Columna

La chica de las listas

Una vida con déficit de atención

Pocas veces me toca escribir en primera persona del singular. De hecho, en el “buen periodismo” está casi penado, pero esta vez será sumamente necesario. Hoy les voy a contar, en voz propia, cómo es vivir con TDAH siendo adulta.

En realidad, todo empezó mucho antes de ser adulta. Cuando, en vez de salir al recreo, prefería quedarme leyendo porque había mucho ruido, o la vez que me olvidé la hornalla prendida después de calentar la leche de la merienda. Un grito de mi abuela o profe de turno después, llegaba la solución eterna: “Tenés que ser más atenta”.

Todos los signos de déficit de atención en infancias brillaban por su ausencia. Lejos de tener problemas en la escuela, mi desempeño académico siempre fue impecable. Imposible pensar en la dificultad para concentrarme si leía novelas enteras, recordaba cada una de las instrucciones de los adultos, jamás estuve en constante movimiento —de hecho, fui una de las pocas en aplazarme en educación física por no saber jugar vóley—, nunca me costó esperar mi turno y me llevaba bien con los demás.

Pero nadie notó la obsesión por las listas, los cuadernitos y los papeles, pequeños recordatorios que siempre estuvieron pegados en el marco de la puerta. Mucho antes de mi primera consulta con un psicólogo, ya creaba un sistema para evitar los olvidos, que consistía en el registro sistemático de cada pensamiento durante el día. Con pocas variaciones, eso sigue hasta el presente.

¡Cuántos arroces se han quemado y ollas se han echado a perder antes de empezar a entender cómo funciona mi mente!

Hoy, si el día arranca normal, lo primero es levantarse. Porque lo más probable es que me despierte temprano, pero mi mente se pierda pensando en todo lo que tengo que hacer. La mejor amiga siempre es la rutina: despertarse a la misma hora y llevar a cabo las mismas cosas (y si podés hacerlo con alguien, mejor).

La consulta psiquiátrica, el cuco de la adultez, fue postergada y vuelta a postergar en múltiples ocasiones. En el fondo, siempre supe que algo pasaba y que no debería ser tan difícil lavar los platos sin perderse en un mundo de quehaceres domésticos que quedan por la mitad o proyectos artísticos sin terminar. Pero cuesta admitirlo, y más que nada cuesta animarse.

Cuando fui a consultar, mi primera vez como paciente en Psiquiatría, empecé a contar sobre mi vida y lo que me preocupaba. Vivía sola y, de repente, las cosas empezaban a aparecer fuera de sus lugares y yo no tenía registro de haberlas movido. Si bien no estoy en contra de la existencia de los duendes, no creo que seres mágicos de otras dimensiones se preocupen por la vajilla ajena. Una batería de análisis y tests después llegó el diagnóstico que ya intuía: trastorno de déficit de atención compuesto, es decir, con hiperactividad.

La vida adulta también presenta desafíos únicos para quienes tenemos este trastorno: la exigencia de gestionar múltiples responsabilidades, el aislamiento que muchas veces acompaña a no saber qué nos pasa y la constante comparación con los demás, que parecen navegar la rutina con facilidad.

Para muchas personas adultas, el diagnóstico de TDAH llega después de años de vivir con una constante sensación de “estar fallando” en cosas que para los demás parecen sencillas: hacer trámites, recordar fechas importantes o incluso algo tan cotidiano como terminar de cocinar sin distraerse en el proceso. ¡Cuántos arroces se han quemado y ollas se han echado a perder antes de empezar a entender cómo funciona mi mente!

La vida adulta también presenta desafíos únicos para quienes tenemos este trastorno: la exigencia de gestionar múltiples responsabilidades, el aislamiento que muchas veces acompaña a no saber qué nos pasa y la constante comparación con los demás, que parecen navegar la rutina con facilidad. Esta brecha entre lo que queremos hacer y lo que realmente logramos puede ser abrumadora, y la falta de comprensión del entorno no siempre ayuda.

Con mi psiquiatra, iniciamos el proceso de medicación con pocas alternativas y buscando, en lo posible, evitar las drogas más adictivas —una decisión propia plenamente apoyada por la especialista médica—. Aún está por verse si en el futuro tendré que llegar a ellas. Por ahora, solo son estimulantes neuronales y antidepresivos para estabilizar los ánimos.

Estar acompañada de un proceso terapéutico con profesionales es crucial para ver mejoras, y es necesario que todas y todos acudamos a consultar antes de autodiagnosticarnos viendo videos de TikTok.

Cada vez que cuento sobre mi diagnóstico y mi medicación, mis amigas y familia me hacen la misma pregunta: “¿Y cómo es ahora?”. La respuesta siempre es la misma: “Si quiero hacer algo, me levanto y lo hago, sin pensar en eso”.

Claro que la medicación no es perfecta y este es un camino que recién arranca. Sigo olvidando cosas e interrumpo a la gente sin querer. Pero ya estoy mejorando y es gracias a la atención médica. Estar acompañada de un proceso terapéutico con profesionales es crucial para ver mejoras, y es necesario que todas y todos acudamos a consultar antes de autodiagnosticarnos viendo videos de TikTok. Si notamos que algo no está bien, hablar de lo que nos pasa con los profesionales de la salud mental es la única salida para transitar el mundo en paz. La vida no tiene por qué ser tan difícil.

Las listas y los papelitos pegados en la pared van a seguir, pero ahora sé que un error o un olvido no son el fin del mundo, y sobre todo tengo un sistema de soporte que puede asistirme y ayudarme a entender qué pasa en mi cabeza.

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