Sin estándares
Vivimos en una época en la que, aparentemente, existe mayor diversidad racial y corporal, y nuevas apreciaciones de la belleza. Pero, ¿realmente está cambiando la representación dentro del sector del entretenimiento y de los cosméticos o, simplemente, es un movimiento con fecha de caducidad? Analizamos la relación entre cuerpo, moda y la importancia de la representatividad de la mano de la investigadora Jazmín Ruiz Díaz.
Por Matías Irala. Fotografía: Amalia Rivas Bigordá (@amelierb).
En el libro Historia de la belleza, Umberto Eco analiza cómo la construcción del modelo estético ha estado sujeta a los influjos de la cultura, la historia, el arquetipo social y las concepciones del arte. En ese apartado, el autor puntualiza que las mujeres ocupan un lugar principal para el análisis, debido a que son las que más variaciones a nivel de imagen han tenido a lo largo del tiempo.
Pero, finalmente, ¿por qué las mujeres son las que más transiciones e imposiciones estéticas han tenido dentro de la historia? “Ya el filósofo Michel Foucault decía que las relaciones de poder se construyen, se imponen, pero también se subvierten a través del cuerpo. En ese sentido, las definiciones de lo bello responden a consolidar y convalidar al poder”, explica la investigadora y doctoranda en Industrias Culturales Jazmín Ruiz Díaz.
Y en cuanto a la mujer, agrega que “es parte de una estructura patriarcal. Un autor llamado John Berger, muy famoso por sus análisis desde las relaciones de mirar, decía que algo muy claro en la pintura clásica europea, que luego ha influido en la fotografía de moda, es que los hombres observan a las mujeres y que estas se observan a sí mismas mientras son observadas”.
En 1975, la teórica Laura Mulvey haría un famoso ensayo bautizado Placer visual y cine narrativo, en el que describe cómo se establecía en el discurso cinematográfico una relación de poder de acuerdo con el género. El texto propone una lectura y un análisis feminista de la figura de la mujer y su utilización para satisfacer a la sociedad patriarcal, además de hacer énfasis en la forma de mirar del sujeto en tanto refleja un sistema social de códigos relativos a la imagen femenina.
Según el criterio académico de Ruiz Díaz, la teórica propone una idea asequible para entender cómo se da la relación de poder y representación de acuerdo con la mirada masculina: “Laura Mulvey introdujo el famoso concepto de male gaze, o mirada masculina, para explicar cómo el cine reproduce una forma subconsciente de mirar donde el espectador es siempre hombre, y la mujer, siempre objeto de deseo. De allí que la representación se vuelve tan importante”.
Es en contraposición a la mirada masculina que hoy hablamos del término anglosajón female gaze para referirnos a la perspectiva que una mujer trae a un proyecto artístico, como una cineasta (guionista, directora o productora) imprime esa visión a una película y difiere de la concepción masculina al tratar ciertos temas.
“No podemos hablar más solo de ‘la mujer’ como si fuéramos un grupo uniforme. Lo bello ha sido un espacio donde cuerpos racializados y divergencias sexuales han debido disputar su validez como tales”.
Sin embargo, la mirada femenina no busca prohibir el sexo, los deseos ni las fantasías, sino mostrar que estos pueden existir sin la cosificación.
Ruiz Díaz explica que, de igual forma, no hay que reducir a las mujeres a un género homogéneo: “No podemos hablar más solo de ‘la mujer’ como si fuéramos un grupo uniforme. Lo bello ha sido un espacio donde cuerpos racializados y divergencias sexuales han debido disputar su validez como tales. Es por eso que Audre Lorde habla de la otredad, es decir, de la deshumanización de un grupo subalterno. Para Lorde, en las sociedades contemporáneas, esa otredad la ocupan principalmente las personas negras y del ‘tercer mundo’, además de los individuos de la clase trabajadora, de la tercera edad y las mujeres. Es decir, nuestra belleza va a ser evaluada por el hecho de ser mujeres en primer lugar; pero qué sitio ocuparemos nosotras en esa categoría dependerá de otros privilegios, como la clase, la raza y la orientación sexual”.
Entre concursos de belleza y cuerpos disruptivos
En 1952 se realizó el primer evento del famoso concurso Miss Universo en la ciudad de Long Beach, California. Desde entonces, año tras año, mujeres de distintas partes del globo se nuclean por varios días para competir por la preciada corona que destaca a la más bella de la competencia. Las trazas de los concursos de belleza en la historia podrían hallarse hasta en las representaciones bíblicas, e incluso dentro de la mitología griega y las tradiciones paganas vinculadas al inicio de la cosecha.
En los últimos años, en Latinoamérica y Oriente ha reflotado el interés por este tipo de concursos, a partir de la receptividad tanto a nivel mediático como cultural que van ganando nuevamente. ¿Por qué una propuesta que tiende a estandarizar y homogeneizar los cuerpos de las mujeres sigue teniendo validez actualmente, en una época marcada por el feminismo?
“A la par que avanzan los feminismos en el mundo, también lo hacen los movimientos antiderechos”.
“No sé si diría que hay un auge de los concursos; quizás eso habría que ver desde mediciones de audiencia e impacto. Pero, como un montón de prácticas que consisten y son contradictorias, debemos tener en cuenta que la sociedad y las culturas no son homogéneas, sino dialécticas”, reflexiona Jazmín Ruiz Díaz y agrega: “A la par que avanzan los feminismos en el mundo, también lo hacen los movimientos antiderechos”.
La académica agrega que en lo que se refiere a los concursos de belleza, sin embargo, también notamos un cambio que responde a las tendencias o los valores de diversidad que conversan mejor con la generación Z. “Por ejemplo, vemos que las mujeres trans ya no solo compiten, sino que ganan en los concursos de misses. Eso puede leerse como pink-washing, pero también como parte de un cambio cultural mayor”, reflexiona Ruiz Díaz.
Recientemente, varios medios de comunicación se hicieron eco de las imágenes del artista Sam Smith para la revista Perfect Magazine, donde el músico vestía prendas de la diseñadora Michaela Stark que se caracterizan por alterar el cuerpo y deconstruir los cánones de belleza occidentales a través de corsés o tipologías asimétricas.
Los comentarios en las redes sociales apuntaban a señalar que el diseño era grotesco. Pero otros enaltecían a Smith por su marcada militancia en resaltar deliberadamente su cuerpo por fuera de la concepción estilizada que, usualmente, se asume como norma dentro del terreno de la cultura pop.
Si tomamos ese ejemplo, en este caso las propuestas de la diseñadora australiana Michaela Stark, ¿tiene el diseño contemporáneo la responsabilidad de replantear y cuestionar lo que asumimos como estético? Jazmín Ruiz Díaz afirma que sí: “La moda no es solo representación ni ocurre en un plano puramente simbólico. Como lo dice la socióloga Joanne Entwistle, la moda articula el cuerpo en la cultura, produce discursos sobre el cuerpo y cómo adornarlos; el vestido y la ropa son la traducción de la moda en la práctica diaria. El diseño puede aportar no solo en nuevas formas en que nos imaginamos lo bello, sino también en las que el cuerpo puede subvertir los cánones establecidos. El caso de Michaela Stark es un ejemplo brutal de esa posibilidad”.
“La tecnología no es imparcial, aunque tendemos a creer que es así”.
En palabras de Stark, sus propuestas buscan enaltecer las formas, por lo que sus diseños, lejos de estandarizar o estilizar, intentan celebrar el cuerpo en sus diferentes representaciones. Sus arriesgadas propuestas tipológicas se unen a sus fotografías, que han sido censuradas en varias ocasiones dentro de plataformas como TikTok e Instagram. Stark señala constantemente la hipocresía de las redes sociales, ya que cuerpos que sí responden al canon hegemónico no reciben la misma prohibición.
Para nuestra entrevistada, el mundo virtual definitivamente no es neutral a la hora de hablar de cuerpos o conceptos estéticos: “La tecnología no es imparcial, aunque tendemos a creer que es así. Los algoritmos de las redes responden a los sesgos culturales. Lo mismo es lo que ahora se discute con el tema de la inteligencia artificial. En conclusión, esta se informa a partir de bases de datos que han sido cargadas por humanos, así que, eventualmente, responden a los mismos sesgos culturales. La tecnología no está fuera de la cultura, es parte de ella”.
Finalmente, ¿cuál es el camino para hablar de una verdadera pluralidad corporal y estética dentro de la moda y el entretenimiento? “Vuelvo a citar a Joanne Entwistle y su defensa del entendimiento de la moda como un sitio donde se producen discursos sobre el cuerpo y la identidad que atraviesan distintos sitios y prácticas, desde diseñadores que crean sobre el cuerpo, hasta modelos y también periodistas y comerciantes. En ese sentido, no pueden ignorarse los cuerpos que producen la ropa con su trabajo —y, muchas veces, en condiciones de explotación— como las modistas y costureras”, dice Jazmín y concluye que “también necesitamos considerar nuestro rol como consumidores, pues la moda no es tal hasta que es consumida y se lleva puesta. En otras palabras, entender la moda y pretender un cambio social a través de ella requiere de comprender las interconexiones entre cuerpos distintos: el discursivo, el textual y el encarnado”.
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