Columna

Mi relación con el pelo enrulado

Pelografía

Hace poco me encontré con un artículo del estilo Los looks de pelo que arrasan en 2024 y encabezando la lista se mencionaban los rulos. Un titular frívolo, puesto que hay noticias más relevantes y cosas más importantes pasando en el mundo, ¿no? Sin embargo, me movió algo que en ese momento no supe defi nir.

Unos días después, mientras nos arreglábamos para salir con unas amigas, una de ellas me dijo: “Quisiera tener un pelazo como el tuyo. El mío es tan aburrido, así, lacio”. Nada valoro más que los piropos de mis amigas, y sentí una victoria al verla tan espléndida alabando mis rulos. Sin embargo, también volvió esa sensación que había sentido al leer el titular. Algo agridulce.

Entonces me puse a pensar en mi historia de vida desde mi relación con mi pelo enrulado. Una pelografía, se podría decir.

Mis rulos han sido siempre parte de mi identidad. Pero cómo me siento yo en relación con ellos fue cambiando con los años.

Mis rulos han sido siempre parte de mi identidad. Pero cómo me siento yo en relación con ellos fue cambiando con los años. De chica era tímida, me gustaba mucho leer, escribir, las clases de teatro y ballet. Siempre del lado de las ideas y el arte, antes que del deporte y las manualidades. Disfrutaba estar en el escenario y mostrarme bajo los refl ectores, pero hablar con gente que estuviera fuera del círculo bien reducido de mis amigas y familia me costaba un montón.

De alguna forma, esto se debía a que era bastante insegura por mi físico. No me sentía “linda”. Gran parte de eso tenía que ver con mi pelo enrulado y cómo nunca faltaban comentarios sobre este, tanto de parte de los adultos como de los niños que me rodeaban.

En mi casa, papá y mamá siempre reafirmaron la importancia de ser auténticas. Sin dudas, eso sentó las bases para que en mi adultez yo pudiera disfrutarme desde allí. Pero en la niñez, y sobre todo en la adolescencia, la influencia paterna poco puede hacer contra los titanes de la presión social.

…en la niñez, y sobre todo en la adolescencia, la influencia paterna poco puede hacer contra los titanes de la presión social.

La moda de la época tampoco ayudaba. Las top models de los 90 que admiraba en ese entonces como máximo símbolo de belleza, Claudia Schiffer y Cindy Crawford, lucían todas brushings relucientes. La era del corte “a lo Rachel” de Friends, Chiquititas de Cris Morena, las Spice Girls…

En los 2000 la cosa no cambió. Quizás empeoró. Porque apareció la planchita y, ahora, la moda del pelo de las lindas mandaba tenerlo ultralacio. Como una versión moderna del cuento de Rapunzel, las princesas pop (Britney, Cristina Aguilera, Jessica Simpson, etcétera) eran una encarnación de este mensaje bien claro: para ser considerada bella, lo importante era ser flaca, rubia y de pelo lacio. Yo no encajaba en ninguna de las categorías.

Pero no se trataba solamente de representación. Antes de la invasión de tutoriales de YouTube y TikTok, de que aparecieran las peluqueras especializadas en rulos y se difundiera el método curly, se volvía una odisea manejar esa maraña con vida propia que tenía en la cabeza, con un humor único que dependía del clima, que me tenía rezando antes de cada quinceaños para que ese día no lloviera, o la humedad —mi peor enemiga— haría lo suyo.

Tampoco ayudaban los comentarios de las propias peluqueras, que intentaban domar el pelo antes que darle cariño, que lo sometían a tratamientos que le hacían más daño.

Tampoco ayudaban los comentarios de las propias peluqueras, que intentaban domar el pelo antes que darle cariño, que lo sometían a tratamientos que le hacían más daño, que te daban una lista de tratamientos interminables para frenar al enemigo más temido: el frizz.

Con el paso de los años, las cosas cambiaron para bien. En algún punto dejé de buscar la aprobación en la mirada de los demás y empecé a buscarla hacia dentro. Y mis rulos fl orecieron. De adentro para afuera.

Al darle amor a mi pelo, también dejé de agredirlo con tratamientos que lo dañaran, me relajé con el volumen y empecé a curar los productos pensando en nutrirlo antes que domarlo. Además, tras una vida de búsqueda, encontré a los estilistas que supieron cortar y cuidar mi melena tan única.

Aquello con lo que nacemos no es una moda, es parte de quienes somos, y el acto de abrazar la diversidad de cuerpos y de pelos no debería ser una tendencia. Debería ser, y punto.

Después de recordar todo esto, entendí el sentimiento agridulce que aparece cuando leo que los rulos están de moda: aquello con lo que nacemos no es una moda, es parte de quienes somos, y el acto de abrazar la diversidad de cuerpos y de pelos no debería ser una tendencia. Debería ser, y punto.

Por eso también es un momento incómodo cuando, hoy, me dicen que mi pelo es bello. Porque la niña que fui no tuvo esa experiencia. Y pienso, ¿hubiera sido más feliz, más segura? ¿Hubiese tomado otras decisiones en el amor y en la vida si me sentía bella, apropiada y apreciada con mi cabello desde que tuve conciencia de la importancia de las apariencias, sobre todo para las mujeres?

Parecería mucha responsabilidad para depositar en el pelo, pero les aseguro que son esos aspectos que consideramos frívolos aquellos desde donde podemos cambiar los discursos del cotidiano. Quizás no seamos capaces de modificar las estructuras sociales ni políticas, pero sí lograremos ayudar a que las niñas de hoy crezcan sintiéndose seguras y valoradas.

Quizás no seamos capaces de modificar las estructuras sociales ni políticas, pero sí lograremos ayudar a que las niñas de hoy crezcan sintiéndose seguras y valoradas.

Cuando veo a mi sobrina de 13 años —esa edad en que yo me sentí tan vulnerable con mi cabello— disfrutar de los viajes a la peluquería y divertirse eligiendo productos para cuidar sus rulos, reafi rmo la importancia de entender que el pelo importa.

Recomendados

Sin Comentarios

    Dejar un comentario