Los casos de Severance y Adolescence
La ficción ha sido, desde siempre, una herramienta poderosa para narrar nuestra humanidad. En Adolescence, la cultura incel y el bullying adolescente emergen como síntomas de una violencia estructural más profunda. En Severance, la distopía corporativa desenmascara la precarización laboral y la pérdida de identidad en el trabajo. Son dos series que, desde lo simbólico y lo cinematográfico, nos invitan a cuestionar las realidades que damos por sentadas.
En términos históricos, no hubo otro contexto, aparte de la pandemia reciente, en el cual se haya acentuado y enfatizado tantas veces, constante y abrumadoramente, en la idea de lo urgente. Y en tan poco tiempo.
Lo urgente se constituye en todo el contexto en el que vivimos, se percibe desde un lugar donde es tan común y cotidiano que ya ensordece: crisis climática, avance a pasos agigantados de sectores conservadores y ultraderecha, derechos en disputa, muertes evitables, pérdidas una tras otra y un sistema de salud que falla y abandona.
En ese sentido, el cine y la televisión han sido plataformas fundamentales para poner sobre la mesa conversaciones últimamente necesarias desde un lenguaje cinematográfico. Esta nota pretende abordar dos manifestaciones como un mecanismo que crea diálogo, con la ficción como herramienta para desglosar problemáticas desde lo simbólico, la distopía, el absurdo o la comedia.
Advertencia cortés: este material contiene spoilers importantes de ambas tramas.

La violencia estructural, los códigos y la impotencia en Adolescence
Recientemente se anunció que Adolescence, luego de haberse estrenado en marzo, se posicionó como una de las 10 series más vistas en la historia de Netflix. Con una premisa que se elabora en cuatro desesperantes y conmovedores capítulos, sigue el caso de Jamie, un adolescente de 13 años que se enfrenta a una seria acusación: el asesinato de una de sus compañeras de colegio, Katie.
La historia va indagando en el contexto no solo de Jamie, sino también de sus amigos, en los códigos relacionados con una masculinidad problemática asociada con ciertas comunidades en línea donde habita la manósfera. Pero, ¿qué significa este término y por qué está asociado con la ultraderecha? La manósfera es un ecosistema virtual en el cual conviven personas, mayormente varones heterosexuales, blancos cisgénero, denominados incels (célibes involuntarios).
Los incels son personas que se autoperciben completamente por fuera de los ideales de la masculinidad heteronormada y que no se ven capaces de estar en pareja o tener una vida sexual activa. Es decir, no se ven deseables por el sexo opuesto. El giro de la trama es que se culpa a las mujeres de esta “aflicción” porque postulan que son ellas quienes no aprecian a los varones buenos y dedicados.
Los incels son personas que se autoperciben completamente por fuera de los ideales de la masculinidad heteronormada y que no se ven capaces de estar en pareja o tener una vida sexual activa.
Este universo alterno tiene su propia línea de pensamiento, sus códigos, su léxico y manifiestos escritos por miembros, publicados en plataformas como Reddit, 4Chan, YouTube e incel.is. También, acciones fatídicas como asesinatos que sellaron la gravedad del tema, pero que son celebrados como actos heroicos dentro de la comunidad. Porque, queramos o no, estas personas encontraron unidad y la validación de sus pares en estos espacios virtuales oscuros.
La cultura incel tampoco es una problemática reciente. Ya en los 90 se asomaba como un tema que iba calando desde las profundidades de ciertos sitios digitales. En 2014 tuvo una de sus manifestaciones más visibles, tangibles e irreversibles cuando Elliot Rodger, de 22 años, asesinó a siete personas en Isla Vista (California, EE. UU.), y luego se autoeliminó.
Antes del acto, Elliot publicó un video en YouTube con el título La venganza de Elliot Rodger (Elliot Rodger’s Retribution), en el cual hablaba de las motivaciones detrás de su crimen y su deseo de castigar a las mujeres por rechazarlo y a los hombres que sí “acceden” a una vida sexual activa. Tenía 22 años y dijo que nunca había besado a una chica. Él perteneció a la misma generación que una amplia porción de los lectores de Pausa: nació en 1991, hoy tendría 34 años.

En Adolescence, Jamie tiene solo 13. A pesar de sus facciones de niño aún y de estar inserto en el mundo adolescente, es acusado de asesinar a Katie. En medio de las investigaciones y los trámites con la policía, los padres se ven inmersos en una aflicción que les llegó de sorpresa.
La mamá y el papá, personas laburantes de clase media en un país de primer mundo, se enfrentan a la realidad de haber criado a un niño que decidió acabar con la vida de otro niño. La responsabilidad, la culpa inmensa, la conmoción total y la lucha constante por entender algo inentendible son parte del paisaje sumamente realista construido por la serie.
Hablamos de la cultura incel, bullying y violencia porque son los pilares que enmarcan la narrativa de Adolescence. Un medio de investigación de Perú, Ojo Público, se preguntó qué tanto de lo que se ve en la serie pasa también allí. Según datos de la Encuesta Nacional de Relaciones Sociales (2019, Perú), el 78 % de la población de 12 a 17 años sufrió violencia psicológica y/o física en su hogar.
En la serie se desglosa que Jamie sufría bullying por parte de ciertos compañeros. Una era Katie, quien lo señalaba como incel en comentarios en redes sociales.

En Paraguay, el Ministerio de Educación y Ciencias registró 1500 denuncias por casos de bullying o acoso escolar en instituciones educativas de Paraguay durante 2024. Y si bien términos como incel y manósfera provienen del norte global, de este lado del mundo no estamos exentos de las consecuencias de esta ideología conservadora. Las redes sociales y plataformas similares son claves en este contexto. El cuestionamiento fuerte en la serie proviene de los padres, que se preguntan sobre el control real que pueden ejercer sobre lo que consumen sus hijos en internet.
Al respecto, la revista británica Dazed plantea una cuestión importante. El show logra posicionar el tema y cuestionar el sistema de violencia estructural en el que viven jóvenes como Jamie, pero no señala la innegable responsabilidad de las compañías de tecnología, que en los últimos años vienen alimentando algoritmos que favorecen la difusión de contenido misógino. Acá surge la pregunta, ¿la televisión debía plantear esta problemática? El hecho de poner en evidencia esto a través de la cinematografía, el relato sensible y la mirada crítica traslada al público la reflexión y acción posterior.

Severance: la precarización laboral y la fragmentación del ser
Yo me subí tarde al tren de fandom de Severance, pero una vez que entré en contacto con la serie, no hubo vuelta atrás. Me vi ante un fenómeno que hace tiempo no vivía, con producciones como Breaking Bad, Dark o Game of Thrones. Su encanto sumerge al público desde el inicio en una trama sumamente enigmática. La frase “el trabajo es importante y misterioso” es como una estampa en la mente que condensa de manera amigable el trasfondo oscuro y delicadamente tenebroso del mundo que presentan.
Lo tenebroso, lo ominoso, se percibe desde el primer episodio, pero no se devela tan rápido. Al contrario, cada capítulo elabora su lenguaje simbólico, su ritmo y narrativa de forma muy ingeniosa, en pos de acercar cada vez más al espectador a lo que se halla detrás de Lumon, la corporación en la cual los empleados son más que simples personas asalariadas. Allí, son un proyecto con un propósito que favorece —qué sorpresa— los intereses macabros del fundador e ideólogo de la firma. Esta, más que una empresa, es una secta religiosa basada en el pensamiento de Kier Eagan. La familia Eagan es la heredera y encargada de sostener y ampliar ese proyecto.

Severance se llama así porque en Lumon existe una división (the severed floor o el piso cercenado), el lugar donde conviven Mark S., Helly R., Dylan G. e Irving B, los protagonistas de este thriller psicológico.
En ese piso cercenado trabajan personas que optaron por un procedimiento para estar en esa sección: a través de un proceso médico de cercenadura, separan sus memorias laborales de sus vivencias personales fuera del trabajo y crean así un innie y un outie (así se denomina quienes son cuando se desempeñan dentro y fuera, respectivamente). La clave es que los innies y outies son individuos independientes, con memorias y personalidades propias. He aquí lo ominoso y tenebroso del asunto.

¡Alerta de spoilers! La distopía emulsiona aún más en esta segunda temporada (recientemente estrenada y ya renovada para una próxima) cuando la historia nos lleva a conocer los deseos y motivaciones de rebelión de los innies. Cada capítulo, cada desciframiento de lo que realmente implica trabajar para una corporación de biotecnología como Lumon, los lleva más cerca de descubrir y ejercer el poder que realmente tienen, y que la empresa busca aplacar a través de constantes disciplinamientos. En contrapartida, vemos a un grupo de protagonistas unidos profundamente por un trauma y un amor que van más allá de lo que cualquier oficinista normal pueda experimentar.
La temática que más abruma, por desarrollarse en un entorno laboral de oficina, de cumplir horario a rajatabla y realizar tareas sumamente mecanizadas, da cuenta del peso y el abarcamiento del empleo en la vida humana. Es aquello que entregamos, como laburantes, al dedicar nuestros más grandes esfuerzos a una empresa que no pone al trabajador como valor esencial en el día a día, y también lo que se pierde, que, en el caso de Severance, es más grande de lo que se puede cuantificar. La trama nos lleva por lugares ansiosos, oscuros, pero también iluminan el compañerismo, el amor naciente, la búsqueda y aferramiento a la identidad y la esperanza por sobre todas las cosas.
Ahora, la pregunta que queda es, ¿cuál es la problemática urgente que vas a explorar a través de tus pantallas?
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