Las imprescindibles de Francia
Las catedrales góticas siguen sorprendiéndonos por su osadía constructiva, sus imponentes alturas, sus impresionantes portadas y por la luz que penetra a través de sus coloridas vidrieras. Si hoy en día nos sobrecogemos al entrar, ¿cómo debieron sentirse los fieles de entonces cuando, tras llegar ante su monumental verticalidad, atravesaban el umbral de sus imponentes puertas? Aquello era la obra de la gloria de Dios.
Por Amalia González Manjavacas / EFE Reportajes.
Entre los siglos XII y XV, Europa occidental se llenó de espléndidas catedrales góticas —francesas, españolas, británicas, belgas y alemanas—, pero el origen de estos templos, que parecen alcanzar el cielo, está en Francia, donde se encuentran las primeras y las mejores construcciones de lo que hasta el siglo XVI se llamó solo «estilo francés».
No fue hasta el Renacimiento cuando apareció el término “gótico”, y lo hizo en alusión despectiva para un arte que se presuponía estaba inspirado por los godos. Y si el gran pintor Rafael lo hizo en forma neutral, al considerar que «los arcos en ojiva de la arquitectura gótica recordaban a la curvatura de los árboles que formaban las primitivas chozas de los habitantes de los bosques germánicos», el tratadista italiano Giorgio Vasari lo hizo de forma peyorativa, al relacionarlo con los «bárbaros» (los que saquearon Roma) y lo acuña en contraposición a los ideales renacentistas de volver al Clasicismo Grecolatino. Se tuvo que esperar hasta el siglo XIX para que el Romanticismo se interesara por la Edad Media y lo revalorice.
En su origen, la irrupción de las catedrales góticas en Europa no fue un acontecimiento fortuito, sino consecuencia de una larga cadena de causas socioeconómicas, políticas y religiosas. Alrededor del año 1000, las sociedades europeas experimentaron transformaciones de gran relevancia: el feudalismo rural fue dando paso, poco a poco, a una sociedad más urbana y desarrollada, que trajo consigo una nueva expresión artística ligada a esas transformaciones derivadas del auge de las ciudades: los burgos. El crecimiento económico y la mejora en las condiciones de vida de la población fomentaron un optimismo que impregnó al conjunto de la sociedad, incluso en lo religioso.
La catedral, término que deriva del latín cathedra (“sede”) y del griego antiguo hédra (“asiento” o “silla”), es el templo donde tiene su sede el obispo y desde donde preside la comunidad cristiana. Situada en el medio de la urbe, visible desde lejos y emblema de la ciudad, pasó a ser el centro de un vasto conjunto de funciones: punto religioso, social, intelectual, artístico… y lugar de reunión de los distintos gremios.
En su arranque, en la arquitectura gótica intervienen dos factores que conviene no pasar por alto: una doble reacción contra el estilo anterior, el Románico, por parte de la reforma monástica del Císter, que pretendía una vida ascética y austera para los monjes ante los excesos de la Orden del Cluny, a la que se suma el deseo de obispos y reyes franceses de encontrar una expresión artística propia de su poder frente al del influyente clero cluniacense, y la nobleza feudal. Existe, pues, una intención política en hacer triunfar este nuevo estilo como la expresión propia del poder real.
Muy significativo es que el primer ejemplo de arquitectura gótica sea la basílica de la abadía de Saint-Denis (a partir de 1132), en París, construida bajo la dirección del poderoso abad Suger, consejero del rey Luis VI. Entonces ya no buscaban la sencillez y austeridad del Románico, sino todo lo contrario: la grandiosidad y el ornato para el lugar donde se consagrarán y se enterrará a los reyes de Francia. Tanto fue así que la luminosidad y ligereza de aquel templo venía a plasmar y reflejar una teología basada en la luz y el nacimiento de un nuevo estilo, el Gótico, que fue fuente de inspiración para todos los constructores de Europa a lo largo de más de cinco siglos.
Sens, Noyon, Laon, París y Chartre
Las de Sens (1137), Noyon (1152) y Laon (1174) inspirarán a Notre-Dame de París (1163), la más reconocible y conocida de todas las catedrales francesas, y más a raíz del terrible incendio que sufrió en abril de 2019, del que aún no se ha recuperado. Hasta la construcción de la torre Eiffel en el siglo XIX, sus torres eran las más altas en el horizonte parisino. La edificación, entre el gótico temprano y el clásico, de cinco naves y una de las primeras estructuras en incorporar arbotantes, fue un espectacular logro de la época y se diseñó como el «libro de los pobres». De ahí que sus puertas de acceso se encuentren plagadas de impresionantes conjuntos escultóricos que narran y explican a sus fieles, analfabetos, los episodios bíblicos.
Considerada uno de los mejores ejemplos del gótico clásico, la principal aportación arquitectónica de la Chartre (1194-1220), que hasta su incendio se enorgullecía de poseer la túnica que llevaba la Virgen al momento del parto, consistió en la eliminación de las antiguas tribunas románicas sobre las naves laterales, gracias a arbotantes y contrafuertes, que aunque aún voluminosos, la dotaban de altura y permitieron construir bóvedas de crucería. Destaca por los conjuntos escultóricos de sus puertas y por sus vidrieras, pues las más antiguas fueron modelos para catedrales posteriores como Reims y Amiens.
Reims, Amiens, Beauvais y Bourges
Llegamos al siglo siguiente, el XIII, y el gótico alcanza su pleno desarrollo. Los arquitectos parecen afanarse en una carrera por ganar altura: apuntan fuertemente a los arcos y consiguen grandes ventanales que acentúan la verticalidad. Los interiores se llenan de luz que entra a través de vidrieras y rosetones, y se da más importancia a la cabecera. Se abandonan las bóvedas sexpartitas, proliferan las capillas entre los contrafuertes; la alternancia de pilares y columnas se sustituye por columnillas adosadas, desaparecen definitivamente las antiguas tribunas sobre las naves laterales en favor de los estrechos triforios que pronto se abrirán al exterior con vidrieras. Todos estos elementos los veremos en Reims, Amiens y Beauvais, tres impresionantes ejemplos de la esbeltez y la audacia de la arquitectura gótica francesa, espectaculares interiores donde reinan la armonía, la solemnidad y los juegos de luces que nos elevan a otro mundo.
La primera, Notre Dame de Reims, conocida por haber sido testigo de la coronación de la mayoría de los reyes franceses, se considera el modelo perfecto del Gótico Clásico y destaca por los conjuntos escultóricos de sus tres portadas. Una de sus esculturas, el Ángel de la sonrisa, es el emblema de la ciudad. Levantada a partir de 1211, su fachada, del XIV, recuerda a la de París, pero más evolucionada y estilizada, sobre todo a medida que sube en altura, donde sus torres laterales remarcan poderosamente la verticalidad.
A Amiens (1220-1280), la más extensa de las catedrales góticas francesas y una de las mejor conservadas, famosa por las esculturas de sus portadas y por haber conservado los restos de su primer obispo, san Fermín, nacido en Pamplona, le sigue la catedral de Beauvais (1225), una de las más hermosas y espectaculares, con un coro de casi 50 metros de altura, y la de Bourges (1260), de enormes dimensiones y donde las columnas se adelgazan al máximo. Los grandes anhelos del gótico, verticalidad y luz, alcanzan en estas tres catedrales su máxima envergadura y esbeltez.
Sainte-Chapelle, Ruan y Estrasburgo
A partir de la crisis paralizante del siglo XIV, el impulso constructivo es menor. Uno de los edificios más significativos es Sainte-Chapelle de París, del Palacio Real, una iglesia de una sola nave y dos plantas, modelo del gótico más refinado, mandada construir por el rey Luis IX de Francia para custodiar la corona de espinas y otras reliquias de la Pasión de Jesucristo. Lo más impresionante es que prescinde totalmente del muro, que es sustituido por enormes vidrieras con un cerramiento formado exclusivamente por ligeras columnillas que dotan al espacio de una dimensión celestial.
Por citar solo dos ejemplos de este gótico tardío, construido a lo largo de varios siglos, están: la catedral de Estrasburgo, en el corazón de la capital de Alsacia, levantada en cuatro siglos, y cuyo último arquitecto modificó la estructura del edificio para dejarla en una sola torre, y la famosa catedral de Ruan, cuya imponente portada impresionó e inmortalizó Monet en sus 28 lienzos. Con 151 metros, es la más alta de Francia, pero la menos homogénea, al haber sido construida en cuatro siglos, del XIII al XVI.
Y es que este estilo, el Gótico, no muere con el paso de los siglos, sino que se va amoldando de acuerdo con los gustos de cada momento: Renacimiento, Barroco, Neoclásico, Neogótico, por lo que muchas de estas catedrales que sufrieron largas interrupciones por lo costoso y lento de su construcción no fueron finalizadas hasta el siglo XIX, como la de Barcelona, Colonia o de Clermont, que tardó siete siglos.
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