La simbiosis del Guaicurú Ñemonde
A unos 45 kilómetros de la capital, cada julio desde hace casi 100 años, la comunidad afroguaraní recuerda a san Francisco Solano en la compañía Minas, de Emboscada. El santo recorrió a pie y evangelizó prácticamente toda Sudamérica durante la conquista española.
Texto y fotos: Fernando Franceschelli.
La historia asegura que el santo, armado con un inmenso manejo de la palabra, un crucifijo y un violín que ejecutaba con maestría, encantaba a los indígenas con los que se topaba y los convertía al catolicismo casi mágicamente. Hoy, los guaicurúes lo homenajean y agradecen sus favores con un festejo simbiótico entre la tradición católica y la autóctona.
Gritos y aullidos de humanoides alucinantes completamente cubiertos de plumas ocres y grises; saltos y bailes al ritmo de tambores, trompeta, acordeón y organillo; y de fondo, el estruendo de las bombas lanzadas al cielo, propias de las fiestas patronales. Muchas máscaras primitivas e indefinibles que producen espanto y otras reconocibles que remiten a personajes más recientes y populares.
Todo esto se conjuga antes, durante y después de la procesión, en la que se saca por los alrededores de la capilla construida en su honor a la pequeña figura de san Francisco Solano, patrono de la compañía Minas, de Emboscada. En este inmenso y ruidoso guarara se produce la simbiosis de fe católica y cultura indígena desde tiempos poco definidos, en honor al santo que evangelizó con su voz y su violín durante la conquista de América, como agradecimiento por los favores que concede a quienes con profunda fe solicitan su ayuda.
La fiesta en honor al santo
El Guaicurú Ñemonde arranca cada año el 22 de julio por la madrugada, con serenatas y festejos que se extienden hasta el 24 por la mañana, cuando se produce la cristalización del homenaje con una misa multitudinaria. Durante esa vigilia del 22, a la luz de las fogatas, los guaicurúes entonan cantos religiosos para homenajear al santo y, luego, el 24 por la mañana tras la misa católica, se saca en procesión su imagen.
Guiado por el cacique, el cortejo está compuesto por mujeres, hombres y niños emplumados que avanzan al ritmo del organillo o una armónica ejecutada por el líder.
El querido cacique Pedro Balbuena, que desde hacía 50 años lideraba la tradicional procesión marcando el ritmo con su armónica, falleció en 2022. Por eso, este 2023 todos fueron guiados por el joven Alfonso Jonás García, de solo 22 años de edad, quien dirigió la marcha con el organillo que ha demostrado ejecutar con altura. Esto le genera una gran emoción; es la primera vez que tiene el honor de recibir esa enorme responsabilidad.
Desde hace meses, los promeseros trabajan en la recolección de plumas de todo tipo para cubrir ropa y accesorios como calzados, sombreros y/o guantes, y así estar listos para la ocasión. Algunas mujeres elegantes usan capas o chalecos minuciosamente cubiertos de pequeñas plumas.
La mayoría, en general jóvenes, se visten completamente con este plumaje y también cubren sus rostros con máscaras de origen diverso, como simples trapos de colores, decorados o piezas de látex actuales. Mientras dura el festejo, también modifican su tono: hablan con voz muy aguda para no ser reconocidos durante el evento.
El origen de la fiesta se relaciona con el agradecimiento que hacen los promeseros (cubiertos de plumas) por las gracias recibidas de parte de Francisco Solano y el uso del plumaje tiene que ver con la asociación que se hace entre el vuelo, el cielo y la gracia alcanzada, afirman algunos. Aunque según el antropólogo Guillermo Sequera, esa personificación también se asocia con la generación de temores o miedos, muy ligados a la culpa católica y la necesidad de recompensar (cumplir las promesas) por las ayudas recibidas. En realidad, es poca la información sobre el origen de la ceremonia, y muchas veces es contradictoria.
La tradición que continúa
Este 2023, por fin se pudo realizar el festejo después de tres años de ausencia, producto de la pandemia. En esta ocasión, entre los emplumados hubo personas de todas las edades, como Martina Ruiz, de 85, que demostró su fe con cada gesto de sus manos y su rostro marcado por los años, durante la misa. Esta vez, eligió un simple gorro de plumas.
Francisca Maciel acaba de cumplir 15 años. Sus padres la han traído a la procesión como agradecimiento por su vida, ya que de pequeña pasó prolongados periodos de enfermedad. Ella vistió una capa emplumada sobre el característico vestido blanco de quinceaños.
Entre los que bailaron al ritmo de la bandita guaicurú están también Nelson y Mateo Agüero, de 38 y 7 años, respectivamente. Padre e hijo atendieron la festividad completamente emplumados, desde los calzados hasta la cabeza.
Además de los promeseros están los que simplemente se suman a la actividad para mantener la tradición, afirman Arsenio Machuca o Lucio Torres, dos de los organizadores. Ellos explican casi de la misma manera que sienten gran emoción de participar y, además, el orgullo de pertenecer a este grupo que sostiene en alto el evento a toda costa. Por eso mismo, este año involucraron a más niñas y niños, con el fin de inculcarles este apego.
Tal vez, gracias a estos cultores de la tradición, año tras año, ya sea con el compromiso de agradecer al santo o el deseo de preservar la cultura, estos feligreses emplumados logren hacer volar alto a esta parte de nuestra identidad. Esta cultura es la simbiosis entre lo afro, lo guaraní y lo católico, que a lo largo del tiempo se fusionó para dar forma, en parte, a lo que somos hoy como país.
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