso de
Chihiro, no se rinden ante las dificultades”, menciona la autora de libros como Mi vecino Miyazaki, a diario.es.
El viaje de Chihiro es además la primera película de animé –y hasta ahora la única– en ganar un premio Óscar (como Mejor Film de Animación, en el 2002), hecho que empujó a este tipo de producciones a formar parte del mainstream. Pero no era algo perseguido por los fundadores del estudio, Hayao Mizayaki e Isao Takahata. Años atrás, Ghibli surgió como una respuesta ante la insatisfacción que sentían trabajando para Toei Animation, que buscaba replicar la fórmula de Disney, con estereotipos y personajes sin motivaciones aparentes.
“Cuando conciben Ghibli, lo piensan como ese lugar de animación de calidad, donde puedan hacer un perfil psicológico de cada personaje, y a su vez, un espacio donde las y los trabajadores tengan estabilidad, para formarlos y mantener un nivel homogéneo”, explica Laura Montero Plata, doctora en Historia del Cine y autora del libro El mundo invisible de Hayao Miyazaki. Agrega que ambos integraron el sindicato de la empresa y allí se dio su principal conexión, ya que comparten una visión comunitaria de la vida.
Ghibli es una palabra con significado doble. Por un lado está relacionada con lo que ellos querían traer a la animación de los 80: aires frescos. En italiano, significa “viento que corre por el Sahara”. Y por otro lado, también se trata de un tipo de avión que sobrevolaba dicho lugar durante la Segunda Guerra Mundial.
Ghibli engloba fluidez y elevación, características que se pueden encontrar en las diferentes películas del estudio por medio de los complejos personajes, paisajes altamente detallados, sonidos envolventes y una conexión con el todo: la naturaleza. Un vasto y fascinante universo al que hoy te invitamos a pasar de la mano de sus propios seguidores.
La naturaleza como escenario y principal protagonista
Dos hermanas inseparables y aventureras entablan amistad con un feroz pero tierno ser llamado Totoro. Él las lleva a dar paseos en su gato bus, las invita a descubrir qué hay en el interior del bosque y les regala unas semillitas para que siembren ellas mismas su propio jardín.
Una de las escenas más fantásticas de Mi vecino Totoro (1988) se da cuando, con la luna llena como testigo, las niñas, Totoro y sus amiguitos realizan una especie de baile ritual para que las plantas empiecen a crecer. De aquel llamado nace un árbol gigantesco.
Para Juan Ramírez, creador de la comunidad online sobre cultura japonesa Sake con Mbeju, muchas de las historias de Ghibli están basadas en los principios del shintoísmo, una religión que adora a las deidades que se encuentran en la naturaleza. Esta doctrina busca que las relaciones entre los seres humanos, la naturaleza y los dioses (kami) sean armoniosas.
“Cuando estuve en Japón, tuve la oportunidad de ver en persona a un Árbol Dios, era gigante como el que muestran en Totoro. Creo que fue la experiencia espiritual más poderosa de mi vida”, comparte Juan, quien siente que hay un contraste entre esa religión y el cristianismo, teniendo en cuenta que en el Génesis, “el Dios abrahámico autoriza a explotar los recursos naturales”.
La primera película que Ramírez vio del estudio fue La princesa Mononoke (1997), que contiene un mensaje ecológico bastante poderoso y un dilema moral. “Los humanos le disparan en la cabeza al Dios del Bosque… una metáfora brutal”, añade. Mononoke vela por el bienestar del monte, que es un espacio en disputa con los humanos que quieren explotarlo.
El crítico de arte Sugita Shunsuke detalla que la naturaleza es presentada en tres diferentes maneras en el universo de Ghibli: la pura, como ese lugar al que vamos todos después de la muerte; la temible, representada por los desastres como tormentas, inundaciones o invasiones de insectos; y la que se mezcla y se transforma constantemente, principalmente por tener contacto con otros elementos como las personas, los aparatos tecnológicos y los seres mitológicos.
En palabras de Ale Leju, compositor y violista, Ghibli muestra lo imposible de narrar y eso es el amor supremo, que trasciende lo romántico e incluso lo filial: se trata del amor a la naturaleza.
Aquello inefable se puede ver en el movimiento de los ríos, en el sonido del viento, en las partículas que cobran vida como el polvo. Por eso para describir al universo ghibliano, Ale se remite a una palabra utilizada en Alemania: Gesamtkunstwerk, que alude a la obra de arte total.
“Los artistas del siglo XIX acogieron este término en busca de ese arte total que abarcase la poesía, la música, la escena y la mitología. Y creo que Ghibli involucra todo eso”, considera. Lo que da mayor potencia a los relatos, opina, es el hecho de que sean animaciones y no personas de carne y hueso, porque a pesar de ser ficticios, consiguen plasmar las emociones humanas en toda su complejidad.
La historia que cuentan los detalles
Sosuke y Ponyo destapan sus platos, que contiene el ramen instantáneo que les acaba de preparar la madre del primero. El humo se escurre por sus narices y se puede visualizar cada detalle de aquella cena en la que Ponyo (2008) no escatima: fideos, fetas de jamón ahumado, la mitad de un huevo duro y pedazos de cebollita de verdeo.
Cuando ves ese menú, automáticamente te dan ganas de prepararte uno igual. “Las comidas en las películas del estudio se volvieron como un meme, gracias al lujo de detalles. Un simple pedazo de pan tiene una animación más cuidada de lo que parecería necesario, cada ingrediente dentro de un bol de ramen posee vida propia”, menciona Javier Ferreira, seguidor del mundo Ghibli y el animé. A él le interesan especialmente filmes como Susurros del
corazón o Recuerdos del ayer, que narran una historia más contemporánea y retratan la mezcla en la que se ve envuelto actualmente el país oriental: modernidad y cultura ancestral.
La minuciosidad y el cuidado en cada detalle, ya sea en la gastronomía, los paisajes o incluso la arquitectura, responde −continúa Javier− a querer presentar un mundo vivo y en movimiento, aspectos que algunas veces parecen rezagados en otras producciones. Sin embargo, Ghibli hace que no sean meros decorados.
El propio Miyazaki afirmó que la principal característica del estudio es la forma de retratar la naturaleza, que no se subordina a las personas. Él cree que todos los elementos del mundo encierran belleza, ya sea un paisaje, el clima, la vegetación, el agua o el viento. “Supongo que la clave de nuestra obra es el esfuerzo por incluir esos elementos en la mayor medida posible”, fue una de las respuestas que dio el director nipón a una de las 44 preguntas hechas por periodistas extranjeros sobre La princesa Mononoke.
Mari Murasaki, ilustradora, no puede evitar sentirse tentada a entrar a alguno de los escenarios desarrollados por el estudio. “Te sumerge en cada película, haciéndote desear tener una vida en el campo, preparando queso cerca del prado donde las brujas pasan, o vivir en una cabaña no muy lejos del pueblo donde puedas encerrarte a crear pinturas”, expresa.
Como ilustradora, Murasaki admira la técnica de la productora, que principalmente es analógica. A pesar de los avances tecnológicos ellos prefieren, en mayor medida, animar a mano. Lo que también tiene que ver con la personalidad quisquillosa y perfeccionista de Miyazaki.
Las contradicciones del ser y sus luchas
Kiki: Entregas a domicilio (1989) trata de una bruja adolescente que debe abandonar la casa materna en busca de la independencia. A pesar de ser un personaje fantástico, Kiki encarna ese proceso tan complejo que es asumir la conducción de la propia vida.
Este tipo de conflictos en las historias ghiblianas y el protagonismo imperante de personajes femeninos, hacen que muchas nos sintamos identificadas, principalmente porque no se reducen a un estereotipo. En el caso de María Eugenia, que ellas sean independientes, complejas y más que nada imperfectas, genera que la conexión sea más profunda.
“Son personajes más reales, sin ánimos de que la resolución de sus problemas o crisis las lleven necesariamente a la perfección, sino más bien a un aprendizaje, crecimiento personal o a ayudar a otros”, expresa. Agrega que también creció con cierta influencia de personajes de Disney y Hollywood, pero la sensación que le generan es de limitación.
Esa perspectiva más amplia del ser niña o mujer muestra una nueva forma de encarar el rol que interpretan, que va más allá de las aspiraciones convencionales como el romance o el matrimonio. “Siempre están liderando; y si no lideran, son compañeras de otros y otras, pero nunca son relegadas o dejadas de lado para tomar decisiones o accionar; resuelven ellas mismas sus crisis, situaciones que las aquejan, problemas, etcétera”, manifiesta María Eugenia Gaona.
Hace énfasis en cuán importante es mostrar este tipo de personajes para que las niñas y adolescentes imaginen también otros futuros y mundos posibles: “Veo a Chihiro inspirando a muchas a ser más tercas y motivadas para conseguir sus metas y proteger a los que aman; a la princesa Mononoke como infl uencia de la independencia y la lucha por los que no pueden luchar −animales y naturaleza−, incluso en momentos de crisis de identidad; a Sophie promoviendo la amabilidad y la paciencia con los cambios y lo desconocido, entre otras”.
A Mari Murasaki le hubiera encantado crecer con este tipo personajes y así capaz se ahorraba caer en estereotipos. Actualmente se siente muy compenetrada con la historia de Kiki, y transita la presión que viene con el trabajo y con intentar ser buena en eso. “San, de La princesa Mononoke, es el ejemplo perfecto de todo lo que una princesa Disney debería haber enseñado décadas atrás: no necesitás que un príncipe venga a salvarte porque no sos débil”, subraya.
La pluralidad está presente en todos los personajes de aquel universo inagotable, lo que para Javier es fantástico, ya que somos distintos y tenemos diferentes formas de alcanzar sueños y metas: “Nuestra capacidad de aprender y mejorar es lo que nos hace humanos; eso es algo que se ve en básicamente todas las películas del estudio”.
La música es parte del todo
En Susurros del corazón (1995) dos amigas, Shizuku y Yuko, están hablando en el patio del colegio. Hay música de fondo, pero también sonidos de ambiente: se oyen cigarras, el viento mover las plantas, autos pasar. Ninguno de estos se contraponen, al contrario, generan armonía.
Así como mayormente se relaciona al estudio con la dirección de Miyazaki −dice Javier−, la parte musical está estrechamente vinculada con el compositor Joe Hisaishi, quien se encargó de trabajar en la mayoría de las bandas sonoras de las películas.
“La meticulosidad se nota hasta en eso. Cómo muestran los sonidos propios que no son la banda sonora en sí. La música de Joe Hisaishi es elegantísima, y eso me parece algo muy propio del gusto japonés, sin ánimos de caer en una generalización absurda, porque también hay quienes rompen con eso. Pero de alguna forma creo que él retrata muy bien características de su cultura”, problematiza Ale.
Junto a sus compañeros Mar Pérez y Miguel Santacruz (con quienes conforma el Trío Blue), desarrollaron el año pasado un ciclo de música de Studio Ghibli, pero más que conciertos, él los llama experiencias, porque su interpretación iba acompañada de una proyección de visuales, realizada por Mateo Mercado, que conformaban una narración totalmente alternativa a las películas originales, conocida como fan art.
“Su música podría ser perfectamente occidental, porque casi siempre se basa en la escala pentatónica, que es una de las más antiguas de la humanidad y está muy viva en la música japonesa. Lo llamativo es que se encuentra muy presente también en los pueblos originarios de este lado del charco”, manifiesta el músico quien, al igual que sus compañeros, siente que ya incorporaron aquellas armonías a su estilo.
Para Ale, separar las partes de un todo es cada vez más difícil, y pensar a la música como un arte puro le parece ya casi imposible. Más aún teniendo en cuenta que internet disolvió las barreras que existían entre las disciplinas artísticas. “Cuando escuchás la música sola, sí o sí te vienen a la cabeza las imágenes. Eso hace que sea un discurso total, porque cuando fragmentás, la imagen te lleva al todo y están conectados entre sí. Se cierra perfectamente el círculo”, reflexiona el compositor.
Una experiencia artístico-espiritual
El amor que Ghibli genera en sus seguidores sobrepasa la experiencia del entretenimiento, rompe con los límites de los cinco sentidos y trabaja todo un entramado espiritual. Si hay un mensaje que resaltar, para Juan es el equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza, no solamente a nivel racional, sino también espiritual: “Ghibli tampoco demoniza la tecnología y los avances humanos, pero hace énfasis en que nuestro proceso como civilización no tiene que desconectarse de nuestro ambiente”. Él cree que el estudio alcanzó un nivel de profundidad filosófica y psicológica que productoras como Pixar o Dreamworks no lograron.
“Mucha gente habla de Studio Ghibli como ‘el Disney japonés’, pero no me parece una justa comparación. Si tenemos en cuenta la calidad y diversidad que caracterizan a las producciones de Ghibli, son bastante diferentes a las de la casa del ratón”, puntualiza Javier. Pero no se refiere solo a los mensajes −como la importancia de la familia, la naturaleza o el creer en uno mismo−, sino a la forma de contar las historias, los detalles y la sensibilidad. “Son distintas y nos abren la mente a otras posibilidades de narración que no sabíamos que eran posibles”, analiza.
Mari es consciente de que Studio Ghibli es también un negocio, pero de igual forma le parece que se mantienen principalmente como creadores artísticos. “En un mundo tan capitalista, ver eso es admirable, pero roza con el idealismo. Desearía que fuese lo contrario, que todos pudiésemos vivir tranquilos y felices como en las películas de Ghibli; que tengamos conflictos pero los superemos o aprendamos de ellos, no con la incertidumbre en la que estamos ahora”, reflexiona.
A María Eugenia las películas le dejaron impresiones profundas y le interpelaron en aspectos como el mantenimiento de la paz como respuesta a los conflictos, la negociación o la reparación de daños: “Como seres humanos, destruimos ambientes y a la naturaleza para nuestro beneficio y no la respetamos, no convivimos con ella. Eso hizo que cambie mi forma de involucrarme con los seres vivos”.
Parafraseando a Leju, podemos decir que Ghibli realiza un cine contra el olvido; una obra total que atraviesa y trasciende lo cognoscible, que habita aquellos limbos en los que nosotros no nos animamos a entrar, que camina por esas dudas que muchas veces dejamos sin respuesta, y nos invita a reconciliarnos con nuestras contradicciones.
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