Columna

Reseña de Jagua Juka

Una antología villaeliseña

Villa Elisa, mejor conocida como Billie Eilish en algunos entornos, por mucho tiempo fue un híbrido entre lo urbano y lo rural. Hoy cada vez más gentrificada, la ciudad aún tiene una identidad muy fuerte, y para comprobarlo no hay más que conocer a un villaeliseño.

Hoy nos toca presentar una obra muy anhelada, que lleva años en el horno desarrollándose lentamente, y el pasado viernes 13 por fin vio la luz. Jagua Juka, de Sergio Alvarenga, es, antes que nada, un libro de cuentos villaeliseños. La identidad de esta localidad se impregna en cada página y luego de leerlo podemos quedarnos con un par de ideas sobre ella, pero con toda seguridad el sentimiento será la fascinación.

En el fondo, como cada vez que hablamos de nuestro país, está la tierra. Y esta problemática la vemos en la evolución de la gentrificación, de la Villa Elisa que nuestro narrador conoció y hoy ya no existe. Como cuando en el prólogo describe la nueva ciudad, con la artificialidad de los dúplex y los edificios; la vieja, con la calle, los tatuajes, las drogas y el machete listo; la aún más antigua, con una nostalgia por esa ruralidad que desapareció pero persiste en las prácticas y brota el día menos pensado.

Y hablando del problema de la tierra, una mención que no pasa desapercibida es la de un Völker, heredero estronista, que pasa toda su vida en medio de mimos y privilegios de clase que sus padres consiguieron por chupar las medias correctas y usurpar las tierras destinadas a la reforma agraria.

En el mismo universo conviven Pira’i y Mberu’i, ambos de clase popular, el primero chantajeado por la policía y el segundo por las fuerzas especializadas. Las vidas que el poder no cuida y son carne de cañón o carnada, según lo requiera la circunstancia.

Asimismo, el autoritarismo dentro de las fuerzas policiales, los nexos de las mismas con las redes de crimen organizado, los pyragües que no se extinguieron cuando cayó la dictadura y la violencia en todas sus formas brota en las páginas con furia reverberante. Además, la represión femenina y la libertad reproductiva son analizadas desde una perspectiva pocas veces explorada, pero indudablemente muy interesante.

Sergio Alvarenga.

El otro realismo

El efecto de realidad fue nombrado y teorizado por el semiólogo francés Roland Barthes en un breve pero muy citado artículo denominado El efecto de realidad. El estructuralista propone un acercamiento en donde las descripciones de la narración ficcional son las que otorgan ese efecto y envuelven al lector en el ambiente.

Bien podríamos analizar esta antología bajo esa mirada. Pero aunque las atisbamos por momentos, si hay algo que hace Sergio Alvarenga es romper las estructuras. El horror y la curiosidad son elementos que quiebran cualquier tipo de estructura predictiva del relato, pero al mismo tiempo traen un efecto impactante. Eso sí, no es una lectura amena ni amable.

Otro teórico, Víktor Shklovski, en su texto El arte como artificio, introdujo tiempo antes el concepto de ostranenie (extrañación, en ruso). El autor, introductor del formalismo ruso, se debate en una pregunta casi mitológica: qué es la literatura. Y desde allí propone que uno de los elementos más importantes al hablar de la literariedad es efecto de un artificio mediante el que se consigue la sensación de las cosas como son percibidas y no como son sabidas.

En Jagua Juka la calle, la droga, lo urbano y lo popular se entrecruzan constantemente y conviven con escenas totalmente disímiles, como la inocencia infantil y el mundo del juego, con una naturalidad que conduce sin interrumpir hacia el universo en el que el libro nos sumerge.

En el fondo, como cada vez que hablamos de nuestro país, está la tierra. Y esta problemática la vemos en la evolución de la gentrificación, de la Villa Elisa que nuestro narrador conoció y hoy ya no existe.

La voz del otro

Mijaíl Bajtín, otro formalista ruso, plantea que la vida humana es un diálogo en donde participamos con la palabra y el cuerpo. Así, el escritor trabaja la lengua situándose fuera de ella y posee el don del habla indirecta. Su perspectiva es polifónica y en la estructura establece una relación dialogal entre el narrador y los personajes.

En La palabra en Dostoievski, Bajtín hace referencia a las “relaciones dialógicas”. Estas pueden ser definidas como la doble relación hacia el objeto del discurso y hacia el discurso ajeno. Deben “llegar a ser enunciados, llegar a ser posiciones de diferentes sujetos, expresadas en la palabra”. Es así que cuando uno recrea esas voces en el discurso propio, se da el fenómeno de bivocalidad o dialogismo. Él clasifica así: “Con una sola orientación”, donde se tiende a producir una fusión de voces; de “orientación múltiple”, donde hay dos voces en conflicto y la del narrador redirecciona la ajena; y de “polémica interna oculta”, en el que el “discurso ajeno actúa desde el exterior”.

Más que voces ajenas, los personajes de estos cuentos son gritos de la marginalidad, que la condenan o enaltecen, fascinan o desagradan, pero que, sobre todo, disienten. Disienten en el lenguaje. Tienen sus propios códigos y formas de uso, que renuevan y refrescan la mirada de las otredades y lo hacen desde la perspectiva objetiva de quien ya lo ha visto, ha convivido y no espectaculariza porque no lo necesita.

“Lo que la sociedad no está en condiciones de formular abiertamente surge en una obra artística”, escribió una vez la teórica literaria argentina Graciela Goldchluk. Y en este retrato popular vamos a encontrar más de una cuestión social. Como dijo el autor: “Villa Elisa se encargó de dejarnos bien en claro las reglas de juego: no se pueden comprar excepciones”.

Recomendados

Sin Comentarios

    Dejar un comentario