La organización de las sombrereras de Emboscada
A poca distancia de la capital, hay un lugar donde las manos de las mujeres tejen con paciencia infinitos kilómetros de un entramado vegetal. Ese tejido se convertirá en los tradicionales sombreros piri, que se usarán en todo el territorio del país, protegiendo con simpleza y eficiencia a quienes trabajan, descansan o simplemente se desplazan bajo nuestro implacable sol.
Texto y fotos de Fernando Franceschelli.
Es curioso pensar que en un lugar donde, tradicionalmente, la gente se dedica a trabajar con un material tan duro y tosco como la roca, buena parte de sus pobladores se dediquen también a una tarea sutil y delicada como la de tejer las finas hebras que se extraen de las hojas de una planta.
Es curioso, también, que pretendamos comparar el acompasado tintinear de mazas y picos que luchan por dar forma a la piedra con el ritmo del tejido, que proviene de las manos de las mujeres que luchan con el mismo tesón de los picapedreros por el bienestar de sus familias.
Presentación Pereira tiene 70 años. Es vicepresidenta de Sombrero Porã. Su vínculo con el tejido de sombreros comenzó desde muy pequeña junto a su madre; eran muy pobres y apenas terminaban de tejer, los vendían en los diferentes comercios de la zona donde vivían para poder comprar alimentos. De adulta llegó a desempeñarse como cocinera durante mucho tiempo, pero nunca dejó de tejer. Un día, su marido enfermó y ya no pudo ir a trabajar, y se vio obligada a quedarse en casa para cuidarlo. Nuevamente fueron los sombreros los que la socorrieron. Presentación está orgullosa de lo que sabe hacer y de tener la posibilidad de solventar algunos de sus gastos a través de la artesanía.
Para María Limpia Sanabria, de 40 años, la historia es similar. Aprendió el oficio de su abuela y lo practicó desde pequeña. Hoy, además de veloz tejedora y de su rol como tesorera de la asociación, se encarga de capacitar a los jóvenes emboscadeños.
Clotilde Zárate, de 65 años, forma parte de la organización desde el comienzo y teje de todo. Explica que, cuando llegan los grandes pedidos de los acopiadores, todas se juntan y evalúan si podrán tomarlos o no. Las decisiones se conversan y se consensúan entre todas, y de paso charlan y se ríen un poco.
La materia prima
La planta de la que hablamos aquí es el tradicional karanday o Copernicia alba, de la familia de las arecaceas; palmeras o palmas que poseen solo un tronco primario y un penacho en la cima, de grandes hojas en forma de corona. Estas hojas son las que se usan para la artesanía, y son parte de nuestra planta nativa y abundante en vastas regiones de nuestro país.
El lugar donde transcurre esta breve historia es Emboscada, ciudad del departamento de Cordillera; más específicamente en el kilómetro 43,5 de la ruta nacional número tres. Las protagonistas son las 27 mujeres que conforman el comité de artesanas Sombrero Porã, que lucha por el bienestar de ellas y sus familias.
Las hojas de karanday provienen de varios lugares, pero principalmente de Arroyos y Esteros. Compran entre 20 y 50 mazos mensuales de un proveedor que las prepara ya secas. Cada mazo tiene unas 50 hojas y rinde aproximadamente 24 sombreros.
La materia prima se acopia en la asociación y a medida que las artesanas van usando el producto, se hacen nuevas compras que, otra vez, se distribuirán entre los hogares. Antes de formar la organización, se encontraban con varios problemas, como tener material suficiente. Pero el principal era que los compradores mayoristas, que distribuyen a todo el país e incluso al exterior, controlaran los precios a su gusto, según la época del año y la abundancia del producto. La agrupación logró acordar un precio más justo durante todo el año, ya que en invierno hay menos demanda que en verano. Ahora, esa especulación ya no existe.
Algo que queda pendiente es la posibilidad de mejorar los precios de venta, ya que a ellas les parecen muy bajos. Los sombreros se consiguen desde G. 8000, los más sencillos; hasta G. 30.000, los más grandes.
Una preocupación en común
A poco más de una hora de viaje de la capital, en la tercera compañía Guayaibity, varias mujeres se dieron cuenta de que tenían una preocupación en común. Ante la endémica escasez de recursos económicos y la necesidad de salir a trabajar, veían con preocupación la posibilidad de que muchas de ellas tuvieran que dejar sus casas y a sus hijos en busca de un salario, sin que las condiciones fueran las apropiadas para hacerlo.
Ese es el caso de Anastasia Fernández (57), quien, en ese momento (en 2006) estaba embarazada y además de enfrentarse a la posibilidad de dejar a su bebé en casa al cuidado de otra persona, veía a muchas madres obligadas a hacer lo mismo, que viajaban incluso hasta Asunción para conseguir el sustento.
De esta intranquilidad surgió la idea de agruparse e intentar conseguir que la elaboración de sombreros, ese conocimiento que ellas tienen incrustado en el ADN, mejorara sus vidas. Buscaron que este trabajo fuera más comercializable y diera frutos en cada uno de los hogares comprometidos con el proyecto.
Luego de hablar con las vecinas y tras varias reuniones, con dudas y expectativas, nació la asociación. Gracias a la solidaridad y la organización comunitaria obtuvieron una nueva voz para ser escuchadas y la fuerza necesaria para conseguir lo que necesitaban. Recibieron la ayuda de una fundación y de varias organizaciones gubernamentales, consiguieron créditos blandos para la compra de materia prima, máquinas y la construcción del local. Hoy, 15 años después, caminan solas.
Según Patricia de la Cruz (47), tejedora y presidenta de la agrupación, muchas de ellas —y las jóvenes en general— terminan el colegio y se van a Asunción a estudiar o trabajar, pero, pasado un tiempo, regresan a Emboscada. Al volver, y ante la falta de otras opciones para el sustento, recurren a lo seguro: los sombreros.
De vuelta a lo seguro
Otra de las inquietudes de la asociación es la falta de interés que manifi estan los jóvenes que van a la capital tras los ofrecimientos del mundo al volver a su ciudad natal, que miran sin entusiasmo la artesanía que les dio de comer. De los que van a estudiar a la universidad, no todos terminan sus carreras y, así, el ciclo comienza otra vez; las estudiantes se hacen madres y, ante la necesidad, regresan a los sombreros.
Estas mujeres fuertes afirman que, gracias a su organización, han mejorado sus condiciones de trabajo y la calidad de sus productos. Por ejemplo, con la compra de una plancha industrial para terminar los sombrerosya tejidos. Paralelamente, siguen aprendiendo a recibirun pedido, manejar una agenda o calcular costos, entreotras cosas. Resumiendo, la unión las ha fortalecido.
Aunque el mundo, a través de la publicidad y lasredes sociales, genere ilusiones fugaces como si defuegos artifi ciales se tratara, en Emboscada seguiráhabiendo un grupo de personas muy realistas que,así como las correas y trenzas que conforman lossombreros, permanecerán fortalecidas y solidarias,tejiendo las fi bras de su comunidad.
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