Hace unas semanas, en una nota de ollas populares fotografiamos a mujeres que cocinaban en el barrio San Vicente. Esta vez volvimos para hablar con Leonarda Benítez y mirarnos a los ojos. Esos ojos que ya no solo lucen cansados y preocupados, sino a veces incrédulos, resignados. Escuchamos cómo se organizan entre vecinos para alimentar a sus familias y las de otros.
Los tapabocas limitan gran parte del encuentro cara a cara, pero así son las entrevistas presenciales desde que comenzó la pandemia. La semana pasada visitamos a Leonarda Benítez, del barrio San Vicente. En esa ocasión, estaban cocinando también Adriana Arce, Laura Alegre, Rosana Colmán y Alice Agüero. Leo nos mostró el trabajo que hacen junto al fuego todos los días, con lluvia o frío. Las fronteras que trazaron nuestros elementos de protección se rompieron con el diálogo, redescubrimos la mirada como espacio interpretativo de las emociones y subjetividades.
Con ella, en la familia de Leo son siete miembros. Tiene cinco hijos y trabaja todos los días para alimentar al barrio. Se acuerda muy bien del día en que Richard, de la Pastoral Social, se acercó a ella para ofrecerle ayuda. Durante nuestra hora de conversación, los ojos de Leo mostraron orgullo cuando habló de la solidaridad de los vecinos; nostalgia, cuando recordó su vida antes de la pandemia, y enojo, cuando mencionó a los punteros políticos que reciben víveres y no los distribuyen. Su mirada lloró cuando rememoró ese día en que no tuvieron nada que cocinar y no pudieron organizar la olla.
Muchas cosas dicen los ojos de Leo. “Es triste que algunas veces se quiera jugar con nosotros. Antes yo estaba del otro lado de la necesidad, pero ahora que miro de este lado, veo a mucha gente que quiere lucrar y utiliza a los demás”, cuenta con la voz empedrada. Trata de no olvidarse de nadie cuando habla, nombra a los panaderos que trabajan por las noches para ofrecer pan con la merienda. Porque las mujeres de San Vicente no solo preparan el almuerzo, sino también la merienda. Y aun con eso, no alcanzan a paliar todas las necesidades. A ella le duele ver a los chicos sin zapatos, y le aterra el invierno que, en cualquier momento, va a venir.
¿Cómo comenzó la olla popular de San Vicente?
Nosotros sentimos que los vecinos estaban pasando necesidades porque no había más trabajo, y si no hay trabajo, no comés, porque la gente vive al día. Trabajan en el mercado, son limpiavidrios o albañiles. Hablamos con las vecinas y entre mujeres empezamos a organizarnos, sin la ayuda de nadie. Día a día trabajan tres chicas, y hay jóvenes que nos ayudan. En total, somos 15.
¿Para cuántas personas cocinan todos los días?
Cocinamos para 250. En toda la zona de San Vicente hay 110 familias; en cada una, cerca de ocho integrantes. Empezamos con una olla un poco más chica, no nos alcanzaba la comida. Ahora estamos viendo cómo aumentar, cocinamos con una olla grande y una mediana.
¿Cómo consiguen la comida?
A través de donaciones de la Pastoral Social (que está cerca de la Comisaría Quinta) y de personas de buen corazón que nos traen hasta acá, porque nosotros tampoco tenemos un móvil para desplazarnos. Los de la Pastoral me conocen a mí porque yo era limpiavidrios en Mariscal López y Perú. Don Richard se puso en contacto conmigo y me dijo: «Vimos en las redes que vos estás haciendo una olla y queremos apoyar». Ayudan a tres sectores: San Vicente, 12 de Junio y San Pedro. Ellos nos traen para 450 platos y nos donan carne e insumos no perecederos. Las verduras tratamos de conseguir de donaciones o de los vecinos.
¿Qué alimentos reciben, principalmente?
Las personas que están mejor económicamente nos donan fideo, arroz, incluso hay almacenes acá que nos traen frutas, verduras, queso, etcétera. Cuando no tenemos nada, tratan de cubrirnos. Al principio de la cuarentena, veníamos cocinando tres días y después al cuarto nos percatamos de que no teníamos más nada. Cuando decidimos no hacer la olla, una vecina escuchó y me dijo: “No, ña Leo, yo tengo arroz. Por ahí podemos hacer arroz kesu”. Entonces, los vecinos donaron porotos, y conseguimos 10 kilos para el día siguiente, así sobrevivimos. A los 10 días vino la ayuda de la Pastoral Social.
Veo que instalaron todo un sistema para lavarse las manos cuando llegan, ¿cómo hacen los vecinos para pasar a retirar sus viandas?
Al mediodía vienen, se lavan las manos y pasan a retirar la vianda por una ventanita que preparamos. Hicimos eso para proteger a las chicas que están acá, porque muchas son mamás y las tenemos que cuidar. Tratamos de respetar la distancia, pedimos que no vengan niños ni ancianos a retirar la comida. Nos ocupamos mucho de los mayores porque a mí también me gustaría que traten así a mi papá y a mi mamá. Hay dos jóvenes que tienen 22 años que hacen delivery, ellos llevan los alimentos a los abuelitos.
¿Qué pasa con la comida cuando llueve?
Cocinamos igual y la gente viene a retirar la comida. Estamos pensando que si recibimos un poco más, vamos a poder abarcar no solamente este sector, sino los otros y llevar el alimento en motocarros. Dar para recibir, mi hija. Si vos das todo lo que tenés con el corazón, hacés algo demasiado grande.
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